ANTES
DE MORIR, EL COMANDANTE SOLICITÓ LA PRESENCIA DEL SACERDOTE, AL QUE PREVIAMENTE
HABÍA LIBERADO
Cuando Lohn, a la derecha de la imagen, se enteró
de que sus hermanos jesuitas estaban Auschwitz decidió colarse en el campo, un
gesto que le pareció heroico a Rudolf Höss, que acto seguido lo liberó.
"La zona de
interés", rodada en alemán por el director
británico Jonathan Glazer, acaba de ganar el Oscar a la mejor película extranjera -derrotando, por cierto, a todo un fenómeno
de masas como "La sociedad de la nieve"-.
La oscarizada película busca comprender el verdadero alcance de la banalidad del mal concentrada
en un solo hombre: "el animal de
Auschwitz", Rudolf Höss. Junto al campo de exterminio nazi, la
familia del comandante vivía plácidamente, y ajena a todo, mientras por las
altas chimeneas salían las cenizas de miles de judíos asesinados.
De hecho, los miembros de la
familia Höss transmitían una mezcla de inconsciencia e "ingenuidad".
La esposa de Rudolf, Hedwig, y sus cinco hijos, vivían protegidos "desconociendo" que al otro lado de la valla
había un "cementerio" con millones de
cadáveres, en su mayoría exterminados mediante la tortura, los experimentos y
el Zyklon B.
UNA
HISTORIA DENTRO DE LA HISTORIA
Pero, lo que muchos desconocen,
es que "La zona de interés" bien
podría tener una secuela inédita en la que sus
grandes protagonistas fueran el católico y comandante nazi Rudolf Höss y un
jesuita polaco llamado Wladislaw Lohn. Una historia dentro de la historia, que
ni siquiera la novela homónima de Martin Amis, en la que se basó la película, logró
revelar.
La casa de los Höss era blanca,
con forma de molino y hacía frontera con el campo de Auschwitz-Birkenau
(Polonia). Nadie podía imaginar que este idílico hogar se
fuera a convertir en la misma antesala del horror. Ni siquiera
el propio Höss, cuando fue enviado allí por las jerarquías nazis -a las que no
pertenecía- pudo comprender el significado real de la "solución
final", que acabaría, tiempo después, con millones de
inocentes.
Al poco tiempo de llegar, aquel
alemán iba a ir gestando a los ojos de los prisioneros su terrible fama de "animal de Auschwitz-Birkenau". De
hecho, uno de cada seis judíos fue ejecutado por orden de este verdugo nazi
(400 mil eran judíos húngaros). Y, entre sus víctimas, se encontraba también toda una comunidad de jesuitas polacos.
Aunque, es cierto, no estaba
completa, ya que cuando fueron a detenerlos faltaba el padre superior. En el
campo donde murieron Santa Teresa de la Cruz (Edith Stein) y el franciscano
Maximilian Kolbe, el sacerdote Wladislaw Lohn
también manifestaría estar dispuesto a seguir su ejemplo y
convertirse en un mártir por la fe.
Pero, en el momento en el que
detuvieron a sus hermanos, él estaba ausente. El sentimiento de culpa era tan
grande que decidió colarse en el campo. Un gesto que a Höss le pareció
heroico, por lo que ordenó perdonar la vida al padre Lohn.
Ese fue el único acto de humanidad de este nazi, condenado tras la guerra a
la pena capital.
Antes de su ejecución, el 16 de abril
de 1947, Hoss había estado encarcelado en la localidad polaca de Wadowice, la
ciudad natal del futuro Papa Karol Wojtyla, más tarde San Juan Pablo II. Estando seguro de que los polacos se vengarían y que sería torturado,
quedó sorprendido, pues los guardias –
hombres cuyas mujeres e hijos habían muerto en Auschwitz – lo trataban bien. No
lograba entenderlo y esa experiencia abrió el alma del "animal de
Auschwitz" a la conversión.
Höss tuvo que lidiar en su celda
con su conciencia de católico bautizado, y, como último deseo, a los 47 años,
pidió poder confesarse. Pero no fue fácil encontrar a un sacerdote que
quisiera escucharlo. En ese momento Rudolf Höss recordó al sacerdote que había
liberado y se lo mencionó a los guardias, el único hombre que le podía recordar que en algún momento había sido "humano". El jesuita, por aquel entonces, era capellán
del convento de las Hermanas de la Misericordia en Wadowice y no dudó en
presentarse cuando reclamó su presencia el condenado a muerte.
"Una confesión
larga y dramática", dijeron los pocos testigos de
aquel encuentro, que concluyó con el "yo te
absuelvo de todos tus pecados" del
padre Lohn. Y los pecados que debían ser absueltos eran muchos, demasiados,
empezando por esos dos millones y medio de cruces plantadas para siempre en el
campo santo.
El día después de su confesión, antes
de ser ahorcado, Höss recibió la comunión de
manos del padre Ladislao: tomó la hostia
entre lágrimas, permaneciendo de rodillas ante aquel jesuita, en quien, tal
vez, su conciencia veía todos los rostros de hombres, mujeres y niños, a
quienes injustamente había quitado la vida.
El guardia que estaba presente
dijo que fue uno de los momentos más bellos de su vida,
ver al "animal" arrodillado, con
lágrimas en los ojos, como un niño, mientras recibía la Santa Comunión,
mientras recibía a Jesús en su corazón.
AMBICIÓN
DE ÉXITO Y DE PODER
Pero, ¿quién
era realmente este sanguinario comandante alemán? Rudolf era el
primer hijo de sus padres quienes, siendo católicos devotos, anhelaban que fuera algún día sacerdote. En sus memorias -que escribiría durante su cautiverio tras la
caída del nazismo- relata que su padre, con disciplina estricta, también le
inculcó el amor a la patria, la piedad, la obediencia y el cumplimiento del
deber.
A los 16 años -iniciada la
Primera Guerra Mundial- Rudolf ingresó al Ejército y fue destinado a Turquía
donde, por méritos propios, fue nombrado sargento. Era el más joven con aquel
grado. Cuando regresó a casa, con 17 años, sus padres ya habían fallecido, y él se había convertido en un tipo rudo que
anhelaba el poder y no tenía casi vínculos con Dios.
Rudolf era el primer hijo de sus
padres quienes, siendo católicos devotos, anhelaban que fuera algún día
sacerdote.
En 2018, Ignacio Morgado,
Director del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona,
publicó un artículo, tras estudiar las memorias de Höss. "Rudolf Höss era un hombre cuerdo, con
conocimientos y sentimientos, que razonaba con
frecuencia sobre su propio comportamiento y el de los demás, y que poseía un cierto grado de
empatía", escribe Morgado.
"Cuando el
espectáculo me trastornaba demasiado no podía volver a casa con los míos. Hacía
ensillar mi caballo y, cabalgando, me esforzaba por liberarme de mi obsesión. A
menudo me asaltaba el recuerdo de incidentes ocurridos durante el exterminio;
entonces salía de casa porque no podía permanecer en el ambiente íntimo de mi
familia. Desde el momento en que se procedió al exterminio masivo dejé de
sentirme feliz en Auschwitz", escribió
Höss.
Y, cuando recibió la orden de
terminar con los enfermos y los niños llegó a decir: "Nada
resulta más difícil que ejecutar tales órdenes fríamente, anulando todo
sentimiento de piedad". Pero, ¿por qué entonces Rudolf Hoss no se
rebeló? Morgado tiene su opinión: "Al leer con
detalle sus memorias uno descubre que la aparente y calculada frialdad
emocional del comandante de Auschwitz ocultaba en realidad su
más intenso sentimiento: la ambición de éxito y de poder".
EL
NAZI QUE BUSCÓ CONSUELO
Y, en esta historia, falta
conocer quién era el otro protagonista: el padre Władysław Lohn. Nacido el
5 de abril de 1889 en Gorzków (Polonia) y fallecido el 3 de diciembre de 1961
en Cracovia (Polonia), este jesuita polaco, profesor de teología, llegó a ser provincial de la Provincia de
Polonia Meridional de la Compañía de Jesús entre 1935-1947.
En 1947 fue confesor y testigo de
la conversión del comandante del campo de Auschwitz. El 2 de abril de 1947, el
Tribunal Supremo Nacional de Varsovia condenó a muerte a Rudolf Höss. Y, a
petición de los ex prisioneros, fue ejecutado en el campo de Auschwitz. La
ejecución de la sentencia fue confiada al fiscal de
distrito de Wadowice, cuyo
territorio incluía Oświęcim y las zonas del antiguo campo de concentración.
Lohn, fue confesor del
comandante del campo de Auschwitz.
El 4 de abril, el comandante fue
transportado de Varsovia a Wadowice y encarcelado allí en la prisión. Ya en la
primera conversación que Rudolf Höss mantuvo con el fiscal del distrito, el preso expresó su deseo de encontrarse con un sacerdote católico.
No recibió respuesta a su solicitud, por lo que presentó una solicitud por
escrito.
El fiscal remitió la pregunta al
superior del monasterio de las Carmelitas Descalzas de Wadowice, pero ni el
capellán de la prisión ni ninguno de los demás monjes dominaban suficientemente
el alemán. Hasta que el párroco local, Leonard Prochownik, a través del cardenal Adam Sapieha, contactó con Lohn.
El 10 de abril Lohn se reunió con
Höss. La conversación duró varias horas, tras las cuales se confesó. Al día
siguiente, Lohn volvió a la prisión. Llevó el Santísimo Sacramento y dio el
viático al comandante. Según varios relatos, Lohn visitaría nuevamente a Rudolf
antes de la ejecución (que tuvo lugar el 16 de abril de este año en el campo de
Auschwitz), durante la cual el nazi volvería a hacer una
confesión, esta vez, más larga.
Puedes escuchar aquí la historia
de Höss y Lohn, de boca de una de las hermanas de la orden de la que fue
capellán en su día el sacerdote polaco.
En un sermón pronunciado por Lohn
en 1958, el jesuita confirmó el curso de los acontecimientos y confesó que
había conocido a Höss en 1940, cuando los jesuitas fueron arrestados y enviados
al campo de Auschwitz, y él, sorprendentemente, fue
liberado.
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