El Papa Francisco destacó la importancia del próximo Jubileo del Año Santo 2025 en una carta al presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Mons. Rino Fisichella, a quien le pidió velar por “la dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la conversión”.
“Debemos mantener encendida la llama de la
esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno
recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón
confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a
restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo
renacimiento que todos percibimos como urgente. Por esa razón elegí el lema: Peregrinos de la
Esperanza”.
A continuación, el texto completo de la carta del
Papa Francisco firmada con fecha del 11 de febrero, fiesta de la Virgen de
Lourdes:
El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia
espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia. Desde que Bonifacio
VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia de cien años, que
después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y
ulteriormente fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta
celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de
los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la
misericordia de Dios. Los fieles, generalmente al final de una larga
peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la
Puerta Santa y venerando las reliquias de los Apóstoles Pedro y Pablo
conservadas en las basílicas romanas. Millones y millones de peregrinos han
acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo
de su fe perdurable.
El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio
de su historia. San Juan Pablo II lo había esperado y deseado tanto, con la
esperanza de que todos los cristianos, superadas sus divisiones históricas,
pudieran celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo,
Salvador de la humanidad. Ahora que nos acercamos a los primeros veinticinco
años del siglo XXI, estamos llamados a poner en marcha una preparación que
permita al pueblo cristiano vivir el Año Santo en todo su significado
pastoral. En este sentido una etapa importante ha sido el Jubileo
Extraordinario de la Misericordia, que nos ha permitido redescubrir toda la
fuerza y la ternura del amor misericordioso del Padre, para que a su vez
podamos ser sus testigos.
Sin embargo, en los dos últimos años no ha habido país que no haya
sido afectado por la inesperada epidemia que, además de hacernos ver el drama
de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia, ha
cambiado también nuestro estilo de vida. Como cristianos, hemos pasado juntos
con nuestros hermanos y hermanas los mismos sufrimientos y limitaciones.
Nuestras iglesias han sido cerradas, así como las escuelas, fábricas,
oficinas, tiendas y espacios recreativos. Todos hemos visto limitadas algunas
libertades y la pandemia, además del dolor, ha despertado a veces la duda, el
miedo y el desconcierto en nuestras almas. Los hombres y mujeres de ciencia,
con gran rapidez, han encontrado un primer remedio que permite poco a poco
volver a la vida cotidiana. Confiamos plenamente en que la epidemia pueda ser
superada y el mundo recupere sus ritmos de relaciones personales y de vida
social. Esto será más fácil de alcanzar en la medida en que se actúe de
forma solidaria, para que las poblaciones más desfavorecidas no queden
desatendidas, sino que se pueda compartir con todos los descubrimientos de la
ciencia y los medicamentos necesarios.
Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido
dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza
de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. El
próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y
confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como
urgente. Por esa razón elegí el lema Peregrinos de
la Esperanza. Todo esto será posible
si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no
cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones
de hombres, mujeres, jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna.
Pienso especialmente en los numerosos refugiados que se ven obligados a
abandonar sus tierras. Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en
este tiempo de preparación al Jubileo que, según el mandato bíblico,
devuelve a cada uno el acceso a los frutos de la tierra: «podrán comer todo lo que la tierra produzca durante su
descanso, tú, tu esclavo, tu esclava y tu jornalero, así como el huésped que
resida contigo; y también el ganado y los animales que estén en la tierra,
podrán comer todos sus productos» (Lv 25,6-7).
Por lo tanto, la dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la
conversión, debe unirse a estos aspectos fundamentales de la vida social, para
formar un conjunto coherente. Sintiéndonos todos peregrinos en la tierra en la
que el Señor nos ha puesto para que la cultivemos y la cuidemos (cf. Gn 2,15),
no descuidemos, a lo largo del camino, la contemplación de la belleza de la
creación y el cuidado de nuestra casa común. Espero que el próximo Año
Jubilar se celebre y se viva también con esta intención. De hecho, un número
cada vez mayor de personas, incluidos muchos jóvenes y adolescentes, reconocen
que el cuidado de la creación es expresión esencial de la fe en Dios y de la
obediencia a su voluntad.
Le confío a Usted, querido hermano, la responsabilidad de encontrar las
maneras apropiadas para que el Año Santo se prepare y se celebre con fe
intensa, esperanza viva y caridad operante. El Dicasterio que promueve la nueva
evangelización sabrá hacer de este momento de gracia una etapa significativa
para la pastoral de las Iglesias particulares, tanto latinas como orientales,
que en estos años están llamadas a intensificar su compromiso sinodal. En
esta perspectiva, la peregrinación hacia el Jubileo podrá fortificar y
manifestar el camino común que la Iglesia está llamada a recorrer para ser
cada vez más claramente signo e instrumento de unidad en la armonía de la
diversidad. Será importante ayudar a redescubrir las exigencias de la llamada
universal a la participación responsable, con la valorización de los carismas
y ministerios que el Espíritu Santo no cesa de conceder para la edificación
de la única Iglesia. Las cuatro Constituciones del Concilio Ecuménico
Vaticano II, junto con el Magisterio de estos decenios, seguirán orientando y
guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el
gozoso anuncio del Evangelio a todos.
Según la costumbre, la Bula de convocación, que será publicada en su
momento, contendrá las indicaciones necesarias para la celebración del
Jubileo de 2025. En este tiempo de preparación, me alegra pensar que el año
2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran
“sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la
presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios
los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación,
que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para
salvaguardarla. Oración como voz “de un solo
corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser
solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada
hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que
tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la
santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. En definitiva,
un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para
recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre
Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de
cada uno de sus discípulos.
Pido a la Virgen María
que acompañe a la Iglesia en el camino de preparación al acontecimiento de
gracia del Jubileo, y con gratitud le envío cordialmente, a Usted y a sus
colaboradores, mi Bendición.
Roma, Basílica de San Juan de
Letrán, 11 de febrero de 2022, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de
Lourdes.
FRANCISCO
POR MERCEDES DE LA
TORRE | ACI Prensa
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