A través de la
Sagrada Escritura, la Tradición, el Magisterio, la vida de los santos y la
teología Tomista, la autora demuestra la incompatibilidad de las teorías
psicológicas de la autoestima con el cristianismo.
Por: Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Catholic.net
– ¿Para qué lees esto? ¡La
autoestima no es cristiana! – dije, tomando el libro que mi amiga acababa de
poner sobre la mesa.
Se trataba de un ejemplar de pasta dura en el que se leía con grandes letras
azules sobre fondo blanco: "Convierte a tu
hijo en un triunfador” y en letras más pequeñas: “Diez consejos para elevar la autoestima de tus hijos”, escrito
por una Dra. Scott, psicoanalista y terapeuta de una Universidad inglesa.
Fue muy notorio el respingo que dieron y la expresión de escándalo con la que
me voltearon a ver todos los presentes al escuchar mi frase, a la que yo no
encontraba nada de extraño. Al ver la reacción y sentir
las miradas que me traspasaban como cuchillos ardientes, alcé un poco los
hombros, sonreí tímidamente y mirando un poco a todos, repetí de manera pausada:
– Pues… de
verdad… la autoestima NO es cristiana!
Estábamos en una reunión en la que había padres y madres de familia, algunos de
ellos psicólogos, católicos todos y todos practicantes. Y no digo practicantes
de “misa de domingo”, sino de esos practicantes
de verdad practicantes: de misa diaria y confesión quincenal, de Ejercicios
espirituales anuales, dirección espiritual y formación continua. Digamos que se
trataba de un público sumamente selecto.
Días más tarde me enteré del porqué de la violenta reacción ante mi frase.
Resultó ser que varias mamás de las ahí presentes, estaban llevando a sus hijos
con los psicólogos, también presentes, por haber sido diagnosticados en el
colegio (católico, por supuesto) con un problema de “baja
auto estima” y, claro, el dinero salía del bolsillo de las mamás y se
iba al de los psicólogos, para pagar las terapias enfocadas a “elevar la autoestima” que les estaban aplicando a
sus pequeños retoños.
Peor aún… luego me enteré que uno de los psicólogos ahí presentes vive de
impartir talleres de autoestima a maestros, alumnos y padres de familia.
Digamos que… sin yo saberlo, toqué fibras sensibles, extremadamente sensibles.
Eran mis amigos… Y digo “eran” porque no sé
si lo seguirán siendo después de aquella noche. Pero como yo no sabía en ese
momento la historia de las terapias y los talleres, tranquilamente expliqué por
qué había dicho lo que había dicho.
Fue un discurso más corto que el que pondré ahora, pero… a final de cuentas,
fue más o menos lo mismo.
Ahora quise ponerlo por escrito, sólo por si hay algunos más que piensen que la
autoestima, de la que tanto se habla hoy en día, es compatible con el
cristianismo.
INDICE DE CONTENIDOS
1. ¿De dónde viene el término
"autoestima"? ¿Cuál es su origen?
2. La autoestima es contraria a las enseñanzas de Cristo
3. El Evangelio nos enseña lo opuesto a la autoestima
4. La autoestima en el Antiguo Testamento
5. La autoestima de los santos
6. La autoestima en el Magisterio de la Iglesia
7. La autoestima en el pensamiento tomista y en la doctrina del Juicio final
8. La autoestima… ¿una herejía antigua que vuelve a renacer?
9. Los halagos, los elogios y la autoestima
10. Diferentes significados que se le dan al término "autoestima"
11. Resultados sociales de la promoción de la autoestima
12. Si tu hijo te dice que no puede, que no vale, ¿tampoco hay que elevarle la
autoestima?
13. Conclusión: La auténtica realización no tiene que ver con la autoestima
1. ¿DE DÓNDE VIENE EL TÉRMINO
"AUTOESTIMA"? ¿CUÁL ES SU ORIGEN?
El término “auto-estima”
que viene del inglés “self-esteem” fue
inventado por Sigmund Freud, y difundido luego por Carl Jung y Carl Rogers, que
de católicos… no tienen absolutamente nada y que está comprobado el daño real
que han hecho a la Iglesia y al mundo entero con sus teorías.
Para Freud, la religión es una neurosis
infantil que
impide crecer al hombre y llegar a su madurez. Dice que es algo inventado por
el hombre para apaciguar su angustia y llenar su necesidad de protección.
Según él, Dios-Padre es el fantasma del hombre-niño que no se atreve a afrontar
su realidad y que busca un refugio para su sentimiento de culpa. La autoestima
es la liberación de ese Dios-fantasma y al desarrollarse, permite el
crecimiento de la persona como adulto autónomo, sin Dios ni religión.
“Yo soy”, “Yo tengo”, “Yo puedo”, “No necesito de
nadie”, “Todo me lo merezco”… fomentar la autoestima es fomentar el
orgullo, la soberbia, la avaricia, la codicia, la lujuria… porque en ella, el
centro es el “Yo” y todo es autocomplacencia
del yo.
Pero no es el caso ahora hablar de los errores de Freud, pues ya muchos lo han
hecho: el P. Antonio Orozco Desclós y el Dr. Aquilino Polaino en varios de sus libros.
Principalmente Rudolf Allers (1883-1963) lo
ha explicado de manera magistral en su libro What´s wrong with Freud?
Basta decir por ahora, para los fines de este artículo, que el origen del
término “autoestima” no es cristiano y su
significado original, tal como fue concebido por Freud y que es el que se
promueve en la sociedad actual en libros, revistas, programas, talleres,
clínicas, cursos y terapias de autoestima, tampoco es cristiano.
2. LA AUTOESTIMA ES CONTRARIA
A LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO
La autoestima, tal como la concibió Freud y tal
como se presenta en los talleres y libros que están de moda, dice “ámate a ti mismo” y Jesucristo, por el contrario,
dice “niégate a ti mismo”:
“El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame enseguida, porque el que no toma su cruz y me sigue, no
es digno de mí”
Jesús no dice ÁMESE a sí mismo, sino NIÉGUESE a sí mismo. ¿Necesitamos
más comprobación que eso?
He visto en algunas clínicas de autoestima, que para ganar clientes católicos,
utilizan en sus anuncios a Jesucristo, arguyendo que Él nos dijo que te tienes
que amar a ti mismo para amar a los demás y para esto, citan la frase: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como
a ti mismo”
Pero, si nos fijamos bien, el mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo. El “como a ti mismo” es sólo el modo de hacerlo. Y
por supuesto, no es lo mismo decir “Ama a tu
prójimo como a ti mismo” que “Ámate a ti
mismo para poder amar a tu prójimo”.
Es un simple truco de mercadotecnia que nos engaña fácilmente.
Si seguimos leyendo el Evangelio, vemos que cuando Jesús dice eso, completa la
frase diciendo “En esto se resumen la Ley y los
profetas”
La ley hebrea se resume en esos dos mandamientos, pero es una ley todavía
incompleta e imperfecta.
Jesucristo nos dice más adelante: “No he venido a
abolir la ley, sino a perfeccionarla” y la perfeccionó, sí que la
perfeccionó, dándonos un nuevo mandamiento, el Mandamiento del Amor: “Un nuevo mandamiento os doy: Que se amen los unos a los
otros, como Yo los he amado”
Jesús sustituye el “como a ti mismo” por
algo mucho más ambicioso y perfecto: “como Yo los
he amado”.
¿Y cómo nos amó Jesucristo? Entregándose a
sí mismo, olvidándose por completo de sí, renunciando a todo por amor a
nosotros… y siendo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.
Los que defienden sólo el “amar a los otros como a
nosotros mismos”, sin tomar en cuenta el nuevo mandamiento, se quedaron
antes de Jesucristo (están un poco pasados de moda), se quedaron en la Ley
Antigua, en la ley del talión “Ojo por ojo y diente
por diente” o en la ley mínima de “No hagas
a otros lo que no quieras que te hagan a ti”
Se quedan cortos, cortísimos, pues el amor que nos predicó Jesucristo, con su
Palabra y con su vida, va mucho más allá de amar a los otros “como a nosotros mismos”. Lo novedoso, lo actual,
es amarnos unos a otros tal como Jesús nos amó.
3. EL EVANGELIO NOS ENSEÑA LO
OPUESTO A LA AUTOESTIMA
Bastan, para comprobarlo, algunas frases y escenas
sacadas del Evangelio:
“El que se enaltece, será humillado y el que se
humilla será enaltecido”
“Quien quiera ganar su vida, la perderá y quien la pierda por amor a mí, ése la
ganará”
“El que quiera ser el primero entre vosotros que sea el servidor de todos”
“Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros”
“Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos”
“Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere no dará fruto, pero si muere
dará mucho fruto”
“No he venido a ser servido, sino a servir”
Jesús reprueba la actitud del fariseo: "Oh
Dios, te doy gracias porque no soy como los demás..." y alaba, en
cambio, la actitud del publicano, que no se sentía digno: "Apiádate de mí, que soy pecador". Reprueba
al que tiene una “elevada autoestima” y
alaba al de la “baja autoestima”.
Alaba la actitud del centurión que se declara indigno “Señor,
yo no soy digno de que entres en mi casa”.
Le concede el favor a la mujer moabita que acepta ser comparada con un perro: “Los perrillos también comen las migajas que caen de la
mesa de sus amos”.
Perdona los pecados a la mujer pecadora que se lanza a sus pies, “con la autoestima hasta el suelo” y en cambio,
reprueba la actitud de Simón el fariseo, quien por tener “una elevada autoestima” se olvida de ofrecerle
agua a Jesús para que se lavase los pies.
Hay más actitudes del cristiano, tomadas del Sermón de la Montaña, que resultan
impensables para alguien que tenga “un elevado
concepto de sí mismo” que es lo que ofrecen los cursos y talleres de autoestima:
“Ama a tus enemigos, haz el bien a los que te
odian”
“Al que te roba el manto, dale también la túnica”
“Al que te golpea en una mejilla, preséntale también la otra”
“Al que te obliga a acompañarlo una milla, acompáñalo dos”
“Da a quien te pida y no reclames al que te quita lo tuyo”
“Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos
por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial”.
“Cuando ores, métete en tu cuarto y cierra la puerta para que nadie te vea”
“Cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”
“Cuando ayunes, lávate el rostro para que nadie se dé cuenta”
Están también las
Bienaventuranzas:
“Felices los pobres… los que tienen hambre… los que
lloran… los mansos… los misericordiosos…”
“Felices seréis cuando os injurien y os persigan y
digan toda clase de mal contra ustedes por mi causa… Alegraos y estad contentos
porque su recompensa será grande en el cielo”
¿En dónde quedó la autoestima? En ningún lugar
del Evangelio encontramos que Jesús diga: “Si
quieres ser feliz, ámate a ti mismo”. Más bien dice todo lo contrario:
“El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo…”.
La teoría de la “autoestima” nos dice que el
alto concepto que tengamos de nosotros mismos y la confianza que tengamos en
nosotros mismos y en nuestras capacidades es lo que nos hará ser personas “realizadas”.
Cristo nos dice exactamente lo contrario: que para ser verdaderamente felices
debemos negarnos a nosotros mismos, que primero están Dios y los demás y que
uno debe ser el último. Nos asegura que, al negarnos a nosotros mismos y al
poner las cosas en ese orden, entonces nos realizaremos como personas. La “autoestima”, por el contrario, nos lleva a que
seamos nosotros el centro de nuestra atención (egocentrismo) y a que nos
sirvamos primero a nosotros mismos (egoísmo).
Cuando el pobre de Pedro, con buenas intenciones, intentó alimentar la
autoestima al Señor, tratando de disuadirlo de la Pasión, diciéndole
seguramente algo como: "No, Señor, eso no
pasará, tú eres muy bueno, no debes sufrir tanto…", Jesús lo
rechazó de inmediato: “Apártate de mí, Satanás”.
Y… las tentaciones en el desierto, claramente el demonio tentaba a Jesús por su
“autoestima”. “Si eres el Hijo de Dios, haz que
estas piedras se conviertan en pan”; “Si eres el Hijo de Dios tírate de este
precipicio”; “Todos estos reinos te daré…”.
¿Cuál fue la respuesta de Jesús? “Apártate de mí, Satanás”.
Llegado a este punto, tal vez alguno que tenga una elevada autoestima, esté
pensando en renegar de su fe cristiana y quedarse mejor como un buen judío,
antes de las enseñanzas de Jesucristo. Pero en el Antiguo Testamento tampoco se
habla a favor de la autoestima.
4. LA AUTOESTIMA EN EL
ANTIGUO TESTAMENTO
En la Sagrada Escritura nunca se nos habla de
que sea necesaria la estima de uno mismo, la confianza en uno mismo, la
seguridad en nosotros mismos. Todo lo contrario: a
lo largo de toda la Historia de la Salvación, Dios nos narra en las Sagradas
Escrituras los nefastos efectos de la autoestima, tal como la entiende el mundo
hoy y la promueven los talleres y libros.
Ya en el Génesis nos encontramos con Adán y Eva, que, cuando la serpiente les
quiso “elevar la autoestima” diciéndoles “Seréis como dioses”… cometieron el pecado
original, perdieron el Paraíso, perdieron la presencia de Dios, perdieron los
dones preternaturales… y se vieron “desnudos”, es
decir, sin nada.
Caín, cuando se sintió “herido en su autoestima” porque
su sacrificio no había sido agradable a Dios, asesinó a su hermano Abel,
quedando marcado para siempre y condenado a vivir como un errante en la Tierra.
Los constructores de la Torre de Babel, por tener “una
elevada autoestima” al sentirse que eran poderosos porque sabían
fabricar ladrillos, sus lenguas se confunden y dejan su obra a medio terminar.
Podemos imaginarnos hasta donde habrá “bajado la
autoestima” de Noé, cuando tuvo que obedecer a Dios, construyendo un
barco enorme en lo alto de una montaña y lejísimos del mar… la de burlas que le
habrán hecho. Y luego… para colmo, cuarenta días y cuarenta noches durmiendo
entre animales, limpiando suciedades de animales… a cualquiera se le baja la
autoestima con eso. Se ve que Dios no le daba demasiada importancia a la
autoestima de sus elegidos.
También podemos imaginar en dónde estaba “la
autoestima” de David, cuando se presentó con una vil resortera (honda),
confiando sólo en Dios, para luchar contra el gigante Goliat, quien estaba
armado hasta los dientes, tenía una “elevada
autoestima” y se burlaba con grandes carcajadas de él.
Vemos a Sansón, a quien Dios le había dado una fuerza sobrenatural y su larga
cabellera era señal de que estaba consagrado a Dios. Fue capaz de grandes
hazañas, hasta el día en que llegó Dalila a “impartirle
un taller de autoestima”. Lo durmió acariciándolo, acariciando sus
fuertes músculos y su tupida cabellera… (acariciando su autoestima) y, una vez
dormido, le cortó el pelo, quitándole su confianza en Dios… Sansón perdió toda
su fuerza. Lo apresaron, le sacaron los ojos, lo pusieron a trabajar como un
asno… hasta que tuvo “su autoestima destrozada” y
entonces recuperó la confianza en Dios y pudo librar a su pueblo de los
opresores.
También encontramos ejemplos bíblicos con “una
elevada autoestima”: El rey Antíoco, en el libro de los macabeos, el rey
Nabucodonosor, mandaron construir grandes estatuas con su imagen para que los
hombres los adorasen. Una elevada autoestima, de oro y plata con pies de
barro. La Palabra de Dios no habla bien de ellos.
Gedeón triunfó en la lucha sin querer aparecer y sin sentirse digno de esa
misión: «Ah, Señor mío, ¿con qué salvaré yo a
Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de
mi padre» (Jue 6,15). Todavía Dios baja más su “autoestima”
reduciendo su ejército a sólo 300 hombres, para que se notara bien que
el triunfo era de Dios. Gedeón no tenía de qué jactarse, pues era muy obvio que
el Señor le había dado la victoria.
Salomón, siendo un rey sabio, cuando “se eleva su
autoestima” viéndose querido y admirado por las mujeres más bellas y más
ricas del mundo, pierde toda su sabiduría, se entrega a los dioses paganos y
ocasiona la división del Reino de Israel.
Jeremías nos advierte sobre el peligro de confiar en nosotros mismos:
"Maldito el hombre que
confía en el hombre, que en él pone su fuerza ... Bendito el hombre que confía
en el Señor y en Él pone su esperanza..." (Jer 17, 5-8).
Toda la historia del pueblo de Israel es una historia de triunfos y fracasos,
de dichas y tristezas. Triunfan cuando confían en Dios y fracasan cuando
confían en ellos mismos. Les va bien cuando confían sólo en Dios y les va fatal
cuando desconfían del poder de Dios y quieren resolver los problemas con sus
propias fuerzas.
5. LA AUTOESTIMA DE LOS
SANTOS
No recuerdo a un solo santo que haya sido santo “por amarse a si mismo”. Más bien al revés: todos los ejemplos de los grandes santos nos hablan de su
olvido de sí mismos para entregarse a los demás por amor a Dios.
San Pablo
El gran Saulo de Tarso, antes de encontrarse con Cristo, tenía una elevadísima
autoestima: era fariseo de los más importantes,
discípulo de Gamaliel, del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e
hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto a la justicia de la
Ley, intachable.
Se gloriaba "en sus obras de la ley" y
pensaba que por su "justicia" (una
alta autoestima), tenía todos los derechos a "la
bendición de Dios" (prosperidad, seguridad, fecundidad, bienes
materiales y espirituales...). Pero el buen Saulo, al conocer a Cristo,
reconoce que todo lo anterior es pérdida, más aún basura, en comparación al
conocimiento de Cristo.
San Pablo, el gran apóstol de los gentiles, al conocer a Cristo “perdió su autoestima” y se designó a sí mismo
como “el primero de los pecadores” (1 Tm
1,15), “un mísero hombre” (Romanos 7,24) y “menos que el más pequeño de los santos” (Ef 3,8).
A los Filipenses les dice: “Piensen con humildad,
estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Flp 2,3).
Más adelante escribiría: “Por eso, me complazco en
mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en
las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces
soy fuerte ” (2 Cor 12,10) y “No soy yo
quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
“Para mí la vida es Cristo, y la muerte una
ganancia. Todo lo tengo por basura (hasta yo mismo) con tal de ganar a Cristo” (Flp
3,8). "Mas, por la gracia de Dios, soy lo que
soy” (1 Tm 1,12ss)
San Pablo nos habló de la ”autoestima” al
predecir sobre los últimos tiempos: “los hombres se
amarán más a sí mismos que a Dios, y todo bajo apariencia de bien” (2
Tim. 3, 4).
Les escribe a los corintios: “En realidad, no
pretendemos ponernos a la altura de algunos que se elogian a sí mismos, ni
compararnos con ellos. El hecho de que se midan con su propia medida y se
comparen consigo mismos, demuestra que proceden neciamente.” (2 Cor
11,12)
“El que se gloría, que se gloríe en el Señor.
Porque el que vale no es el que se recomienda a sí mismo, sino aquél a quien
Dios recomienda.” (2 Cor 11,18)
San Agustín
San Agustín, mientras fue hereje y pecador, tuvo una “elevada
autoestima”. Él mismo lo pone en sus confesiones y cuenta que veía en
donde estaba el bien y sabía lo que tenía que hacer, pero no podía hacerlo,
pues él mismo había tejido unas cadenas que lo mantenían atado.
Se gustaba a sí mismo, se admiraba a sí mismo, se sentía orgulloso de la imagen
que los otros tenían de él y eso le impedía levantarse y convertirse. Fue hasta
que se dio cuenta de su miseria, cuando por fin “se
le bajó la autoestima”, que se echó debajo de la higuera y rompió a
llorar desconsoladamente. Desde entonces fue un gran santo.
Él mismo dijo: “Nos has hecho para ti, Señor y
nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”. Entendió que
el descanso no se encuentra en la auto confianza, sino en Dios. Escribió, entre
otras muchas cosas, esta hermosa oración:
Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a
ti; que no desee otra cosa sino a ti; que me odie a mí, y te ame a ti y que
todo lo haga siempre por ti;
que me humille y que te exalte a ti; que no piense nada más que en ti; que me
mortifique, para vivir en ti y que acepte todo como venido de ti;
que renuncie a lo mío y te siga sólo a ti; que siempre escoja seguirte a ti;
que huya de mí y me refugie en ti y que merezca ser protegido por ti;
que me tema a mí y tema ofenderte a ti; que sea contado entre los elegidos por
ti; que desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en ti y que obedezca a otros
por amor a ti; que a nada dé importancia sino tan sólo a ti; que quiera ser
pobre por amor a ti. Mírame para que sólo te ame a ti; llámame, para que sólo
te busque a ti y concédeme la gracia de gozar para siempre de ti. Amén.
San Alfonso María
de Ligorio escribe:
“no somos capaces por
nosotros mismos de hacer nada bueno. Cualquier bien que hagamos, viene de Dios
y cualquier cosa buena que tengamos, pertenece a Dios”.
La Madre Teresa de Calcuta, tampoco demostró tener preocupación por su alta o
baja autoestima. Cuando le preguntaban por su salud, decía: “No sé, no he pensado en ello, tengo demasiadas cosas que
hacer por los demás como para pensar en mi propia salud”.
Ella no habló
nunca de la importancia de amarse a sí mismo, pero sí nos habló del amor a los
otros:
Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que
necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien; Cuando esté
desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi
comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda
atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro
amor misericordioso, imagen del tuyo. Madre Teresa de Calcuta M.C.
Tomás de Kempis
"Hijo, no puedes poseer libertad perfecta si
no te niegas a ti mismo del todo. Todos los que se aman a sí mismos, están en
prisiones, son codiciosos, curiosos y vagabundos, buscan de continuo las cosas
delicadas, y no las que son de Jesucristo”.
"¡Oh si hubieses llegado a tanto que no fueses amador de ti mismo y
estuvieses puramente a mi voluntad! Entonces me agradarías mucho y pasarías tu
vida en gozo y paz. (...) Desprecia la sabiduría terrena, y el humano
contentamiento y el tuyo propio." (Cap XXXVI de La Imitación de
Cristo).
6. LA AUTOESTIMA EN EL
MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Así como no encontré ningún santo con una
elevado concepto de sí mismo, tampoco he podido encontrar en la enseñanza
milenaria de la Iglesia nada que hable de la autoestima o de la necesidad de
amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás. Por el contrario,
encontré que siempre se ha enseñado que todo lo hemos recibido de Dios y que
nada podemos y nada somos sin Dios
Los Padres de la Iglesia definen el pecado como “El
amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios” y definen la santidad como “El amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo”.
El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes, habla del fomento de la
autoestima como una de las formas del ateísmo actual, diciendo “Mientras unos niegan expresamente a Dios[...] Algunos
exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios [...]”.
(G.S. n. 19).
El Catecismo de
la Iglesia Católica, nos habla de la dignidad de la persona humana, pero no nos
dice que debamos amarnos o enorgullecernos por ello:
1700. La dignidad de la persona
humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios […]. Con sus
actos libres […] y con la ayuda de la gracia (los hombres) crecen en la virtud
y evitan el pecado […] Así acceden a la perfección de la caridad.
También el
Catecismo nos habla de la necesidad de educar a los hijos, pero no nos habla de
los talleres de autoestima, sino por el contrario, nos habla de formar su
conciencia para preservarlos del egoísmo y del orgullo:
1784 La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida […] Una
educación prudente enseña la virtud; preserva o cura del miedo, del egoísmo y
del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos
de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación
de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.
Juan Pablo II en su Mensaje de la Paz del año 2005, cita
expresamente a San
Agustín para recordarnos que el Reino
del mundo se construye en el amor a uno mismo, mientras que el Reino de los
Cielos se construye en el desprecio de sí hasta el amor a Dios. Estas son sus
palabras textuales:
«El que ama su vida, la pierde». Estas
palabras no expresan desprecio por la vida, sino, por el contrario, un
auténtico amor por la misma. Un amor que no desea este bien fundamental sólo
para sí e inmediatamente, sino para todos y para siempre, en abierto contraste
con la mentalidad del «mundo».
En realidad, la vida se encuentra cuando se
sigue a Cristo por la «senda estrecha». Quien
sigue el camino «ancho» y cómodo, confunde la vida
con satisfacciones efímeras, despreciando la propia dignidad y la de los
demás”. Juan Pablo II 4-03-2001, Mensaje para la Cuaresma.
Benedicto XVI en su carta dedicada al amor, Deus Caritas est, no dedica ni un
solo número a hablar del amor a uno mismo. Si, como predican algunos, es tan
necesario amarse primero uno mismo para poder amar a los demás, ¿No resulta extraño que el Papa, en 42 números dedicados
a hablar del amor, no dedique ni uno solo a la autoestima?
Benedicto XVI nos habla del amor de Dios por nosotros y de cómo lo tenemos que
reflejar en el amor a nuestros hermanos (de eso trata toda la encíclica), pero
no nos dice jamás que nos debemos amar primero a nosotros mismos.
“Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del
amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás”
El amor que nos viene de Dios debe llegar a nosotros y fluir desde ahí, como
cascada de agua viva hacia los demás. No tenemos por qué quedárnoslo y
contemplarlo como si fuera nuestro. El Papa nos define
el amor como un salir del yo encerrado en sí mismo, hacia la entrega de sí”
“Ciertamente, el amor es ´éxtasis´, pero no en el
sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del
yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente
de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el
descubrimiento de Dios". (Deus Caritas est n.9)
Hace poco nos lo
recordó en una de sus homilías:
"Esta es la verdadera subida, esta es la
verdadera puerta. No desear llegar a ser alguien, sino, por el contrario, ser
para los demás, para Cristo, y así, mediante él y con él, ser para los hombres
que él busca, que él quiere conducir por el camino de la vida.
La vida no se da sólo en el momento de la muerte, y no solamente en el modo del
martirio. Debemos darla día a día. Debo aprender día a día que yo no poseo mi
vida para mí mismo. Día a día debo aprender a desprenderme de mí mismo, a estar
a disposición del Señor para lo que necesite de mí en cada momento, aunque
otras cosas me parezcan más bellas y más importantes. Dar la vida, no tomarla.
Precisamente así experimentamos la libertad. La libertad de nosotros mismos, la
amplitud del ser. Precisamente así, siendo útiles, siendo personas necesarias
para el mundo, nuestra vida llega a ser importante y bella. Sólo quien da su
vida la encuentra." (Benedicto XVI . Homilía 7 de mayo de 2006)
La Iglesia como Madre y Maestra conoce la debilidad del hombre y sabe que es
imposible para él dar continuamente sin recibir nada a cambio. Por esta razón,
nos enseña una y otra vez, que la fuente de nuestro amor hacia los demás es el
amor que Dios me tiene y no el amor a mí mismo. Yo puedo amar a los demás sin
esperar nada de ellos, porque sé que soy amado por Dios.
Benedicto XVI nos
lo dice con estas palabras:
"Por otro lado, el hombre tampoco puede vivir
exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y
siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo
como don. Es cierto —como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en
fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No obstante, para
llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la
primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota
el amor de Dios (cf. Jn 19, 34)." (Deus Caritas est n.7)
Así que… para amar a los demás, el Papa nos dice que no hay que beber del amor
a uno mismo (como dicen los talleres de autoestima “Ámate
a ti mismo para poder amar a los demás”), sino de la fuente original,
que es el amor que Dios nos tiene.
Antes de escribir esto, estuve buscando con mucho detenimiento y durante varios
días, algún documento del magisterio autorizado de la Iglesia en el que se
hablara de la autoestima. Hasta donde llegó mi investigación, puedo afirmar que
no existe en todo el Magisterio de la Iglesia ninguna Encíclica; Carta,
Exhortación o Constitución Apostólica; Motu Proprio o Bula Papal, en 2000 años
de historia del Magisterio, en el que el Papa hable o mencione siquiera el
término autoestima.
Sin embargo, hay cientos de documentos que hablan de la negación y el olvido de
uno mismo y se pueden encontrar muy fácil, en cualquier parte del Magisterio y
hasta en los ritos de religiosidad popular.
Como ejemplo,
veamos algunas frases que usó el Card. Ratzinger en el Vía Crucis del año 2005:
"Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía
crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del perderse
a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en
este camino.
[...]
Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el
que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn
12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos
abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no
ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos
nuestra vida.
[...]
Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a
que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que
nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero
cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de
querer apoderarnos de la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte en este
itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del
amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10,
10)." (Joseph Ratzinger, Vía Crucis en el Coliseo 2005)
7. LA AUTOESTIMA EN EL
PENSAMIENTO TOMISTA Y EN LA DOCTRINA DEL JUICIO FINAL
Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica,
confirma claramente cómo la autoestima, tal como se entiende hoy en día, es del
todo incompatible con la santidad y cómo, la única manera de que el amor a sí
mismo sea un amor ordenado, es cuando busca no los bienes sensibles (un elevado
concepto de sí mismo), sino sólo los bienes espirituales de la persona (la
santidad).
Para Santo Tomás, la caridad es amistad, que él define como participar la
bienaventuranza al otro. Por esa razón, nos dice que uno sí puede amarse a sí
mismo, pues desea la salvación para sí; nos explica que el recto amor a uno
mismo consiste en desear la bienaventuranza para uno mismo (desear ser santo y
luchar por ser santo). Nos hace ver que la manera de cumplir con ese amor
ordenado a uno mismo, es solamente amando a Dios y al prójimo (es decir,
negándonos a nosotros mismos para entregarnos a los demás). Nada que ver con la
autoestima.
Esta explicación de Sto. Tomás, encuadra perfectamente el "ama a tu prójimo como a ti mismo" de la
ley Antigua, que Jesús no vino a abolir, sino a perfeccionar: Si amarme a mí
mismo significa desear para mí la salvación, entonces "amar
a mi prójimo como a mí mismo" significa desear para ellos la
salvación. Y esto no es "elevar la autoestima" mía o de los otros,
sino entregarme yo a los demás y ayudarlos a que ellos también se olviden de sí
mismos y se entreguen.
Estas son las
citas textuales de Santo Tomás, hablando de este tema:
“El amor propio, principio del pecado, es el
característico de los pecadores, que llegan hasta el desprecio de Dios, como
allí mismo se dice, pues los malos de tal modo codician los bienes externos que
menosprecian los espirituales.” (Suma Teológica-II-IIae (Secunda
secundae) Cuestión 25 art 8)
“Son vituperados quienes se aman a sí mismos por
amarse en conformidad con la naturaleza sensible a la que obedecen. Y eso no es
amarse verdaderamente a sí mismo según la naturaleza racional, que dicta que
amemos para nosotros los bienes que atañen a la perfección de la razón. De este
segundo modo principalmente atañe a la caridad amarse a sí mismo.” (Suma
Teológica-II-IIae (Secunda secundae) Cuestión 25 art 4)
“Sin embargo, se debe intimar al hombre el modo de
amar, a efectos de que se ame a sí mismo y a su propio cuerpo de manera
ordenada, y esto se cumple efectivamente amando a Dios y al prójimo.” (Suma
Teológica-II-IIae (Secunda secundae) Cuestión 44)
Sto. Tomás nos dice, en ese mismo capítulo, que los malos creen
amarse a sí mismos, pero realmente no lo hacen, pues con su amor propio
(egoísta) están perdiendo la salvación. Nos dice también que los buenos, aunque
no lo saben ni lo pretenden, sí se aman a sí mismos, pues con su entrega y su
olvido de sí, están ganando la salvación.
Para profundizar en la riqueza del pensamiento de Santo Tomás acerca del recto
amor a uno mismo, entendido como el deseo de llegar a poseer los bienes
espirituales (la unión completa con Dios), y corroborar que este recto amor no
se parece nada a la autoestima que nos quieren vender los psicólogos modernos,
sino que es contrario a ella, vale la pena leer completa la cuestión 25 de esta
segunda parte de la Suma Teológica.
Se puede ver que las enseñanzas de Sto. Tomás acerca
del recto amor a sí mismo, están perfectamente resumidas en la frase del
Evangelio: "El que quiera ganar su vida, la
perderá y el que pierda su vida por amor a mí, ése la ganará"
Este pensamiento tomista queda perfectamente explicado con la narración que
Jesús nos hace de lo que sucederá en el juicio final. Ahí nos dice Nuestro
Señor que seremos analizados en el amor, pero no en el amor a nosotros mismos,
sino en el amor a los demás:
“Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del
Reino que hemos preparado para vosotros, porque tuve hambre y me dísteis de
comer, tuve sed y me dísteis de beber, estuve desnudo y me vestísteis,
encarcelado y enfermo y me visitásteis…”
En ningún momento dice Jesús que se salvarán los que tengan una alta
autoestima, pero sí los que supieron amar a los demás.
Así que si queremos que nuestros hijos se amen a sí mismos de la manera recta
que habla Sto. Tomás, no debemos comprar libros que tengan por título "Eleva la autoestima de tu hijo", sino
regalarles otros muy diferentes, como "La
imitación de Cristo" de Kempis, por poner sólo un ejemplo.
8. LA AUTOESTIMA… ¿UNA HEREJÍA
ANTIGUA QUE VUELVE A RENACER?
Los talleres de autoestima enseñan a los niños a
“amarse a sí mismos”, “aceptarse a sí mismos”,
“confiar en sí mismos”, “sentirse orgullosos de sí mismos, de lo que son, de lo
que tienen y de lo que pueden”.
El cristianismo, ya lo hemos visto, nos enseña a ver que todo lo que tenemos y
somos nos viene de Dios, que no tenemos nada de qué enorgullecernos y que nada
podemos si no es con la ayuda de Dios. “Sin mí, nada podéis hacer”
Pelagio, un hereje del s. V, enseñaba, entre otros disparates, exactamente lo
mismo que ahora enseñan en los talleres de autoestima. Él afirmaba que el
hombre nace siendo bueno (negaba el efecto del pecado original) y que podía
salvarse por sus propias fuerzas, sin necesidad de la ayuda de Dios (negaba la
necesidad de la gracia).
El pelagianismo quedó pronto desaprobado y olvidado, fue rechazado en el Sínodo
de Cartago en el año 418 d.C; en el concilio de Éfeso en el año 431; y en el
Sínodo de Orange en el año 529; sin embargo las herejías no mueren, sino que se
transforman.
Lo que hoy llaman "autoestima",
"autorrealización", “autosuficiencia”, “confianza en uno mismo”, “seguridad
personal”, etc... pienso, como una opinión muy personal, que no es más
que una mutación del pelagianismo… una herejía antigua, resucitada en el S XX.
Dice el P.
Marcelino de Andrés en uno de sus
libros: La agonía de Cristo continúa en esos pobres
cristianos que son engañados por los falsos doctores, seducidos por sus teorías
"pseudorredentoras", arrancándoles de cuajo la fe de su alma, al
apartarles del verdadero camino de la cruz, del amor al hombre por Dios,
valorando la soberbia disfrazada de "autoestima" y la adoración al
propio YO, en lugar de la adoración al Dios Creador, Padre de Jesucristo y
Padre Nuestro.
9. LOS HALAGOS, LOS ELOGIOS Y
LA AUTOESTIMA
Es verdad que el niño debe saberse amado para
desarrollarse adecuadamente, pero no es necesario estárselo diciendo todo el
día, como recomiendan los talleres de autoestima, para que él lo sepa.
Pienso que el ejemplo del amor desinteresado de sus padres por él, será la
mejor manera de que el niño se dé cuenta de que lo quieren, sin necesidad de
que se lo digan. Si un niño ve todos los días a unos padres que se entregan uno
a otro, a sus hijos y a los demás de manera desinteresada e incondicional, él
se sentirá amado por ellos y aprenderá a amar de la misma manera que sus padres
lo hacen.
Pero vale aclarar que no todos los halagos son forzosamente malos o
perjudiciales. Hay palabras que hacen milagros y son los halagos bien hechos,
esto es, dirigidos no a los talentos del niño: “Oh,
qué guapo” “Oh, qué inteligente” “Oh, qué hábil” (de eso no tiene que
enorgullecerse, pues le ha sido dado por Dios), sino dirigidos al recto
aprovechamiento de los talentos recibidos para el servicio de los demás:
Al niño inteligente que explica la tarea al hermano pequeño, se le dirá “Qué bueno que estés usando para el bien la inteligencia
que Dios te dio”. Al que es hábil con las manos y arregla algo que
estaba descompuesto, se le elogiará, no la habilidad, sino “lo bien que está aprovechando su habilidad manual”.
De esta manera, desde pequeños los haremos conscientes de la gran
responsabilidad que tienen por cada uno de los dones que les han sido dados.
De esa manera es
como elogiaba Jesucristo a las personas:
“Ven, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en
lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho, entra en el gozo de tu Señor” Lo
elogia no por sus cualidades, sino porque ha hecho buen uso de lo que había
recibido.
A la viuda del templo, la alaba no por ser viuda o ser pobre, sino por lo que
hizo con lo poco que tenía “Ella ha dado más que
todos”
Sin embargo, también hay que cuidar que esos halagos por el recto uso de los
talentos no generen “autoestima” en el niño,
pues el hecho de que sepamos utilizar y aprovechar lo que nos han dado en bien
de los demás, es simplemente lo normal, lo natural, lo que tenemos que hacer.
“Cuando hayáis hecho todo lo que les he mandado,
decid: siervos inútiles somos, no hemos hecho más que lo que teníamos que
hacer”
Con esta frase de Jesucristo queda muy claro que no debemos sentirnos
orgullosos de nosotros mismos (una elevada autoestima) ni siquiera cuando
hayamos hecho obras buenas con los talentos que Dios nos ha dado.
Al respecto, C.S.
Lewis dice en su libro Mere Christanity:
"El niño al que se le dan unas palmadas en la
espalda por haber hecho bien la lección, la mujer a la que su amante le alaba
su belleza, el alma salvada a la que Cristo le dice: “Bien hecho”, se
complacen, y deberían complacerse. Porque ahí la complacencia reside no en lo
que tú eres, sino en el hecho de que has agradado a alguien a quien querías (y
querías de manera muy justa) agradar. El problema comienza cuando pasas de
pensar: “Le he agradado; todo está bien” a pensar, “¡Qué excelente persona soy
yo por haberlo hecho así!”
El P. Michel Esparza, autor del libro que lleva por título "La autoestima del cristiano" nos pone
en guardia contra los tratamientos psicoterapéuticos para elevar la autoestima,
diciendo:
"Quien se sabe hijo de Dios, se olvida
fácilmente de sí mismo y aumenta la calidad de su amor a los demás. En cambio,
quien desconoce esa dignidad, se ve impelido a cosechar éxitos que aumenten su
autoestima y le hagan merecedor de la estima ajena. Pero de ese modo nunca
alcanza una buena relación consigo mismo y con los demás, porque el yo está
envenenado por el amor propio y jamás se satisface del todo. Quien desconozca
el amor de Dios, ante sus propias miserias, tendrá dos opciones: o bien
reconocerlas y deprimirse, o bien autoengañarse, eventualmente con ayuda de
psicoterapia (hay quienes acuden a un psicoterapeuta para que les convenza de
que son personas fabulosas). Pero así nunca se obtiene una paz duradera, porque
la inteligencia engañada siempre protesta."
Las terapias de autoestima definitivamente no se llevan bien con el
cristianismo.
10. DIFERENTES SIGNIFICADOS
QUE SE LE DAN AL TÉRMINO "AUTOESTIMA"
Lo que más me sorprendió en aquella plática con
mis amigos, fue cómo fueron cambiando de significado a la palabra autoestima
conforme avanzaba la plática.
Al inicio, todos estaban de acuerdo en que el hombre tenía que amarse a sí
mismo para poder luego amar a los demás. Es decir, aceptaban que “autoestima”
era lo mismo que “amor a uno mismo”.
Conforme la plática fue avanzando, de pronto decidieron que no, que ellos se
referían a “sentirse orgullosos de lo que son”
Cuando vieron que esto tampoco funcionaba en los cristianos, dijeron que se
referían a “estar orgullosos de lo que hacen”
Total que luego, al decir lo de los siervos inútiles, pasaron a “confianza en uno mismo”, “seguridad personal” y
terminaron diciendo que se referían al “aprecio por
la dignidad del ser humano”
Pienso que el lenguaje debe ser bien utilizado y que hay que llamar al pan “pan “ y al vino, “vino”.
Es incorrecto utilizar el término “autoestima”
para definir “la valoración de la propia
dignidad como ser humano”, pues el término es “self-esteem”
(estima del YO) y no humanbeing-esteem o person-esteem. El significado
de “self” siempre ha sido, es y será “mi Yo”, “mi Ego” (usando términos de Freud) y
trae implícito el significado de poner al Yo en el centro, botando a Dios lejos
de la vida de la persona.
El mismo P. Michel Esparza, confiesa en una entrevista, que decidió usar el
término autoestima en el título de su libro… porque suena bonito, porque está
de moda, porque así lo leerá el hombre de la calle… en resumen, por cuestiones
de marketing. Sus
palabras textuales en dicha entrevista, son:
"He escogido el término «autoestima» por su
indudable resonancia positiva. Esta temática es universal, pero con mi libro
intento ayudar especialmente a personas con cierta tendencia al agobio
perfeccionista.
Hay otra razón por la que empleo el término autoestima: al ser de uso común,
permite divulgar el mensaje cristiano de cara al hombre de la calle. Además, la
temática de la autoestima está de moda y hablar de ella en cristiano permite
corregir ciertos enfoques erróneos."
La autoestima, como tal, no puede ser algo cristiano, pues forzosamente, el
lugar que ocupe en nuestro corazón el amor a nosotros mismos, es un lugar que
le quitamos al amor a Dios y a los hombres.
11. RESULTADOS SOCIALES DE LA
PROMOCIÓN DE LA AUTOESTIMA
La promoción de la autoestima es un tema que ha
ocasionado gran confusión y grandes destrozos en familias y en congregaciones
completas, fomentando el egoísmo antes que el amor.
No existe ningún estudio en el que se demuestre algún resultado positivo de la
autoestima bajo ningún aspecto. Sin embargo, sí existen datos de que no ha
tenido resultado positivo alguno, en estudios estadísticos.
Pero...
independientemente de los datos estadísticos formales, los resultados de los
talleres de autoestima que yo personalmente he visto a mi alrededor, son:
Niños malcriados, altaneros, desobedientes, pagados de sí mismos, que se creen
merecedores de todo, exigentes, groseros, inconformes, egoístas.
Padres y madres inseguros y temerosos de llamar la atención y corregir a sus
hijos por temor a “bajarles la autoestima”.
Madres de familia que, engañadas por el mito de “tienes
que estar bien contigo misma”, abandonan a sus hijos y a su marido
porque los consideran un estorbo para su propia realización. He visto a muchas
señoras que en un afán de “sentirse bien con ellas
mismas, para luego poder darle al otro”, dejan a sus familias “por un tiempo” y resulta que luego, su egoísmo ha
crecido de tal manera, que ya nunca regresan. Se acostumbran a centrar su
atención en sí mismas, en sus necesidades, gustos, deseos, preferencias y ya no
vuelven jamás.
Cientos de separaciones y divorcios ocasionados por el egoísmo de los cónyuges,
a quienes se les ha convencido que si se auto estiman, no tienen por qué
permitir que el otro les pida nada. “No es justo
que me trate así”, “No es justo que me ignore”, “Yo doy todo y él (ella) no da
nada”. Se les ha olvidado, por andar pensando en la autoestima, que el
amor matrimonial consiste en entregarse totalmente al otro de manera
incondicional (en las buenas y en las malas) y permanente (hasta que la muerte
nos separe). Estos matrimonios se quedan en el amor inmaduro del primer
encuentro y nunca llegan al amor maduro, del cual Benedicto XVI nos dice: Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el
otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino
que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto
al sacrificio, más aún, lo busca. (Deus Caritas Est n.6)
Este amor maduro, de entrega y olvido de sí mismo, es incompatible con la
autoestima, tal como nos la venden hoy en día.
Seminarios que se vacían, porque los talleres de autoestima les han hecho
pensar que las reglas de disciplina y obediencia son contrarias a su dignidad.
Comunidades religiosas enfrentadas entre sí, contra los superiores y contra el
obispo, por optar por la autosuficiencia (una elevada autoestima) y no por la
comunión, porque sería señal de una “baja
autoestima”.
Decenas de conferencistas e instructores católicos que temen nombrar a Dios en
sus discursos, por su “autoestima”. Por el miedo al qué dirán de ellos, por el
miedo a que ya no los escuchen, a que los tachen de "mochos",
dejan de darle el lugar a Dios, que es el único que puede solucionar los
problemas del hombre.
El Card. Ratzinger nos dice cómo debían ser los discursos católicos: “No buscamos que se nos escuche a nosotros; no queremos
aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones; lo que queremos es
servir al bien de las personas y de la humanidad, dando espacio a Aquél que es
la Vida. Esta renuncia al propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación de
los hombres, es la condición fundamental del verdadero compromiso en favor del
Evangelio: "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibía; si otro
viene en su propio nombre, a ese lo recibiréis" (Jn 5, 43). Joseph
Ratzinger Conferencia pronunciada en Roma, 10.XII.00.
Estos conferencistas e instructores católicos que temen hablar de Dios, no
están pensando en que Dios sea escuchado a través de sus palabras. Su
autoestima les preocupa demasiado, sienten terror de que alguien los critique y
prefieren eliminar a Dios de sus discursos.
Cientos de apostolados católicos que, exaltando al hombre, han cambiado su
identidad y su finalidad evangelizadora de llevar a los hombres a la salvación
eterna, por un “humanismo” basado en “la superación personal”, en la “promoción humana”, en "elevar
la autoestima de los oyentes", donde los llamados “valores humanos” sustituyen a las virtudes
basadas en un amor heroico y desinteresado y, poniendo en el centro a la
persona, la hacen crecer de tal manera, que Dios ya no existe dentro de esos
apostolados.
El Papa Benedicto XVI muestra su preocupación por estas obras apostólicas que
han perdido su identidad cristiana, sustituyendo al hombre (con una elevada
autoestima) por Dios:
«De ningún modo es posible dar respuesta a las
necesidades materiales y sociales de los hombres sin colmar, sobre todo, las
profundas necesidades de su corazón» Benedicto XVI Carta con motivo de
la Cuaresma 2006
«Con frecuencia, ante problemas graves, han pensado
que primero se debía mejorar la tierra y después pensar en el cielo. La
tentación ha sido considerar que, ante necesidades urgentes, en primer lugar se
debía actuar cambiando las estructuras externas. Para algunos, la consecuencia
de esto ha sido la transformación del cristianismo en moralismo, la sustitución
del creer por el hacer. Por eso, mi predecesor de venerada memoria, Juan Pablo
II, observó con razón: «La tentación actual es la de reducir el cristianismo a
una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un
mundo fuertemente secularizado, se ha dado una “gradual secularización de la
salvación”, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de
un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio,
nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral» (Enc.
Redemptoris missio), Benedicto XVI Carta con motivo de la Cuaresma 2006
“Lo diré con otras palabras: la tentativa, llevada
hasta el extremo, de plasmar las cosas humanas dejando completamente de lado a
Dios, nos conduce siempre a lo más hondo del abismo, al desamparo total del
hombre”. BXVI en su libro “La Europa de Benito en la crisis de las culturas”
La autoestima es la puerta grande que se ha abierto en la Iglesia a la
infiltración de las ideologías de la Nueva Era,
que todas tienen algo en común: buscar la
autocomplacencia, la autosatisfacción, poner el Yo en el centro, olvidándose de
Dios.
Ya hace años S.S. Pablo VI, dijo: "El humo de
Satanás ha entrado en la Iglesia"
Dice "humo", porque el humo es
ligero, sutil, penetra fácilmente por cualquier grieta, es difícil taponarlo,
impedir su paso, es volátil, se mezcla perfectamente con el aire puro, se
respira junto con el aire, aún sin pretender aspirar humo.
El amor a uno mismo, la autoestima, es una grieta ideal para que entre el "humo" de muchas ideologías como las de
Freud, Teilhard de Chardin, Hans Küng, Leonardo Boff, Anthony de Mello, Paulo
Coelho, Cony Mendez, etc., porque se meten en la mente de los católicos de una
manera sutil, refinada, casi imperceptible.
Son ideologías que “suenan bonito” (autoestima,
autorrealización, libertad interior, paz interior, bienestar, orden,
equilibrio, sentirte bien contigo mismo), pero que son realmente diabólicas,
engañosas, embaucadoras, destructoras de la más auténtica esencia del
cristianismo que es olvidarse de uno mismo por amor a los otros.
Estas ideologías se mezclan, al igual que el humo con el aire, con la verdadera
doctrina, con palabras fáciles de aceptar por las conciencias laxas, y
construyen una nueva "doctrina" contaminada
con el egoísmo, que gradualmente, va destruyendo el verdadero mensaje de
Jesucristo (amor y entrega), hasta apoderarse totalmente de él.