En este tiempo que estamos viviendo de Cuaresma, debemos pedirle al Señor que nos conceda la gracia de mirarlo y contemplarlo. De tenerlo cada vez más como el centro de nuestras vidas, que todo lo que hagamos y vivamos gire en torno a su Persona.
Sin embargo, es triste cuando
nos damos cuenta que, como cristianos, empezamos a olvidar el lugar que debe
tener Cristo en nuestras vidas, en nuestro corazón.
Todo lo que somos como
Iglesia, como cristianos, es gracias a Él. Solos no podemos nada, como
dijimos el miércoles de ceniza: «Polvo eres, y al polvo volverás». ¡Hagamos que esta Cuaresma sea inolvidable!
1. «¿Y VOSOTROS, QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?»
Esta pregunta le hace Jesús a sus
apóstoles (Mt 16, 15). Ya cerca a la hora de su muerte, puesto que era conocido
por multitud de personas, en muchos pueblos, pero parecía que ellos no eran
conscientes de su verdadera identidad.
Unos creían que era otro
profeta, otros que era el Bautista resucitado etc. De la misma forma que Jesús
cuestiona a sus discípulos, quisiera que ustedes, queridos lectores, se
preguntaran muy seriamente: ¿Quién es Cristo para
ti?, ¿qué lugar ocupa Cristo en tu vida, en tu corazón?
El dogma sobre Cristo,
proclamado en el Concilio de Calcedonia, allá por el año 451, definió a Cristo
como una Persona divina, con doble naturaleza: divina
y humana.
Es conocido como el «triángulo
dogmático». Una vez que tenemos asegurado el dato dogmático de la identidad de
Cristo, podemos valorar su importancia para nuestra vida.
No solamente como hombre —en
todo semejante a nosotros, menos en el pecado—, sino también, como Dios. Y por
eso, un modelo de hombre perfecto, al que todos nosotros debemos aspirar. Él es
la medida de todas las cosas.
2. LA SANTIDAD DE CRISTO
Empecemos, antes de cualquier
consecuencia operativa y manifestación práctica en nuestro quehacer, a
contemplar y admirar su santidad.
Dejémonos
fascinar por su belleza. Cuando nos acercamos y
contemplamos su vida, nos damos cuenta de que no es simplemente una verdad
teórica, abstracta, sino que es una Persona real.
Que vivió momento a momento la
santidad, en todas las situaciones concretas de su vida. Siempre fiel a la
voluntad y deseo de su Padre.
En segundo lugar, es alguien
que, por no tener ninguna mancha de pecado, tiene una consciencia limpia y
pura. Como un cristal trasparente. Nunca necesitó pedir perdón, reconocer una
culpa. Ni a Dios, ni a los hombres.
Siempre estuvo en la verdad y
lo correcto. Esto nos permite contemplar una verdad trascendente sobre Él. La
pura y simple verdad: que es el Hijo de Dios. Como nos dice san Pablo en 1Cor
14, 15 «Está fundamentado en su Resurrección
gloriosa, que le da sentido a nuestra fe».
3. SANTIFICADOS EN CRISTO
Veamos ahora, qué implicancias
tiene lo dicho en nuestras vidas. La primera buena noticia es que Cristo nos
comunica y da su propia santidad. Es más, Él mismo es nuestra santidad.
¡Ojo! No digo que nos la trasmite
como algo que tiene, sino que nos da su propia esencia. Por el bautismo, somos
santos como Él. Nuestra santidad cristiana, antes que una serie de conductas es
un don.
¿Qué
debemos hacer para acoger ese don maravilloso? Lo primero es la respuesta de
fe. Fe que nos lleva a apropiarnos de la Victoria de Cristo sobre la muerte, el
sufrimiento y el pecado.
Por esa fe, la victoria de
Cristo nos pertenece. Hemos ganado, pero no con nuestras fuerzas, sino que es
Cristo, quién nos regala esa victoria. No hemos hecho nada para ganarla,
tengamos esto siempre muy claro.
Como
nos invita san Pablo, debemos desvestirnos del hombre viejo, para revestirnos
del nuevo. Abandonando vicios antiguos, y
aprendiendo a adquirir
virtudes.
Mediante la fe, en oración.
Entregarle a Cristo nuestros pecados y recibir
gratuitamente su perdón.
Nuestra fe en Cristo no viene del esfuerzo virtuoso de nuestra parte, sino de
la fe que recibimos de Cristo.
Nuestra imitación de Cristo es
posible, puesto que Él ya nos ha llamado a todos a la santidad y por eso
podemos imitarlo. Así que los invito a todos a que nunca perdamos la esperanza
y desistamos en este camino de la vida cristiana.
Las dificultades y obstáculos
siempre estarán presentes, pero ya tenemos la victoria de parte de nuestro
Señor Jesucristo. Esa certeza, que está corroborada por su Resurrección, debe
ser lo que inflame nuestro corazón, y nos alienta a seguir luchando por ser
cada día un poquito más como Él.
¿Cómo va tu
corazón esta Cuaresma?, ¿la has sentido con fervor en tu corazón?, ¿te ha
costado sentirte más cerca del Señor? Déjanos saber en los comentarios cómo la vives.
Escrito por Pablo Perazzo
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