Juan Víctor Carboneras describe su religiosidad, vivida y sincera.
La
superación de la Leyenda Negra y
la reivindicación de la historia de España viven una nueva época dorada. España mi natura. Vida, honor y
gloria en los Tercios es la última aportación de
Juan Víctor
Carboneras, un joven investigador que además difunde la
historia como presidente de la asociación 31 Enero Tercios.
Abordando
los grandes episodios y hazañas de esta unidad militar, Carboneras explica a
Religión en Libertad cuál era “el mayor deber” del
soldado del tercio: “Defender la fe
incluso más allá de la propia España”.
EUROPA
EN CONTRA DE LA FE
A
comienzos del siglo XVI, Europa era un polvorín a punto de estallar. Entre 1505
y 1535, Martín Lutero formuló y difundió las bases de la
gran herejía protestante. Para aquel año, muchas ciudades alemanas
habían aceptado la nueva doctrina como forma de debilitar a Roma y oponerse al
emperador Carlos. Y Lutero no vino solo: le
siguieron Calvino en Ginebra, Zwinglio en Suiza o Enrique VIII en Inglaterra,
aumentando la tensión existente.
Estas
nuevas herejías afectaban al Imperio pero, especialmente, a la salvación de
millones de almas. La respuesta de la Iglesia llevaba décadas gestándose, y
encontró en este contexto un deber inaplazable. Entre 1545 y 1563, el Concilio de Trento reafirmó los grandes pilares negados por la herejía: la salvación por
la fe y las obras, la autoridad del Papa y de la Biblia, la mediación de la
Virgen y los santos o el papel del sacerdote y los sacramentos, entre otros.
LA
MISIÓN DEL TERCIO: DEFENDER LA FE CATÓLICA
“Esta realidad nos explica el profundo sentimiento del soldado, su
defensa de la Iglesia de Roma, y sobre todo, su lucha por Dios y su Rey. El
nuevo estatus religioso afectó profundamente la vida militar. Para los soldados
del tercio, el sistema sanitario era tan importante como la asistencia espiritual”,
explica Juan Víctor Carboneras,
que destaca en ellos “el elemento de la visión
providencial sobre cualquier otro”.
“Los soldados del tercio eran católicos,
defendían la fe, y ponían a Dios por encima de todo, pero sobre todo, se
sentían en la misión providencial como soldados españoles para defender la fe
católica. Para aquellos soldados”, cuenta el historiador, “Dios estaba presente en todos los aspectos de la vida
del tercio: se nacía, se vivía, se luchaba y se moría por Dios”.
“Estos ideales se materializaban en rezos, misas y actos religiosos que formaban
parte del vivir cotidiano del soldado. Los domingos y festivos
existía la obligación de oficiar misa”. Además, “cada tercio dejaba una limosna para que los lunes se
dijera una misa a sus difuntos, a aquellos que habían defendido con su vida a
Dios, al rey y su honor”.
EL
CAPELLÁN BUSCABA LA SANTIDAD DEL SOLDADO
“En este contexto, el capellán desempeñaba un papel fundamental
en la vida del Tercio”, explica
Juan Víctor. “Antes de entrar en batalla, además de
dar una absolución general, los capellanes se encargaban de dirigir unas
palabras a los soldados para enaltecer sus sentimientos y su condición de
siervos de Dios”.
Los
capellanes “disponían de una tienda móvil donde ponían el
altar y demás elementos necesarios para el culto. Estas capillas
portátiles aumentaron en forma y decoración, y con el paso del tiempo, las
limosnas permitían adquirir nuevos ornamentos”.
Además, “los capellanes eran hombres cada vez más formados”, cuya
presencia “buscaba reducir los males propios de la milicia y conseguir un
soldado capaz de servir a Dios y al rey con el mismo ímpetu. Siempre que se
podía se reunía a los soldados para que escucharan la palabra de Dios antes de
lanzarse al ataque”.
ALCANZAR
LA REDENCIÓN MEDIANTE EL SACRIFICIO
Durante
el combate, “los soldados tenían el ideal de la lucha en
defensa de la fe. La intención de
recuperar la verdadera religión, proteger al catolicismo y acabar con las
herejías”, relata el historiador. “Las armas
les permitían la redención a base de sacrificio y lucha hasta el final”.
Comenzada
la batalla, “los soldados sabían que la
muerte podía llegarles en cualquier momento y pedían por su
salvación. La figura de Santiago también tenía un papel primordial en las
plegarias de los soldados”, añade.
Carboneras
recoge las palabras de un coetáneo durante la batalla de Amberes en 1576. “Pasaron los soldados el puente del castillo e hicieron
oración para asaltar. Al fin de ella, les guió un soldado que tenía un estandarte con un crucifijo en una parte y Nuestra Señora en la otra”.
“Ocasionalmente, los mismos capellanes se vieron envueltos en la batalla
y cogieron la espada en momentos de necesidad”, explica
el autor de España mi natura: “Ejemplo de
ello es el franciscano Mateo de Aguirre, que lideró el ataque
católico con el crucifijo en la mano, en Ivry, el 14 de marzo de
1590”. “No fue el único”, añade, “el
carmelita Domingo de Jesús también destacó en la batalla de la Montaña Blanca”.
LA
ORACIÓN, INDISPENSABLE ANTES DE LA BATALLA
“El rezo era un elemento indispensable antes de cada batalla y en el
fragor de cada enfrentamiento, momentos en los que se exaltaba la intercesión de
la Virgen y de los Santos”, explica
Juan Víctor.
Uno de
los casos más representativos de ello es la batalla de Empel en 1585. El tercio
de Bobadilla estaba refugiado en la isla de Bommel ante la llegada del
invierno, cuando el almirante Holak abrió los diques que rodeaban la isla para
inundarles. “Al quinto día, todo parecía perdido,
cuando un soldado español que cavaba una trinchera encontró una tabla con la
imagen de la Inmaculada Concepción”.
“El descubrimiento levantó el ánimo de los soldados, que la llevaron en
procesión hasta la iglesia. Esa noche, las aguas comenzaron a helarse, lo que
hizo huir a la armada enemiga para no verse atrapada por el hielo. Los
tercios obtuvieron el triunfo y la imagen se veneró en toda España”.
DEVOTOS
DE SANTOS, RESCATADORES DE RELIQUIAS
Por ello,
“la vida del soldado también se relacionó con la recuperación
de reliquias perdidas en territorios de los herejes. En las
batallas, conseguir estos objetos sagrados eran auténticas victorias, y en muchos
casos, la guerra en Flandes y expansión del calvinismo llevó a los españoles a
conservar estas reliquias en España”.
Es lo que
ocurrió en 1568 en Leiden, defendida por la Monarquía Hispánica: “Ante la llegada del ejército rebelde, el duque de Alba
recibió del Obispo los restos de San Vicente. Parte de las reliquias se las
llevaron a Ávila, y el resto al Monasterio de El Escorial”, explica.
EL
DESEO DEL SOLDADO POR ALCANZAR EL CIELO
Durante
su investigación, Carboneras también ha buceado en centenares de testamentos de
soldados. “Reflejan muy bien su deseo por alcanzar
el cielo. El capellán que se los quedaba oficiaba misas por ellos, pedía
porque su alma ascendiese al cielo lo antes posible evitando el
purgatorio”, explica.
“Los capellanes tenían muy buena relación con
los soldados y en muchos testamentos se habla de la gran amistad que los unía”. Este aprecio también “se
plasmó en las cuantiosas limosnas que dejaron los soldados quitándoselas de su
propia paga”, cuenta Carboneras
“Los capellanes conocían sus secretos y mayores males, por lo que al
final eran muy íntimos, tanto que los propios soldados les dejan
bienes en herencia. Se ganaron el respeto de aquellos que, con la
espada, la pica y el arcabuz, combatían en defensa de la fe”.
GANAR
LAS BATALLAS CELESTES Y TERRESTRES
Por ello,
“los soldados de los tercios recibían la muerte
seguros de su protección espiritual”. Un capellán, Antonio Possevino, “definió a los soldados del tercio como soldados
cristianos, que sumaban a las virtudes guerreras el ejercicio de las devociones establecidas
en Trento: las procesiones, penitencias y predicaciones formaban parte del día
a día del soldado”.
Enmarcados
en esta visión providencialista, “los hombres del
tercio debían llevar una vida santa para ganar las batallas celestes
y terrestres. De este modo, se cumplía con la obligación y se ganaba el cielo”
“La religión jugó un papel tan fundamental”, concluye el historiador, “que sin ella no se puede entender a los tercios. De eso no cabe duda”.
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