SU GRAN APÓSTOL FUE SAN BERNARDINO DE SIENA
San Bernardino de Siena, mostrando una de las
tablas con el símbolo IHS que utilizaba para predicar la devoción al Santísimo
Nombre de Jesús. Tabla de Benvenuto di Giovanni (1474), Metropolitan Museum de
Nueva York.
La Fiesta del Santo
Nombre de Jesús, instituida en el siglo XV por los obispos
del Sacro Imperio Romano Germánico, se celebra, con algunas variaciones,
durante los primeros días de enero. Desafortunadamente, se ha ido perdiendo
esta preciosa devoción, que ensalza el nombre que es sobre todo
nombre: Jesús (Salvador). Nombre
revelado por Dios mismo, a través del Arcángel Gabriel, a la Santísima Virgen María: “He
aquí que concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús” (Lc 1, 31).
También a José le es revelado por un ángel
del Señor, durante su sueño, el nombre que deberá dar al Niño nacido de la
Virgen: “Dará a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1,
21).
Jesús “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz. Dios Padre le exaltó y le dio el nombre que
es sobre todo nombre, para que toda rodilla en el cielo, en la tierra y
debajo de la tierra se doble en el nombre de Jesús, y toda
lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 8-11). De ahí que Jesucristo les concediese a sus discípulos
hacer prodigios en su nombre, pues como San Pedro, lleno del
Espíritu Santo lo expresa, "ningún otro
puede salvar; pues debajo del
cielo no hay otro nombre dado a los hombres, por medio del cual podemos
salvarnos" (Hch 4, 12).
La veneración al Santísimo Nombre
de Jesús se remonta a la Edad Media. Fue durante el Concilio de Lyon (1274)
que el Papa Gregorio X dictó una
bula a fin de fomentar la reverencia al Nombre que está por encima de todos los
nombres. De ahí la piadosa costumbre de inclinar
la cabeza ante la
mención del nombre de Jesús. Además, se les asignó a los dominicos y a
los franciscanos la
custodia y propagación de dicha devoción por toda Europa, la cual tuvo entre
sus más devotos promotores a San Bernardino de Siena (1380-1444).
Este franciscano, en sus misiones
por Italia, solía llevar una tablilla que mostraba la Eucaristía rodeada de rayos,
y con las tres primeras letras griegas del nombre de Jesús, IHS (Ihsous) inscrito sobre ella.
Al finalizar sus sermones bendecía a los fieles con el
emblema,
con el cual, además, obró varios milagros. Actualmente, la tabla usada
por San Bernardino es venerada en Santa María en Aracoeli en Roma. Más tarde,
alrededor del año 1530, el Papa Clemente VII concedió por primera vez a la Orden
Franciscana la autorización para la celebración del Oficio del Santísimo Nombre
de Jesús, cuyo monograma IHS también se identifica con la abreviatura latina de
la frase: Iesus Hominum Salvator [Jesús, Salvador de los hombres].
San Ignacio de Loyola, con el
símbolo IHS, adoptado como propio por los jesuitas.
San Ignacio de
Loyola adoptó dicho monograma como el símbolo de la Compañía de Jesús, la cual,
fundada en 1534 ha sido "insigne por el nombre
de Jesús", el cual, como afirmaron los primeros jesuitas, "es nombre más hermoso que el amanecer y la luz"
y por el cual "nosotros, los jesuitas, debemos
estar listos para dar nuestra sangre".
Unas décadas más tarde, en 1587,
el Papa Sixto V promovió la jaculatoria ¡Alabado sea Jesucristo! ¡Ahora y por siempre! Tanto el mencionado Papa como Benedicto XIII concedieron
una indulgencia de cincuenta días para
todo aquél que pronuncia el Nombre de Jesús reverentemente e indulgencia
plenaria al pronunciarlo en el momento de la muerte. En 1721 Inocencio XIII determinó
que la fiesta se extendiese a toda la Iglesia a fin de celebrar la santidad, el poder y la
dulzura del nombre de Jesús y despertar con ello la devoción y reverencia en el
alma cristiana ante el poder de este nombre, ante el cual se arrodilla todo ser
en los cielos, en la tierra y aun en los infiernos.
Desafortunadamente, no solo hemos
perdido el acto piadoso de hacer una reverente inclinación de cabeza ante el
nombre de Jesús, sino también el respeto debido a este Santo
Nombre, el cual es utilizado, aun por muchos católicos, como si fuese una
especie de muletilla. Ni que decir de las blasfemias y sacrilegios actualmente
tan comunes. Como exclama San Bernardo: “¡Oh, Jesús! ¡Cuánto te ha costado ser Jesús!”
Pensemos, cada vez que repitamos
el Santo Nombre de Jesús, en el altísimo precio con el cual nos
rescató de la muerte eterna. Además, este Dulce Nombre es sumamente poderoso.
Cuando es invocado con fe y humildad,
brinda ayuda en las necesidades corporales, da consuelo en las pruebas
espirituales y nos obtiene gracias, favores y bendiciones, pues Cristo dijo: "Lo que pidan al Padre en mi nombre se los
dará" (Jn 16, 23). De ahí que la Iglesia concluya sus oraciones con
las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor.”
Alabémosle, bendigámosle y
promovamos con nuestro ejemplo la veneración ferviente al Santo Nombre de Jesús, nombre que, como
afirma San Bernardo de Claraval “es miel para los labios, canción para el oído y
alegría para el corazón”.
Celebremos el Santísimo Nombre de
Jesús, que, como afirma San Bernardino de Siena: "Es
el santísimo nombre anhelado por
los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con
suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la
gracia".
Por: Angélica
Barragán