–San Vicente de
Paúl, ruega por nosotros.
–Y que el Señor, por
tu intercesión, nos convierta al amor a Dios y al prójimo.
La base de este escrito es la
excelente obra de José María Román, San Vicente de Paúl – I. Biografía
(BAC 424, Madrid 1982, 705 pgs.), y su segundo tomo –II. Espiritualidad y selección de escritos (ib. 1984, 551 pgs.). Las citas que hago de estos
libros van entre corchetes, indicando el volumen y la página; por ejemplo [I,54].
* * *
I. –BIOGRAFÍA
Nació, tercero de seis hermanos, de
una modesta familia rural, unos dicen que en Pouy, pueblo de las Landas, cerca
de Dax, al suroeste de Francia (1581); pero otros mantienen que nació en
Tamarite, Huesca, del Reino de Aragón, junto a la frontera de Cataluña (1576).
Parece más probable la primera fecha. De niño y adolescente trabajó como pastor del ganado de su
familia. Pero pronto dió señales de su gran inteligencia y fue enviado a Dax
para estudiar en el colegio de los Franciscanos (1595). Poco después inició sus estudios
teológicos en Zaragoza y Toulouse (1596). Fue ordenado sacerdote (1600) y tuvo ministerio parroquial
en Clichy.
Pero aconsejado por el
cardenal Pedro de Bérulle
(1575-1629) –gran maestro de espiritualidad y fundador del Oratorio en
Francia–, aceptó ser preceptor de la aristocrática y poderosa familia de los
Gondi (1613), a la que pertenecía el cardenal Pedro de Gondi (+1616), arzobispo
de París. Tras unos años en este servicio, llegó un tiempo en que, acompañando
los veranos a esta familia en una de sus propiedades del campo (1617),
descubrió la miseria material y espiritual de los campesinos, malamente
atendidos por sacerdotes ignorantes. Más abajo lo refiero. En esa ocasión, el
Señor, que ya iba sacándolo de sus ambiciones temporales, encendió su verdadera
vocación sacerdotal, especialmente ejercida en favor de los pobres y de los
sacerdotes.
Su nueva vida de total entrega
apostólica –su conversión– se inició inmediatamente con extraordinaria
fecundidad. Fue nombrado Capellán real de las
Galeras. Organizó múltiples Misiones
Rurales e instituyó las Cofradías de la Caridad (1620). Fundó la Congregación de la Misión (1625) –los paúles–,
las Hijas de la Caridad (1633), que llegaron a ser en la Iglesia, en el
siglo XX, la más numerosa de las congregaciones religiosas femeninas.
San Vicente, tan solícito con
los pobres, ayudó a las autoridades civiles no sólo como Capellán
de las Galeras –duras cárceles
flotantes–, sino también en otras altas funciones. Fue nombrado miembro del Real Consejo de Conciencia; asistió al Rey
Luis XIII en la hora de su muerte (1643); durante la cruel guerra civil de la
Fronda (1648-1653), intervino como mediador, pacificador y benefactor de muchos
modos, entre ellos tratando con la regente Ana de Austria y con el cardenal
Mazarino…
II. –COMIENZOS MEDIOCRES
La familia de Vicente era más
bien pobre tanto en cultura como en economías, pero trabajadora y sanamente
cristiana. Cuando su padre le llevó al colegio de los Franciscanos en Dax,
pronto se dio cuenta de que los más de los alumnos eran de familias más
distinguidas, y sintió vergüenza de su origen. Él mismo lo reconoce.
«Cuando mi
padre, mal trajeado y un poco cojo, me llevaba con él a la ciudad, me daba
vergüenza ir con él y reconocerlo como padre. ¡Miserable de mí!»… Una vez «en
el colegio me avisaron de que me llamaba mi padre, que era un pobre aldeano. Yo
me negué a salir a hablarle, con lo que cometí un gran pecado» (I,45).
Algunos signos negativos dió
Vicente también en su ordenación sacerdotal. Nacido en 1581 o en 1580, en 1600
tendría 19 o a lo más 20 años, y contra la norma del concilio de Trento
(1545-1563), que exigía para la ordenación sacerdotal 24 cumplidos, buscó y
consiguió ser ordenado no en la cercana diócesis de Tarbes, sino en la lejana
de Périgueux por su Obispo muy anciano, que murió muy poco después. En su
descargo hay que recordar que Francia, tocada de galicanismo, no aplicó pronto
el concilio de Trento, sino que sólo se dignó aceptarlo en la Asamblea General
del Clero de 1615.
AMBICIONES
No, no era Vicente a los 20
años un santo devorado por el amor a la santidad y el apostolado. Más bien daba
signos de pretender el sacerdocio como un buen modo de ganarse la vida.
Él mismo declara: «Si hubiera sabido lo que era el sacerdocio cuando tuve
la temeridad de entrar en este estado, como lo supe más tarde, hubiera
preferido quedarme a labrar la tierra antes de comprometerme a un estado tan
tremendo» [I,55].
Fallido su nombramiento para
la parroquia de Thils, quiso Dios que en 1612, por primera vez en su vida
sacerdotal, lograse con toda legalidad ser párroco de Clichy-La Garonne, título
que mantuvo durante catorce años. Pero sólo en los dos primeros se dedicó a la
parroquia, ocupándose él de otras actividades. Para ello consiguió un Vicario
que le sustituyera, en una prolongada excedencia suya –o si se prefiere, un subarriendo del beneficio parroquial, del que
Vicente seguía como titular–, que la disciplina eclesial de su tiempo permitía.
En realidad, Vicente sacerdote
«tenía proyectos elaborados por propia inspiración,
sin preocuparse de averiguar si coincidían o no con los de Dios» [I,57].
«Era un joven que se había propuesto hacer carrera…
Nunca sintió una vocación intelectual. Vio en el estudio un medio, no un fin… Vicente
aspira a una obispado» [I,65]. En 1604, a los
veinticuatro años, decide dar por terminada su carrera universitaria en
Zaragoza y Toulouse. Siete años de estudio le consiguieron el título de
bachiller en Teología. Quizá sus ambiciones le movieron a aceptar ser preceptor
en la aristocrática familia de los Gondi en 1613, siguiendo el consejo del
cardenal Pedro de Bérulle, como ya dije.
DUDAS DE FE
Durante tres o cuatro años –no
se conocen las fechas exactas– sufrió Vicente una terrible crisis espiritual,
asaltado por graves tentaciones contra la fe, que terminaron en 1616. La ociosidad de su nuevo
oficio de preceptor y las dudas angustiosas que le confidenció un sacerdote
teólogo, fueron ocasión de esta tremenda crisis.
Con la gracia de Dios,
Vicente, con oración intensificada y penitencias, y sin entrar en diálogo con
el diablo, libró largamente una batalla espiritual acudiendo a todos los
medios. Uno de ellos, escribir el símbolo de la fe en un papel que llevaba
junto a su corazón. Cada vez que se veía tentado, se llevaba la mano al pecho,
levantando su corazón a Dios. El Señor le libró inspirándole la determinación
irrevocable de entregar su vida al servicio de los pobres. Apenas tomada,
desaparecieron las tentaciones del Maligno y su alma se llenó de una luz
esplendorosa. Salió de la crisis purificado y transformado [I,103-105].
III. –CONVERSIÓN
Poco después de su ordenación
sacerdotal, hizo en 1601 un viaje a Roma, y fue conmovido por la memoria de sus
numerosos santos y el conocimiento del ejemplar papa Clemente VIII. «Tuvo en este viaje a Roma su primer encuentro con el
misterio de la santidad; acaso, una primera llamada» [I,63]. También la crisis de fe, que tanto le
atormentó, le impulsó hacia la conversión. Pero quizá ésta culminó en 1617, en
un viaje que hizo al castillo de Folléville, en tierras de Picardía,
acompañando a la señora de Gondi.
De un pueblecito vecino le
llegó a Vicente el ruego de un moribundo que quería
confesarse con él. Era un hombre con fama de grandes virtudes. Pero
exhortado por el Santo, hizo una confesión completa de sus pecados, también,
por primera vez, de aquellos más graves que había ocultado siempre al confesor.
Entendió el penitente que por esta buena confesión había salvado su vida para
la eternidad con Dios. Y con un inmenso gozo, hizo entrar a la familia, a los
vecinos y también a la señora de Gondi, contando en público lo que no había
contado durante muchos años en el secreto de la confesión, por vergüenza y por
ignorancia, al ser atendido por sacerdotes gravemente incompetentes. A los tres
días murió en la paz de Dios [I,117].
Una semana después, en la
celebración de la Conversión de San Pablo (25-I), con la asistencia de muchos
fieles de Folléville y pueblos próximos, predicó Vicente con claridad y gran
fuerza persuasiva la necesidad de la confesión y de sus verdaderos modos. «Dios bendijo mis palabras», comentó después.
Aquellos pobres aldeanos, mal tratados por curas ineptos, acudieron en masa a
confesarse de verdad.
Ya había sido avisado Vicente
de que el cura «no les daba la absolución, sino que murmuraba algo entre
dientes». Al saberlo, contaba él, «me fijé y puse
más atención en aquellos con quienes me confesaba, y vi efectivamente que era
verdad todo esto y que algunos no sabían las palabras de la
absolución», sino que rezongaban solamente un galimatías
insignificante.
Fue
para Vicente una revelación. Entendió que aquella era su misión: llevar
el Evangelio y el catecismo de la Iglesia a los pobres e ignorantes campesinos
y sacerdotes. Ocho años más tarde fundó la Congregación
de la Misión, y estableció la norma de celebrar la fiesta de su
Compañía el 25 de enero, en la Conversión de San Pablo.
* * *
*Ahora
vendría en el desarrollo de este artículo la enumeración deslumbrante de las
Obras que quiso Dios hacer a través de este aquitano, sus servicios al Reino de Francia, como Capellán
de Galeras, miembro del
Consejo real de Conciencia, asistente
espiritual del Rey, y tantas otras gestiones y mediaciones. Pero sobre todo
queda sin exponer su obra formidable en favor de los pobres y de los sacerdotes
mal formados: las Hijas de la Caridad colaborando con Santa Luisa de Marillac, las Conferencias parroquiales al servicio de la caridad, la Congregación de la Misión –los paúles–, las Misiones rurales, los
Ejercicios espirituales antes de recibir el sacramento del Orden, la acogida de
Niños expósitos, la fundación y dirección de Seminarios…
Algunos de esos temas son tan
grandiosos que exigen un artículo propio. Pero se me acaban las páginas, y
sobre todo el tiempo, pues quiero subir ya al blog este artículo para ayudar a
celebrar su memoria mañana. Éste se ha quedado en los comienzos mediocres de la
vida de San Vicente, hasta llegar a su conmovedora conversión. Si Dios me lo
concede, el año que viene haré lo posible por describir los horizontes inmensos
de su obra como fundador, predicador y maestro espiritual.
«Pasó haciendo
el bien» (Hch 10,38). Mantuvo su
sobrehumana y apostólica actividad caritativa hasta su muerte, que fue en 1660
(27-IX), el mismo año en que murió su hija espiritual Santa Luisa de Marillac
(15-III). Si le preguntáramos a él cómo se puede explicar la cantidad y la
calidad espiritual de su ministerio sacerdotal, nos contestaría con la frase de
San Pablo: «Es que ya no vivo yo: es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
Su vida fue
sobre-humana, porque fue plenamente cristiana.
Fue beatificado en
1729 y canonizado en 1737.
José María Iraburu, sacerdote
Vaya como
apéndice este texto admirable del Santo que hoy nos trae la Liturgia de las
Horas.
* * *
27 de
septiembre, San Vicente de Paúl, Presbítero
EL SERVICIO A LOS POBRES HA DE SER PREFERIDO A TODO
De
los escritos de san Vicente de Paúl, presbítero
Nosotros no debemos estimar a
los pobres por su apariencia externa
o su modo de vestir, ni tampoco por sus cualidades personales, ya que, con
frecuencia, son rudos e incultos. Por el contrario, si consideráis a los pobres
a la luz de la fe, os daréis
cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él
quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi
la apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los judíos,
sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me ha
enviado para anunciar el Evangelio a los pobres.
También nosotros debemos estar imbuidos de estos sentimientos e imitar lo que
Cristo hizo, cuidando de los pobres, consolándolos, ayudándolos y apoyándolos.
Cristo,
en efecto, quiso nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se
hizo él mismo servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con
ellos, que dijo que consideraría
como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los pobres. Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama
también a los que aman a los pobres
ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a una persona, extiende
este afecto a los que dan a aquella persona muestras de amistad o de servicio.
Por esto, nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ame, en atención los
pobres. Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar del
pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que
podamos decir como el Apóstol: Me he hecho todo a
todos. Por lo cual, todo nuestro esfuerzo ha de tender a que, conmovidos
por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a Dios que infunda en
nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de manera que nuestros
corazones estén siempre llenos de estos sentimientos.
El
servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que
prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar
a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y
haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración.
Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar
algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de
Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que
es por él por quien lo hacemos.
Así pues, si dejáis la oración
para acudir con presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al mismo Dios. La caridad, en
efecto, es la máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre
señora, y hay que cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de
servicio a los pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados,
ya que ellos nos han sido dados para que los sirvamos como a
señores.
ORACIÓN.– Señor, Dios nuestro, que dotaste de virtudes
apostólicas a tu presbítero san Vicente de Paúl, para que entregara su vida al
servicio de los pobres y a la formación del clero, concédenos, te rogamos, que,
impulsados por su mismo espíritu, amemos cuanto él amó y practiquemos sus
enseñanzas. Por nuestro Señor Jesucristo.
Por José
María Iraburu