“Dice el necio en su
corazón: no hay Dios” (salmo 53)
Aparte de las 5 Vías de Santo
Tomás que hemos venido revisando, hay muchos otros argumentos para demostrar la
existencia de Dios. Entre ellos está el “argumento
ontológico", asociado con san Anselmo de Canterbury (1033-1109),
que se suele expresar de la siguiente forma:
1.
Por definición, Dios es un ser del que nada más
grande puede ser imaginado.
2.
Un ser que necesariamente existe en la realidad es
más grande que un ser que no necesariamente existe.
3.
Así, por definición, si Dios existe como una idea
en la mente, pero no necesariamente existe en la realidad, entonces podemos
imaginar algo que es más grande que Dios.
4.
Pero no podemos imaginar algo que sea más grande
que Dios.
5.
Así, si Dios existe en la mente como una idea,
entonces Dios necesariamente existe en la realidad.
6.
Dios existe en la mente como una idea.
7.
Por lo tanto, Dios necesariamente existe en la
realidad.
¿Convencido? No mucho, seguramente, y con
razón. Los escépticos suelen denunciar aquí un argumento circular o petitio principii, es decir, que la premisa
con que comienza el argumento ya lleva implícita la conclusión. En la definición de Dios como “aquello más grande que podemos pensar", está
incluida la idea de su existencia. En particular el Kant criticó esta
clase de argumentos, explicando que no son más que un juego de conceptos
mentales, que nada nos dicen acerca de la realidad.
El mismo Santo Tomás, en pleno
S. XIII, advierte contra esta forma de razonar. Nunca bastará, dice él, con definir a Dios para demostrar que existe,
porque en realidad jamás podemos comprender a fondo a Dios, y saber qué es.
Eso no implica que sea imposible demostrar a Dios, solo que la ruta para
hacerlo es otra, a través de sus efectos que sí conocemos.
Los filósofos medievales eran
extremadamente rigurosos en sus razonamientos, y es extraño que argumento
ontológico realmente haya sido propuesto como una demostración. Tal vez no era
ese su objetivo.
Tal vez san Anselmo no estaba tanto demostrando la existencia misma de
Dios, como denunciando la estupidez de
los ateos, que niegan algo que ni siquiera pueden definir, mucho menos
entender.
Imaginemos, por ejemplo, que
alguien dijera: “el neutrino no existe, y quien
afirma que existe tiene la carga de demostrar su existencia". Quien
asuma el desafío de responder a este escéptico de las partículas fundamentales,
naturalmente será un físico, y no cualquiera sino uno especializado en física
cuántica y cosmología. Pero antes, este hipotético especialista tendría derecho
a hacer algunas preguntas:
–Oye, pero ¿Tú
sabes qué es un neutrino?
–Vi un video de
YouTube en un canal de física, y no me convenció.
–Bueno, hay
mucha física y matemática antes de entender por qué los físicos hablan del
neutrino y sus efectos.
–Ya te vas por
las ramas. Ya te he dicho que el neutrino no existe, y si existiera debería ser
algo evidente, fácil de entender y demostrar para cualquiera. Si dices que
existe, tienes la carga de darme pruebas ahora. De lo contrario, debes
reconocer que tu fe en la existencia de las partículas fundamentales es
completamente irracional.
Nadie se extrañará si un
físico se aleja frustrado de esta clase de conversación. De los creyentes, en
cambio, se espera que demuestren la existencia de Dios, ahí mismo y si lugar a
dudas, como si el fundamento último de la realidad fuera algo tan simple que
cualquiera lo pueda entender.
Los ateos pretenden que negar
a Dios es una posición neutra, que se limita a negar la existencia de Dios, tal
como se puede dudar de cualquier cosa, y que el creyente tiene toda la carga de
demostrar. Sin embargo, no es así. Tal
como el neutrino tiene tras de sí complejos desarrollo científicos y
matemáticos, el concepto de Dios ha sido objeto de atención y reflexión a lo
largo de toda la historia humana. No se trata simplemente de negar que
Dios existe, como quien pudiera dudar del monstruo de spagetti, o que hay una
tetera orbitando en torno al sol. Hoy en día se requiere al menos algo de
preparación en filosofía y epistemología para decir algo significativo en
cuanto a Dios.
Quien dice “Dios no existe” al menos afirma conocer lo que
Dios es, y tanto sabe al respecto que está seguro que no existe ni puede
existir. Esa es una afirmación
extremadamente osada, pues toda la reflexión filosófica al respecto suele
comenzar precisamente por el lado opuesto: Dios,
por definición, excede las capacidades del intelecto humano. Por eso,
cuando alguien niega a Dios, uno tiene derecho a responder “Oye, pero ¿sabes de qué estás hablando?".
Si nos responden que Dios es
un abuelito en el cielo, o uno más en la lista de dioses paganos, como Thor o
Zeuz, ni siquiera vale la pena discutir. En ese caso nos saltamos todo el debate con un amistoso “¡Estamos de acuerdo! yo tampoco creo que ese Dios
exista”. Si nos dicen que Dios es un tirano omnipotente
constantemente obsesionado con lo que los humanos hacen con sus genitales, es
evidente que la discusión pendiente no es filosófica, sino psicológica, y que
más se refiere a la relación de cada uno con su padre. Todavía no me he
encontrado con un ateo que me responda con la definición
de la RAE ("Ser supremo que
en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo"), que
si bien dista de ser perfecta al menos es un punto de partida.
El argumento ontológico, más
que una demostración en sentido estricto, es una herramienta retórica, que
muestra al ateo que no sabe qué es Dios, y que si lo supiera no andaría por ahí
hablando tonterías.
“Dice
el necio en su corazón: no hay Dios” (salmo 53)
Pato Acevedo