Vivir responsablemente exige a veces incomodar a otros.
Por: Alfonso Aguiló | Fuente: www.interrogantes.net
"La piedad
peligrosa" es una interesante novela de Stefan Zweig. Un
joven teniente austríaco es invitado a una fiesta. Durante la celebración
invita a bailar a la hija del dueño de la mansión, sin saber que la joven está
impedida. Al día siguiente le envía unas flores para pedir disculpas por el
incidente y, a raíz de ese detalle, la chica piensa que el teniente se ha
enamorado de ella.
El protagonista parte de una noble y buena sensibilidad ante el dolor ajeno. Es
un hombre que se propone ayudar hasta donde puede a todos. Cualquier
indefensión reclama su interés. Sin embargo, esa buena disposición se encuentra
de pronto con un difícil escollo. Su deseo de no hacer sufrir, de no incomodar,
de evitar el dolor ajeno, le lleva a un prolongar el pequeño malentendido que
se ha producido en la fiesta. Por no entristecer a aquella ilusionada y caprichosa
chica inválida, retrasa una y otra vez la necesaria aclaración sobre su
supuesto amor por ella, y se ve envuelto poco a poco en un inmenso absurdo que
tiene consecuencias cada vez más trágicas para él y para aquellos a quienes
quería evitar cualquier daño.
Todo empezó por un mero y piadoso no decir la verdad, sin voluntad o incluso
contra su voluntad. Al principio no fue un engaño consciente, pero enseguida se
vio enredado, y por empezar con una primera mentira por compasión, vio que
ahora tenía que mentir con gesto impenetrable, con voz convencida, como un
consumado delincuente que planea cada detalle de su acción y su defensa. Por
primera vez empezaba a entender que lo peor de este mundo no viene provocado
por la maldad, sino casi siempre por la debilidad.
Hay dos clases de compasión. Una, la débil, la sentimental, que no es más que
la impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la embarazosa
conmoción que se padece ante la desgracia ajena; esa compasión no es
propiamente compasión, es tan solo un apartar instintivamente el dolor ajeno,
que es causa de nuestra propia ansiedad. La otra,
la verdadera compasión, está decidida a resistir, a ser paciente, a sufrir y a
hacer sufrir si es necesario para ayudar de verdad a las personas.
Aquel hombre tenía que decir y hacer algo que le resultaba difícil, y lo
retrasó una y otra vez. Prolongó aquella situación absurda, entre otras cosas
porque estaba halagado por la vanidad, y la vanidad es uno de los impulsos más
fuertes en las naturalezas débiles, que sucumben fácilmente a la tentación de
lo que visto desde fuera parece admirable o valeroso.
Por falsa compasión muchas veces se miente, se engaña, se elude la verdad
costosa, las realidades incómodas, las responsabilidades molestas. Se miente para
no contrariar, para evitar un daño que luego vuelve multiplicado; se elude la
verdad difícil de decir pero apremiante, aunque sabemos que no desaparecerá por
ignorarla; por falsa compasión se consienten prácticas o situaciones
reprobables en la empresa o la familia, que no se afrontan por no perjudicar a
algunos, aun sabiendo que tolerarlo es un daño mucho mayor.
La falsa compasión hizo de aquel joven teniente un hombre mísero que dañaba
infame con su debilidad, que perturbaba y destruía con su compasión. Como él,
todos deberíamos esforzarnos en distinguir si la compasión que en determinado
momento sentimos no encubre egoísmo o debilidad. Debemos reconocer sinceramente
que consentir y mimar a los hijos, malacostumbrar a los que están bajo nuestra
responsabilidad, no exigir el respeto que merecen los derechos de los ausentes
(la falsa compasión suele inclinarse contra los que no nos ven), son ocasiones
en que nos compadecemos equivocadamente y cerramos los ojos a la realidad.
Vivir responsablemente exige a veces incomodar a otros. Por ejemplo, educar,
formar, supone siempre una cierta constricción, contrariar, negar consuelos que
podríamos dar pero que no debemos dar. Es cierto que debemos ser flexibles,
pero ceder a la falsa compasión es hacer daño. Un daño que quizá a primera
vista no parece tal, pero que tarde o temprano vuelve, con terquedad, y más
crecido, más real, menos evitable.
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