MURIÓ EN ACTIVO A LOS 92 AÑOS: UN «GIGANTE
ESPIRITUAL» DE FE Y HUMILDAD
Ed Thompson, fallecido con 92 años, consideraba sus últimos 23 años como
los más felices de su vida sacerdotal, ya libre de alcohol.
En febrero de 2016 falleció Ed Thompson, un
sacerdote muy querido por sus fieles y con una historia turbulenta y
difícil marcada por el alcohol y la presencia constante de la gracia de Dios,
incluso en forma de encuentros improbables para rescatarle. Tenía 92 años y era
el sacerdote más anciano en activo en la diócesis de Orlando, en Florida, donde
durante más de veinte años sirvió en la iglesia de Santa María Magdalena, en
Altamonte Springs.
Entre sus amigos figuró un joven bloguero, Brandon
Vogt, uno de cuyos hijos se hizo célebre en Youtube jugando a decir misa. El padre Thompson fue el director espiritual de
Brandon desde su conversión al catolicismo en 2008, y además le casó y bautizó
a sus hijos. "Pasamos cientos de horas juntos
en la última década", recuerda.
La historia de este sacerdote merecía ser conservada en su propia voz,
y es lo que hizo Brandon unos meses antes de su fallecimiento:
le grabó 22 minutos en un inglés muy claro que presentan la semblanza de un
hombre humilde que da cuenta pormenorizada de sus pecados: abandonó dos veces las labores sacerdotales
por culpa del alcohol y volvió a ellas en unas circunstancias sorprendentes
que le dejaron 23 años finales de una felicidad sacerdotal como nunca la había
vivido.
Edward Thompson nació el 29 de mayo de 1923 en Filadelfia (Pennsylvania), ocho minutos antes que su hermano gemelo, David, también sacerdote y
futuro obispo de Charleston.
PUDIERON MORIR ABORTADOS
Su madre, Kate, tenía un delicado estado de salud, y los médicos le
dijeron que si seguía adelante con el embarazo podía morir durante el parto o
contraer una artritis reumatoide crónica. Le aconsejaron abortar.
Ella ni se lo planteó. Era "una auténtica
señora irlandesa", evoca el anciano sacerdote, cuyo padre era
viajante de comercio.
"Así que nosotros nacimos, y efectivamente
ella contrajo una artritis reumatoide", recuerda Thompson: "Y los dolores le duraron, creedlo o no, hasta
el día en que David y yo concluimos el seminario".
El día del parto, a consecuencia de sus problemas físicos, Kate no pudo
sostener en brazos a sus hijos: "Lo primero
que hizo con nosotros fue coger nuestra manita derecha y hacer sobre
nuestro cuerpo la señal de la cruz. Ya como sacerdotes, siempre
hemos considerado que fue por ese comienzo que ella quiso para nosotros por lo
que nosotros hacíamos la señal de la cruz sobre el pueblo de Dios".
EL EMPEÑO EN SER SACERDOTE
Edward y David fueron a un colegio católico y a un instituto católico.
Eran tan parecidos que incluso sus padres les confundían. El padre Thompson
cuenta una anécdota: un día David se había ganado
una azotaina, pero se la dio a Ed. Cuando terminó, le dijo: "Dile a Edward
que entre". "Yo le respondí: 'Papá, el que está fuera es David'. No
tuvo corazón para pegarle a él lo que me había pegado a mí, de lo
atribulado que se quedó".
Edward recibió el "regalo" de la vocación sacerdotal cuando tenía 11 años: "Pero hubo distracciones en el camino. Yo era
un chico normal, no era especialmente piadoso ni iba a todas partes con un
rosario en la mano. Jugaba al fútbol, al baloncesto o al béisbol como cualquier
otro. En el instituto salí con chicas y bailé las canciones de Tommy
Dorsey y Frank Sinatra
en el hotel Bellevue-Stratford de Filadelfia. Tuve una novia formal. Trabajé un
año en Westinghouse, un buen trabajo. Estaba haciendo mucho dinero, y necesitábamos
ese dinero, porque era tiempo de guerra. Fue entonces cuando le dije
a mis padres que quería ser sacerdote".
Su hermano se había ido al seminario el año anterior, y su padre insinuó que se
estaba dejando arrastrar por él: "¿No te
importa tu casa? ¿No puedes ser diferente a tu
hermano". La reacción de su madre no fue mejor: "Vuelve a trabajar, necesitamos el dinero".
En cuanto al párroco... "Me decía: 'Estoy de
acuerdo con tus padres'. Yo decía: pero ¿qué está pasando? ¡Yo quiero ser
sacerdote! ¿Mis padres me están bloqueando? No era eso. Me estaban
probando. Querían estar seguros de que yo podía hacerlo y de que lo hacía por la
razón correcta".
Los gemelos Thompson: su vocación comenzó a
fraguarse al nacer. Siempre interpretaron la primera bendición de su madre como
premonitoria de las bendiciones que ellos impartirían después.
Cuando aprobó el examen de ingreso en el seminario San Carlos de
Filadelfia, confiesa que sintió "una gran
paz": "Yo sabía lo que quería hacer, sabía lo que debía hacer. La
única duda que tenía era si podría aprobar los estudios para ser sacerdote.
Gracias a Dios se me dio ese regalo. Nunca quise ser otra cosa que sacerdote,
y así sigue siendo 63 años después".
SEGUIDORES DEL OBISPO FULTON J. SHEEN
Los hermanos Thompson tenían una gran admiración por el obispo Fulton J.
Sheen (18951979), uno de los prelados más influyentes en
los años 50 y 60 en Estados Unidos, por su presencia en los medios (la radio y
la incipiente televisión) y su impresionante oratoria, y actualmente en proceso de beatificación:
"Era nuestro héroe. David y yo le venerábamos.
Queríamos
ser como él".
Le seguían a cualquier parte donde hablara, en la medida de lo posible.
Incluso en el seminario, como no tenían radio en la habitación, salían al
pasillo y se sentaban a la puerta, para escuchar la radio del rector, que ponía
a los alumnos sus discursos impresionantes: "He leído
todos los libros que escribió, y son unos setenta. Y los sigo leyendo: me entretienen, me inspiran, y le
comprendo, por la magnífica habilidad que tenía para coger los temas más
elevados y hacerlos accesibles a los más bajos. Era un magistral predicador de
la Palabra de Dios, y yo siempre quise tener su entusiasmo. No quise imitarle,
pero sí tener su entusiasmo. Cuando David y yo hablábamos sobre lo que
íbamos a decir en el sermón del domingo -y lo hacíamos todas las semanas-, siempre
cogíamos lo que hubiese dicho Fulton Sheen sobre ese asunto particular".
Un día fueron a Nueva York a escucharle en directo en el estudio en un programa
de The Catholic Hour. Sheen
les divisó entre el público: "Cuando vio el
negro de nuestras vestiduras, se dirigió al resto de asistentes y dijo:
'¡Seminaristas!'. Luego le cambió la mirada y exclamó: '¡Gemelos! Dios os
quiere'. Nos abrazó y nos dijo: 'Hagáis lo que hagáis, perseverad, perseverad,
perseverad. Sed buenos y santos sacerdotes católicos'".
El padre Ed fue ordenado sacerdote en 1951, y poco
después fue nombrado director de vocaciones de
la archidiócesis de Filadelfia. "Su labor
aún hoy se considera legendaria", explica Brandon.
Llegaron a ordenarse cien seminaristas al año. Le concedieron el título
honorífico de monseñor, aunque él jamás lo usó. En las jornadas de oración por
las vocaciones, para llenar la catedral el padre Thompson recurría a los
mejores oradores y a las personalidades más eminentes. El obispo Sheen
estuvo dos veces y coincidió en una de ellas con la Madre Teresa de Calcuta.
UN INFIERNO QUE COMENZÓ... CON KENNEDY
"Tras ser director de vocaciones durante doce
años, en 1974 me dieron una parroquia en Filadelfia. Pero yo tenía un
problema. La bebida. Yo era un auténtico alcohólico", confiesa el anciano
sacerdote al comenzar a evocar la parte más dura de su vida: "Sólo duré un
año. Estaba tan enfermo y tan avergonzado que al cabo de ese tiempo dejé
la parroquia".
¿Cómo había adquirido ese mal hábito? Fue en
1960, cuando se juntó en un bar con otros sacerdotes para
celebrar la victoria de John F. Kennedy en
las elecciones, que llevaría por primera vez a un católico (y de origen
irlandés, cómo él) a la Casa Blanca. Aquel día bebieron un poco de más, pero lo
que para otros fue algo episódico, jovial e intrascendente, para el padre
Edward se convirtió en una esclavitud, porque quiso
repetir al día siguiente, y al siguiente...
Tras el fracaso en su parroquia, se trasladó a Florida: "Durante un año trabajé en un cementerio,
vendiendo tumbas", explica con la voz aún ahogada por el
dolor del recuerdo. "Mi hermano David nunca
me llamó, nunca intentó rescatarme. Mi madre le decía: 'Ve a buscar a
Edward, traele de vuelta'. Pero David le decía, con razón: 'Iré cuando él
quiera que vaya'. Seis meses después, le llamé. Y me dijo: 'Edward, eres un
alcohólico. Y eres un mentiroso'. Porque un alcohólico tiene que
mentir para sobrevivir, no puedes sobrevivir diciendo la verdad".
Entonces Edward hizo el programa de Alcohólicos
Anónimos. Su hermano arregló las cosas para que pudiese vivir en una
casa de los religiosos del Sagrado Corazón: "Estuve
un año para volver a mi vida anterior. Tenía un trabajo. Salía todos los días a
las cinco de la mañana para alimentar a los cerdos... Así
que la historia del hijo pródigo tiene mucho en común con la mía".
LA SENTENCIA MÁS ESPANTOSA
"Se me dio una segunda oportunidad para ser un
sacerdote activo en Reno (Nevada). El
obispo me acogió, y al cabo de un año me hizo miembro oficial de la
diócesis. ¿Y sabes lo que hice cuando lo supe, para celebrarlo?", recuerda con el dolor
transparente en su rostro: "Lo celebré
bebiendo un whisky escocés. No me cazaron hasta un año después".
Le enviaron a varios centros de rehabilitación, que pagó su familia, porque la
diócesis no podía. "Me mandaron a la última
casa de retiro y al finalizar me dijeron: 'Te vamos a despedir. Tendrás que
valerte por ti mismo'". El obispo le retiró todas sus facultades: "Nunca volverás a ejercer como sacerdote", le dijo. La decisión fue devastadora para él y le
sumió aún más en un vicio del que no conseguía salir ni siquiera para ser lo
único que quería ser: sacerdote.
LA LLAMADA DE LA PROVIDENCIA
Se enteró entonces de que una persona que vivía en
Florida quería contactar con él. Se había dirigido a la archidiócesis de
Filadelfia, donde le habían dicho que estaba en algún lugar de Nevada. Ella
escribió entonces a la diócesis de Reno, donde, sin revelarle la situación del
padre Ed, le tomaron el nombre y el teléfono.
A él no le sonaba el nombre, pero llamó. Y recordó. Era una mujer que,
treinta años atrás, le había confiado que Dios le hablaba, y que quería vivir una vida consagrada, pero no
en una orden religiosa. Había consultado a muchos sacerdotes, pero ninguno
creyó que Dios le hablase. Edward sí. No se
había casado, pero vivía consagrada a Dios en soltería.
"¿Por qué me llamas?", recuerda el
padre Thompson que le dijo: "Y ella me
contestó: 'Porque Jesucristo me dijo que estaba usted en dificultades y que le
ayudase. Usted fue el único que me creyó cuando hace treinta años le
conté que Jesús y yo hablábamos'".
"Y yo le dije: 'Necesito tu ayuda. No
tengo a dónde ir, salvo el suelo. ¿Tienes alguna habitación para mí
para que pueda conseguir un trabajo'. Me dijo: 'Sí'".
El lugar era... cerca de la parroquia de Santa María Magdalena, en Altamonte
Springs. Su último destino.
DICIÉNDOLE MISA A LOS GATOS
"Así que en julio de 1990 o 1991 aterricé en
la puerta de la casa de aquella señora, aquí en Maitland Avenue. Entré.
'Esta es tu habitación', me dijo. ¡Había cuatro gatos, y a mí me asustaban los
gatos!": trabajó limpiando, cortando la hierba, yendo a la compra
porque aquella señora estaba enferma y no podía cargar con las bolsas.
Asistía discretamente a la cercana parroquia. Su condición de sacerdote
retirado acabó siendo conocida. El párroco de entonces, Paul Henry, le
invitó a contarle su historia. Cuando lo hizo, le recomendó volver a
Alcohólicos Anónimos. Y esta vez el padre Edward
Thompson dejó de beber de verdad.
"Se me permitió decir misa en mi habitación,
yo solo, con los gatos como únicos feligreses. Luego se me dio la oportunidad
de trabajar en la parroquia: enseñar a los monaguillos, enseñar las Escrituras,
hacer las lecturas... Y finalmente ocurrió un milagro: el obispo [de
Orlando], Thomas Grady, consiguió del obispo de Reno-Las Vegas que me
permitiese volver a ejercer como sacerdote", recuerda emocionado.
LOS AÑOS MÁS FELICES
"Y durante los últimos 23 años he tenido la
alegría de ser sacerdote parroquiano, aquí en la parroquia de Santa María
Magdalena. Han sido los 23 años más felices de mi vida
sacerdotal, de toda mi vida. He estado bajo la dirección del
padre Charlie, que ha sido el perfecto pastor para mí y es mi querido amigo...
Tanto que hemos acordado que algún día nuestras tumbas estén juntas.
¡Ha sido un tiempo muy alegre!", exclama.
"Ahora no tengo la capacidad física para hacer
todas las cosas que me gustaría. El padre Charlie me da toda la ayuda que
necesito. Digo misa, confieso, enseño las Escrituras... Y te diré una
cosa", concluye: "Si hago esas
cosas y las hago bien es porque he encontrado sacerdotes
maravillosos".
"Queridos amigos", se despide: "Hay algo que quiero deciros antes de ir al otro
mundo, al importante. Hagáis lo que hagáis, recibid a Jesucristo en
la Santísima Eucaristía. Él está ahí, Él es nuestro Redentor,
sólo la Iglesia católica tiene a Cristo en la Eucaristía. No os rindáis. Él
está siempre con vosotros. Dios os ama".
EL ADIÓS, UNA ABSOLUCIÓN
El padre Edward Thompson "fue un gigante
espiritual y dejó un legado inmenso", evoca Brandon al resumir la vida del hombre cuyo
testimonio nos ha ofrecido: "Todos los que le
conocieron quedaron impresionados por su profunda fe y su misericordia.
Pero pocos conocían toda su historia".
Brandon se confesó con él pocas semanas antes de morir, en el último día que se
sentó en el confesionario. "Escuché su voz temblorosa y vi en sus ojos llorosos que él sabía
que era nuestro último encuentro. Las últimas palabras que me dijo fueron: 'Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y
del Hijo y del Espíritu Santo. Brandon, Dios te ama, yo te amo'. Nos
abrazamos, nos dijimos adiós. Eso fue todo".
La vida del padre Ed Thompson, contada por él mismo
Artículo publicado en ReL el 19 de julio de 2016 y
actualizado.
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