En estos tiempos de crisis y confusión en la
Iglesia, se percibe a veces en los grupos, portales y blogs cristianos un
cierto aire de tristeza y queja. Un
aire, si somos sinceros, de desesperanza. Es más que comprensible,
porque la situación de la Iglesia, como ya decíamos hace tiempo, es muy grave. Parafraseando el Stabat Mater,
¿qué hijo no sufriría al ver a su Madre la Iglesia en tanto suplicio? Sin
embargo, entre el sufrimiento y la desesperación hay un abismo que no se debe
cruzar.
La mejor forma de no cruzar
ese abismo, a mi juicio, es aplicar el agere
contra de San Ignacio y dar gracias a Dios por este tiempo que nos ha
dado para vivir. Y hacerlo ahora, de forma real y concreta, con palabras
y con todo el corazón, no como un reconocimiento intelectual de algo abstracto,
sino como el niño que agradece a su padre un regalo. Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Dios no
se ha equivocado al decidir que vivieras en esta época tan terrible para
la Iglesia. Al contrario, te ha hecho un gran regalo.
Ya que hablamos de hacernos
como niños, ¿cuántas veces has deseado desde que
eras niño correr aventuras, realizar
grandes hazañas, vencer dragones, luchar en batallas heroicas, escalar
las montañas más altas, descubrir nuevos mundos y convertir a Cristo a naciones
enteras? ¿Acaso pensabas que todo eso se podía hacer cómodamente sentado en un
sofá, viendo el fútbol en la televisión y comiendo patatas fritas? En
medio del caos, las desgracias, los sufrimientos y las derrotas es donde se
forjan los santos, se demuestra la fidelidad y se llevan a cabo las hazañas que
merecen la pena.
¿El mundo ha
apostatado y ha vuelto al paganismo? Recuerda las veces que quisiste vivir las aventuras de nuestros
antepasados en América, que conquistaron un continente entero para Cristo, las veces que soñaste con ir al
fin del mundo para anunciar el Evangelio. Hoy Dios te lo concede y más aún: el
mundo entero paganizado y apóstata está ante ti, muriéndose porque no conoce a
Cristo y esperando desesperadamente que tú vayas a anunciarle la Buena Noticia
de la salvación. No solo América, sino también la vieja Europa y el resto del
mundo aguardan con ansia tu llegada como enviado de Cristo. Tú, débil,
ignorante y pecador, tienes en tus manos la luz para los que viven tristes en
las tinieblas, el agua viva para los que se mueren de sed, el alimento que da
la vida eterna a los que perecen de hambre. Reparte ese tesoro que llevas en
vasos de barro, hasta que te canse el brazo de bautizar, como a San Francisco
Javier.
¿Otros
cristianos se marchan, los mismos clérigos ungidos de Dios le traicionan y se
pasan a las filas del mundo, aquellos en quienes confiabas doblan la rodilla
ante Baal? Recuerda
cuántas veces escuchaste cómo los
discípulos habían abandonado a Cristo en su pasión y pensaste que tú habrías
querido acompañarle en ella. Si hubieras estado allí… Ahora estás allí: puedes ser fiel cuando todos le abandonan y parece que la
Iglesia se derrumba por los pecados e infidelidades de sus hijos, puedes estar
junto a Él cuando se encuentra solo, puedes responder firmemente y con orgullo
“Sí, le conozco” antes de que cante el gallo.
Revístete de la armadura de Dios y la coraza de la
justicia, cíñete con la verdad, calza tus pies con el evangelio y empuña el
escudo de la fe y la espada del Espíritu, como dice San Pablo. Arrodíllate ante
Dios, inclínate ante Nuestra Señora, ensilla tu caballo y parte cantando hacia
la batalla que te toca luchar. Si Dios quiere, será una batalla que
empequeñezca Lepanto, las Navas de Tolosa y los asedios de Viena y de Malta.
El puesto de más honor, como dijo Cristo a sus apóstoles, no está a
la derecha del Rey en el triunfo, sino junto al Capitán en la batalla, cuando
el combate arrecia, todo parece perdido y los demás huyen asustados. Ahí es
donde Cristo te ha colocado. No hay lugar de más honor y, a pesar de que conoce
tu debilidad, tu Señor te ha elegido a ti para estar junto a Él.
Lejos de ti la desesperanza y la tristeza. Agradece a Dios este tiempo que te ha dado. Eres un caballero de
Cristo, ¿qué más quieres que la oportunidad de
poder sufrir, luchar y, si se tercia, entregar tu vida por Él? Vamos también
nosotros a morir con Él.
El
Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
Bruno M.
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