Cada 25 de enero, la Iglesia Católica celebra
el día en que San Pablo -entonces llamado Saulo- alcanzó la conversión camino a
Damasco, a donde se dirigía para perseguir a los cristianos.
Como se recuerda, camino a Damasco Saulo fue derribado del caballo por
el mismo Jesús a través de una luz del cielo que brilló sobre él
y sus compañeros, cegándolo por espacio de tres días. Durante ese tiempo, Saulo
permaneció en casa de un judío llamado Judas, sin comer ni beber.
El cristiano Ananías, por pedido de Cristo, fue al encuentro de Saulo,
quien recuperó la vista y se convirtió, accediendo al bautismo y predicando en
las sinagogas al Hijo de Dios, con gran asombro de sus oyentes. Así, el antiguo
perseguidor se convirtió en apóstol y fue elegido por Dios como uno de sus
principales instrumentos para la conversión del mundo.
San Pablo nació en Tarso, Cilicia (actual Turquía), su padre era
ciudadano romano. Creció en el seno de una familia en la que la
piedad era hereditaria y muy ligada a las tradiciones y observancias fariseas.
Le pusieron de nombre Saulo, y como también era ciudadano romano llevaba el
nombre latino de Pablo (Paulo).
Para los judíos de aquel tiempo era bastante usual tener dos nombres,
uno hebreo y otro latino o griego. Pablo será pues, el nombre que utilizará el
apóstol para evangelizar a los gentiles.
El periodo que va del año 45 al 57 fue el más activo y fructífero de su vida. Comprende tres grandes expediciones
apostólicas de las que Antioquía fue siempre el punto de partida y que,
invariablemente, terminaron por una visita a Jerusalén.
Los restos del santo descansan en la Basílica de San Pablo Extramuros.
Este templo es el más grande después de la Basílica de San Pedro.
Redacción ACI
Prensa
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