Jueves segunda semana Cuaresma. La auténtica Cuaresma es la purificación del corazón.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
El Evangelio nos narra la parábola de Epulón y
Lázaro, donde nos damos cuenta de que al morir, Dios los juzga por su corazón. ¿Qué ha hecho Lázaro de bueno para subir al seno de
Abraham? Nada. ¿Qué ha hecho Epulón de malo
para no subir al seno de Abraham? Nada. Podríamos pensar que la
diferencia está en que uno es muy pobre y el otro rico, pero no es el motivo
por el cual Cristo los juzga. Cristo los juzga por el corazón. La diferencia
está en ser una persona de corazón abierto o de corazón cerrado a Dios nuestro
Señor.
Quizá a nosotros en Cuaresma se nos podría nublar un poco la vista y estemos
juzgando nuestra vida por nuestro exterior y, entonces, estaremos viviendo una
Cuaresma simplemente exterior, olvidándonos de que la auténtica Cuaresma es la
purificación del corazón. El profeta dice: “El
corazón del hombre es la cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo
podrá entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a
cada uno según sus acciones, según el fruto de sus obras.”
Es Dios quien sondea el corazón, a nosotros nos toca, si queremos vivir de cara
a Dios nuestro Señor, vivir con un corazón listo a ser sondeado por Él. El
primer gesto de purificación que en nuestra Cuaresma tenemos que buscar es la
purificación de nuestro corazón, la purificación de nuestra voluntad, la
purificación de nuestra libertad.
Purificar el corazón, purificar la voluntad y purificar la libertad es
atreverse a tocar una fibra muy interior, porque es la fibra en la cual
nosotros reposamos sobre nosotros mismos. Cada uno de nosotros, en última
instancia, reposa sobre su propia voluntad: la
voluntad de querer algo o la voluntad de rechazarlo. Cada uno de
nosotros en la vida acepta o rechaza las cosas por su corazón, por su voluntad.
El profeta es muy claro: “Maldito el hombre que
confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón”. Son
palabras muy duras, sobre todo en cuanto a las consecuencias: “Será como cardo plantado en la estepa, que no disfruta
del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre
e inhabitable”.
Si nuestro corazón no aprende a purificarse, si nuestra voluntad no aprende a
actuar bien, si nuestro interior no opta en una forma decidida, firme y
exigente por Dios nuestro Señor, se puede ir produciendo, poco a poco, una
especie como de desertificación de nuestra vida, un avanzar del desierto en
nuestro corazón. Si nuestro corazón no está apoyándose en todo momento en Dios
nuestro Señor y nuestra voluntad no está purificándose para ser capaz de
encontrarse con Él, sino que por el contrario, nuestra voluntad está confiando
en el hombre, es decir, confiando simplemente en esa veleta de acontecimientos
que constantemente nos suceden, querrá decir que nuestra vida acabará plantada
en medio de una estepa, tierra salobre e inhabitable.
¿No podría ser, el verse plantadas así, el destino
de muchos corazones, de muchas vidas? Y cuando empezamos a preguntarnos
el por qué, en el fondo, acabamos encontrando siempre una misma respuesta: No supieron poner su libertad totalmente en Dios nuestro
Señor. Y aquí no importa si les faltó poco o les faltó mucho, aquí lo que
importa es que les faltó.
En el Evangelio, no importa si el rico fue poco injusto o muy injusto, lo
importante es que no llegó a estar del otro lado. Su libertad no se puso del
lado que tenía que ponerse, su voluntad no se orientó hacia donde tenía que
orientarse. Nos puede dar miedo pensar siquiera en la posibilidad de orientar
nuestra voluntad. Nos puede dar miedo el intentar tocar nuestro corazón para
empezar a preguntarle: ¿Estás verdaderamente
orientado a Dios? ¿En quién confías? ¿Auténticamente tu confianza está puesta
en el Señor?
De nada nos servirá después, la súplica del rico: “Padre
Abraham, ten piedad de mí”, porque nuestra libertad necesita ser ahora
purificada.
Es importantísimo que esta Cuaresma se convierta para nosotros en un momento de
reflexión sobre hacia dónde está orientada nuestra voluntad, qué estamos
haciendo con nuestra vida, qué ha elegido nuestra libertad, qué caminos tiene,
qué opciones ha tomado. De poco nos serviría pensar que nuestra libertad y
nuestra voluntad están orientada hacia Dios nuestro Señor, si en el fondo,
nosotros mismos no hemos sido capaces de purificarnos, de tal manera que,
auténticamente se orienten hacia Dios.
“El corazón del hombre es la cosa más traicionera y
difícil de curar ¿Quién lo puede entender? Yo, el Señor, sondeo la mente y
penetro el corazón”. Atrevámonos a ponernos en Dios nuestro Señor.
Atrevámonos a ponernos en Él como el único que va a ser capaz de decirnos si
auténticamente nuestra voluntad y nuestra libertad están orientadas de tal
forma que, en esta vida nos abramos a Dios, y en la futura nos encontremos con
Él.
Atrevámonos a permitirle a Dios tocar los recursos, los resortes interiores de
nuestra libertad.
Cuántas veces podríamos juzgar que estamos haciendo bien, y realmente podría
ser que estuviésemos viviendo engañados, traicionados por lo más interior de
nosotros mismos, que es nuestro corazón, “la cosa
más traicionera y difícil de curar”. ¿Me atrevo yo a permitir que ese médico
del alma que es Dios, entre a mi corazón, toque y cuestione mi libertad y toque
y fortalezca mi voluntad?
Creo que éste sería un buen camino de Cuaresma: el ir purificando nuestra
voluntad y nuestra libertad de tal manera que, en el encuentro con la Pascua de
nuestro Señor, lleguemos a decir que nuestro corazón, siendo débil como es,
tiene una certeza y tiene una garantía: el estar
apoyado sólo y únicamente en Dios nuestro Señor. Porque así, “será árbol
plantado junto al agua que hunde en las corrientes sus raíces; cuando llegue el
calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en el año de
sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.
En nuestras manos está el hacer de nuestra libertad y
de nuestra voluntad un camino de esterilidad, apoyado en nosotros; o un camino
de fecundidad, apoyado en Dios.
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