Sus padres le rogaban que no utilizara la sotana: “es mejor que no la utilices”, le decían, pues no faltaban grupos comunistas, que junto con dedicarse al sabotaje contra los nazis, expresaban también su odio a la Iglesia persiguiendo y asesinando a sacerdotes en la región.
“¿Por qué? ¿Qué mal hago llevándola?”, preguntaba
Rolando ante los pedidos de que dejara de usar su vestimenta de seminarista. “No tengo ninguna razón para dejar de usarla. Estudio
para ser sacerdote y debo vestir así en señal de que pertenezco a Jesús”, aseguraba,
a pesar de haber recibido ya insultos de partisanos comunistas en su pueblo.
Sin embargo, Rolando aseguraba que “no tengo miedo
ni estoy asustado. No puedo esconderme. Pertenezco a Dios”.
A pesar
del peligro, el joven continuó ayudando en la parroquia. El 10 de abril de 1945
Rolando tocó el órgano durante la misa celebrada en la parroquia. Al culminar,
vestido con su sotana, recogió sus cosas y cruzó el bosque que lo separaba de
su hogar, al cual ya nunca llegó. Tras una intensa búsqueda, encontraron su
cadáver lleno de signos de tortura y martirio. Según se reveló después, Rolando
sufrió durante tres días torturas y humillaciones, con insultos blasfemos de
todo tipo.
Los
partisanos comunistas comenzaron su tormento contra el joven seminarista
quitándole la sotana y golpeándole duramente con un cinturón. Al terminar con
la tortura, lo llevaron entre los árboles, dejando un rastro de sangre tras de
sí. Sus captores le dejaron rezar, pidiendo por sus padres y por sus asesinos.
Después, los comunistas le dispararon dos veces, impactándole en la cabeza y
cerca del corazón. Los asesinos dejaron el cuerpo del joven semienterrado, pero
se quedaron con la sotana de Rolando, anudándola para utilizarla como pelota de
fútbol.
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