BAJO LAS BOMBAS DEL SUR DE UCRANIA, MUCHOS SE ACERCAN A LA FE Y LA CATEQUESIS
Adultos que por primera vez en su vida se confiesan
y comulgan en San Vladimir, Jersón, en Ucrania
Hace un año, tras la retirada de
las tropas rusas de Jersón, el diácono Pahomii (Pacomio) Levchun llegó a la
parroquia de San Vladimir el Grande, ligada al monasterio de los padres basilianos (grecocatólicos) con el objetivo de evangelizar y avivar la fe de un pueblo golpeado por la
guerra.
A mediados de febrero anunciaba
las confesiones y primeras comuniones en la parroquia, entre ellas las de
bastantes personas adultas, incluso de edad
avanzada, que nunca antes se habían confesado.
El abad, el sacerdote
Ignacio Moskalyuk, expresó su alegría al
confesar a esos fieles: "El Señor me permite
sobrevivir aquí por el bien de esta gente", escribió en su
Facebook. Muchos que se confesaban por primera vez lloraban
y se abrazaban al sacerdote.
El diácono Levchun llegó, dice,
por envío de su abad, pero una vez en Jersón entendió que el Espíritu Santo le
pedía actuar: "Si no haces nada, no
habrá resultado ni para ti ni para quienes te rodean. El Espíritu Santo
guía de tal manera que te levantas del sofá y vas a predicar. Me
convencí de que tenía que estar con la gente".
Charlando con los parroquianos y
también con la gente de la calle, insistió en una idea: el sentido de la vida es Dios, no la guerra. Dios es quien ayuda a superar las dificultades y dispone todas
las cosas para el bien. "Hay que vivir al día,
no sabes si sobrevivirás a este mes. Yo iba a menudo a recoger paquetes
urgentes bajo fuego de artillería", comenta el diácono.
La cola de la ayuda humanitaria
junto al convento de San Vladimir en Jersón; a veces acuden 2.000 personas.
EVANGELIZANDO
CON GUITARRA EN LA COLA DE LAS AYUDAS
Un lugar donde evangelizaba era
en la cola de la ayuda humanitaria. Allí el diácono iba con la guitarra,
cantaba con la gente y les enseñaba a cantar el Padrenuestro y el Avemaría en
ucraniano. "Un día había una
cola muy larga, con más de 2.000 personas. Toda la cola repitió estas oraciones detrás de mí en
ucraniano. Les hablé de la confesión, de por qué hay un confesionario
en la iglesia. Expliqué cómo prepararse, qué hacer, por qué es
necesario confesarse. Les invité a
venir a ver la Divina Liturgia. También
les hablé del rosario y allí
mismo lo rezamos juntos", explica.
Lo que comprobó el diácono es que la gente de Jersón y del sur de Ucrania está abierta a
saber más de la fe. "Quizás
en Occidente [la zona más cristiana y más católica de Ucrania] la mayoría
piensa que se lo sabe todo y que todo lo hace bien. Pero aquí la gente entiende
que no sabe. Por eso les interesa saber qué es la confesión, qué sucede en la
Santa Liturgia y otras cuestiones prácticas".
Durante un año ha preparado y
catequizado a los interesados. Ha repartido imágenes
de la Divina Misericordia y
rosarios. En la eucaristía (en rito bizantino se llama la Divina Liturgia) el
diácono se colocaba en un sitio estratégico para indicar a los novatos cuándo
hay que levantarse, cuándo persignarse...
Muchos interesados son personas de edad madura, que tenían fe "de siempre" pero nunca
recibieron formación religiosa alguna.
Su vida de fe consistía en rezar por su cuenta a veces y, de tanto en tanto,
poner alguna vela en una iglesia.
A menudo estas personas con fe no
distinguen entre la parroquia grecocatólica y la ortodoxa y van a orar a una u
otra indistintamente, sin comprometerse en ninguna. "Le
digo a la gente: si vienes con nosotros, y te sientes bien y a
gusto, quédate; este templo es para ti. Muchos se quedaron porque sintieron una actitud
diferente", explica el diácono.
MILES
DE ROSARIOS, FOLLETITOS, Y ANIMAR A ORAR
¡Hay muchas cosas
por las que rezar en guerra! Así que el diácono y la parroquia repartieron por Jersón unos 20.000 rosarios con un folletito que explica cómo rezarlo,
junto con otras oraciones cotidianas y explicaciones de cómo confesarse.
En Jersón los bombardeos rusos
han sido frecuentes desde que se retiraron las tropas del Kremlin. Mucha gente
tiene miedo de salir de casa. Pero en la parroquia no faltan los fieles. En
un día entre semana, hay entre 20 y 50 personas en la
misa diaria.
Los cristianos buscan respuestas
a sus preguntas sobre el mal y el sufrimiento en la Palabra de Dios y en la
oración. El diácono le recuerda a cada uno que, ante todo, es un hijo de Dios,
y sólo después un pobre pecador.
Fila para comuniones y
bendiciones en la parroquia grecocatólica de San Vladimir, en Jersón. Este año
muchos adultos confiesan y comulgan por primera vez en su vida.
SENSACIÓN
DE PAZ AL ENTRAR AL TEMPLO
Una de las nuevas feligresas es
la señora Tetyana Goshko, que siempre vivió cerca del monasterio, y lo miraba como un edificio
hermoso pero al que nunca se acercaba.
Ella siempre creyó en Dios y
oraba en su casa. En las grandes fiestas entraba en la parroquia ortodoxa, pero
nunca le ofrecieron formación ni catequesis: "Allí nadie
nos enseñó qué y cómo hacer, cuándo y por qué venir", comenta.
Un año antes de empezar la guerra
dio el paso de acercarse al monasterio católico y charlar con un sacerdote.
Luego llegó la guerra, y el primer año de guerra casi todos se encerraron en
casa. Cuando las tropas rusas se fueron, el monasterio fue un sitio de
distribución de ayuda humanitaria. La señora Tetyana acudió allí porque quería
saber más de los monjes, de su vida y fe, y aprovechaba
la multitud para echar un vistazo.
"Dentro del
templo sentí inmediatamente paz, la misericordia de Dios me
envolvió. Inmediatamente sentí un diferencia entre la Iglesia grecocatólica
ucraniana y la parroquia ortodoxa en la que había estado otras veces", asegura.
El diácono le explicó todo sobre
la liturgia, el Padrenuestro y el Avemaría en ruso, la oración en coro. "Esta atmósfera me conmovió. Cuando regresé a casa, sentí que mentalmente me había
quedado en el templo y que quería regresar otra vez. Pensé, ¿por qué no vine
aquí antes?"
En Navidad el diácono insistió
en la importancia de confesarse, algo que para los nuevos era
una novedad absoluta. "Sin preparación, corrí
a confesarme con el padre Ignacio. Fue una confesión sin preparación, muy
caótica. Me permitió recibir la Comunión, pero me quedé con una sensación de
inquietud", recuerda la nueva feligresa. En los sermones que
escuchó en los días siguientes encontró respuestas a asuntos que le
inquietaban, y así preparó mejor su segunda confesión.
"Tras
esta confesión recibí un completo alivio, el mundo se volvió más brillante, una piedra cayó de mi
alma. Sentí el amor de Dios y la misericordia envolvente de Dios. No hay
palabras para describirlo. Luego me senté en el templo en
silencio. Es un increíble sentimiento de amor proveniente de la
unión con Jesús. Fue como si algo gritara dentro de mí que este
encuentro finalmente había tenido lugar. Tuve un sentimiento muy elevado. Me
sentí feliz e iba a sonreírle a la gente, mirando el mundo con ojos distintos,
con amor", recuerda.
PRIMERA
COMUNIÓN CON 43 AÑOS
Otro feligrés nuevo es Ihor
Vorona, de 43 años, padre de 5 hijas, que quedó en paro durante la ocupación
rusa. Aunque tenía fe a su manera, es ahora cuando ha
empezado a ir a la iglesia, y por primera vez en su vida se ha confesado y ha
comulgado. Empezó a tratar con la parroquia con el reparto de
ayuda humanitaria y hablando con el abad.
"Fui a la
liturgia, la escuché y me gustó. Entonces vino a vernos el diácono Pacomio. Vio
a mi esposa y a mis hijas y también las invitó a asistir a la liturgia. Desde
este momento, y ya hace más de un año, vamos a nuestro monasterio, todos los días. Por la mañana estamos en Maitines, en
el Servicio. Y si hay oportunidad, también venimos a vísperas. El diácono
Pacomio nos dio un icono de la Divina Misericordia".
Ihor hoy reza en familia, con su esposa e hijas, y tratan de comulgar cada día. "Nuestra
vida ha mejorado mucho de esta manera", asegura.
Para ayudar a las
víctimas de la guerra en Ucrania, Cáritas Española ha abierto esta web y la
cuenta Caixabank ES31 2100 5731 7502 0026 6218 .
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