'City of Angels' (1998), de Brad Silberling: un punto de inflexión en el cine contemporáneo en cuanto a la trivialización del misterio sobrenatural. En vez de asumir su naturaleza y el plan de Dios para él, Nicolas Cage, un ángel, se enamora de Meg Ryan.
El endiosamiento
humano ha engendrado, inevitablemente, cierta sensación de que Dios ya no es
necesario. El hombre ha creado ideologías y tecnologías que lo hacen omnímodo y
caprichosamente tiránico, permitiéndole satisfacer sus pulsiones de forma
inmediata; ha llegado, incluso, a descifrar el álgebra genética que,
supuestamente, le permitirá (risum teneatis)
prolongar su vida hasta hacerla inmortal. Diríase que el hombre
contemporáneo se hubiese esforzado por abolir de su vida a ese Ser Omnipotente
que rige la Historia, para convertirse en monarca absoluto de su propia vida.
Pero, simultáneamente, estamos asistiendo a un poderoso resurgimiento del espiritualismo en versiones variopintas y turulatas. Paradójicamente, este hombre endiosado que creía
haber encontrado una solución científica a los enigmas más sobrecogedores ha
empezado a inventarse otros enigmas más pueriles que lo mantienen en un estado
de penosa orfandad. Así, la fe de nuestros mayores ha sido suplantada por un
conglomerado de supersticiones
emotivistas que se
mueven entre el esperpento y la trivialidad.
Esta suplantación perfectamente
mentecata ha dejado su huella en el cine y en las
series. Cada vez resulta más
infrecuente tropezarse con películas o series de asunto estrictamente
religioso, pues se supone que este tipo de zozobras e inquietudes han dejado de
agitar las conciencias contemporáneas; en cambio, el aluvión de películas y
series dedicadas a las mamarrachadas gnósticas y esotéricas, a los fenómenos
paranormales, a las abducciones extraterrestres y demás paparruchas
seudorreligiosas propende al infinito. Muchas de estas series y películas
introducen una imaginería religiosa devaluada,
una especie de mistificación kitsch (donde
cabe desde la empanada mental budista hasta el potaje seudocatólico) que, sin
embargo, no alcanza el rango de blasfema. La blasfemia, en arte, requiere algo
más que un mero afán provocador, algo más que una mera tendencia a trivializar
los misterios sobre los que se asientan los dogmas religiosos. No blasfema quien quiere, sino quien puede.
El hombre es un animal religioso,
no puede vivir sin asomarse al misterio. Pero la credulidad
contemporánea, en lugar de asomarse humildemente al misterio
supremo, se conforma con cultivar una serie de misterios subalternos, misterios
de pacotilla aderezados de supersticiones, misterios trivializados, banalizados
y sentimentalizados. Frente a la tendencia ascendente que nos invitaba a
aproximarnos al misterio supremo, hoy queremos que el misterio descienda hasta
nosotros, convertido en papilla de fácil digestión.
Un ejemplo notorio de esta tendencia propia del hombre endiosado es la horrenda
serie The Chosen (muy apreciada por el
catolicismo pompier), cuya inepcia artística se agrava con un empeño
repulsivo por 'humanizar' la figura de Jesús,
tornándola más 'accesible', más 'cotidiana', más 'humana',
hasta sumirla en un barrizal de emotivismo inane. Este empeño por 'naturalizar' lo sobrenatural, haciendo del misterio algo
cotidiano, lo encontramos también en las muchas películas y series de asunto
fantasmal. Antaño, cualquier película de fantasmas incorporaba a su resolución
formal una serie de características (creación de atmósferas góticas, etcétera)
que la convertían en un artefacto que preconizaba la irrealidad y la
fantasmagoría; hoy, en cambio, esas películas se revisten con los ropajes de un
naturalismo cotidiano, porque el espectador ha aceptado la existencia
de espectros. La gente ha dejado de creer en la inmortalidad
del alma o en
la resurrección de la carne, pero en cambio
profesa una fe obstinada y a machamartillo en los espíritus
sonámbulos. Si reparamos en las películas protagonizadas por
ángeles, apreciaremos otro cambio significativo: mientras los ángeles del cine
clásico (pensemos en películas como ¡Qué
bello es vivir!) viajaban a la tierra para ejecutar una misión divina, los ángeles del cine actual descienden hasta
nosotros con la mera intención de vivir pasiones humanas.
Poco a poco, se está imponiendo una mistificación entre lo cotidiano y lo
sobrenatural, cuya frontera hasta hace bien poco estaba bien definida, aunque
admitiese excepcionales interferencias.
Esta confusión de ámbitos viene a
corroborar cierto proceso de descomposición antropológica. Al haber renegado de Dios, los resabios
religiosos del hombre endiosado se han desbordado en un maremágnum de creencias
superferolíticas, trufadas de emotivismo espiritualista y aproximaciones cursis
a las regiones de ultratumba, que cada vez se parecen más a una urbanización
para pequeños burgueses. No tengo ninguna duda de que este proceso de
descomposición desembocará en la barbarie.
Publicado en XL Semanal.
Por: Juan Manuel de
Prada
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