Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.
Por: Pedro
García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net
El hecho de la Transfiguración de Jesús en el
monte Tabor tiene en los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene
después para la vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la
cual reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que,
cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales, eliminando de
ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo glorioso e
inmortal...
LO QUE PASÓ EN EL TABOR LO
SABEMOS MUY DE MEMORIA.
Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los
apóstoles en la explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos --Pedro,
Santiago y Juan--, se sube a la cima de la hermosa montaña.
Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño...
Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el
Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol...
Se le han presentado Moisés y Elías, que le
hablan de su próxima pasión y muerte...
Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que
quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre...
El Padre deja oír su voz, que resuena por la
montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi
Hijo queridísimo!...
Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha
desaparecido todo: -¡Animo! ¡No tengáis miedo!
Y no digáis nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos...
Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:
- Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de
nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque
fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y
gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo
amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos
esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.
ESTE HECHO DEL TABOR TUVO MUCHAS REPERCUSIONES EN LA
VIDA DE JESÚS Y DE LOS APÓSTOLES.
Sí, en la de Jesús ante todo. Porque Jesús no
era insensible al dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La
vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para
Jesús un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del
Calvario.
Para los apóstoles, ya lo sabemos también. Acabamos
de escuchar a Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas
de Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo transmitir
después en sus cartas a las Iglesias: -¡Nuestro
cuerpo, ahora sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo
glorioso del Señor!...
Así lo es también para nosotros. Porque la vida
no se nos ofrece siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas
bien aceradas.
En esos momentos de angustia, recordamos con la
visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo:
- Comprendo que los
padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día
se nos revelará.
Cuando todo nos va bien en la vida, solemos
decir con Pedro --del que dice el Evangelio que no sabía lo que se decía--: ¡Qué bien se está aquí!...
Pero es cuestión de dejar el Tabor para después.
Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz
de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para
encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío...
La Transfiguración fue un paréntesis muy breve,
aunque muy intenso, en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de
apostolado muy activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros.
Ahora había que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los
azotes y el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor le anima a seguir adelante
sin decaer un momento.
Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro
Jefe y Capitán, Cristo Jesús.
Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la
misma gloria que a Jesucristo.
Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a
su Hijo, es decir, la misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene
destinados también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo.
Jesús se manifiesta en el Tabor, más que en
ninguna otra ocasión, como el esplendor de la gloria del Padre. Nadie ha visto
la gloria interna de Dios. Pero mirando a Jesús envuelto en una luz que opaca y
anula del todo la luz del sol, nosotros llegamos a barruntar lo que es ese Dios
que un día veremos cara a cara y que nos envolverá con sus esplendores.
Esplendores que son ya ahora una realidad que llevamos dentro, aunque no los
vemos. La Gracia del Bautismo nos ha transformado en esa luz que nos hace
gratos, ¡y tan gratos!, a los ojos
divinos...
¡Señor Jesucristo! ¡Qué
grande, qué amoroso, y qué humilde, te muestras en el Tabor! ¿Cuándo, pero
cuándo nos será dado gozar de aquel espectáculo que enloqueció a los
discípulos?...
Ya vemos que nos preparas
cosa buena de verdad. El caso es que sepamos merecerla...
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