Necesitamos
urgentemente volver a lo esencial. Y lo esencial está en el sentido auténtico
de la vida humana, en su destino eterno
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Un escritor francés del siglo XX, Jean Guitton,
publicó un libro titulado, en su traducción castellano, “Silencio sobre lo esencial”. El título ya dice mucho y sirve
para pensar. ¿No ocurre que a veces olvidamos lo esencial?
Porque si nos preocupamos más del fútbol, o de
cómo aderezar la comida, o de los caprichos que llegan y pasan, o de las
últimas fotos a subir a Internet, o de un juego electrónico, o de lo que dicen
los chismes... es que hemos perdido el norte y dejamos de lado lo esencial.
Necesitamos urgentemente volver a lo esencial. Y
lo esencial está en el sentido auténtico de la vida humana, en su destino
eterno, en el mensaje que trajo Jesús el Cristo, en la verdad que ilumina el
presente y nos lleva a lo eterno.
Lo esencial no coincide, por lo tanto, ni con
las modas, ni con los caprichos, ni con las presiones de familiares y amigos.
Lo esencial está en el mensaje cristiano, que arranca de un hecho
extraordinario: Cristo se encarnó, nació, predicó, hizo milagros, padeció,
murió y resucitó por nosotros.
Al volver a lo esencial, reordenamos la propia
existencia. Damos su importancia a los sacramentos, especialmente a la
Eucaristía y a la Penitencia. Decidimos orar en algún momento durante el día.
Leemos la Biblia, especialmente el Evangelio.
También ordenamos la vida cotidiana. Esa vida
que implica arrepentimiento, romper con el pecado en todas sus formas, y
cambiar (convertirnos). Esa vida que reconoce el primer mandamiento y el que le
es semejante: “amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. (...)
Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,30‑31).
El mundo moderno, y todos los que creemos ser
católicos, necesitamos romper el silencio sobre lo esencial. Sólo así nuestra
vida tendrá su sentido completo y bueno.
Entonces dejaremos de vivir “a la deriva y zarandeados por cualquier viento de
doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce
engañosamente al error” (Ef 4,14); y diremos, con los labios y el
corazón, lo único realmente importante, lo esencial: “Cristo
Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,11).
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