La pereza y, en general, la falta de una adecuada educación de la voluntad, constituyen una de las más dolorosas formas de pobreza.
Por: Alfonso Aguiló Pastrana | Fuente: Conoze.com
Todos habremos visto a un albañil subido a un
andamio cantando alegremente mientras ponía ladrillos y, junto a él, a otro
amargado y con mala cara, realizando ambos la misma tarea.
O un conductor de autobús que hace su trabajo
con satisfacción y procurando agradar a los viajeros, y, en su misma ocupación
y condiciones, a otro que trabajando de mala gana y despotricando de todo.
Y lo mismo al acercarse a una ventanilla, a la
barra de un bar, al mostrador de una tienda, o al ir a la peluquería.
Y lo mismo en las aulas. Y lo mismo en la
familia. Hay padres y madres que se recrean en las tareas del hogar y en la
educación de sus hijos, y padres y madres que parece que sólo saben quejarse
del trabajo y los quebraderos de cabeza que les dan sus hijos, que dicen que no
pueden más, que les agota, que se les hace pesado, que no hay quien lo aguante.
Muchas veces, la raíz de su tristeza y su
desgana está en la pereza. En que son personas que se pasan la vida en una
lucha -agotadora lucha, por otra parte- para rehuir el esfuerzo, para encontrar
el modo de hacer menos y que sea otro quien haga las cosas.
El trabajo, las tareas del hogar, la educación
de los hijos... cualquier persona emplea la mayor parte del día en esas tareas,
¿por qué entonces hacerlas de mala gana?: eso
equivaldría a pasarse amargado la mayor parte de la vida.
Es verdad que a veces hay problemas, y problemas
serios, y se hace todo muy pesado, y no apetece hacer nada. Pero también es
cierto que, con un nivel de motivos de tristeza bastante parecido, hay gente
habitualmente contenta y gente habitualmente descontenta. Quizá la diferencia
esté en la filosofía con que cada uno se toma la vida.
Se
trata de:
- en vez de trabajar con desgana, procurar poner
ganas, y ya acabarán apareciendo satisfacciones en ese trabajo;
- en vez de ver y de hacer ver el trabajo como
una carga pesada, descubrir en él -entre otras cosas- una forma de realizarse,
un motivo de satisfacción y una oportunidad de servir a los demás (Einstein
decía que sólo una vida vivida por los demás merece la pena ser vivida);
- en vez de estar pensando en la hora de acabar,
procurar esmerarse en lo que se está haciendo en cada momento;
- en vez de quejarse continuamente y crear un
clima negativo, procurar poner ilusión y crear alrededor un clima positivo;
etcétera.
Muchos padres dicen que sus hijos son muy
perezosos. Perezosos, dicen, para levantarse, para estudiar, para llevar a cabo
cualquier actividad que no implique diversión, y a veces incluso hasta para
eso. Que todo les cansa, todo les aburre, que no saben pasarlo bien más que un
rato. Que una simple contrariedad les conduce al abatimiento.
Que les resulta difícil hacer frente al ocio,
incluso mantener una afición o un hobby. Que no logran hacer lo que se proponen
y eso les hace sentirse frustrados y estar tristes.
La pereza y, en general, la falta de una
adecuada educación de la voluntad, constituyen una de las más dolorosas formas
de pobreza: porque impiden a quienes la padecen disfrutar de la vida y recrear
su espíritu al nivel que a nuestra naturaleza humana corresponde.
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