Sentido tradicional
y actual. Contenidos de la Celebración Eucarística. Estructura de la Cuaresma.
Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: Catholic.net
A mediados del siglo II se fijó un domingo como
Pascua anual, aniversario de la Pasión de Cristo. Se relacionó con la Pascua
judía, pero sin coincidir en el mismo día, ya que el Papa Víctor (189-198),
después de una intensa controversia, fijó la Pascua cristiana en el domingo
siguiente al 14 de Nisán, fiesta de la Pascua judía.
I. SÍNTESIS HISTÓRICA
La Cuaresma comenzó, embrionariamente, con un ayuno comunitario de dos días de
duración: Viernes y Sábado Santos (días de ayuno), que con el Domingo formaron
el “triduo”. Era un ayuno más sacramental
que ascético; es decir, tenía un sentido pascual (participación en la muerte y
resurrección de Cristo) y escatológico (espera de la vuelta de Cristo Esposo,
arrebatado momentáneamente por la muerte).
Poco después la Didascalía habla de una preparación que dura una semana en la
que se ayuna, si bien el ayuno tiene ya también un sentido ascético, es decir,
de ayuno, abstinencia, sacrificio, mortificación.
A mediados del siglo III, el ayuno se extendió a las tres semanas antecedentes,
tiempo que coincidió con la preparación de los catecúmenos para el bautismo en
la noche pascual. Era un ayuno de reparación de tres semanas. Se ayunaba todos
los días, excepto el sábado y el domingo.
A finales del siglo IV se extendió el triduo primitivo al Jueves, día de
reconciliación de penitentes (al que más tarde se añadió la Cena Eucarística),
y se contaron cuarenta días de ayuno, que comenzaban el domingo primero de la
Cuaresma. Como la reconciliación de penitentes se hacía el Jueves Santo, se
determinó, al objeto de que fueran cuarenta días de ayuno, comenzar la Cuaresma
el Miércoles de ceniza, ya que los domingos no se consideraban días de ayuno.
Así, la preparación pascual se alargó en Roma a seis semanas –también con ayuno
diario, excepto los días indicados, es decir, sábados y domingos-, de las que
quedaban excluidos el viernes y sábado últimos, pertenecientes al Triduo Sacro
Pero a finales del siglo V, los ayunos tradicionales del miércoles y viernes
anteriores a ese domingo primero de cuaresma cobraron tal relieve, que se
convirtieron en una preparación al ayuno pascual.
Durante los siglos VI-VII varió el cómputo del ayuno. De este modo, se pasó de
una Cuadragésima (cuarenta días: del primer domingo de cuaresma hasta el Jueves
Santo, incluido), a una Quinquagésima (cincuenta días, contados desde el
domingo anterior al primero de Cuaresma hasta el de Pascua), a una Sexagésima
(sesenta días, que retroceden un domingo más y terminan el miércoles de la
octava de Pascua) y a una Septuagésima (setenta días, ganando un domingo más y
concluyendo el segundo domingo de Pascua). Este periodo tenía carácter ascético
y debió introducirse por influjos orientales.
Esta evolución cuantitativa se extendió también a las celebraciones. En efecto,
la Cuaresma más antigua en Roma sólo tenía como días litúrgicos los miércoles y
los viernes; en ellos, reunida la comunidad, se hacía la “statio” cada día en una iglesia diferente. En
tiempos de san León (440-461), se añadieron los lunes. Posteriormente, los
martes y los sábados. El jueves vendría a completar la semana, durante el pontificado
de Gregorio II (715-731).
Al desaparecer la penitencia pública, se expandió por toda la cristiandad,
desde finales del siglo XI, la costumbre de imponer la ceniza a todos los
fieles como señal de penitencia.
Por tanto, la Cuaresma como preparación de la Pascua cristiana se desarrolló
poco a poco, como resultado de un proceso en el que intervinieron tres
componentes: la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la Vigilia
Pascual, la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la
comunidad el Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran
fiesta de la Pascua.
Como consecuencia de la desaparición del catecumenado (o bautismo de adultos) y
del itinerario penitencial (o de la reconciliación pública de los pecadores
notorios), la Cuaresma se desvió de su espíritu sacramental y comunitario,
llegando a ser sustituida por innumerables devociones y siendo ocasión de “misiones populares” o de predicaciones
extraordinarias para el cumplimiento pascual, en las que –dentro de una
atmósfera de renuncia y sacrificio- se ponía el énfasis en el ayuno y la
abstinencia.
Con la reforma litúrgica, después del Concilio Vaticano II (1960-1965), se ha
hecho resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo litúrgico,
pero sin perder la orientación del ayuno, la abstinencia y las obras de
misericordia.
II. SENTIDO TRADICIONAL DE LA
CUARESMA ROMANA
La Cuaresma Romana tradicional tuvo un triple componente: la preparación
pascual de la comunidad cristiana, el catecumenado y la penitencia canónica.
1. Primero, la preparación pascual de la comunidad cristiana.
Según san León, la Cuaresma es “un retiro colectivo
de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el
ejemplo que le dio Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la
celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una
práctica perfecta de la vida cristiana”. Se trataba, por tanto, de un
tiempo –introducido por imitación de Cristo y de Moisés- en el que la comunidad
cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior. Los
variados ejercicios ascéticos que ponía en práctica tenían esta finalidad
última y no eran fines en sí mismos.
2. Segundo, el catecumenado.
Según la Tradición Apostólica, el catecumenado comprendía tres años, durante
los cuales el grupo de los audientes recibía una profunda formación doctrinal y
se iniciaba en la vida cristiana. Unos días antes de la Vigilia Pascual, el
grupo de los elegidos para recibir en ella el Bautismo, se sometía a una serie
de ritos litúrgicos, entre los que tenía especial solemnidad el del sábado por
la mañana. Es el catecumenado simple.
Más tarde, la Iglesia desplazó su preocupación por los audientes a los electi.
Estos se inscribían como candidatos al bautismo al principio de la Cuaresma. En
ella recibían una preparación minuciosa e inmediata.
Pero a principios del siglo VI desapareció el catecumenado simple, se hicieron
raros los bautismos de adultos, y los niños que presentaban para ser bautizados
procedían de medios cristianos. Todo ello provocó una reorganización
prebautismal.
Al principio había tres escrutinios, que consistían en exorcismos e
instrucciones. En la segunda mitad del siglo VI son ya siete. Unos y otros
estaban relacionados con la misa. Primitivamente los tres escrutinios se
celebraban los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma. Después se
desplazaron a otros días de la semana. En esos escrutinios se preguntaba sobre
la preparación de los catecúmenos.
Desde esta perspectiva, es fácil comprender que la preparación de los
catecúmenos y su organización modelase tanto la liturgia como el espíritu de la
Cuaresma. De hecho, los temas relacionados con el bautismo permearon la
liturgia cuaresmal. De otra parte, la comunidad cristiana, aunque ayunaba sin
olvidar a los penitentes, lo hacía pensando sobre todo en los catecúmenos.
La evolución posterior de la preparación bautismal trajo consigo que los
escrutinios se desligasen completamente de la liturgia cuaresmal, provocando
una nueva reorganización. Sin embargo, el mayor cambio afectó a la cuaresma
misma, que pasó a ser el tiempo en que todos los cristianos se dedicaban a una
revisión profunda de su vida cristiana y a prepararse, mediante una auténtica
conversión, a celebrar el misterio de la Pascua. Quedó clausurada la
perspectiva abierta por la institución penitencial y el catecumenado, con
menoscabo de la teología bautismal.
3. Tercero, la penitencia canónica.
La reconciliación de los penitentes sometidos a la penitencia canónica se
asoció al Jueves Santo. Por este motivo, los penitentes se inscribían como
tales el domingo primero de Cuaresma. A lo largo del período cuaresmal
recorrían el último tramo de su itinerario penitencial entregados a severas
penitencias corporales y oraciones muy intensas, con las que ultimaban el
proceso de su conversión. La comunidad cristiana les acompañaba con sus
oraciones y ayunos. Como quiera que los penitentes participaban parcialmente en
la liturgia, es lógico que en ésta quedara reflejada la situación de los
penitentes.
La imposición de la ceniza es, por ejemplo, uno de esos testimonios
penitenciales de la liturgia cuaresmal.
III. SENTIDO DE LA CUARESMA
ACTUAL
La Constitución “Sacrosanctum Concilium” (nn.
109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los
cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera
conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación
en el sacramento de la Reconciliación.
A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las
que se entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como
la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la oración personal y
comunitaria, y otros medios ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el
ayuno y la limosna.
La celebración de la Pascua es, por tanto, la meta a la que tiende toda la
Cuaresma, el núcleo en el que se convergen todas las intenciones y el elemento
que regula su dinamismo. La Iglesia quiere que durante este tiempo los
cristianos tomen más conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer
de la Pascua de Cristo centro de su fe y de su esperanza.
No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o
meramente ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su
misterio; es decir, en la muerte y resurrección del Señor. Esta participación
se realiza mediante el bautismo –recibido o actualizado-, la penitencia –como
muerte al hombre viejo e incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía
–reactualización mistérica de la muerte y resurrección de Cristo-, y por todo
lo que contribuye a que estos sacramentos sean mejor participados y vividos.
IV. LOS CONTENIDOS DE LA
CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
Veamos primero el leccionario, después las oraciones y, finalmente, los
prefacios.
1. El leccionario
Es doble: del dominical y el ferial. El
dominical tiene tres ciclos: A, B, C; el ferial, en
cambio, repite todos los años las mismas lecturas.
En los domingos primero y segundo de todos los ciclos se han conservado las
narraciones de las tentaciones y de la transfiguración, si bien se leen según
los tres sinópticos. En los domingos siguientes se siguen estas narraciones:
Ciclo A: samaritana (tercer domingo: agua
viva), ciego de nacimiento (cuarto domingo: la
luz) y la resurrección de Lázaro (quinto domingo: la vida) , con clara resonancia bautismal. No
aparecen como hechos pasados sino como realidades presentes. Lo que se
prefiguró en el A.T. se actualizó en el N.T. con Cristo.
La primera lectura está muy relacionada con el
evangelio, donde aparecen los grandes temas de la historia salvífica: la
creación del hombre (primer domingo), la vocación de Abraham (segundo domingo),
el agua en el desierto (tercer domingo), la elección y consagración de David
(cuarto domingo) y la visión de la resurrección de Daniel (quinto domingo).
La segunda lectura aporta una contribución
específica de cara a una pedagogía teológica sobre la conversión y el camino
hacia el misterio de la pascua. Supuesta la obra salvífica de Cristo, el paso
primero y decisivo que cada hombre ha de dar es elegir entre Cristo y las
potencias del mal (primer domingo). Una respuesta positiva la encontramos en la
aceptación de Abraham a la propuesta divina de abandonar su patria (segundo
domingo). También nosotros hemos recibido esa llamada en y por Jesucristo, que
ha muerto por nosotros. Esto ha de provocar la conversión y adhesión a Cristo,
temática desarrollada en los últimos domingos.
Ciclo B: la
expulsión de los vendedores del templo (tercer domingo), “tanto amó Dios al mundo” (cuarto domingo), “Si el grano de trigo...” (quinto domingo), con
clara resonancia pascual: morir para resucitar. Este
ciclo ofrece una buena catequesis sacramental. El evangelio del primer domingo
relata la tentación de Cristo en el desierto, pero pone el acento en la
presencia del reino, que exige una conversión sin dilaciones: la buena noticia se dirige a nosotros (primer domingo).
Elegido el camino de la conversión, somos llevados, como Cristo, a la
transfiguración (segundo domingo). De este modo entramos en las tres semanas
inmediatamente anteriores a la Pascua. El anuncio de la muerte y resurrección
es proclamado por el mismo Señor desde el tercer domingo, en el signo del
templo, destruido y reconstruido en tres días. El cuarto domingo presenta un
tema sacramental: el de la serpiente de bronce, signo de Cristo en la Cruz, que
con su muerte y resurrección se convierte en triunfo y vida para quienes creen
en Él. Ese Cristo muerto y resucitado marca el punto culminante del misterio
pascual: la reconstrucción del hombre y del mundo (quinto domingo).
Las orientaciones de la primera lectura son fundamentales: alianza con Noé, que
encuentra su plena realización en Cristo (primer domingo) y alianza con
Abraham, que inaugura el verdadero sacrificio, consistente en cumplir, con
Cristo, la voluntad del Padre (segundo domingo). El tema de la Alianza continúa
en los siguientes domingos. Esta se concreta en el don de la ley, sobre todo en
la ley del amor (tercer domingo). Al don divino de la ley debe corresponder el
pueblo, aceptando su palabra y cumpliendo su mensaje (cuarto domingo). La alianza
ha de ser aceptada sobre todo en el corazón, pues se trata de que el Padre
pueda decir “yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo” (quinto domingo). La teología de estas lecturas es la de la
Alianza, que será reiterada y realizada plenamente en el misterio pascual.
La segunda lectura son concreciones morales que se derivan de esta alianza que
Dios ha hecho con nosotros: llevar una vida digna,
propia de un cristiano.
Ciclo C: Es una llamada a la conversión a Dios. Los domingos
primero y segundo presentan también las tentaciones y la transfiguración. Los
otros domingos desarrollan el tema de la paciencia y del perdón de Dios: el
Señor es paciente y sabe esperar (tercer domingo: “Si
no os convertís, todos pereceréis”), aguarda nuestro retorno con los
mismos anhelos y actitudes que el padre del hijo pródigo (cuarto domingo) y nos
acoge si nos convertimos; basta con que ese arrepentimiento sea sincero y no
queramos pecar más (quinto domingo: la mujer adúltera). Todos estos domingos
están orientados, por tanto, en la misma dirección: la conversión, la paciencia
divina y el perdón, concedido a quienes, sintiéndose culpables, se esfuerzan
por cambiar de vida.
La primera y la segunda lectura están muy unidas entre sí en todos los
domingos. El Señor, por tanto, nos salva si elevamos a Él nuestro grito
(primera lectura del primer domingo), que es el grito de la fe (segunda lectura
del primer domingo). Como Él quiere realmente salvarnos, toma la iniciativa de
la alianza con los hombres (primera lectura del segundo domingo), la cual
realiza en Cristo, y con tal perfección que somos ciudadanos del cielo y
aguardamos la transformación de nuestro cuerpo a semejanza del suyo (segunda
lectura del segundo domingo). Para realizar la salvación, Dios quiere estar
presente en medio de su pueblo y manifestarse a Moisés en la zarza ardiente
(primera lectura del tercer domingo). Pero esa presencia es insuficiente: se
requiere una respuesta de fe y de fidelidad (segunda lectura del tercer
domingo). Llegamos así a un punto importante de la historia de la salvación: el Pueblo de Dios celebra la Pascua en la tierra
prometida (primer lectura del cuarto domingo). También el bautizado se
encuentra en una tierra prometida: el mundo nuevo, redimido por la muerte y
resurrección de Jesucristo, mundo que él debe reconciliar realmente con Dios
(segunda lectura del cuarto domingo). Sin embargo, mientras dura su
peregrinación en el desierto de este mundo (primera lectura del quinto
domingo), el bautizado ha de sentir, con progresiva intensidad, la fuerza de la
resurrección de Cristo y entrar en comunión con los sufrimientos de su pasión,
reproduciendo en sí mismo la muerte de Cristo, con la esperanza de una
resurrección gloriosa (segunda lectura del quinto domingo).
El domingo de
Ramos se lee la Pasión del Señor de los tres sinópticos.
Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren, como dijimos, a la historia de
la salvación, que es uno de los temas específicos y clásicos de la catequesis
cuaresmal. Los textos varían cada año, pero siempre recogen los principales
momentos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la Nueva
Alianza.
Las lecturas del apóstol han sido seleccionadas con este criterio: que estén relacionadas con las del evangelio y las del
A.T. y, en cuanto sea posible, tengan una adecuada conexión con ellas.
En cuanto a las lecturas feriales, de los
días de semana se han seleccionado de modo que tengan una mutua relación y
tratan una serie de temas propios de la catequesis cuaresmal, acomodados al
significado espiritual de este tiempo. A partir del lunes de la cuarta semana
se lee, en forma semicontinua el evangelio de san Juan, donde aparecen los
textos de este evangelio que mejor responden a las peculiaridades de la
Cuaresma.
Podemos
sintetizar así las lecturas feriales:
- El bautismo es una purificación (curación
de Naamán, el hijo del centurión, la piscina de Betsaida).
- Para que las aguas bautismales sean activas
y podamos participar en la resurrección bautismal, se requiere la fe, cuyo
modelo es la fe de Abraham.
- Pero estamos en camino hacia la pascua:
somos salvados en la muerte y resurrección de Cristo. Por eso, el episodio
de José, vendido por sus hermanos, la parábola de los viñadores homicidas,
las conspiraciones contra el justo y las tentativas de apresar a Jesús –el
cordero conducido al matadero-, las agitaciones contra Jesús, la serpiente
de bronce y Cristo levantado en la cruz, evocan la pasión inminente del
Señor, en la cual radica nuestra liberación.
Junto a esta tipología bautismal (bautismo, fe, pascua) se inserta la
penitencial, pues la acción de Dios exige la cooperación del hombre.
Unidos con ella están los temas de la conversión, el perdón, el amor al
prójimo, y los medios que a ellos conducen: la gracia, la oración, la renuncia
personal (humildad, ayuno, limosna, etc.).
2. Las oraciones
La temática de las oraciones cuaresmales es muy rica. Se ha cuidado mucho
que reflejen el tema principal de la Pascua, ya que la cuaresma es, sobre
todo, una preparación a la misma. Varias oraciones hablan del sentido
escatológico de la cuaresma y de la pascua.
Otras oraciones se refieren al bautismo, bien como nuevo nacimiento, bien
como sacramento de la fe. Sin embargo, el elemento bautismal es menos rico
que en el leccionario.
Tampoco faltan textos relativos al tema del ayuno, contemplado en una
perspectiva más amplia que la mera abstención de alimentos, aunque este
aspecto también está acentuado. Tanto el ayuno como las otras obras
penitenciales tienen que ayudar a la conversión del corazón y a una
verdadera renovación espiritual (ayuno, oración, limosna). También hay
oraciones referidas a la penitencia, desde un aspecto positivo. Otras
hablan de la necesidad de alimentarse de la Palabra de Dios.
Y en las oraciones de poscomunión los temas son los de la purificación del
mal, del pecado, de las malas costumbres; y los que se refieren al
crecimiento en el bien y en la vida cristiana. Es decir, a los aspectos
positivos y negativos de la salvación.
3. Los prefacios.
Son nueve prefacios. El más rico es el
primero, que presenta una síntesis completa de la cuaresma: preparación a la celebración de la pascua por medio
de la purificación en la alegría del Espíritu, que la convierten por ello
en tiempo ascético fuerte –caracterizado por la oración y la caridad-, y
en tiempo sacramental, por la actualización y renovación de los
sacramentos pascuales, en los que la Pascua nos hace plenamente partícipes.
Los otros tres se refieren a la penitencia del espíritu, a los frutos de
la abstinencia y a los frutos del ayuno, respectivamente.
Los prefacios dominicales expresan en su embolismo los temas de las
lecturas evangélicas.
V. ESTRUCTURA DE LA
CUARESMA
En la Cuaresma actual pueden distinguirse las siguientes partes: miércoles
de ceniza, los domingos I-II y III-V, las ferias de las semanas I-V, el
domingo VI, las ferias II-IV de la semana santa y la misa crismal.
Centremos la atención en el miércoles de ceniza.
MIÉRCOLES DE CENIZA
La ceniza es un signo de penitencia muy fuerte en la Biblia (cf. Jn 3, 6;
Jdt 4, 11; Jer 6, 26). Recuerda una antigua tradición del pueblo hebreo,
que cuando se sabían en pecado o cuando se querían preparar para una
fiesta importante en la que debían estar purificados se cubrían de cenizas
y vestían con un saco de tela áspera. De esta forma nos reconocemos
pequeños, pecadores y con necesidad de perdón de Dios, sabiendo que del
polvo venimos y que al polvo vamos.
Siguiendo esta tradición, en la Iglesia primitiva eran rociados con
cenizas los penitentes “públicos” como
parte del rito de reconciliación, que recibirían al final de la cuaresma,
el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito
penitencial y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se
presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión. Al
desaparecer la penitencia “pública” allá
en el siglo XI, la Iglesia conservó este gesto penitencial para todos los
cristianos, que se reconocían pecadores y dispuestos a emprender el camino
de la conversión cuaresmal.
El Pueblo de Dios tiene un particular aprecio por el miércoles de ceniza:
sabe que ese día comienza la Cuaresma. Y participando del rito de la
ceniza –acompañado del ayuno y la abstinencia- manifiesta el propósito de
caminar decididamente hacia la Pascua. Ese recorrido pasa por la
conversión y la penitencia, el cambio de vida, de mentalidad, de corazón.
La ceniza está hecha con ramos de olivos y otros árboles, bendecidos el
año precedente en el domingo de Ramos, siguiendo una costumbre muy antigua
(siglo XII). El domingo de Ramos eran ramas que agitábamos en señal de
victoria y triunfo. ¿Y ahora? Esas
mismas ramas se han quemado y son ceniza: lo que fue signo de victoria y
de vida, ramas de olivo, se ha convertido pronto en ceniza. Así es todo lo
creado: polvo, ceniza, nada.
Se bendice con una fórmula que se refiere a la situación pecadora de
quienes van a recibirla, a la conversión y al inicio de la Cuaresma; a la
vez que pide la gracia necesaria para que los cristianos, siendo fieles a
la práctica cuaresmal, se preparan dignamente a la celebración del
misterio pascual de Jesucristo.
El rito es muy sencillo: el sacerdote impone la ceniza a cuantos se
acercan a recibirla, mientras dice una de estas dos fórmulas: “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” o
“Conviértete y cree en el Evangelio”. La
primera es la clásica y está inspirada en Gn 3, 19; la segunda es de nueva
creación y se inspira en Mc 1, 15. Las dos se complementan, pues mientras
la una recuerda la caducidad humana –simbolizada en el polvo y la ceniza-,
la otra apunta a la actitud de conversión interior a Cristo y a su
evangelio, actitud específica de la Cuaresma.
EL SIMBOLISMO
- La condición débil y caduca del hombre,
que marcha inexorablemente hacia la muerte, lo cual provoca pensamientos
de honda meditación y humildad, y da a la vida cristiana seriedad en los
planteamientos y compromisos. La ceniza es la combustión por el fuego de
las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la primera
página de la Biblia cuando se nos cuenta que “Dios
formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2, 7). Eso es lo que
significa el nombre de “Adán”. Y se le
recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn
3, 19). Por extensión representa la conciencia de la nada, de la nulidad
de la creatura con respecto al Creador, según las palabras de Abraham: “Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi
Señor” (Gn 18, 27). Esto nos lleva a todos a asumir una actitud de
humildad (humildad viene de humus, tierra): polvo y ceniza son los hombres
(Si 17, 32), “todos caminan hacia una misma
meta: todos han salido del polvo y al polvo retornan (Sal 104, 29).
Por tanto, la ceniza significa también el
sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (42, 6) es explícitamente signo de dolor y de penitencia. De
aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los
monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con
ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los
alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la
consagración de una iglesia.
- La condición pecadora del hombre y la
penitencia interior,
la necesidad de conversión, la tristeza por el mal que habita en el
corazón humano, la actitud de liberación de cuanto contradice la condición
bautismal, y la decisión firme de emprender el camino que conduce a
participar en la Muerte y Resurrección de Cristo. Además de caducos
(primer significado), somos pecadores. Las lecturas del miércoles de
ceniza (Jl 2, 2 Cor 5 y Mt 6) son llamadas apremiantes a la conversión: “Conviértanse de todo corazón...déjense reconciliar
con Dios”. Se trata de iniciar un “combate
cristiano contra las fuerzas del mal” (colecta). Y todos tenemos
experiencia de ese mal. Por eso tienen sentido “estas
cenizas que vamos a imponer sobre nuestras cabezas en señal de penitencia”
(monición inicial). En la Biblia el gesto simbólico de la ceniza es
uno de los más usados, como dijimos, para expresar la actitud de
penitencia interior. Las malas noticias (la muerte de Elí, la de Saúl) las
traen mensajeros con vestidos rotos y cubierta de polvo la cabeza (cf. 1 S
2, 12; 2 Sa 1, 2); las calamidades se afrontan con el mismo gesto: “Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba (la amenaza
contra el pueblo) rasgó sus vestidos, se vistió de saco y ceniza y salió
por la ciudad lanzando grandes gemidos” (Estimado en Cristo, padre
4, 1): “Josué desgarró sus vestidos, se postró
rostro en tierra y todos esparcieron polvo sobre sus cabezas y oraban a Yahvé” (Jos 7,
6). Israel llora su mal con saco y ceniza, hay
duelo, porque viene el saqueador sobre nosotros” (Jr 6, 26). La
penitencia se manifiesta así: “retracto mis
palabras, me arrepiento en el polvo y las cenizas” (Jb 42, 6). El
ejemplo típico es el de Nínive ante la predicación de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno
y se vistieron de saco, y el rey se sentó en la ceniza” (Jon 3,
5-6).
- La oración (al estilo de Judit 9, 1, o de los hombres
de Macabeo en 2 Mac 10, 25), la súplica ardiente al Señor para que venga
en nuestro auxilio. Otras veces aparece la ceniza en la Biblia como
expresión de una plegaria intensa, con la que se quiere pedir la salvación
de Dios. Judit pide la liberación de su pueblo: “rostro
en tierra, echó ceniza sobre su cabeza, dejó ver el saco que tenía puesto
y clamó al Señor en alta voz” (Jdt 9, 1). Todo el pueblo se postró
también ante Dios, “se cubrieron de ceniza sus
cabezas y extendieron las manos ante el Señor” (Jdt 4, 11). “Los hombres del Macabeo, en rogativas a Dios,
cubrieron de polvo su cabeza y ciñeron de saco su cintura, y pedían a
Dios” (2 M 10, 25). Cuando la comunidad cristiana quiere empezar la
“subida a Jerusalén”, unida a Cristo, y
anhela verse liberada del mal y llena de la vida de la Pascua, es bueno
que intensifique su oración con gestos como éste, que es a la vez acto de
humildad, de conversión y de súplica ardiente ante el que todo lo puede,
incluso llenar de vida nueva nuestra existencia.
- La resurrección,
dado que las cenizas de este día recuerdan no sólo que el hombre es polvo,
sino también que está destinado a participar en el triunfo de Cristo. A
través de la renuncia, de la cruz y de la muerte, Dios convierte la ceniza
en trigo que cae en la tierra y produce fruto abundante: muriendo con
Cristo al pecado, resucitaremos con Él a la nueva vida. Venimos del polvo,
es cierto, y nuestro cuerpo mortal tornará al polvo. Pero eso no es toda
nuestra historia ni todo nuestro destino. Nuestra ceniza tiene ya el
germen de la vida nueva. Es ceniza pascual. Nos recuerda que la vida es
cruz, muerte, renuncia, pero a la vez nos asegura que el programa pascual
es dejarse alcanzar por la Vida Nueva y gloriosa del Señor Jesús. Como el
barro de Adán, por el soplo de Dios, se convirtió en ser viviente, nuestro
barro de hoy, por la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús está
destinado también a la vida de Pascua. De las cenizas Dios saca vida. Como
el grano de trigo que se hunde en la tierra. A través de la cruz, Cristo
fue exaltado a la vida definitiva. A través de la cruz, el cristiano es
también incorporado a la corriente de la vida pascual de Cristo. Por eso,
Pablo nos anuncia que hoy es “un día de gracia
y salvación” (segunda lectura).
- La Pascua, pues la ceniza del comienzo de la cuaresma
se encontrará con el agua purificadora en la Vigilia Pascual: lo que es
signo de muerte y destrucción, se trocará en fuente de vida en la Vigilia
Pascual, gracias a las aguas regeneradoras del Bautismo. La Cuaresma se
convierte, desde su primer momento de ceniza en “sacramento
de la Pascua”, en signo pedagógico y eficaz de un éxodo, de un “tránsito” de la muerte a la vida. La ceniza
es el símbolo de que participamos en la cruz de Cristo, de que “el hombre es llamado a tomar parte en el dolor de
Dios hasta la muerte del Hijo eterno el Viernes Santo” (Juan Pablo
II, cuaresma de 1982), para con el pasar a la vida podamos llegar con el
corazón limpio a la celebración del misterio pascual de Cristo, y alcanzar
la imagen de Cristo resucitado.
Por tanto, el miércoles de ceniza es una llamada a la conversión, como
comunidad cristiana y como Iglesia. La Cuaresma es el gran tiempo de
preparación a la Pascua. La Iglesia nos invita a aprovechar este “tiempo favorable” y a prepararnos para la
celebración del Misterio Pascual de Jesucristo. Por eso, la Cuaresma
debería ser como un “gran retiro espiritual” vivido
por toda la Iglesia, porque es un itinerario penitencial, bautismal y
pascual. La Cuaresma es también el tiempo propicio para la oración
personal y comunitaria, alimentada por la Palabra de Dios y propuesta
cotidianamente en la liturgia.
Desde el Miércoles de ceniza, se nos ofrece una serie de medios para
llevar a cabo esta purificación y renovación interior: la limosna, la oración, el ayuno, la escucha de la
Palabra de Dios, el sacramento de la Reconciliación y la conversión.
CONCLUSIÓN
Comencemos nuestro camino por el desierto con buen ánimo, y así llegaremos
a la tierra prometida de la Pascua. Volvamos a la casa del Padre llevando
en el corazón la confesión de nuestras culpas, como ese hijo pródigo.
La Cuaresma es tiempo de oración intensa y alabanza prolongada; es tiempo
de penitencia y ayuna. Es tiempo de obras de misericordia. Pero todo esto
comienza por un profundo cambio de mentalidad y, más radicalmente, por la
conversión del corazón.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu
firme, para que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el
combate cristiano contra las fuerzas del mal.