Una de las preguntas que a los
cristianos nos carcome es: ¿Por qué ha entrado el catolicismo en fuerte
descenso en el último medio siglo en los países más modernizados y prósperos
del mundo – es decir, los Estados Unidos y Europa occidental?
La respuesta más fácil y de
moda a esta pregunta es que el descenso es el resultado del ‘humo de satanás’
que ha entrado por alguna hendija del Concilio Vaticano II.
Pero si el Vaticano II
desempeñó un papel en la disminución, jugó un rol muy pequeño, a través de un
espíritu que se propagó en el clero de congraciarse con los fieles, por ejemplo
predicando menos sobre el pecado y sus consecuencias, y sobre el maligno.
El
énfasis de hablar casi exclusivamente del amor de Dios y poco de sus
reclamaciones y demandas hacia los hombres, probablemente no fue determinante,
a lo sumo aceleró la declinación.
¿NOS RECONOCEMOS COMO
PECADORES?
El
cristianismo es una religión de salvación, que ofrece salvarnos del pecado.
Según la historia cristiana, Dios se encarnó en Jesucristo, y luego sufrió y
murió en la cruz, para salvarnos de nuestros pecados.
La
premisa
sobre la que todo esto se basa es, por supuesto, que nosotros los humanos somos
pecadores – pecadores muy serios.
Sin embargo, ¿qué si no somos
pecadores? Entonces se seguiría que no necesitamos la salvación del pecado. Y
si somos pecadores, pero no sentimos que somos pecadores, entonces no sentimos
la necesidad de la salvación. Así que el cristianismo no tendrá sentido para
nosotros, aunque siguiéramos creyendo en la existencia de un Dios.
En general nosotros, los hombres y las mujeres
modernas sentimos que somos pecadores,
pero no en un sentido serio. Admitimos
que no somos perfectos.
Cualquiera
de nosotros puede elaborar una lista de nuestras imperfecciones: a veces
comemos o bebemos un poco demasiado; a menudo hacemos poco ejercicio; no leemos
lo suficiente buenos libros; cometemos pequeños actos de descortesía de vez en
cuando; y así sucesivamente.
Y algunas cosas que antes eran
pecado – como el divorcio, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, la
homosexualidad, la anticoncepción -, han dejado de serlo o si bien subsisten
como algo pecaminosas, se ha extinguido el sentido de culpa sobre ellas.
Así,
no hay realmente grandes pecados – ciertamente no hay pecados que sean lo
suficientemente grandes para que el Creador y sustentador del universo se haya
hecho hombre y venga a sufrir y morir para expiar nuestra gran maldad.
Admitimos
que algunos seres humanos son realmente muy malos – Hitler,
Stalin, Osama bin Laden, Charles Manson, y algunos otros. Pero son muy atípicos
en la humanidad. El resto de nosotros, los seres humanos normales, estamos
totalmente horrorizados por los crímenes de Hitler y compañía. Esta es una
prueba que nosotros mismos no somos muy malos, ¿no es cierto?
De modo que no necesitamos la
salvación del pecado. Y no necesitamos una religión que ofrezca esta salvación.
Y si es así, no es de extrañar el catolicismo esté en declive.
CRECIÓ LA IDEA DE QUE EL
HOMBRE NO ES MALO
Hubo un tiempo, hace siglos,
cuando la gente en el mundo de la cristiandad (el mundo que hoy llamamos el
“mundo occidental” – porque ya con exactitud no podemos llamarlo mundo
cristiano) tenían un fuerte sentido de su pecaminosidad, y por lo tanto una
fuerte sensación de que tenía que ser salvada de sus pecados. En esa atmósfera
floreció el catolicismo.
Aun
cuando llegó la gran Reforma Protestante, este fuerte sentido del pecado
persistió.
Los tempranos líderes protestantes, por ejemplo Lutero y Calvino, tuvieron tan
fuerte el sentido del pecado humano como cualquier católico – y tal vez un
sentido aún más fuerte.
Pero las cosas cambiaron en el
siglo XVIII. La idea de que la naturaleza humana se inclina al mal, fue
gradualmente reemplazada por la idea opuesta, de que la naturaleza humana se
inclina al bien.
El pensador que expresa esta idea mejor que nadie
fue Jean-Jacques Rousseau, a menudo
llamado “el padre del romanticismo.” Pero si Rousseau tuvo una poderosa
influencia en el pensamiento y el sentimiento del siglo XVIII (y ciertamente la
tuvo), esto se debe a que expresó con palabras persuasivas lo que todos – o por
lo menos un gran número de personas – ya estaban a punto de pensar y de sentir.
Esta
sustitución de la idea moderna de la bondad humana a la idea
católica del pecado original ha tenido, hay que admitir, algunas consecuencias
muy importantes y buenas.
Por un lado, facilitó la
llegada de la democracia; porque si el ser humano es bueno, entonces podemos
confiar en él para gobernarse a sí mismo. Por otro, se nos ha dado una gran
confianza en nuestras propias capacidades creativas, dando lugar a un enorme
progreso económico y tecnológico. Pero, y esto también hay que reconocer,
socavó la razón de ser de la religión católica.
UN PASO MÁS, LA LIBERTAD DE
CONCIENCIA SUPLANTÓ AL LIBRE ALBEDRÍO
Entonces hubo un error que
fácilmente ‘compraron’ los católicos y es aceptar que la libertad de conciencia
es lo mismo que libre albedrío, y que la libertad de conciencia está por encima
de cualquier valor.
Este cambio implica que evadir
la orden de Dios no es pecado y que el pecado está solamente en la violación de
normas que se dan los seres humanos para convivir en sociedad, de modo que el
pecado toma la forma jurídica de delito.
La libertad de conciencia
implica la libertad para decidir qué cosa es el bien y lo que el mal, donde el
hombre se pone a la altura de Dios para decidir la verdad. En cambio el libre
albedrío es la libertad para cumplir o no con la verdad única, sabiendo que es
lo malo y que es lo bueno.
“¿Por
qué los movimientos de liberación, que habían suscitado inmensas esperanzas,
dan lugar a regímenes, empezando por la primera de estas libertades que es la
libertad de religión, se constituyen en el enemigo número uno para la libertad
de los ciudadanos?”, escribió en 1986
el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal
Ratzinger.
¿Es posible que en el camino de las hermosas
proclamas de libertad a la supresión de cualquier tipo de libertad, se
encuentre la libertad de conciencia?
La
filosofía católica siempre ha afirmado que el hombre tiene libre voluntad: el
libre albedrío.
El hombre tiene la opción, libre de obedecer a Dios o a rebelarse contra él.
Al
hombre no le compete la capacidad de reemplazar a Dios en la definición del
bien y del mal.
Ninguna libertad de conciencia puede ofrecer una licencia para llevar a cabo
malas acciones, incluso si se llevan a cabo a conciencia.
Decir que la conciencia del
hombre es libre en el sentido de que puede definir el bien y el mal se basa en
la negación de la verdad.
Faltando la verdad, la verdad objetiva que es
válida en todas partes y para siempre, la
libertad ya no es más apego a la verdad, sino a hacer lo que se siente bien
según los criterios que varían en el tiempo y el espacio. Ya no es la
verdad que nos hace libres, sino la falta de verdad es la que se siente libre
en la conciencia.
DOS EJEMPLOS HISTÓRICOS
Dos ejemplos de cómo, en nombre de la libertad de conciencia, podemos eliminar todos los
ámbitos de la libertad de religión.
En
1905 la Tercera República francesa dominada por la influencia masónica requiere una
ley sobre la “separación de las iglesias del estado”, cuyo artículo 1
establece:
“La República garantiza la libertad de conciencia”.
Lo
siguientes muestra cómo podemos, en nombre de la libertad, robar a la iglesia
todas sus propiedades: “los edificios
que fueron puestos a disposición de la nación y que, en virtud de la ley
del 18 germinal año X, que servían al ejercicio público de cultos o alojamiento
de sus ministros (catedrales, iglesias, capillas, templos, sinagogas,
arciprestes, obispados, sacerdotes, seminarios),… son y seguirán siendo
propiedad del estado, de los departamentos, los municipios”, así decía el
artículo 12.
Otro. El 23
de enero de 1918 la Rusia recién liberada del oscurantismo zarista, aprueba el
decreto del Consejo de Comisarios del Pueblo sobre la libertad de
conciencia y de asociaciones eclesiásticas y religiosas: la Iglesia ortodoxa es
privada de personalidad jurídica, despojada de su propiedad, privada del
derecho a adquirir otras nuevas. En 1918 se sancionó la muerte, por la libertad
de conciencia, de la religión ortodoxa.
EL PATROCINIO DE LA MASONERÍA
La asociación que con más
convicción está patrocinando la libertad de conciencia es la Francmasonería.
Una institución que la iglesia condenó en cientos de documentos desde su
aparición a principios del siglo XVIII:
“de esta fuente de corrupción [masónica] fluye ese
juicio absurdo y erróneo, con algo de delirio, que debemos reconocer y
garantizar a cada uno la libertad de conciencia: error altamente venenoso”,
escribe entonces Gregorio XVI, en la encíclica Mirari vos de 1832.
Dentro de la vida de las logias, durante la ceremonia de iniciación al grado
32 del rito escocés antiguo y aceptado, se habla de libertad de
conciencia: “en el grado 30 aprendimos que
la libertad y, ante todo, la libertad de conciencia con todos sus corolarios,
era el objetivo principal de nuestra orden”.
Cuando defiende la libertad de conciencia, la
francmasonería se refiere estrictamente a la conciencia verdaderamente libre
que cree encarnar. El objetivo
principal de la orden es romper todos los principios innegociables, diríamos
hoy, e imponer a todos sus propias creencias, sostenidas por definición única
de libertad.
La
Masónica y la Católica son sin duda dos visiones del mundo irreconciliables y
contrastantes,
pero no es el contraste entre una posición dogmática que excluye todas las
demás y una tolerante que acepta a todas. El contraste, radical, es entre dos
cosmovisiones incompatibles que son mutuamente excluyentes.
Hoy en día en nombre de la
libertad de conciencia, presenciamos el intento de imponer la adopción de un
código de ética que premia el mal y condena el bien en todo el mundo:
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“cuando un hombre quiere liberarse de la ley moral y ser independiente de Dios, lejos de conquistar su libertad, la destruye. Sustrayéndose del metro de la verdad, se convierte en presa del arbitrio; entre los hombres son suprimidas las relaciones fraternas para dar paso al terror, el odio y el miedo”, decía Ratzinger.
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“cuando un hombre quiere liberarse de la ley moral y ser independiente de Dios, lejos de conquistar su libertad, la destruye. Sustrayéndose del metro de la verdad, se convierte en presa del arbitrio; entre los hombres son suprimidas las relaciones fraternas para dar paso al terror, el odio y el miedo”, decía Ratzinger.
¿HAY ALGUNA POSIBILIDAD QUE LA
ANTIGUA VISIÓN CATÓLICA DE LA PECAMINOSIDAD HUMANA PUEDA SER REVIVIDA?
Sí,
si nos adentramos en otra época de la maldad, como la edad de Hitler y Stalin.
Era
relativamente fácil creer en el pecado original en la época de Hitler y Stalin,
porque ofreció demostraciones diarias de la maldad.
Pero ¿no
hay otra manera de recuperar nuestra sensación de que necesitamos salvación del
pecado?
Todo depende
de lo que entendamos por el pecado.
Si
el pecado es un asunto de inmoralidad a los grande (asesinato,
violación, robo, malversación de fondos, el abuso sexual de menores, la
autodestrucción a través del abuso de drogas y alcohol, etc.), entonces la mayoría de nosotros no somos
pecadores, y no necesitamos redención cristiana.
Pero
si el pecado es una falta de santidad, entonces todos necesitamos la redención,
porque sólo Dios es verdaderamente santo. Nosotros, los humanos no somos santos, y no
podemos hacernos santos. Podemos llegar a ser santos – a ser salvados de
nuestro estado pecaminoso de falta de santidad – sólo por el don de Cristo.
Quizás la raíz del problema es
que nosotros, los modernos no creemos realmente en Dios. A lo más,
semi-creemos. Y en eso jugó su parte la sustitución del libre albedrío por la
libertad de conciencia.
Si de verdad creyéramos en
Dios, tendríamos un fuerte sentido de la santidad de Dios; y si tuviéramos un
fuerte sentido de la santidad de Dios, tendríamos un correspondientemente
fuerte sentido de nuestra propia falta de santidad (es decir, de nuestro pecado);
y esto a su vez nos haría sentir la necesidad de la salvación del pecado.
En este sentido puede ser útil mostrar como algunos
hechos que hoy casi no son pecados, vuelvan
a adquirir el sentido de pecado por el mal que traen a la humanidad, como el
aborto, el divorcio, la corrupción, el sexo fuera del matrimonio, etc.
Hemos tomado los grandes temas, las grandes
categorías de análisis que explican el declive de base del cristianismo. ¿Pero cómo se manifiesta a nivel de la
práctica social actual?
En
la atapa actual, occidente está pulverizando la moral sexual del cristianismo y que hizo
crecer y destacar a la civilización occidental de las otras.
LA ETAPA ACTUAL DE LA
PULVERIZACIÓN DE LA MORAL SEXUAL CRISTIANA
No sólo los secularistas han impuesto su moral
sexual sino que ahora pasaron a
pulverizar los vestigios de la moral cristiana.
El
católico David Carlin, profesor de sociología y filosofía en la
Universidad Rhode Island, escribiendo para The Catholic
Thing, describió un punzante
y a la vez negativo panorama para la ética cristiana en occidente.
La
revolución sexual, que comenzó hace unos 50 o 60 años, ha resultado
en una victoria muy convincente para los revolucionarios secularistas.
La idea cristiana de la
conducta sexual no ha sido sólo derrotada en el primer mundo occidental, sino
que ahora los secularistas están llevando a cabo el siguiente paso, la destrucción
completa – la pulverización, la atomización – de la idea cristiana del sexo.
La idea cristiana del sexo se
derrumbó a partir de la década de 1960. A partir de ahí la fornicación estaba
bien y no tiene por qué ir acompañada de amor o compromiso.
La
anticoncepción no estaba sólo bien sino que se hizo obligatoria, y no sólo para
las parejas casadas. La cohabitación
estaba bien. El aborto estaba bien y empezó a ser legal y fácil de
obtener, y la ONU ahora está en plan de decretarlo un derecho humano.
Tomó
un poco más de tiempo imponer la homosexualidad, pero ese día llegó. Y luego la
aceptación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo cual es una
forma secular de decir no sólo que la homosexualidad es moralmente permisible,
sino que es tan fina y noble como lo que los cristianos piensan que es el mejor
tipo de sexo: el sexo matrimonial.
El
transgénero es otra de las medidas. Es un rechazo de la noción bíblica de que “Dios
los hizo varón y hembra” (Marcos 10: 6), lo que llaman una noción errónea
del mismo Jesús, un rabino de buen corazón, pero de mente estrecha del primer
siglo.
La
poligamia, la poliandria, el matrimonio abierto (adulterio consensual) no son todavía
ampliamente aceptados. Pero lo van a ser, ya que la aceptación de ellos es la
consecuencia lógica del principio fundamental de la revolución sexual, a saber,
el rechazo de la idea cristiana del sexo.
Del mismo modo que la aceptación de la
homosexualidad no vino inmediatamente en la década de 1960, la aceptación de adulterio también se ha
retrasado un par de décadas. Pero llega muy pronto.
No
estamos hablando sólo de la prohibición sino de la etapa que ya comenzó, que es la
pulverización de las opiniones sexuales cristianas.
Si
un cristiano “retrógrado” que no está en “el lado correcto de la historia” (para tomar prestada
una de las locuciones favoritas del presidente Obama), dice que la fornicación es pecado, o que el aborto es homicidio, o que la
homosexualidad no es natural o que la transexualidad es una locura, ya
está siendo denunciado como un intolerante o enemigo o misógeno u homófobo. Sus juicios son considerados “expresiones de odio”. Y estas denuncias de crímenes de pensamiento son
cada vez más frecuentes y lo serán mucho más judicialmente.
Si
los cristianos, la parte vencida, dijeran: “Está bien,
han ganado la guerra. Renunciamos a la lucha por el dominio. ¿Pero no pueden ser misericordiosos?
¿No pueden tolerarnos como una minoría inofensiva, de la forma en que toleramos
a las personas que creen en platillos voladores?”
Los
revolucionarios sexuales seculares, sin embargo, ya están respondiendo: “No, ustedes y su ética del sexo han
preocupado al mundo durante demasiados siglos. Sus crímenes son innumerables e
imperdonables. Hay que asegurarse de que su ética nunca vuelva a echar a
perder los placeres del mundo”.
La consecuencia que sale de lo dicho es que la
pulverización de la concepción cristiana del sexo implica la persecución y aniquilación del cristianismo como un todo.
Foros de la
Virgen María
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