En efecto, hay asuntos que tardan en resolverse, llevan mucho tiempo, pero el Señor siempre nos da la fortaleza que necesitamos para afrontarlos y la sabiduría para resolverlos.
Por: Mons. José Rafael Palma Capetillo | Fuente:
Semanario Alégrate
EL DON DE CONSEJO
Entre los siete dones del
Espíritu Santo se encuentra el don de consejo, que significa de manera
particular la capacidad de pedir recomendaciones y también ofrecerlas, cuando
se necesitan y también de darlas cuando son requeridas. El famoso adagio –en sentido
positivo– que dice: “El que oye consejo, llega a
viejo”, se refiere a la actitud de escucha, humilde y confiada, para
aprender a vivir y cumplir la voluntad de Dios en todo momento y adquirir el
don de la sabiduría para requerir y ofrecer consejo cuando se precisa. “El don de consejo es un hábito sobrenatural por el cual
la persona humana, bajo la inspiración del Espíritu Santo, decide rectamente,
en los casos particulares, lo que conviene hacer en orden al fin último
sobrenatural” (cf Antonio ROYO MARÍN,
El grande desconocido, 154).
Se dice, con toda razón, que los
principales y mejores ‘consejeros’ son
nuestros padres, hermanos, abuelos y cada uno de los familiares más cercanos, y
generalmente lo son también algunos de nuestros amigos. Sin embargo, en realidad
el primer consejero es Dios, que por la acción del Santo Espíritu se dirige a
nuestra conciencia y nos señala el camino del bien, la verdad y el amor, que
estamos llamados a seguir toda la vida, siempre y en cualquier lugar. Sabemos
cuán importante es, en los momentos más serios y delicados, poder contar con
las indicaciones de personas sabias, que nos conocen y aprecian, y saben cómo
decirnos la verdad sin rodeos. Ahora, a través del don de consejo, es Dios
mismo, con su Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos
hace advertir el modo justo de hablar, de comportarnos y de seguir el camino de
la salvación (cf Papa FRANCISCO, Audiencia
general, 7 mayo 2014).
Es difícil a veces conciliar la
suavidad con la firmeza, la necesidad de guardar un secreto sin faltar a la
verdad, la vida interior con el apostolado, el cariño afectuoso con la castidad
más exquisita, ‘la prudencia de la serpiente con la
sencillez de la paloma’ (Mt 10,16). Para tal conciliación se requiere la
intervención del Espíritu Santo con el don de consejo (cf Antonio ROYO MARÍN, El grande desconocido, 156). En otras
palabras, el don de consejo significa equilibrio o armonía.
Aunque está de sobra decir que
debemos dar y ofrecer ‘buenos’ consejos,
vale la pena señalarlos así, porque hay personas entrometidas o con mala
voluntad, que en lugar de aconsejarnos nos instigan al mal, nos ofrecen ‘recomendaciones’, con frecuencia llenas de rencor
o espíritu de venganza; sucede que, en lugar de iluminarnos y dejarnos obrar
con una conciencia recta, vigilante y fiel, nos conducen al mal (como en la
parábola del trigo y la cizaña, cf Mt 13,24-43. Por eso debemos fijarnos bien a
quién le pedimos consejo y a quién le hacemos caso, porque ante todo debemos
escuchar la voz de Dios en nuestro corazón, que es luz y paz.
El don de consejo “no significa solamente recibir consejos, sino sobre todo
saber discernir los caminos, orientar y escuchar, animarse a sí mismo y a
otros, en fin, saber despertar fe y esperanza” (José Carlos PERIERA, Los siete dones del Espíritu, 33).
Como todos los demás dones del Espíritu divino, también el de consejo
constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor nos habla desde
luego en su palabra, en la intimidad del corazón, como también se dirige a
nosotros a través de la voz y el testimonio de los hermanos. Es verdaderamente
un don grande poder encontrar hombres y mujeres de fe que, principalmente en
los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a
alumbrar nuestro corazón y a reconocer la voluntad de Dios hasta en los más
pequeños detalles (Papa FRANCISCO, Audiencia
general, 7 mayo 2014).
El don de pedir o dar un consejo consiste en escuchar o hablar, según corresponda, y permitir que cada persona encuentre la solución adecuada o el alivio que necesita. Sería un grave error imaginarse que el consejero tiene la obligación de resolver todos los problemas que se le plantean y atender cada una de las necesidades. En realidad, al recibir un consejo encontramos algunas pistas de solución, o aprendemos a contemplar nuestra realidad con más sentido objetivo y amplio, podemos tener una mirada más optimista y constructiva de lo que estamos pasando. Prácticamente el buen consejo llega por la acción del Santo Espíritu, cuando el que pide la recomendación abre confiadamente su corazón en el nombre de Dios y se deja iluminar, consolar, sanar y liberar con su gracia. El Salmo 16 nos invita a rezar con estas palabras: “Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré” (Sal 16,7- 8). Que el Espíritu infunda siempre en nuestro corazón esta certeza que tanto bien espiritual otorga a todos, y nos colme de su consolación y de su paz. Pidan siempre a Dios el don de consejo con fe, humildad y confianza.
En efecto, hay
asuntos que tardan en resolverse, llevan mucho tiempo, pero el Señor siempre
nos da la fortaleza que necesitamos para afrontarlos y la sabiduría para
resolverlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario