La
ciudad castellana de Segovia lleva meses inmersa en una guerra a raíz de la
iniciativa del Ayuntamiento, gobernado por el PSOE, de colocar una estatua en bronce de un diablo haciéndose un selfie.
Los que
se oponen han presentado más de 12.000 firmas asegurando que ofende los
sentimientos religiosos de muchos vecinos, mientras que sus defensores, entre
los que está el Ayuntamiento, aseguran
que atraerá más turismo y que este “diablillo” no
ofende a los católicos. El caso ha llegado incluso a los tribunales.
La idea
de colocar un diablo se remonta a una leyenda antigua en Segovia que dice que
una bella joven estaba harta de ir a por agua al río. Un día se topó con un
hombre y le contó sus quejas. Esta no
era otro que el demonio que le propuso que si le daba su alma él le daría un
acueducto. Sin embargo, el acuerdo nunca llegó a producirse porque ella
se arrepintió a tiempo y al final este demonio se quedó sin su alma.
Bajo este
argumento se propuso colocar esta estatua. Sin embargo, las dos segovianas que
lideran su oposición a este demonio Marta Jerez y Esther Lázaro aseguran que “nos pintan como
unas talibanas extravagantes y ridículas, pero la realidad es que hay mucha
gente en la ciudad que no quiere tener una estatua al demonio en plan
gracioso, es algo que hiere nuestros sentimientos religiosos”.
A los que
se ríen de ellas por esto, como ocurre desde el Ayuntamiento, “les parece un chiste muy cómico –aseguran ellas- pero no sé si les haría tanta gracia poner una
estatua de un símbolo de la ciudad como el cochinillo al lado de la mezquita”.
Otro
vecino, Enrique Jerez, explica
en 11 puntos en un artículo de opinión en El Adelanto de Segovia por qué los cristianos se oponen a la instalación
de esta estatua. Estos son sus argumentos:
POR
QUÉ COMO CATÓLICOS NOS OPONEMOS A LA ESTATUA DEL DIABLO
1.
No debe sorprender que un
católico que se tome en serio la religión se oponga a la instalación de una
estatua del diablo. Los católicos aspiramos a la salvación de nuestra alma (y
de todas las almas), y el diablo a que la perdamos. Es nuestro enemigo natural, según enseña la doctrina cristiana, con base
en las Escrituras y en la Tradición. Sería como sorprenderse, en el
plano profano, de que un comunista se opusiera a la colocación de la estatua de
un fascista, o al revés.
2. Y no se trata solo de una cuestión de “sentimientos religiosos”, sino de la propia
naturaleza de las cosas: el católico (que está
configurado con Cristo por la fe y la vida de la gracia) rechaza por puro
instinto de supervivencia (eterna) al demonio, como el agua, por su propia
naturaleza molecular, “rechaza” al aceite. No digo que se comparta nuestra postura; lo que digo es que es
perfectamente comprensible por vía de coherencia. Digamos que un
católico no puede aceptar una imagen del demonio so pena de dejar de ser lo que
es.
3. Además,
admirarse en especial de que creamos en la existencia del demonio y en su
acción en el mundo llama un poco la atención, cuando es una doctrina que
se encuentra por doquier en la historia universal del pensamiento religioso.
Hay dogmas mucho más “increíbles”, y más
singularmente católicos (como la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, por
ejemplo), y que no llegan a ser noticia en los periódicos.
4.
En fin, quedarse “perplejo” por nuestra reacción
es tanto más llamativo en España, donde cualquier persona de más de 30 o
40 años ha recibido catequesis y clases de religión en el colegio, y con casi
toda seguridad está bautizado y al menos ha hecho la primera comunión. ¿Hay algún adulto español que no sepa que el demonio es
el enemigo del cristiano?
5.
Y en particular quedarse “atónito” por nuestro rechazo (como declara
haberse quedado la concejala de Patrimonio Histórico y Turismo) es todavía más
chocante en una ciudad como Segovia, donde la propia existencia de una
concejalía de Patrimonio Histórico y Turismo depende en buena medida de la inteligencia y de la fe de hombres
temerosos de Dios que construyeron sus espléndidas iglesias románicas o su
catedral (y que, además, nos conservaron su Acueducto, cuyas respectivas
restauraciones por parte de Alfonso X el Sabio o los Reyes Católicos están bien
documentadas).
6. En definitiva, asombrarse por nuestro
comportamiento se reduce, en el fondo, a asombrarse de que exista la religión
misma, o mejor: de que todavía exista la religión (“¡en
el siglo XXI!”, se oye decir). Es
asombrarse de que haya personas que crean en Dios y en la inmortalidad del
alma, y estén dispuestos a asumir todas las consecuencias que se derivan de
ello. Pero en este sentido, es el Occidente moderno (vuelto de espaldas
a Dios y a su propia transcendencia) el que constituye una insólita anomalía
histórica, una excepción (esta sí que sorprendente) en el curso de las
civilizaciones.
7. En este sentido, que resulte incomprensible
nuestra reacción creo que da sobre todo la medida de la secularización de la
mentalidad actual, que, por defecto, piensa que Dios no existe, o que actúa
como si no existiera (lo que es casi lo mismo). Llamarnos “fanáticos” (y calificaciones similares) es un
abuso del lenguaje. Uno es “extremista” en función de dónde se ponga el
centro. Un cristiano se opondrá al demonio aquí y en Lima, ahora y en el siglo
IV. No es el católico el “extremista”, el
que se desplaza al extremo (su centro siempre es Cristo), sino que es la
mentalidad de una época antirreligiosa la que lo percibe en sus antípodas.
8. Por lo demás, el aspecto presuntamente “amable” de
la estatua (“diablillo”, le llaman) no es un
consuelo para el católico, que está muy avisado de la condición
esencialmente seductora del diablo: cuanto más atractivo más diablo. La imagen
de Hitler alimentando cervatillos resulta más siniestra que aquellas en las que
aparece desfilando entre sus tropas.
9.
El hecho de que en el arte
cristiano sea relativamente frecuente la representación del demonio (en el
románico, por ejemplo) no justifica ni de lejos su exhibición pública fuera de
contexto. Insisto (pues se ha seguido aireando este flojísimo argumento): la
distancia de concepción, propósito y ejecución entre las representaciones del
arte sagrado y la de Abella es insalvable. Allí, está inscrita en un marco
doctrinal y ritual que garantiza su eficacia psicológica, moral y espiritual;
aquí, es mera ocurrencia personal, más o menos acertada. Siguiendo con el
ejemplo del dictador nazi, sería como
excusar la erección de una estatua en su memoria porque aparece fotografiado en
muchos libros de historia.
10. Tampoco el propósito de su instalación (la
evocación de la leyenda y el reclamo turístico) puede servir a un cristiano
como razón suficiente para la colocación de una estatua al diablo, lo que
equivale a alcanzar un fin (que puede no ser perverso en sí mismo) a costa de
un medio esencialmente perverso: reproducir
en un espacio público y de forma permanente una imagen diabólica.
11. Por último, el Ayuntamiento y el autor han
expresado sus “buenas intenciones”. Bien
está, pero uno puede ir dando patadas a una piedra por entretenerse, y en esto
romperle un faro a un coche sin querer. ¿Se hará responsable de su acto? El más puro sentido común dice que sí, aunque la involuntariedad sea un
atenuante. Es muy probable que no haya habido mala intención (sino
inadvertencia y frivolidad), pero, una vez advertidos del daño, no se ha hecho
ningún intento por repararlo (más bien al contrario). En este sentido, se
agradece la propuesta de retirar de la placa el nombre de Segodeus, pero eso no
quita para que nosotros sigamos con nuestro propósito último: que no se ponga
la estatua. Lo cortés no quita lo valiente.
Nada más.
Uno puede rechazar el catolicismo en bloque o la propia idea de la existencia
de Dios (pues Dios mismo le ha concedido la libertad de hacerlo), pero no es
cosa de llevarse las manos a la cabeza por que haga frío en invierno o calor en
verano, o sea: porque un católico rechace la colocación de una estatua del
diablo en su ciudad.
Valiente noticia.
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