Bajo el patrocinio de San Benito y Santa Teresa de Lisieux
Las Hermanitas
Discípulas del Cordero que viven en el centro de Francia, forman la primera
comunidad contemplativa en el mundo que recibe a personas con Síndrome de Down
en la vida consagrada.
(Cyprien Viet/VaticanNews) Esta aventura espiritual y
humana, vivida bajo el patrocinio de San Benito y Santa Teresa de Lisieux, se
originó en los años ochenta, por una amistad entre Line, una joven en búsqueda
espiritual que quería vivir su vocación al servicio de los más pequeños, y
Véronique, una joven con síndrome de Down que quería consagrarse al Señor. Un
precioso reportaje de Cyprien Viet.
«Visité varias
comunidades que acogían a personas con discapacidad, pero descubrí que estas personas
no podían encontrar su lugar en estas comunidades porque no eran adecuadas para
ellas», explica
Madre Line, convertida poco después en la Madre Superiora de las Hermanitas
Discípulas del Cordero (Petites Soeurs Disciples de l'Agneau). «Y fue el encuentro con la joven Véronique, una niña con
síndrome de Down, la que nos inspiró para un nuevo comienzo. Me prometí a mí
misma ayudarla para cumplir su vocación».
Véronique había sentido la
llamada de servir al Señor, pero el síndrome de Down hizo que la rechazaran en
todas las comunidades donde había ido. De hecho, el derecho canónico y las
reglas monásticas no prevén la admisión a la vida religiosa de las personas con
discapacidades mentales. Line y Véronique tardarán 14 años para que sean
reconocidos los estatutos de esta comunidad especial, que tiene su propio
estilo original.
EL PROGRESIVO
RECONOCIMIENTO DE LA IGLESIA
El comienzo de Line y
Véronique fue en 1985 en un pequeño apartamento, una casa popular;
sucesivamente, se unió otra joven con síndrome de Down. En 1990 le preguntaron
a Mons. Jean Honoré (1920-2013), arzobispo de Tours y futuro cardenal, de
reconocerlas, inicialmente, como una asociación pública de fieles laicos. El
apoyo del cardenal Honoré, quien defenderá su caso en Roma, les permitió dar a
esta comunidad su primer reconocimiento.
En 1995, el creciente número
de «miembros» obligó a las Hermanitas a mudarse:
se establecieron en una propiedad en Le Blanc, una
ciudad de 6.500 habitantes en la diócesis de Bourges. Mons. Pierre Plateau
(1924-2018), arzobispo de esta diócesis del centro de Francia, les acogió
calurosamente y su intervención les ayudó a seguir progresando en Roma, en
vista de obtener el estatus de un instituto religioso contemplativo, que
finalmente obtuvieron en 1999. «Mons. Plateau fue realmente un padre para
nuestra comunidad: era muy cercano a las personas con síndrome de Down»,
dice madre Line. Las hermanas desarrollaron gradualmente el priorato y la
capilla y en 2011 obtuvieron el reconocimiento definitivo de sus estatutos,
gracias a la intervención del Arzobispo Armand Maillard, quien también había
brindado su apoyo a la comunidad, fuente de vida y alegría en este territorio.
UNA COMUNIDAD DE
VIDA ENTRE HERMANAS CAPACES Y DOWN
Las Hermanitas discípulas del
Cordero son actualmente 10: dos monjas capaces y ocho con Síndrome de Down. La
comunidad sigue siendo frágil y espera dar pronto la bienvenida a otras
hermanas capaces, porque las hermanas Down necesitan apoyo en sus vidas
diarias. Sin embargo, en realidad, «son autónomas,
ya que la vida contemplativa les permite vivir a un ritmo regular. Para las
personas con síndrome de Down, los cambios son difíciles, pero cuando la vida
es muy regular, logran gestionarla bien», explica la madre Line.
La vida cotidiana recorre las
funciones diarias, la misa se celebra todos los martes en la capilla y las
diversas actividades: talleres de tejido y cerámica
y, más recientemente, la creación de un jardín de plantas medicinales. En
definitiva, su extraordinaria vocación se expresa en una vida ordinaria, en la
humildad de servicio, siguiendo el «pequeño camino»
revelado por Santa Teresa de Lisieux, cuya espiritualidad es su gran
fuente de inspiración.
«Han pasado 34
años desde que sentí la llamada de Jesús. He intentado conocer a Jesús leyendo
la Biblia y el Evangelio», dice la hermana Véronique. Nací con una discapacidad
llamada Síndrome de Down. Soy feliz, amo la vida. Rezo, pero estoy triste por
los niños con síndrome de Down que no sentirán esta misma alegría de vivir«. Para aquellos que se sintieron
llamados a vivir, como Santa Teresa, la vocación al amor, el viaje ha sido
largo pero su paciencia y su fe dio sus frutos. «Jesús
me hizo crecer en su amor. Después de haber sido rechazada en la comunidad, mi
alegría fue cuando, el 20 de junio de 2009, pude hacer votos perpetuos en el
Instituto de las Hermanitas, discípulas del Cordero. Es mi mayor alegría, ser
la esposa de Jesús»
DEJA QUE EL AMOR SE
DESARROLLE
«En un momento
en que la sociedad, sin puntos de referencia, ya no parece encontrar un sentido
en la vida ni darle valor, nuestra comunidad quiere, con el simple testimonio
de nuestra vida consagrada a Dios, reafirmar el carácter sagrado de la vida y
de la persona humana», dicen las Hermanitas.
Para garantizar que toda la
fuerza del amor inscrito en los corazones de estas jóvenes con Síndrome de Down
se exprese plenamente en una vida consagrada al Señor, las Hermanitas nos
invitan a un momento de discernimiento »jovenes
tocadas por el espíritu de pobreza y devoción, preparadas para ofrecer toda una
vida al servicio de Cristo en las personas de sus hermanitas con síndrome de
Down«. Para las mismas jóvenes con Síndrome de Down, »el discernimiento se hace como con todas las demás
vocaciones: cuando una persona se realiza, es allí donde el Señor la llama. De
lo contrario, vuelven a casa. Es como cualquier vocación. Saben entender muy
bien si no es una verdadera vocación«, explica madre Line.
EL DON DE UNA SIMPLE
AMISTAD CON JESÚS
Madre Line encuentra en las
religiosas con síndrome de Down una increíble fuerza espiritual. »Conocen la Biblia, la vida de los santos, tienen una
memoria fabulosa. Son almas de oración, muy espirituales, muy cercanas a
Jesús«, dice asombrada, viendo en su sencillez un signo profético para
nuestro tiempo. »¡Sus almas no están incapacitadas!
Al contrario, están más cerca del Señor, se comunican con Él más fácilmente.
Las hermanas hábiles de la comunidad aprecian particularmente su capacidad de
perdonar, la capacidad de animar a sus hermanas encontrando la frase correcta
de la Biblia que da sentido al día.
La comunidad ha
sido marcada, en 2013, por la muerte prematura, a la edad de 26 años, de Sor
Rose-Claire, una monja rodeada de un aura de santidad, tras las huellas de
Santa Teresa de Lisieux, a la que amaba mucho. Madre Line cuenta la reacción de
las Hermanitas con Síndrome de Down, de las cuales temía la gran sensibilidad
emocional, pero que finalmente acogieron este acontecimiento con serenidad,
poniendo todo bajo la mirada de Dios. «Cuando a la mañana siguiente fui a su
celda a hablar con ellas, la primera me dijo: 'Es el deseo del cielo'; el
segundo me animó: 'Debemos resistir'. Tengamos fe».
La experiencia atípica de esta
comunidad parece responder realmente a un deseo del Cielo, así como a un
desafío antropológico para el mundo de hoy, sujeto al dictado de la eficiencia
y la productividad, en el que las personas con Síndrome de Down son
silenciadas. Su capacidad de amor y, para los que han recibido el don de la fe,
su cercanía al Señor, sin embargo, son portadores de una fecundidad
insospechada. «Ciertamente es un mundo por
descubrir», concluye Madre Line. «Traen
alegría a la sociedad y, sobre todo, traen amor al mundo, que tanto lo
necesita.
«Ante nuestros
ojos y haciendo eco de las primeras palabras de San Juan Pablo II, significa
atreverse a decir ‘no tengan miedo’ a un mundo en el que el hombre tiene miedo
del hombre, de las debilidades inherentes a su naturaleza y a su condición,
como la discapacidad o la enfermedad. Significa atreverse a afirmar, más que
nunca, la belleza y la grandeza de la vida en su misterio de sufrimiento.
No tengan miedo
de seguir a Jesús y de compartir esta vida ofrecida a nuestras Hermanitas,
ciertamente frágiles, pero no sin fuerza, al contrario, fuerte en el orden más
alto: la del corazón.
No tengáis miedo
de dar testimonio, a los ojos del mundo, de una vocación generosa, orientada
hacia los demás y capaz de ir más allá de la condición de los minusválidos,
demasiado a menudo marginados, y capaces de abrirse más profundamente a una
mirada plenamente humana».
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