domingo, 30 de junio de 2019

TODOS ESTOS REINOS TE DARÉ


“Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Así que, si me adoras, toda será tuya.»  Jesús le respondió: «Esta escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.»” Lucas, 4
Satanás, el Diablo, Lucifer… El Demonio, en definitiva, se caracteriza por odiar a Dios y al hombre. Satán odia a Dios porque odia al hombre y odia el amor de Dios por sus criaturas. El ser humano – “hombre y mujer los creó” – está creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso, cada vez que el Demonio mata a un hombre está rebelándose y ofendiendo a Dios
Satanás es más listo que nosotros y nos engaña. Y el mayor engaño es hacer creer a la mayoría de la gente que él no existe, que es un invento del hombre. Pero el diablo existe. Y trabaja incansablemente por nuestra condenación.
Satanás es el acusador. Él se presenta ante Dios y le dice: “¿Ves a este a quien tanto quieres? Pues es un canalla y un miserable. Tú lo amas y él te escupe, te desprecia y no cumple tus mandamientos. Y quien no cumple tus mandamientos es mío y debe morir.” La escena de Las Crónicas de Narnia: el león, la bruja y el armario de C. S. Lewis en la que la Bruja Blanca se presenta en el campamento de Aslan para reclamar la sangre de Edmund refleja perfectamente esa labor de gran acusador del demonio. Por eso Cristo derrama su sangre y entrega su vida en la cruz: para salvarnos del pecado y de la muerte que merecemos por nuestras traiciones a Dios y a nuestros hermanos, por nuestras faltas de amor a Dios y al prójimo, por nuestro egoísmo y nuestra soberbia. Es su sacrificio el que nos salva, si nos arrepentimos, le pedimos perdón y nos convertimos.
Pero Satanás es muy listo. Y siempre se nos presenta con apariencia de bien: “Mira a ese pobre anciano enfermo… ¡Cómo sufre! Lo mejor es matarlo para que deje de sufrir”. “Mira a esa pobre chica embarazada. Ella no desea a su bebé: mejor que aborte”. “Lo único importante es el amor y todas las religiones valen lo mismo: no hay que hacer proselitismo ni anunciar la conversión a Cristo”. “Hay que evitar el cambio climático provocado por el hombre que contamina: mejor si vivís como los indígenas del paleolítico y adoráis a los espíritus paganos”. “La tierra es la Pacha Mama que sangra por las heridas que le infligís los hombres. Adorad a la Madre Tierra y no prediquéis la conversión a Cristo”. Siempre empieza el diablo apelando a nuestra sensibilidad y a la compasión. Y acaba proponiendo la muerte y la destrucción del hombre y el desprecio a Dios. Ese es el criterio de discernimiento fundamental: cualquier doctrina que conduce a matar seres humanos y a despreciar a Dios, viene del Demonio. De Dios viene la Vida, la Caridad, el Amor, el Sacrificio, la Cruz. Del Demonio, la muerte, la fornicación (que es la falsificación del amor), el hedonismo, el odio a la Cruz, a Dios y a los hermanos.
Hay satánicos conscientes y otros que lo son sin saberlo. Los explícitamente satánicos son quienes se dedican a pisar crucifijos en sus ritos, quienes realizan misas negras, quienes profanan sagrarios, quienes blasfeman; los herejes, los apóstatas, los masones, los que saben que viven en pecado mortal sin importarles lo más mínimo; los impíos y los malvados.
El malvado escucha en su interior un oráculo del pecado: «No tengo miedo a Dios, ni en su presencia.»
Porque se hace la ilusión de que su culpa no será descubierta ni aborrecida.
Las palabras de su boca son maldad y traición, renuncia a ser sensato y a obrar bien;
acostado medita el crimen, se obstina en el mal camino, no rechaza la maldad.
Pero hay otros muchos que son satánicos y ni lo saben. Son los que viven como si Dios no existiera. Son los liberales que León XIII condenaba en la Encíclica Libertas Praestantissimum; o los comunistas, cuya ideología condenaba Pío XII en Divini Redemptoris.
SOBRE EL LIBERALISMO ESCRIBE LEÓN XIII:
“El principio fundamental de todo el racionalismo es la soberanía de la razón humana, que, negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad. Esta es la pretensión de los referidos seguidores del liberalismo; según ellos no hay en la vida práctica autoridad divina alguna a la que haya que obedecer; cada ciudadano es ley de sí mismo. De aquí nace esa denominada moral independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada. Las consecuencias últimas de estas afirmaciones, sobre todo en el orden social, son fáciles de ver. Porque, cuando el hombre se persuade que no tiene sobre si superior alguno, la conclusión inmediata es colocar la causa eficiente de la comunidad civil y política no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; derivar el poder político de la multitud como de fuente primera. Y así como la razón individual es para el individuo en su vida privada la única norma reguladora de su conducta, de la misma manera la razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública. De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber.”
Obviamente, el enemigo del liberalismo así entendido es Dios y la Iglesia. Porque es la Iglesia quien ha defendido siempre la soberanía social de Cristo y los Mandamientos de la Ley de Dios, que deben regir la vida de las personas y de las naciones para colaborar en la construcción del Reino de Dios. Eliminado Dios de la vida personal y social, el individuo es quien establece sus propios mandamientos y las mayorías quienes deciden los derechos, los deberes y las normas morales – amorales e inmorales – de la sociedad. La civilización cristiana es el enemigo a batir. Hay que construir un mundo nuevo sin Dios y contra Dios, en el que el hombre sea dios y su voluntad sea soberana.
CONTRA EL COMUNISMO ESCRIBÍA PÍO XII:
“La lucha entre el bien y el mal quedó en el mundo como triste herencia del pecado original. y el antiguo tentador no ha cesado jamás de engañar a la humanidad con falaces promesas. Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros días, la cual por todo el mundo es ya o una realidad cruel o una seria amenaza, que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente ha padecido la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquella en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor.
Este peligro tan amenazador, como habréis comprendido, venerables hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana.
El comunismo de hoy, de un modo más acentuado que otros movimientos similares del pasado, encierra en sí mismo una idea de aparente redención. Un pseudo-ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo satura toda su doctrina y toda su actividad con un cierto misticismo falso, que a las masas halagadas por falaces promesas comunica un ímpetu y tu entusiasmo contagiosos, especialmente en un tiempo come el nuestro, en el que por la defectuosa distribución de los bienes de este mundo se ha producido una miseria general hasta ahora desconocida. Más aún: se hace alarde de este seudo-ideal, como si hubiera sido el iniciador de un progreso económico, progreso que, si en algunas regiones es real, se explica por otras causas muy distintas, como son la intensificación de la productividad industrial en países que hasta ahora carecían de ella; el cultivo de ingentes riquezas naturales, sin consideración alguna a los valores humanos, y el uso de métodos inhumanos para realizar grandes trabajos con un salario indigno del hombre.
La doctrina que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras se funda hoy sustancialmente sobre los principios, ya proclamados anteriormente por Marx, del materialismo dialéctico y del materialismo histórico, cuya única genuina interpretación pretenden poseer los teóricos del bolchevismo. Esta doctrina enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana, por su parte , no es más que una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin ciases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar ninguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo y el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como enemigas del género humano.
Comunismo y liberalismo tienen un enemigo en común: la civilización cristiana; es decir, la Iglesia y Cristo. Marx y Nietzsche coinciden en un materialismo ateo que niega a Dios y rechaza los principios morales cristianos. El superhombre nietzscheano y el nuevo hombre comunista vienen a ser lo mismo: seres desalmados, sin esperanza de vida eterna, endiosados, soberbios, desgraciados; crueles, inhumanos, impíos, blasfemos…
TODA IDEOLOGÍA POLÍTICA QUE LUCHA CONTRA DIOS, CONTRA LA IGLESIA, CONTRA LA CIVILIZACIÓN CRISTIANA Y CONTRA LA LEY MORAL UNIVERSAL ES NECESARIAMENTE SATÁNICA.
Pues bien, en las  postrimerías del siglo XX y las primeras décadas del XXI, liberalismo y comunismo han confluido en una especie de síntesis en la llamada “Ideología de Género”. Esta nueva ideología es la culminación del liberalismo y del comunismo y supone el endiosamiento de la voluntad del hombre que se rebela contra su Creador. Se trata de una ideología totalitaria que pretende acabar con lo que queda de la civilización cristiana y matar a Dios. El hombre se niega a aceptar su condición de ser contingente y limitado, se niega a aceptar la verdad, se niega a aceptar cualquier limitación a su libertad y pretende autodeterminarse, crearse a sí mismo, autoposeerse, autodefinirse contra su propia naturaleza, contra las evidencias de la ciencia, contra cualquier mandamiento y contra cualquier orden moral. El hombre quiere ser su propio dios. Y para ello, como en tiempos de Babel, quiere construir su propia ciudad sin Dios y contra Dios, que llegue hasta el cielo. La soberbia, la vanidad y la necedad del hombre no conocen límites. El hombre quiere ser su propio redentor, quiere acabar con la muerte y vivir para siempre (Transhumanismo). Pero solo Dios es Dios.
En nuestros tiempos, estamos asistiendo a un reagrupamiento de las huestes de Satanás baja una única bandera y un pensamiento único incuestionable: feminismo comunista, ecologismo sandía (verde por fuera y rojo por dentro), homosexualismo político, pacifismo hippie, sincretismo religioso, pansexualismo decadente, nihilismo ateo… Lo importante es que cada uno sea feliz, disfrute, goce… El amor se entiende como puro sentimentalismo hedonista y la tolerancia y el diálogo son mantras para justificar el pecado y el mal.
Esta fusión liberal-comunista es el pensamiento único de nuestro tiempo. Y todos los partidos políticos comulgan con esta nueva ideología. Hasta tal punto que, los pocos que nos resistimos a esa ideología satánica somos estigmatizados como intolerantes, fascistas, ultracatólicos, rigoristas, homófobos, machistas y toda clase de calificativos que pretenden nuestra exclusión social, condenándonos al ostracismo y a la marginalidad.
El objetivo de los partidos políticos no es buscar el bien común de los ciudadanos: es alcanzar el poder y mantenerse en él a cualquier precio. Y para ello, han decidido arrodillarse ante el demonio y adorarlo. Allá ellos. Cristo es el único Juez.
Pero, aunque los hijos de Satanás sean más y aparentemente vayan ganando la batalla, no prevalecerán. Esta guerra no la ganan las mayorías. Los números no importan. Aunque me quede solo, me da igual. El poder es de nuestro Dios, que hizo el cielo y la tierra. La victoria es de Cristo, que vive y reina ya por los siglos de los siglos. Y nuestra Madre, la Inmaculada Concepción, pisará la cabeza de la serpiente. El Corazón de Jesús reinará y el Inmaculado Corazón de María triunfará. Y bajo el signo de la Cruz, Cristo derrota a los impíos. Adorémoslo en el Santísimo Sacramento. Arrodillémonos ante nuestro Redentor.
“¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! ¡Repitan sin cesar: «Grande es Dios», los que aman tu salvación! ¡Y yo, desventurado y pobre, oh Dios, ven presto a mí! ¡Tú, mi socorro y mi libertador, Dios mío, no tardes!” Salmo 70
“Adorarás al Señor, tu Dios, y solo a Él darás culto”.
¡Viva Cristo Rey!

¿CÓMO PUEDO AYUDAR SI TENGO UN FAMILIAR O AMIGO EN UNA SECTA?


8 consejos que favorecen la salida de un adepto a una secta.

Por: Yasmin Oré y Jesús Urones | Fuente: Religión en Libertad
Este tema es algo que comúnmente se preguntan muchos católicos que tienen un pariente o una amistad que ha dejado de practicar la fe  y ha sido captado por una secta. La mayoría no sabe cómo actuar con ellos o si existe alguna forma de ayudarles a salir de ella y volver a la Iglesia.

Algunas personas sin una orientación adecuada, lo primero que se les puede ocurrir es dejarse asesorar o poner esta tarea en manos de cualquier sicólogo. Si bien es cierto, algunas sectas como las “destructivas” pueden afectar notablemente la parte síquica de la persona, no ocurre así con la mayoría de movimientos religiosos que solemos conocer y tratar (testigos, mormones, adventistas, sectas de la nueva era, etc.)  donde los adeptos han sido atraídos en mayor parte por falta de formación o confusión doctrinal, búsqueda de nuevas experiencias espirituales, ambiente fraterno, etc. También por testimonios publicados de ex sectarios ahora católicos, podemos darnos cuenta que ninguno de ellos tuvo la necesidad de pasar por alguno de estos terapeutas en su proceso de conversión y viven ahora una vida normal y plena dentro de la Iglesia. 

Hago esta advertencia pues salvo contadas excepciones, la gran mayoría de sicólogos que suelen tratar esta problemática suelen ser profesionales ateos o relativistas por lo que pueden poner en peligro la espiritualidad del adepto y aunque pueda ayudar con sus técnicas a sacarlo de la secta, puede también terminar convirtiéndole en un completo irreligioso. Además,  que ellos al enfocarse sólo en el comportamiento sectario o el control mental y no tener un conocimiento teológico adecuado, suelen calificar de sectas hasta grupos o movimientos aprobados por la Iglesia Católica. Esto lo podemos comprobar revisando ciertas páginas de sicólogos que se ofrecen en la red y que han tratado a ex testigos de jehová, ex cienciólogos pero también  a personas salidas del Opus Dei, Camino Neocatecumenal, etc. Antes de acudir a uno de ellos, debemos primero recurrir a las guía que ofrece la Iglesia en estos casos y que pueda orientarnos mejor en intentar sacar a nuestros allegados de la Secta.

CONSEJOS QUE FAVORECEN LA SALIDA DE UN ADEPTO SECTARIO
EL sacerdote experto en sectas Manuel Guerra en su “Diccionario Enciclopédico de las Sectas” (BAC 2013), nos propone algunos medios o remedios prácticos que favorecen la salida del adepto, a los cuales yo ampliaré con mi experiencia y los testimonios de otros ex sectarios  en su proceso de retorno a la Iglesia.

1. LA ORACIÓN Y LA MORTIFICACIÓN COMO RECURSOS AL ALCANCE DE CUALQUIER CREYENTE
Es un método poderoso utilizado desde los primeros siglos del cristianismo. Recordemos el caso de Santa Mónica que rezó incansablemente porque su hijo San Agustín saliera de la secta de los Maniqueos y regresara a la verdadera fe. También podemos ofrecer ayunos por su conversión entre otras mortificaciones.

A mi regreso a la Iglesia Católica luego de haber dejado la misión mormona y todo lo concerniente a la secta, mi madre y mis abuelas me confesaron que habían estado rezando mucho el rosario porque yo me diera cuenta de la verdad pues mi acción de viajar lejos por una fe ajena a la de ellas y  solo con el fin de captar más adeptos, les había parecido muy fanático y a su vez les entristecía diariamente.

2. NO ROMPER NUNCA LOS LAZOS ENTRE LOS FAMILIARES, AMIGOS, ETC.
A pesar de los disgustos, frustraciones, etc., experimentados se debe procurar de manera contraria tender  “puentes” y usarlos tales como llamadas telefónicas, cartas, visitas, felicitación de cumpleaños entre otras acciones fraternas.

Se sabe que la secta buscará cerrar al adepto en actividades y un ambiente social absorbente que le desligará de compromisos o reuniones familiares. A pesar de ello, debemos buscar mantener esas relaciones de familiaridad y comunicación con el fin de hacerles sentir que no desaprobamos su cambio de creencias y que nuestros lazos están por encima de ello.

3. PONER AL ADEPTO EN CONTACTO CON SU IDENTIDAD ORIGINAL O ANTERIOR A SU INCORPORACIÓN A LA SECTA
Buscando y recordándole los puntos positivos, felices, de referencia en el trato con sus padres, amigos, deportivas, etc., que puedan servir de despertadores de nostalgia. Para esta finalidad “los dulces de la abuela” suelen ser más eficaces que cualquier reflexión especulativa.

Este aspecto es una de las situaciones que también experimenté  en la misión mormona pues al hacer proselitismo con gente buena católica y me hablaran cosas positivas de su fe, me recordó mi pasado católico y me hizo tener nostalgia de todo lo vivido en mis catequesis sacramentales, colegio religioso, mis abuelas devotas de la Virgen, etc. cayendo en la cuenta que nada de esas prácticas podían ser malas para mi alma.

 4. EVITAR HABLAR AL ADEPTO CON AGRESIVIDAD , ACRITUD, SIN ATACAR DIRECTAMENTE A LA SECTA.
Es importante este consejo pues no ganamos nada desprestigiando a la secta directamente, o siendo duros de palabras con los adeptos ya que esto lo pueden ver como serios ataques o persecución y podrían cerrarse mucho más. En su lugar, podemos exponer la verdad pero de manera sencilla y caritativa. También podemos hacer alusiones a otras sectas similares a las suya, para que el adepto pueda darse cuenta poco a poco de los errores que está profesando.

5. ASESORARSE CON UN EXPERTO EN SECTAS
Es decir, tener contacto con un sacerdote, religioso o laico experto en estos temas que te pueda asesorar y guiar espiritualmente para tratar con el adepto. Dependiendo del tipo de secta, en especial las dañinas y destructivas, será necesario además la orientación de un sicólogo recomendado y de preferencia católico para un adecuado tratamiento.

6. ESTUDIAR Y CONOCER LA PALABRA DE DIOS
Esto es necesario sobre todo para las sectas de impronta cristiana, como los Testigos de Jehová, mormones, adventistas, etc., pues es sabido que la Biblia es el instrumento utilizado por ellas para confundir e inyectar sus nuevas doctrinas. El buen uso de la biblia puede ayudar a tener un dialogo más fructífero con estos miembros y hacerles ver sus errores cuando ellos tengan dudas o deseen abrirse al debate.

7. CONOCER LA SECTA, EL FUNDADOR, LA DOCTRINA, LIBROS Y HACER UNA CORRECTA APOLOGÉTICA
Es importante para el adepto que tu te intereses por la doctrina de su secta, libros, fundador, etc… Una vez conocido todo esto, debes desarrollar una adecuada apologética que replique sus doctrinas y también a todas las dudas que pueda tener sobre la Iglesia Católica.
En este caso por los testimonios que he leído de algunos ex testigos de jehová o ex mormones, estos se empezaron a dar cuenta de la verdad cuando debatieron con personas dedicadas a la apologética católica y les hicieron ver el error y la contradicción en sus doctrinas. Fue una de sus primeras luces en su proceso de conversión. 

 8. ES NECESARIO DAR UN BUEN TESTIMONIO DE CONDUCTA Y MORAL.
Muchas veces las personas entran en las sectas porque allí se cumplen normas o practican valores morales con mayor firmeza o radicalidad. También suelen abandonar la iglesia católica cuando ven escándalos o malos ejemplos entre los fieles. Por eso, es necesario que intentemos dar un buen ejemplo cristiano y que el adepto se dé cuenta que estas conductas o valores no son exclusivos de su secta.

¿CUÁL ES EL ENORME PODER QUE ENCIERRA EL ROSARIO?


¡Cuántas personas han logrado verse libres de pecados y de malas costumbres el dedicarse a rezar con devoción el santo Rosario!

Por: P. Marcelo Rivas Sánchez | Fuente: DiosBendice.org
Cuentan los antiguos que cuando Santo Domingo de Guzmán empezaba a desanimarse al ver que en los sitios donde predicaba la gente no se convertía y la herejía no se alejaba, le pidió a Nuestra Señora le iluminara algún remedio para conseguir la salvación de aquellas personas y que Ella le dijo en una visión: "Estos terrenos no producirán frutos de conversión sino reciben abundante lluvia de oración".

Desde entonces el santo se dedicó a hacer rezar a las gentes el Padre Nuestro y el Ave María y a recomendarles que pensaran en los misterios de la Vida, Pasión y Muerte de Jesús.

Muy pronto las conversiones fueron muy numerosas y las gentes de aquellas regiones volvieron a la verdadera religión.

Hoy por hoy, después de la Santa Misa, el Rosario es quizás la devoción más practicada por los fieles.

Los adversarios de la religión católica (protestantes, etc.) han dicho y siguen diciendo horrores contra el Santo Rosario pero los católicos han experimentado y siguen experimentando día por día los extraordinarios favores divinos que consiguen con esta santa devoción.

¡Cuántas personas han logrado verse libres de pecados y de malas costumbres el dedicarse a rezar con devoción el santo Rosario!
¡Cuántos hay que desde que están rezando el Rosario a la Virgen María han notado como su vida ha mejorado notoriamente en virtudes y en buenas obras!.

Son muchísimos los que por haber rezado con toda fe su Rosario lograron obtener una buena y santa muerte y ahora gozan para siempre en el cielo.

EL SANTO ROSARIO Y LAS INDULGENCIAS

Ojalá leyéramos algún libro que hable de las maravillas que se consiguen con el rezo del Santo Rosario.

Basta saber que el Rosario ha sido recomendado por muchos Sumos Pontífices y aprobado por la Iglesia Católica en todo el mundo, y que a los que lo rezan se les conceden numerosas indulgencias.

Se llama indulgencia a la rebaja de castigos que tendríamos que sufrir en la otra vida por nuestros pecados.

La Iglesia Católica con el poder que Jesús le dio cuando dijo: "Todo lo que desates en la tierra queda desatado en el cielo", puede conceder a los fieles que por ciertas devociones se les rebaje parte de los castigos que tendrían que sufrir en el purgatorio.

"Se confiere una indulgencia plenaria si el rosario se reza en una iglesia o un oratorio público o en familia, en una comunidad religiosa o asociación pía; se otorga una indulgencia parcial en otras circunstancias"

CONDICIONES PARA LA INDULGENCIA PLENARIA DEL SANTO ROSARIO:
1.     Que se recen las cinco decenas del Rosario sin interrupción
2.     Las oraciones sean recitadas y los misterios meditados
3.     Si el Rosario es público, los Misterios deben ser anunciados

Además debe cumplirse: Confesión Sacramental, Comunión Eucarística y Oraciones por las intenciones del Papa.

Si no se cumplen las condiciones para la indulgencia plenaria, puede aún ganarse indulgencia parcial.
La indulgencia puede ser aplicada a los difuntos. La indulgencia plenaria solo puede ganarse una vez al día (excepto en peligro de muerte).

Lo maravilloso del Santo Rosario no es la repetición de las avemarías o de la mesa bien dispuesta que sostiene la imagen de la Virgen, sino la experiencia de la unidad que se conforma en todo el mundo entero para alabar y bendecir a Dios por los motivos inmensos de su amor para con la humanidad.

Rezar el Rosario es una rica costumbre de la piedad popular donde la Santísima Virgen se hace universal y de mucha importancia para los creyentes.

Rezar el Santo Rosario es la magnífica oportunidad que tenemos todos de experimentar en la fe ese amor a Dios en María Santísima, a la cual le había confiado esa misión salvífica.

Es el santo rosario el lugar para reconocer a María Virgen como la Madre del Señor Jesús y en el plano de la gracia, Madre de todos nosotros. Es a la vez el reconocimiento de que Dios a través de Ella interviene a favor nuestro.
El Rosario es una oración connatural a la gente sencilla que reconoce la elegancia de Dios para hacer nacer a Jesús, el Salvador del vientre inmaculado de la Virgen María.

Por eso en cada decena de las avemarías se medita el sufrimiento, la lucha y el triunfo en ese caminar de Jesús por el camino de la vida, donde la Virgen estuvo presente y actuante para ayudarle a cumplir su misión salvadora.

Mi madre solía decir, que el rosario era tan sagrado porque en él estaba todo Jesús y toda María. Por eso, hoy en día, se hace necesario, que el santo rosario ocupe ese espacio tan vivo en los hogares.

¿QUÉ SIGNIFICA SER MÁRTIR?


El mártir es aquel que da a la muerte un rostro humano; paradójicamente, expresa la belleza de la muerte.

Por: Mons. Jorge Arturo Mejía Flores | Fuente: Vícaría de Pastoral de México
El término Mártir viene del griego y significa "Testigo", lo mismo que "Martirio" significa "Testimonio". Por lo tanto, los mártires son los testigos de la fe.

El mártir no es un extraño para nosotros. Sabemos quién es y logramos captar su personalidad y su significado histórico; sin embargo, con frecuencia, su imagen parece evocar en nosotros un mundo que no es ya el nuestro. Aparece como un personaje lejano, relegado a épocas y períodos históricos que pertenecen al pasado y que tan sólo la memoria litúrgica nos lo propone de nuevo en el culto cotidiano.

El mártir, en la acepción que hoy tiene, es aquel que da su propia vida por la verdad del evangelio. En este sentido es muy expresivo un texto de Orígenes: "Todo el que da testimonio de la verdad, bien sea con palabras o bien con hechos o trabajando de alguna manera en favor de ella, puede llamarse con todo derecho: testigo".
Esta dimensión permite comprender plenamente el significado de los mártires en la historia en la vida de la comunidad cristiana. Mediante su testimonio, la Iglesia verifica que sólo a través de este camino se puede hacer plenamente creíble el anuncio del evangelio.

Esto permite además explicar el hecho de que desde sus primeros años la Iglesia haya visto en el martirio un lugar privilegiado para verificar la verdad y la eficacia de su anuncio; en efecto, en estos acontecimientos el testimonio por el evangelio no se limitaba solamente a la forma verbal, sino que se extendía a la concreción de la vida. Por eso la Iglesia comprendió que el mártir no tenía necesidad de sus oraciones; al contrario, era ella la que rezaba a los mártires para obtener su intercesión. Por tanto, no se reza por el mártir, sino que se reza al mártir por la Iglesia. El día del martirio se recordaba y se memorizaba como el momento al que había que volver con gozo para celebrar una fiesta, ya que se encontraba allí la fuerza y el apoyo para proseguir en la obra evangelizadora.

El martirio, como objeto de estudio teológico, pertenece a diferentes disciplinas, mismas que nos ayudan a tener una visión más completa de su realidad. Así por ejemplo:
  • La teología dogmática, valorará más directamente en el martirio el elemento de testimonio para la verdad del evangelio;
  • La espiritualidad, por su parte, estudiará sus formas y sus características para que pueda ser presentado también hoy como modelo de vida cristiana;
  • La historia de la Iglesia intentará reconstruir las causas que produjeron situaciones de martirio y valorará la exactitud de los relatos más allá de toda lectura legendaria;
  • El derecho canónico, finalmente, valorará las formas y las motivaciones con las que se realizó el testimonio del mártir, para establecer su validez con vistas a la canonización.
La teología fundamental estudia el martirio dentro de la dimensión apologética, para mostrar que es el lenguaje expresivo de la revelación y el signo creíble del amor trinitario de Dios. Mediante el testimonio de los mártires se muestra que todavía hoy, la revelación tiene su fuerza de provocación respecto a nuestros contemporáneos, bien para permitir la opción de la fe, bien para vivirla de forma coherente y significativa.
a) El martirio como lenguaje. Querámoslo o no, el término mártir trae a la mente del que lo pronuncia -o del que lo escucha- una realidad definida. Como todos los términos del lenguaje humano, también éste está sometido al análisis lingüístico, que busca ante todo su sensatez, y por tanto su verdad o no-verdad, en la experiencia cotidiana. En cuanto lenguaje humano, revela la dimensión más personal del sujeto, que ve realizada de esta manera tanto su capacidad para poseer la realidad que experimenta y que lleva a cabo como la autocomprensión de sí como sujeto creativo.

Una forma peculiar de lenguaje humano es la que se realiza a través del lenguaje del testimonio. Su hermenéutica permite recuperar algunos datos que ofrecen una visión más orgánica y significativa del martirio.

El testimonio va unido intuitivamente al ámbito "jurídico" de la experiencia humana; en efecto, se comprende como un acto mediante el cual se refiere lo que ha sido objeto de conocimiento personal. Sin embargo, esta dimensión es sólo la primera forma de nuestro conocimiento; efectivamente, el testimonio revela, en un análisis más profundo, ciertas características que llegan hasta la esfera más personal del sujeto.

Todo testimonio encierra al menos dos elementos: en primer lugar, el acto de comunicar; luego, el contenido que se expresa. Esta forma de comunicación necesita inevitablemente la presencia de un receptor que acoja el testimonio. Esto permite afirmar que el testimonio es una relación interpersonal que se crea entre dos sujetos en virtud de un contenido que se comunica. La calidad de la relación que se forma pertenece a la esfera más profunda de la relación interpersonal, en cuanto que, sobre la base del contenido expresado, los dos se arriesgan en la confianza mutua y en la credibilidad de su propio ser. En efecto, el testigo, en proporción con la fidelidad con que expresa el contenido de su propia experiencia, revela la veracidad o no veracidad de su propio ser; por otra parte, el que recibe este testimonio, al valorar el grado de fiabilidad de lo que se le comunica, arriesga su propia confianza en el otro. De todas formas, en ambos sujetos se pone de manifiesto la voluntad de participar una parte de su propia vida y de salir de sí mismo con vistas a la comunicación.

Así pues, en esta perspectiva, el testimonio no puede reducirse a una simple narración de hechos; se convierte más bien en un compromiso concreto, con el que se quiere comunicar y expresar, si fuera necesario con la propia muerte, la verdad de lo que se está diciendo, insistiendo en la verdad de la propia persona. Con el testimonio, cada uno dispone de sí mismo con aquella libertad original que le permite verificarse como sujeto verdadero y coherente; en una palabra, el testimonio representa uno de los rasgos constitutivos del lenguaje humano.

El martirio se comprendió siempre como la forma de testimonio supremo que daba el creyente con vistas a la verdad de su fe en el Señor. Las Actas de los mártires confirman explícitamente que el martirio se comprendía como aquel testimonio definitivo que, comenzado ante el juez, se concluía luego con la aceptación de la muerte.
b) El martirio como signo. Los ejemplos que nos refieren las Actas de los mártires muestran de forma clara que el testimonio del mártir fue leído como signo de la presencia de Dios en la comunidad. La misma Trinidad revelaba en la muerte del mártir la expresión última de su naturaleza: el amor que llega hasta el don completo de sí mismo. La Iglesia ha comprendido siempre el valor de este testimonio y lo ha interpretado como el signo permanente del amor fiel e inmutable de Dios que, en la muerte de Jesús, había alcanzado su expresión culminante.

El signo, con sus cualidades de mediación y de comunicación, tiene la característica de crear un consenso en torno a su significado y de provocar al interlocutor para que tome una decisión. Las notas esenciales de signo se verifican también plenamente en el martirio. En torno al mártir resulta fácil ver realizado el consenso unánime sobre su fuerza de ánimo y su coherencia; el contenido de su gesto se convierte en posibilidad, para todo el que lo desee, de pasar al significado expresado en aquella muerte: el amor mismo de Dios.

La fuerza provocativa que dimana del martirio y que mueve a reflexionar sobre el sentido de la existencia y sobre el significado esencial que hay que dar a la vida es tan evidente que no se necesita ninguna demostración para convencer de ella. La decisión de llegar a una opción coherente y definitiva encuentra aquí su espacio vital. La historia de los mártires manifiesta con toda lucidez que la muerte de cada uno de ellos, si por una parte dejaba atónitos a los espectadores, por otra sacudía hasta tal punto su conciencia personal que se abrían a la conversión y a la fe: sangre de los mártires, semilla de cristianos.

La reflexión teológico fundamental encuentra en el martirio una de las expresiones más cualificadas para proponer auténticamente, aun hoy día, la credibilidad de la revelación cristiana.

La perspectiva apologética preconciliar se limitaba normalmente al estudio del martirio dentro de la esfera de una casuística para el descubrimiento de las virtudes heroicas que atestiguaban los mártires en favor de la verdad de la fe. Superando esta lectura, es posible ver el martirio relacionado más bien con las perennes cuestiones del hombre, y, por tanto, adecuado para ser signo que ilumina a quienes se ponen a buscar un sentido a su existencia.

HAY TRES CUESTIONES QUE PARECEN AFECTAR CONTINUAMENTE A LA PERSONA HUMANA:
  1. La verdad de su propia vida personal,
  2. La libertad ante la muerte y
  3. La decisión para la eternidad.
Por lo que se refiere al primer momento, la verdad de la propia vida personal, se puede observar que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, el martirio fue interpretado como uno de los gestos más coherentes que el hombre podía realizar. El creyente que había acogido la fe veía realizada en la muerte del mártir la coherencia más profunda entre la profesión de la fe y la vida cotidiana. Un análisis de los informes procesales de los mártires nos hace descubrir que el mártir concebía el camino del martirio como el sendero que tenía que seguir para ver finalmente realizada su propia identidad de cristiano y para sentirse completo.

La verdad de la fe, que al final se convierte para el mártir en "dar la vida por los amigos" (Jn 15, 13), es una experiencia concreta de verdad sobre sí mismo; en efecto, el mártir comprende que entregar su vida en nombre de Cristo, es lo que constituye y forma la verdad de su ser. La verdad sobre su vida y la verdad del evangelio, confluyen aquí en una síntesis tan estrecha que ya no cabe la idea de concebirse fuera de la verdad acogida en la fe. De este modo el mártir se hace testigo de la verdad del evangelio, descubriendo la verdad sobre su propia vida, que carecería de sentido fuera de esa perspectiva.

Sin embargo, el martirio es en este contexto una expresión de la honestidad y de la coherencia que lleva a privilegiar y a anteponer la verdad universal sobre las propias opciones personales de vida.

En efecto, el mártir indica no solamente que cada uno puede conocer integralmente la verdad sobre su propia vida, sino más aún, que él puede dar su misma vida para convencer sobre la verdad que guía sus convicciones y sus opciones.

Por lo que se refiere al segundo momento, la libertad personal ante la muerte, hay que observar que en el martirio esta libertad resulta tan paradójica que parece contradictora: ¿cómo puede pensarse que uno es libre, si éste es precisamente el momento en que la propia vida depende de la voluntad de otro? Además de la tesis iluminadora de K. Rahner sobre este punto, hay que señalar los siguientes aspectos ulteriores:
a) La muerte constituye un acontecimiento que determina la vida de cada uno y que forma la historia personal. Se sitúa como elemento significativo para el discernimiento de la verdad sobre uno mismo y sobre todo lo que realiza; en una palabra, la muerte toca al hombre en su globalidad, es un hecho universal; nadie queda excluido.
Sin embargo, la muerte no es un simple dato biológico ante el que cada uno ve la parábola de su propia vida; es algo más, ya que precisamente en ese momento se descubre que uno no está hecho para la muerte, sino para la vida. La negativa a perderse con la desaparición física de sí mismo hace comprender cuán esencial es para la persona el enfrentamiento consciente con este acontecimiento, a pesar de que nos gustaría borrarlo de nuestra propia mente.
b) La muerte constituye también un misterio, que desborda infinitamente al hombre y ante el cual se alternan las reacciones más diversas: el miedo, la huida, la duda, la contradicción, el deseo de querer saber más, la desconfianza, la serenidad, la desesperación, el cinismo, la resignación, la lucha.
En la muerte, cada uno juega su carta definitiva, ya que se ve obligado a esa "partida de ajedrez" que ya no puede diferirse más y que al final se busca como algo necesario e improrrogable.

Por este motivo se puede afirmar que también el mártir, más aún, sobre todo el mártir, revela su libertad plena ante la muerte, precisamente cuando parece que no queda ya ningún espacio para la libertad.

En efecto, puesto ante la muerte, el mártir sabe dar el significado supremo a su vida, aceptando la muerte en nombre de la vida que le proviene de la fe. Por consiguiente, el mártir, a pesar de estar condenado a morir, escoge la muerte; para él, morir equivale a escoger libremente, entregarse a sí mismo, plena y totalmente, al amor del Padre. El mártir sabe que su aceptación de la muerte, con este significado, corresponde a liberarse a sí mismo de una vida que, fuera de ese horizonte, se quedaría sin sentido.

Finalmente, también para la última pregunta -¿qué habrá después de la muerte?- el martirio consigue ser expresión de un sentido nuevo.

En los procesos de los mártires aparece siempre la expresión "reunirse con el Señor". Así pues, en la muerte se encuentra la dimensión íntima de la capacidad personal de decisión. Aunque pueda parecer paradójico, la decisión más auténtica para el sujeto, y por tanto la más libre, es la de saber confiarse al misterio que se percibe. El hombre es misterio, pero comprende dentro de sí la presencia de un misterio mayor que lo abraza sin destruirlo. Fuera de este horizonte uno se convertiría en enigma insoluble; por el contrario, dentro de él se encuentra la clave para poder autocomprenderse.

El martirio, en cuanto signo del amor, es también signo de aquel que en el amor acoge el misterio del otro. En este punto ya no existen más preguntas, sino sólo la certeza de ser amado y acogido por Él. La fuerza del mártir tiene que encontrarse en la conciencia de que, puesto que Cristo ha vencido a la muerte, también el que se confía a él reinará para siempre. La palma del mártir se convierte en el signo perenne de la victoria que va más allá de la derrota de la muerte.
Estos elementos que hemos descrito permiten ver el martirio como un signo importante para la búsqueda del sentido y para la credibilidad de la revelación. La muerte del mártir se convierte en signo de la naturaleza del morir cristiano: asunción de la muerte misma de Cristo en la vida, acto supremo de la libertad que introduce en el amor del Padre.

El mártir, en definitiva, es aquel que da a la muerte un rostro humano; paradójicamente, expresa la belleza de la muerte. Yendo a su encuentro, él la ve ciertamente como un momento dramático, aunque no trágico, de su existir, y sin embargo digna de ser vivida por ser expresión de su capacidad para saber amar hasta el fin.

Los manuales de teología en su definición del martirio, defenderán particularmente el motivo del odio a la fe. Teológicamente el martirio se define así: sufrimiento voluntario de la condenación a muerte, infligida por odio contra la fe o la ley divina, que se soporta firme y pacientemente y que permite la entrada inmediata en la bienaventuranza.

También el concilio ha procurado dar su propia visión teológica del martirio, en la que es fácil ver una articulación que se puede describir con estas características: en primer lugar, las premisas cristológicas, luego la inserción en el escenario eclesial, después la comprobación de la especificidad del mártir creyente y, finalmente, la parénesis, para que todos los bautizados estén dispuestos a profesar la fe incluso con la entrega de su propia vida. "Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por él y por sus hermanos (premisa cristológica). Pues bien, algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores (escenario eclesial). Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor (especificidad del martirio). Y aunque concedido a pocos, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia " (LG 42; cf. también LG 511; GS 20; AG 24; DH 11.14).

Como se advierte en este texto, el Vaticano II inserta al mártir en una clara perspectiva cristocéntrica; la muerte salvífica de Jesús de Nazaret constituye el principio normativo del discernimiento del martirio cristiano. De todas formas, esta centralidad se describe con la expresión "dar la vida por los hermanos", que recuerda el texto de Jn 15, 13 y permite verificar que lo que mueve al mártir a dar su vida es el amor arquetípico y normativo de Cristo. Igualmente, el recuerdo de la dimensión eclesial no hace más que subrayar la continuidad del testimonio de amor dado por el mártir para confirmar a los hermanos en la fe. Además, cuando el texto conciliar habla de la especificidad del martirio cristiano diciendo que es un "don eximio", y por tanto una gracia y un carisma dados a quien más ama, y "la suprema prueba de amor", es decir, el testimonio definitivo del amor, tanto lo uno como lo otro es visto como algo que se da en la Iglesia y para la Iglesia, para que de este modo pueda crecer "hacia aquel que es la cabeza, Cristo. Por él, el cuerpo entero, trabado y unido por medio de todos sus ligamentos, según la actividad propia de cada miembro, crece y se desarrolla en el amor" (Ef 4,15-16; cf. 1 Cor 12-14).

Así pues, cabe pensar que con esta descripción, el Vaticano II abre el camino a una interpretación nueva y más globalizante del testimonio del mártir, con vistas a las nuevas formas de martirio a las que hoy asistimos debidos a la modificación de los acontecimientos. Por tanto, es lícito pensar que con el concilio se llega a identificar el martirio con la forma del don de la vida por amor.

El texto de LG 42, anteriormente citado, no habla ni de profesión de fe ni de odio a la fe; los supone ciertamente, pero prefiere hablar de martirio como signo del amor que se abre hasta hacerse total donación de sí.

Si se subraya el amor más que la fe, se comprende que es más fácil destacar la normatividad del amor de Cristo, que está en la base del testimonio del mártir; en efecto, esta forma de amor sigue siendo creíble también entre los contemporáneos, que se ven provocados por una persona en la esfera más profunda de su ser.

Luego si el acento se pone en el amor que está en la base del testimonio del mártir, se comprende también que resulte mucho más fácil la identificación del mártir con aquel que no sólo profesa la fe, sino que la atestigua en todas las formas de justicia, que es el mínimo del amor cristiano.

Por consiguiente, el amor permite referir a la identidad del mártir su testimonio personal y su compromiso directo en el desarrollo y progreso de la humanidad; el mártir atestigua que la dignidad de la persona y sus derechos elementales, hoy universalmente reconocidos pero no respetados, son los elementos básicos para una vida humana. Si se asume este horizonte interpretativo, resulta claro que el mártir no se limita ya a unos cuantos casos esporádicos, sino que se le puede encontrar en todos aquellos lugares en los que por amor al Evangelio, se vive coherentemente hasta llegar a dar la vida, al lado de los pobres; de los marginados y de los oprimidos, defendiendo sus derechos pisoteados. Mártir, por lo tanto, no es sólo el que derrama su sangre sino que lo es también aquel que día a día da su vida por sus hermanos en el servicio del Evangelio.