Las
líneas en color granate son las del capítulo 4 del Génesis. Las líneas en negro
son mi glosa.
Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos
afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y
lo mató.
Así ahora
Putin ha alzado su mano contra Abel.
El Señor dijo a Caín: «¿Dónde está tu
hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?»
Lo hemos
visto en el jefe de Estado de Yugoslavia, lo hemos visto en los militares
represores de Argentina o Chile: cuando un día se
sientan ante un tribunal y se les pregunta, no saben nada. No saben
dónde está su hermano. Tienen su sangre en las manos, pero insisten en que no
lo conocen.
Replicó el Señor: «¿Qué has hecho? Se oye la
sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo.
No importa
lo oculto que se haga todo, no importa el tiempo que pase. La sangre del
inocente siempre clama. Llama a los hombres pidiendo justicia; pero, sobre
todo, llama a Dios. Es cierto que solo la justicia del más allá es perfecta,
mas vemos que aquí en la tierra los Caínes suelen recibir justicia. Aquí o
después Putin será juzgado.
Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo
que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque
labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la
tierra.»
Putin está
maldito. Hace mucho que sus manos estaban manchadas de sangre. Su largo
principado sobre Rusia no trajo la bendición, sino la pobreza. Su tierra no
daba fruto. Sus pensamientos vagan errantes en los páramos de su alma. Solo
había que mirarle a su cara para ver lo triste que siempre estaba. Es un hombre
marchito que extiende la tristeza a su alrededor.
Entonces dijo Caín al Señor: «Mi culpa es
demasiado grande para soportarla.
Detrás de
ese rostro de matón, tiempo hubo en el que el alma de Putin se abrumó ante el
peso de su culpa. Pero el tiempo pasó dejó de escuchar a su conciencia, a su
ángel, al Padre Celestial que le llamó. También él fue llamado, desde lo alto,
como el primer Caín.
Ahora ya
está insensible. No es la paz, sino la muerte del alma. Su rostro habla. Sus
ojos son los del que tiene la paz del muerto espiritual.
Lo terrible
es que lejos de acudir a la presencia del Señor, el Único que podría aliviarle,
se tiene que esconder: es el Padre de aquel al que
ha matado.
Y Putin le
dijo. Se lo dijo no en su presencia, pero sabía que le escuchaba:
Hoy me echas de este suelo y he de
esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y
cualquiera que me encuentre me matará.»
El que ha
hecho la guerra sabe que, además de vagar inconsolable en los páramos de su
propio espíritu, como un prisionero, podrá encontrar la muerte en cualquier
pasillo, en cualquier cena, cualquier noche. La muerte puede tener el rostro de
cualquiera de sus protectores.
Respondiole el Señor: «Al contrario,
quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.» Y el Señor puso una
señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara.
La marca ya
estaba sobre su frente. Lleva haciendo visitas oficiales desde hace años con
esa marca. Besa iconos y se santigua, pero la marca está allí. Ha habido
temporadas en que los gritos de su propia alma habrán sido brutales. Pero está
condenado a seguir viviendo. Condenado a andar sobre la tierra como un muerto
viviente. Después a comparecer ante el Padre de los que ha asesinado.
Caín salió de la presencia del Señor.
P. FORTEA
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