En la Misa de consagración del altar de la Catedral
Basílica de Santa María la Antigua de Panamá, el Papa Francisco alentó a
sacerdotes a no dejarse vencer por los cambios que parecen “poner en duda” la
viabilidad de la vida religiosa y evitar caer en “una de las peores herejías
posibles para nuestra época”.
El Santo Padre llegó a la catedral pasadas las nueve de la mañana y al
ingresar al templo colocó una rosa de plata en la imagen de Santa María la
Antigua, traída por los españoles en 1510.
Luego, el Pontífice asperjó agua bendita al altar de la catedral,
ubicada en el casco antiguo de la capital y sede de la Arquidiócesis de Panamá.
En la homilía que pronunció ante cientos de sacerdotes, consagrados y
miembros de movimientos laicales, el Papa Francisco reflexionó sobre el
encuentro de Jesús con la samaritana en el Evangelio y se refirió al cansancio
que experimentan los sacerdotes y consagrados ante los cambios que “parecen
poner en duda” la viabilidad de la vida religiosa.
El Papa advirtió que aunque en las comunidades se aparente normalidad, “la fe se desgasta y se degenera”.
“Desilusionados con la realidad que no entendemos o
que creemos que no tiene ya lugar para nuestra propuesta, podemos darle
‘ciudadanía’ a una de las peores herejías posibles para nuestra época: pensar
que el Señor y nuestras comunidades no tienen nada que decir ni aportar en este
nuevo mundo que se está gestando. Y entonces sucede que lo que un día surgió
para ser sal y luz del mundo termina ofreciendo su peor versión”.
El Pontífice enumeró algunas de las causas que provocan cansancio en los
consagrados: “desde largas horas de trabajo que
dejan poco tiempo para comer, descansar y estar en familia, hasta ‘tóxicas’
condiciones laborales y afectivas que llevan al agotamiento y agrietan el
corazón”.
“Todas reclaman, como grito silencioso, un pozo
desde donde volver a empezar”, explicó.
El Papa pidió a los consagrados no paralizarse “ante
la intensidad y perplejidad de los cambios que como sociedad estamos
atravesando”.
“Estos cambios parecieran cuestionar no solo
nuestras formas de expresión y compromiso, nuestras costumbres y actitudes ante
la realidad, sino que ponen en duda, en muchos casos, la viabilidad misma de la
vida religiosa en el mundo de hoy. E incluso la velocidad de esos cambios puede
llevar a inmovilizar toda opción y opinión y, lo que supo ser significativo e
importante en otros tiempos parece ya no tener lugar”, dijo el Papa.
El Pontífice alentó a los consagrados a recuperar “la pasión de enamorados” de su vocación y “volver sin miedo al pozo fundante del primer amor,
cuando Jesús pasó por nuestro camino, nos miró con misericordia, nos pidió
seguirlo; al decirlo recuperamos la memoria de aquel momento en el que sus ojos
se cruzaron con los nuestros, el momento en que nos hizo sentir que nos amaba y
no solo de manera personal sino también como comunidad”.
Les recordó que “no cualquier novedad, por
muy seductora que parezca, puede aliviar la sed” y “el Espíritu no engendró una obra puntual, un plan
pastoral o una estructura a organizar sino que, por medio de tantos santos de
la puerta de al lado ―entre los cuales encontramos padres y madres fundadores
de nuestros institutos, obispos y párrocos que supieron poner fundamento a sus
comunidades―, regaló vida y oxígeno a un contexto histórico determinado que
parecía asfixiar y aplastar toda esperanza y dignidad”.
El Papa les pidió evitar “el riesgo de
partir desde nosotros mismos y abandonaremos la cansadora auto-compasión para
encontrar los ojos con los que Cristo hoy nos sigue buscando, llamando e
invitando a la misión”.
Luego de su homilía, el Papa procedió a la consagración de la mesa del
altar, ungido con el santo crisma, incensado y revestido con los manteles para
prepararlo para la Eucaristía. Asimismo, dentro de la mesa se colocaron las reliquias
de Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Óscar Romero y San Juan Pablo
II.
Redacción ACI
Prensa
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