El representante de la
Santa Sede asistió a la investidura del Nicolás Maduro como presidente de
Venezuela. En el momento de las intervenciones, cuando le tocó el turno, el
monseñor se subió al podio para decir unas palabras:
Señor, presidente,
autoridades de la patria, jefes de Estado. Es para mí un honor asistir a la
investidura del dictador nacional. Es un privilegio ser testigo en primera fila
de cómo han venido a este acto los vampiros de la nación y los esbirros de los
dictadores foráneos. Me alegro de este juramento porque significa que, pase lo
que pase, ya queda menos. Sí, señores, ya queda menos. Hago votos para que 2019
sea el año que vea un nuevo amanecer para esta nación en la que usted no tenga
ningún lugar, salvo en algún calabozo, y que vuelva a amanecer para los
venezolanos un tiempo de fraternidad y armonía. Enhorabuena a todos los
presentes. Mis más sinceras condolencias al pueblo de esta sojuzgada tierra.
Al acabar su intervención, nadie
dijo nada. En la sala se hizo un silencio fantasmagórico. Pero todo el Pueblo,
en sus casas, exclamaron con entusiasmo: “¡Amén!”.
El presidente del tribunal
supremo, al tomar el juramento al tirano, se puso nervioso y se le trabó la
lengua. Parece ser que, tras escuchar las anteriores palabras, en el momento en
que le tomaba el juramento, tuvo una premonición, hoy se veía en su despacho
del tribunal y tiempo después en una prisión de Bélgica en espera de un juicio
ante un tribunal internacional. Ante sus ojos, en cuatro segundos, como un
relámpago, vio la gasolinera de Mussolini, a Breznev muriendo en su cama, al
Apolo XIII despegando, al pastor alemán Blondy, pirañas brasileñas, a
Dostoyevski escribiendo unas líneas de Crimen y castigo.
¿A quién no se le traba la lengua en esas circunstancias?
Me hizo gracia que el tirano juró a nombre
del pueblo de Venezuela. Impresionante.
Hasta él mismo lo reconoció sin darse cuenta. No recibió el cargo “en nombre del pueblo”, sino a “nombre de”.
No, querido, no significan lo
mismo. Si compro una casa, puedo ponerla “a mi
nombre”. En ese acto formal, en directo, ante todas las cámaras de
televisión, los ciudadanos oyeron cómo secuestrabas la presidencia a tu
nombre.
Pero, en verdad, tú lo has dicho,
no eres presidente en nombre del pueblo de tu país.
Y después Maduro continuó
diciendo que juraba por el gran Cacique Guaicaipuro, juro por el Negro Primero y
nuestros pueblos afrodescendientes, juro por el Libertador Simón Bolívar y la lista seguía y seguía.
Debería haber continuado con un “juro por Madame Curie, por la Abeja Maya, por Charles De
Gaulle, por Dart Vader, por Oscar Wilde, por Mazinger Z”.
P. FORTEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario