Murió en activo a los
93 años: fue «un gigante espiritual» de fe y humildad.
Ed
Thompson, fallecido con 93 años, considera sus últimos 23 años como los más
felices de su vida sacerdotal, ya libre de alcohol.
A
mediados de febrero falleció Ed
Thompson, un sacerdote muy querido por sus fieles y con una historia turbulenta y difícil marcada por
el alcohol y la presencia constante de la gracia de Dios, incluso en
forma de encuentros improbables para rescatarle. Tenía 92 años y era el
sacerdote más anciano en activo en la diócesis de Orlando, en Florida, donde
durante más de veinte años sirvió en la iglesia de Santa María Magdalena, en
Altamonte Springs.
Entre sus amigos figuró un joven bloguero, Brandon Vogt, casado y con cinco hijos, uno de los cuales se ha hecho célebre en Youtube jugando a decir misa. El padre Thompson fue el director espiritual de Brandon desde su conversión al catolicismo en 2008, y además le casó y bautizó a sus hijos. "Pasamos cientos de horas juntos en la última década", recuerda.
La historia de este sacerdote merecía ser conservada en su propia voz, y es lo que hizo Brandon unos meses antes de su fallecimiento: le grabó 22 minutos en un inglés muy claro que presentan la semblanza de un hombre humilde que da cuenta pormenorizada de sus pecados: abandonó dos veces el sacerdocio por culpa del alcohol y volvió a él en unas circunstancias sorprendentes que le dejaron 23 años finales de una felicidad sacerdotal como nunca la había vivido.
Edward Thompson nació el 29 de mayo de 1923 en Filadelfia (Pennsylvania), ocho minutos antes que su hermano gemelo, David, también sacerdote y futuro obispo de Charleston.
PUDIERON MORIR ABORTADOS
Su madre, Kate, tenía un delicado estado de salud, y los médicos le dijeron que si seguía adelante con el embarazo podía morir durante el parto o contraer una artritis reumatoide crónica. Le aconsejaron abortar. Ella ni se lo planteó. Era "una auténtica señora irlandesa", evoca el anciano sacerdote, cuyo padre era viajante de comercio.
"Así que nosotros nacimos, y efectivamente ella contrajo una artritis reumatoide", recuerda Thompson: "Y los dolores le duraron, creedlo o no, hasta el día en que David y yo concluimos el seminario".
El día del parto, a consecuencia de sus problemas físicos, Kate no pudo sostener en brazos a sus hijos: "Lo primero que hizo con nosotros fue coger nuestra manita derecha y hacer sobre nuestro cuerpo la señal de la cruz. Ya como sacerdotes, siempre hemos considerado que fue por ese comienzo que ella quiso para nosotros por lo que nosotros hacíamos la señal de la cruz sobre el pueblo de Dios".
EL EMPEÑO EN SER SACERDOTE
Edward y David fueron a un colegio católico y a un instituto católico. Eran tan parecidos que incluso sus padres les confundían. El padre Thompson cuenta una anécdota: un día David se había ganado una azotaina, pero se la dio a Ed. Cuando terminó, le dijo: "Dile a Edward que entre". "Yo le respondí: 'Papá, el que está fuera es David'. No tuvo corazón para pegarle a él lo que me había pegado a mí, de lo atribulado que se quedó".
Edward recibió el "regalo" de la vocación sacerdotal cuando tenía 11 años: "Pero hubo distracciones en el camino. Yo era un chico normal, no era especialmente piadoso ni iba a todas partes con un rosario en la mano. Jugaba al fútbol, al baloncesto o al béisbol como cualquier otro. En el instituto salí con chicas y bailé las canciones de Tommy Dorsey y Frank Sinatra en el hotel Bellevue-Stratford de Filadelfia. Tuve una novia formal. Trabajé un año en Westinghouse, un buen trabajo. Estaba haciendo mucho dinero, y necesitábamos ese dinero, porque era tiempo de guerra. Fue entonces cuando le dije a mis padres que quería ser sacerdote".
Su hermano se había ido al seminario el año anterior, y su padre insinuó que se estaba dejando arrastrar por él: "¿No te importa tu casa? ¿No puedes ser diferente a tu hermano". La reacción de su madre no fue mejor: "Vuelve a trabajar, necesitamos el dinero".
En cuanto al párroco... "Me decía: 'Estoy de acuerdo con tus padres'. Yo decía: pero ¿qué está pasando? ¡Yo quiero ser sacerdote! ¿Mis padres me están bloqueando? No era eso. Me estaban probando. Querían estar seguros de que yo podía hacerlo y de que lo hacía por la razón correcta".
Cuando aprobó el examen de ingreso en el seminario San Carlos de Filadelfia, confiesa que sintió "una gran paz": "Yo sabía lo que quería hacer, sabía lo que debía hacer. La única duda que tenía era si podría aprobar los estudios para ser sacerdote. Gracias a Dios se me dio ese regalo. Nunca quise ser otra cosa que sacerdote, y así sigue siendo 63 años después".
Los gemelos Thompson: su vocación comenzó a fraguarse al nacer. Siempre interpretaron la primera bendición de su madre como premonitoria de las bendiciones que ellos impartirían después.
SEGUIDORES DEL OBISPO FULTON J. SHEEN
Los hermanos Thompson tenían una gran admiración por el obispo Fulton J. Sheen (1895-1979), uno de los prelados más influyentes en los años 50 y 60 en Estados Unidos, por su presencia en los medios (la radio y la incipiente televisión) y su impresionante oratoria, y actualmente en proceso de beatificación: "Era nuestro héroe. David y yo le venerábamos. Queríamos ser como él".
Le seguían a cualquier parte donde hablara, en la medida de lo posible. Incluso en el seminario, como no tenían radio en la habitación, salían al pasillo y se sentaban a la puerta, para escuchar la radio del rector, que ponía a los alumnos sus discursos impresionantes: "He leído todos los libros que escribió, y son unos setenta. Y los sigo leyendo: me entretienen, me inspiran, y le comprendo, por la magnífica habilidad que tenía para coger los temas más elevados y hacerlos accesibles a los más bajos. Era un magistral predicador de la Palabra de Dios, y yo siempre quise tener su entusiasmo. No quise imitarle, pero sí tener su entusiasmo. Cuando David y yo hablábamos sobre lo que íbamos a decir en el sermón del domingo -y lo hacíamos todas las semanas-, siempre cogíamos lo que hubiese dicho Fulton Sheen sobre ese asunto particular".
Un día fueron a Nueva York a escucharle en directo en el estudio en un programa de The Catholic Hour. Sheen les divisó entre el público: "Cuando vio el negro de nuestras vestiduras, se dirigió al resto de asistentes y dijo: '¡Seminaristas!'. Luego le cambió la mirada y exclamó: '¡Gemelos! Dios os quiere'. Nos abrazó y nos dijo: 'Hagáis lo que hagáis, perseverad, perseverad, perseverad. Sed buenos y santos sacerdotes católicos'".
El padre Ed fue ordenado sacerdote en 1951, y poco después fue nombrado director de vocaciones de la archidiócesis de Filadelfia. "Su labor aún hoy se considera legendaria", explica Brandon. Llegaron a ordenarse cien seminaristas al año. Le concedieron el título honorífico de monseñor, aunque él jamás lo usó. En las jornadas de oración por las vocaciones, para llenar la catedral el padre Thompson recurría a los mejores oradores y a las personalidades más eminentes. El obispo Sheen estuvo dos veces y coincidió en una de ellas con la Madre Teresa de Calcuta.
UN INFIERNO QUE COMENZÓ... CON KENNEDY
"Tras ser director de vocaciones durante doce años, en 1974 me dieron una parroquia en Filadelfia. Pero yo tenía un problema. La bebida. Yo era un auténtico alcohólico", confiesa el anciano sacerdote al comenzar a evocar la parte más dura de su vida: "Sólo duré un año. Estaba tan enfermo y tan avergonzado que al cabo de ese tiempo dejé la parroquia".
¿Cómo había adquirido ese mal hábito? Fue en 1960, cuando se juntó en un bar con otros sacerdotes para celebrar la victoria de John F. Kennedy en las elecciones, que llevaría por primera vez a un católico (y de origen irlandés, cómo él) a la Casa Blanca. Aquel día bebieron un poco de más, pero lo que para otros fue algo episódico, jovial e intrascendente, para el padre Edward se convirtió en una esclavitud, porque quiso repetir al día siguiente, y al siguiente...
Tras el fracaso en su parroquia, se trasladó a Florida: "Durante un año trabajé en un cementerio, vendiendo tumbas", explica con la voz aún ahogada por el dolor del recuerdo. "Mi hermano David nunca me llamó, nunca intentó rescatarme. Mi madre le decía: 'Ve a buscar a Edward, tráele de vuelta'. Pero David le decía, con razón: 'Iré cuando él quiera que vaya'. Seis meses después, le llamé. Y me dijo: 'Edward, eres un alcohólico. Y eres un mentiroso'. Porque un alcohólico tiene que mentir para sobrevivir, no puedes sobrevivir diciendo la verdad".
Entonces Edward hizo el programa de Alcohólicos Anónimos. Su hermano arregló las cosas para que pudiese vivir en una casa de los religiosos del Sagrado Corazón: "Estuve un año para volver a mi vida anterior. Tenía un trabajo. Salía todos los días a las cinco de la mañana para alimentar a los cerdos... Así que la historia del hijo pródigo tiene mucho en común con la mía".
LA SENTENCIA MÁS ESPANTOSA
"Se me dio una segunda oportunidad para ser un sacerdote activo en Reno, Nevada. El obispo me acogió, y al cabo de un año me hizo miembro oficial de la diócesis. ¿Y sabes lo que hice cuando lo supe, para celebrarlo?", recuerda con el dolor transparente en su rostro: "Lo celebré bebiendo un whisky escocés. No me cazaron hasta un año después".
Le enviaron a varios centros de rehabilitación, que pagó su familia, porque la diócesis no podía "Me mandaron a la última casa de retiro y al finalizar me dijeron: 'Te vamos a despedir. Tendrás que valerte por ti mismo'". El obispo le retiró todas sus facultades: "Nunca volverás a ejercer como sacerdote", le dijo. La decisión fue devastadora para él y le sumió aún más en un vicio del que no conseguía salir ni siquiera para ser lo único que quería ser: sacerdote.
LA LLAMADA DE LA PROVIDENCIA
Se enteró entonces de que una persona que vivía en Florida quería contactar con él. Se había dirigido a la archidiócesis de Filadelfia, donde le habían dicho que estaba en algún lugar de Nevada. Ella escribió entonces a la diócesis de Reno, donde, sin revelarle la situación del padre Ed, le tomaron el nombre y el teléfono.
A él no le sonaba el nombre, pero llamó. Y recordó. Era una mujer que, treinta años atrás, le había confiado que Dios le hablaba, y que quería vivir una vida consagrada, pero no en una orden religiosa. Había hablado con muchos sacerdotes, pero ninguno creyó que Dios le hablase. Edward sí. No se había casado, pero vivía consagrada a Dios en soltería.
"¿Por qué me llamas?", recuerda el padre Thompson que le dijo: "Y ella me contestó: 'Porque Jesucristo me dijo que estaba usted en dificultades y que le ayudase. Usted fue el único que me creyó cuando hace treinta años le conté que Jesús y yo hablábamos'".
"Y yo le dije: 'Necesito tu ayuda. No tengo a dónde ir, salvo el suelo. ¿Tienes alguna habitación para mí para que pueda conseguir un trabajo'. Me dijo: 'Sí'".
El lugar era... cerca de la parroquia de Santa María Magdalena, en Altamonte Springs. Su último destino.
DICIÉNDOLE MISA A LOS GATOS
"Así que en julio de 1990 o 19991 aterricé en la puerta de la casa de aquella señora, aquí en Maitland Avenue. Entré. 'Esta es tu habitación', me dijo. ¡Había cuatro gatos, y yo realmente temía a los gatos!": trabajó limpiando, cortando la hierba, yendo a la compra porque aquella señora estaba enferma y no podía cargar con bolsas.
Asistía discretamente a la cercana parroquia. Su condición de sacerdote retirado acabó siendo conocida. El párroco de entonces, Paul Henry, le invitó a contarle su historia. Cuando lo hizo, le recomendó volver a Alcohólicos Anónimos. Y esta vez el padre Edward Thompson dejó de beber de verdad.
"Se me permitió decir misa en mi habitación, yo solo, con los gatos como únicos feligreses. Luego se me dio la oportunidad de trabajar en la parroquia: enseñar a los monaguillos, enseñar las Escrituras, hacer las lecturas... Y finalmente ocurrió un milagro: el obispo [de Orlando], Thomas Grady, consiguió del obispo de Reno-Las Vegas que me permitiese volver a ejercer como sacerdote", recuerda emocionado.
LOS AÑOS MÁS FELICES
"Y durante los últimos 23 años he tenido la alegría de ser sacerdote parroquiano, aquí en la parroquia de Santa María Magdalena. Han sido los 23 años más felices de mi vida sacerdotal, de toda mi vida. He estado bajo la dirección del padre Charlie, que ha sido el perfecto pastor para mí y es mi querido amigo... Tanto que hemos acordado que algún día nuestras tumbas estén juntas. ¡Ha sido un tiempo muy alegre!", exclama.
"Ahora no tengo la capacidad física para hacer todas las cosas que me gustaría. El padre Charlie me da toda la ayuda que necesito. Digo misa, confieso, enseño las Escrituras... Y te diré una cosa", concluye: "Si hago esas cosas y las hago bien es porque he encontrado sacerdotes maravillosos".
"Queridos amigos", se despide: "Hay algo que quiero deciros antes de ir al otro mundo, al importante. Hagáis lo que hagáis, recibid a Jesucristo en la Santísima Eucaristía. Él está ahí, Él es nuestro Redentor, sólo la Iglesia católica tiene a Cristo en la Eucaristía. No os rindáis. Él está siempre con vosotros. Dios os ama".
EL ADIÓS, UNA ABSOLUCIÓN
El padre Edward Thompson "fue un gigante espiritual y dejó un legado inmenso", evoca Brandon al resumir la vida del hombre cuyo testimonio nos ha ofrecido: "Todos los que le conocieron quedaron impresionados por su profunda fe y su misericordia. Pero pocos conocían toda su historia".
Brandon se confesó con él pocas semanas antes de morir, en el último día que se sentó en el confesionario. "Escuché su voz temblorosa y vi en sus ojos llorosos que él sabía que era nuestro último encuentro. Las últimas palabras que me dijo fueron: 'Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Brandon, Dios te ama, yo te amo'. Nos abrazamos, nos dijimos adiós. Eso fue todo".
Entre sus amigos figuró un joven bloguero, Brandon Vogt, casado y con cinco hijos, uno de los cuales se ha hecho célebre en Youtube jugando a decir misa. El padre Thompson fue el director espiritual de Brandon desde su conversión al catolicismo en 2008, y además le casó y bautizó a sus hijos. "Pasamos cientos de horas juntos en la última década", recuerda.
La historia de este sacerdote merecía ser conservada en su propia voz, y es lo que hizo Brandon unos meses antes de su fallecimiento: le grabó 22 minutos en un inglés muy claro que presentan la semblanza de un hombre humilde que da cuenta pormenorizada de sus pecados: abandonó dos veces el sacerdocio por culpa del alcohol y volvió a él en unas circunstancias sorprendentes que le dejaron 23 años finales de una felicidad sacerdotal como nunca la había vivido.
Edward Thompson nació el 29 de mayo de 1923 en Filadelfia (Pennsylvania), ocho minutos antes que su hermano gemelo, David, también sacerdote y futuro obispo de Charleston.
PUDIERON MORIR ABORTADOS
Su madre, Kate, tenía un delicado estado de salud, y los médicos le dijeron que si seguía adelante con el embarazo podía morir durante el parto o contraer una artritis reumatoide crónica. Le aconsejaron abortar. Ella ni se lo planteó. Era "una auténtica señora irlandesa", evoca el anciano sacerdote, cuyo padre era viajante de comercio.
"Así que nosotros nacimos, y efectivamente ella contrajo una artritis reumatoide", recuerda Thompson: "Y los dolores le duraron, creedlo o no, hasta el día en que David y yo concluimos el seminario".
El día del parto, a consecuencia de sus problemas físicos, Kate no pudo sostener en brazos a sus hijos: "Lo primero que hizo con nosotros fue coger nuestra manita derecha y hacer sobre nuestro cuerpo la señal de la cruz. Ya como sacerdotes, siempre hemos considerado que fue por ese comienzo que ella quiso para nosotros por lo que nosotros hacíamos la señal de la cruz sobre el pueblo de Dios".
EL EMPEÑO EN SER SACERDOTE
Edward y David fueron a un colegio católico y a un instituto católico. Eran tan parecidos que incluso sus padres les confundían. El padre Thompson cuenta una anécdota: un día David se había ganado una azotaina, pero se la dio a Ed. Cuando terminó, le dijo: "Dile a Edward que entre". "Yo le respondí: 'Papá, el que está fuera es David'. No tuvo corazón para pegarle a él lo que me había pegado a mí, de lo atribulado que se quedó".
Edward recibió el "regalo" de la vocación sacerdotal cuando tenía 11 años: "Pero hubo distracciones en el camino. Yo era un chico normal, no era especialmente piadoso ni iba a todas partes con un rosario en la mano. Jugaba al fútbol, al baloncesto o al béisbol como cualquier otro. En el instituto salí con chicas y bailé las canciones de Tommy Dorsey y Frank Sinatra en el hotel Bellevue-Stratford de Filadelfia. Tuve una novia formal. Trabajé un año en Westinghouse, un buen trabajo. Estaba haciendo mucho dinero, y necesitábamos ese dinero, porque era tiempo de guerra. Fue entonces cuando le dije a mis padres que quería ser sacerdote".
Su hermano se había ido al seminario el año anterior, y su padre insinuó que se estaba dejando arrastrar por él: "¿No te importa tu casa? ¿No puedes ser diferente a tu hermano". La reacción de su madre no fue mejor: "Vuelve a trabajar, necesitamos el dinero".
En cuanto al párroco... "Me decía: 'Estoy de acuerdo con tus padres'. Yo decía: pero ¿qué está pasando? ¡Yo quiero ser sacerdote! ¿Mis padres me están bloqueando? No era eso. Me estaban probando. Querían estar seguros de que yo podía hacerlo y de que lo hacía por la razón correcta".
Cuando aprobó el examen de ingreso en el seminario San Carlos de Filadelfia, confiesa que sintió "una gran paz": "Yo sabía lo que quería hacer, sabía lo que debía hacer. La única duda que tenía era si podría aprobar los estudios para ser sacerdote. Gracias a Dios se me dio ese regalo. Nunca quise ser otra cosa que sacerdote, y así sigue siendo 63 años después".
Los gemelos Thompson: su vocación comenzó a fraguarse al nacer. Siempre interpretaron la primera bendición de su madre como premonitoria de las bendiciones que ellos impartirían después.
SEGUIDORES DEL OBISPO FULTON J. SHEEN
Los hermanos Thompson tenían una gran admiración por el obispo Fulton J. Sheen (1895-1979), uno de los prelados más influyentes en los años 50 y 60 en Estados Unidos, por su presencia en los medios (la radio y la incipiente televisión) y su impresionante oratoria, y actualmente en proceso de beatificación: "Era nuestro héroe. David y yo le venerábamos. Queríamos ser como él".
Le seguían a cualquier parte donde hablara, en la medida de lo posible. Incluso en el seminario, como no tenían radio en la habitación, salían al pasillo y se sentaban a la puerta, para escuchar la radio del rector, que ponía a los alumnos sus discursos impresionantes: "He leído todos los libros que escribió, y son unos setenta. Y los sigo leyendo: me entretienen, me inspiran, y le comprendo, por la magnífica habilidad que tenía para coger los temas más elevados y hacerlos accesibles a los más bajos. Era un magistral predicador de la Palabra de Dios, y yo siempre quise tener su entusiasmo. No quise imitarle, pero sí tener su entusiasmo. Cuando David y yo hablábamos sobre lo que íbamos a decir en el sermón del domingo -y lo hacíamos todas las semanas-, siempre cogíamos lo que hubiese dicho Fulton Sheen sobre ese asunto particular".
Un día fueron a Nueva York a escucharle en directo en el estudio en un programa de The Catholic Hour. Sheen les divisó entre el público: "Cuando vio el negro de nuestras vestiduras, se dirigió al resto de asistentes y dijo: '¡Seminaristas!'. Luego le cambió la mirada y exclamó: '¡Gemelos! Dios os quiere'. Nos abrazó y nos dijo: 'Hagáis lo que hagáis, perseverad, perseverad, perseverad. Sed buenos y santos sacerdotes católicos'".
El padre Ed fue ordenado sacerdote en 1951, y poco después fue nombrado director de vocaciones de la archidiócesis de Filadelfia. "Su labor aún hoy se considera legendaria", explica Brandon. Llegaron a ordenarse cien seminaristas al año. Le concedieron el título honorífico de monseñor, aunque él jamás lo usó. En las jornadas de oración por las vocaciones, para llenar la catedral el padre Thompson recurría a los mejores oradores y a las personalidades más eminentes. El obispo Sheen estuvo dos veces y coincidió en una de ellas con la Madre Teresa de Calcuta.
UN INFIERNO QUE COMENZÓ... CON KENNEDY
"Tras ser director de vocaciones durante doce años, en 1974 me dieron una parroquia en Filadelfia. Pero yo tenía un problema. La bebida. Yo era un auténtico alcohólico", confiesa el anciano sacerdote al comenzar a evocar la parte más dura de su vida: "Sólo duré un año. Estaba tan enfermo y tan avergonzado que al cabo de ese tiempo dejé la parroquia".
¿Cómo había adquirido ese mal hábito? Fue en 1960, cuando se juntó en un bar con otros sacerdotes para celebrar la victoria de John F. Kennedy en las elecciones, que llevaría por primera vez a un católico (y de origen irlandés, cómo él) a la Casa Blanca. Aquel día bebieron un poco de más, pero lo que para otros fue algo episódico, jovial e intrascendente, para el padre Edward se convirtió en una esclavitud, porque quiso repetir al día siguiente, y al siguiente...
Tras el fracaso en su parroquia, se trasladó a Florida: "Durante un año trabajé en un cementerio, vendiendo tumbas", explica con la voz aún ahogada por el dolor del recuerdo. "Mi hermano David nunca me llamó, nunca intentó rescatarme. Mi madre le decía: 'Ve a buscar a Edward, tráele de vuelta'. Pero David le decía, con razón: 'Iré cuando él quiera que vaya'. Seis meses después, le llamé. Y me dijo: 'Edward, eres un alcohólico. Y eres un mentiroso'. Porque un alcohólico tiene que mentir para sobrevivir, no puedes sobrevivir diciendo la verdad".
Entonces Edward hizo el programa de Alcohólicos Anónimos. Su hermano arregló las cosas para que pudiese vivir en una casa de los religiosos del Sagrado Corazón: "Estuve un año para volver a mi vida anterior. Tenía un trabajo. Salía todos los días a las cinco de la mañana para alimentar a los cerdos... Así que la historia del hijo pródigo tiene mucho en común con la mía".
LA SENTENCIA MÁS ESPANTOSA
"Se me dio una segunda oportunidad para ser un sacerdote activo en Reno, Nevada. El obispo me acogió, y al cabo de un año me hizo miembro oficial de la diócesis. ¿Y sabes lo que hice cuando lo supe, para celebrarlo?", recuerda con el dolor transparente en su rostro: "Lo celebré bebiendo un whisky escocés. No me cazaron hasta un año después".
Le enviaron a varios centros de rehabilitación, que pagó su familia, porque la diócesis no podía "Me mandaron a la última casa de retiro y al finalizar me dijeron: 'Te vamos a despedir. Tendrás que valerte por ti mismo'". El obispo le retiró todas sus facultades: "Nunca volverás a ejercer como sacerdote", le dijo. La decisión fue devastadora para él y le sumió aún más en un vicio del que no conseguía salir ni siquiera para ser lo único que quería ser: sacerdote.
LA LLAMADA DE LA PROVIDENCIA
Se enteró entonces de que una persona que vivía en Florida quería contactar con él. Se había dirigido a la archidiócesis de Filadelfia, donde le habían dicho que estaba en algún lugar de Nevada. Ella escribió entonces a la diócesis de Reno, donde, sin revelarle la situación del padre Ed, le tomaron el nombre y el teléfono.
A él no le sonaba el nombre, pero llamó. Y recordó. Era una mujer que, treinta años atrás, le había confiado que Dios le hablaba, y que quería vivir una vida consagrada, pero no en una orden religiosa. Había hablado con muchos sacerdotes, pero ninguno creyó que Dios le hablase. Edward sí. No se había casado, pero vivía consagrada a Dios en soltería.
"¿Por qué me llamas?", recuerda el padre Thompson que le dijo: "Y ella me contestó: 'Porque Jesucristo me dijo que estaba usted en dificultades y que le ayudase. Usted fue el único que me creyó cuando hace treinta años le conté que Jesús y yo hablábamos'".
"Y yo le dije: 'Necesito tu ayuda. No tengo a dónde ir, salvo el suelo. ¿Tienes alguna habitación para mí para que pueda conseguir un trabajo'. Me dijo: 'Sí'".
El lugar era... cerca de la parroquia de Santa María Magdalena, en Altamonte Springs. Su último destino.
DICIÉNDOLE MISA A LOS GATOS
"Así que en julio de 1990 o 19991 aterricé en la puerta de la casa de aquella señora, aquí en Maitland Avenue. Entré. 'Esta es tu habitación', me dijo. ¡Había cuatro gatos, y yo realmente temía a los gatos!": trabajó limpiando, cortando la hierba, yendo a la compra porque aquella señora estaba enferma y no podía cargar con bolsas.
Asistía discretamente a la cercana parroquia. Su condición de sacerdote retirado acabó siendo conocida. El párroco de entonces, Paul Henry, le invitó a contarle su historia. Cuando lo hizo, le recomendó volver a Alcohólicos Anónimos. Y esta vez el padre Edward Thompson dejó de beber de verdad.
"Se me permitió decir misa en mi habitación, yo solo, con los gatos como únicos feligreses. Luego se me dio la oportunidad de trabajar en la parroquia: enseñar a los monaguillos, enseñar las Escrituras, hacer las lecturas... Y finalmente ocurrió un milagro: el obispo [de Orlando], Thomas Grady, consiguió del obispo de Reno-Las Vegas que me permitiese volver a ejercer como sacerdote", recuerda emocionado.
LOS AÑOS MÁS FELICES
"Y durante los últimos 23 años he tenido la alegría de ser sacerdote parroquiano, aquí en la parroquia de Santa María Magdalena. Han sido los 23 años más felices de mi vida sacerdotal, de toda mi vida. He estado bajo la dirección del padre Charlie, que ha sido el perfecto pastor para mí y es mi querido amigo... Tanto que hemos acordado que algún día nuestras tumbas estén juntas. ¡Ha sido un tiempo muy alegre!", exclama.
"Ahora no tengo la capacidad física para hacer todas las cosas que me gustaría. El padre Charlie me da toda la ayuda que necesito. Digo misa, confieso, enseño las Escrituras... Y te diré una cosa", concluye: "Si hago esas cosas y las hago bien es porque he encontrado sacerdotes maravillosos".
"Queridos amigos", se despide: "Hay algo que quiero deciros antes de ir al otro mundo, al importante. Hagáis lo que hagáis, recibid a Jesucristo en la Santísima Eucaristía. Él está ahí, Él es nuestro Redentor, sólo la Iglesia católica tiene a Cristo en la Eucaristía. No os rindáis. Él está siempre con vosotros. Dios os ama".
EL ADIÓS, UNA ABSOLUCIÓN
El padre Edward Thompson "fue un gigante espiritual y dejó un legado inmenso", evoca Brandon al resumir la vida del hombre cuyo testimonio nos ha ofrecido: "Todos los que le conocieron quedaron impresionados por su profunda fe y su misericordia. Pero pocos conocían toda su historia".
Brandon se confesó con él pocas semanas antes de morir, en el último día que se sentó en el confesionario. "Escuché su voz temblorosa y vi en sus ojos llorosos que él sabía que era nuestro último encuentro. Las últimas palabras que me dijo fueron: 'Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Brandon, Dios te ama, yo te amo'. Nos abrazamos, nos dijimos adiós. Eso fue todo".
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