Sobre el presbiterio, un mosaico muestra el encuentro de Jesús con Marta y María, antes de la resurrección de Lázaro.
Por: J. Gil | Fuente: www.es.josemariaescriva.info
La celebridad de Betania no se debe solo a las
diversas estancias del Señor, sino que proviene especialmente del impresionante
milagro que allí realizó: la resurrección de Lázaro. Desde los primeros tiempos
del cristianismo, la tumba de este amigo de Jesús atrajo la devoción de los
fieles, que ya en el siglo IV levantaron alrededor un santuario. La
denominación bizantina del lugar -“to lazarion”- inspiró
sin duda el nombre árabe de Betania: Al-Azariye.
De la casa, sin embargo, se perdió el rastro.
La investigación arqueológica ha proporcionado algunos elementos para conocer
la construcción bizantina. Inspirándose en el canon de otras iglesias de la
época, como el Santo Sepulcro, estaba formada por una basílica en el lado
oriental, el monumento que cobijaba el sitio venerado en el occidental y, en el
medio, sirviendo de unión, un atrio. La basílica, de tres naves divididas por
columnas con capiteles corintios y pavimentadas con ricos mosaicos, debió de
arruinarse por un terremoto. A finales del siglo V o principios del VI, se
edificó otra iglesia aprovechando en parte la estructura de la antigua, pero
desplazando la planta todavía más hacia el este. Se mantuvo hasta el tiempo de
los cruzados, cuando fue restaurada y embellecida. También en el siglo XII, se
levantó una nueva basílica sobre la tumba de Lázaro; al tratarse de una cámara
excavada en la roca, quedó convertida en cripta. Y además, por iniciativa de la
reina Melisenda, se instituyó en Betania una abadía de monjas benedictinas.
Este complejo de edificios cambió entre los siglos XV y XVI, ya que en la zona
del atrio y de la tumba se construyó una mezquita y se dificultó la entrada a
los peregrinos cristianos. Entre 1566 y 1575, los franciscanos de la Custodia
de Tierra Santa consiguieron que se les permitiera el acceso a la gruta de
Lázaro, pero tuvieron que abrir una nueva vía excavando un pasadizo escalonado
desde el exterior del recinto. Es el túnel que se utiliza todavía hoy, aunque
la propiedad sigue siendo musulmana.
En el lado oriental, sobre los restos de las basílicas bizantinas, la Custodia
edificó en 1954 el santuario actual. Tiene forma de mausoleo, con planta de
cruz griega y una cúpula que arranca de un octógono. Cada uno de los brazos
está decorado con una luneta de mosaico, donde se representan las escenas
evangélicas más destacadas relacionadas con Betania: el diálogo de Marta y
Jesús; el recibimiento de las dos hermanas después de la muerte de Lázaro; la
resurrección de este; y la cena en la casa de Simón. El arquitecto ha logrado
un sugestivo contraste entre la penumbra de la iglesia y la luz que inunda la
cúpula, que simbolizan la muerte y la esperanza de la resurrección.
Dios desea que tengamos parte en su vida bienaventurada, está cerca de
nosotros, nos ayuda a buscarle, a conocerle y amarle, pero al mismo tiempo
espera una respuesta libre, que acojamos su llamada (cfr. Catecismo de la
Iglesia Católica, nn. 1-3). El relato de la resurrección de Lázaro contiene
muchos elementos que pueden avivar nuestra fe y movernos a solicitar al Señor
lo más valioso que puede concedernos: la gracia de una nueva conversión para
nosotros, y para nuestros familiares y amigos.
Para acercarse al Señor a través de las páginas del Santo Evangelio, recomiendo
siempre que os esforcéis por meteros de tal modo en la escena, que participéis
como un personaje más. Así —sé de tantas almas normales y corrientes que lo
viven—, os ensimismaréis como María, pendiente de las palabras de Jesús o, como
Marta, os atreveréis a manifestarle sinceramente vuestras inquietudes, hasta
las más pequeñas (Amigos de Dios, 222).
En Betania, contemplamos los sentimientos de afecto de Cristo, que revelan el
amor infinito del Padre por cada uno, y también la fe de Marta y María.
San Josemaría tomaba pie de este relato evangélico para hacernos considerar:
Realmente, a cada uno de nosotros, como a Lázaro,
fue un veni foras —sal fuera, lo que nos puso en movimiento.
- ¡Qué pena dan quienes aún están muertos, y no
conocen el poder de la misericordia de Dios! Renueva tu alegría santa
porque, frente al hombre que se desintegra sin Cristo, se alza el hombre que ha
resucitado con Él. (Forja, 476)
También, en nuestro trato confiado y de amistad con Jesús, tendremos que
recurrir a Él con perseverancia.
¿Has visto con qué cariño, con qué confianza
trataban sus amigos a Cristo? Con toda naturalidad le echan en cara las
hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos avisado!
¡Si Tú hubieras estado aquí!...
- Confíale despacio: enséñame a tratarte con aquel
amor de amistad de Marta, de María y de Lázaro; como te trataban también los
primeros Doce, aunque al principio te seguían quizá por motivos no muy
sobrenaturales. (Forja, 495)
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