El drama de nuestro tiempo es que se ha prostituido el concepto de lo que es la verdadera libertad.
Por: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic.net
La filiación divina es un don gratuito del cual deriva la suprema dignidad de
todos los hombres y mujeres que han poblado, pueblan y seguirán poblando la
tierra. El ser hijos de Dios y herederos de su gloria es un título que ya nadie
nos podrá arrebatar y que va acompañado de un atributo excepcional, conocido
con el nombre de libertad, que permite al ser humano tomar sus propias
decisiones. Todo ello comporta sin duda un alto grado de excelencia, pero
también supone cargar sobre nuestras espaldas un enorme compromiso y
responsabilidad. Dios no nos lo da todo hecho, simplemente nos pone en camino
para que vayamos haciendo nuestra obra humana, comenzando por la configuración
de nuestra propia personalidad. En esta delicada misión podemos avanzar
adecuadamente hasta llegar a las estrellas y también podemos equivocarnos, para
descender hasta los abismos. Arriesgada es la misión humana que emprendemos
nada más poner el pie nuestra tierra, que puede acabar en una victoria o en una
deshonrosa derrota
El
sacerdote dominico italiano, Giovanni Pico della Mirándola,
supo ver como pocos esta bipolaridad en la que se mueve el ser
humano. Su “oratio de hominis dignitate” se
ha convertido en un referente obligado al hablar de estas cuestiones. En este
manifiesto, característico del humanismo renacentista, se nos dice que: “Cuando Dios terminó la creación del mundo, empieza a
contemplar la posibilidad de crear al hombre, cuya función será meditar,
admirar y amar la grandeza de la creación de Dios. Pero Dios no encontraba un modelo
para hacerlo. Por lo tanto, se dirige al primer ejemplar de su criatura, y le
dice: "No te he dado una forma, ni una función específica, a ti, Adán. Por
tal motivo, tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás
criaturas la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú
definirás tus propias limitaciones de acuerdo con tu libre albedrío. Te
colocaré en el centro del universo, de manera que te sea más fácil dominar tus
alrededores. No te he hecho mortal, ni inmortal; ni de la Tierra, ni del Cielo.
De tal manera, que podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás
descender a la forma más baja de existencia, como si fueras una bestia o
podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más
altos espíritus, aquellos que son divinos". El texto en
cuestión nos coloca dentro de una perspectiva integradora y posibilista, que
nos permite ver la existencia humana como una aventura apasionante y
arriesgada. que solamente se puede afrontar con éxito, si se sabe pilotar
debidamente el timón de la libertad.
Cuando el ser humano llega a este
mundo es un ser singular, muy por encima, sin duda, del resto de las criaturas,
ahora bien esta superioridad hay que buscarla no tanto en una forma específica
predeterminada de ser, sino en la capacidad que los humanos tenemos de
llegar a conquistar esa segunda naturaleza, que habrá de ser diseñada según la
determinación de cada cual y que puede llegar a niveles superiores de
excelencia sin limitación alguna. De un lado está el cielo elevado, de
otro los abismos de la tierra; el ser humano podrá convertirte en un ángel o en
una bestia, ello dependerá de ti y tú serás el único responsable. Nacemos con
el atributo de la libertad que Dios nos otorga, maravilloso instrumento, que
bien utilizado nos transformará y que mal usado nos destruirá. Hay que entender
de una vez por todas que la correcta administración del ejercicio de la
libertad necesita de un disciplinado aprendizaje. Llegar a atemperar los más
bajos instintos y pasiones no es cosa fácil, supone un esfuerzo constante,
porque tengámoslo claro que los hombres interiormente libres no son el producto
de un decreto ley, sino el resultado de la voluntad de superación.
Lo dicho hasta aquí nos introduce
en el actual debate abierto en torno a la dignidad de la persona y el
significado de la libertad. Hoy se habla mucho de este tema, pero a unos
niveles superficiales, poco profundos. Al ser humano hemos acabado asociándolo
a la inteligencia artificial y a medida que corre el tiempo, nos vamos
aproximando al “ciborg”, ese organismo
híbrido, con dispositivos cibernéticos capaces de potenciar nuestra capacidad
operativa, al tiempo que hemos dejado en olvido la trascendentalidad, de
donde dimana la suprema dignidad de la persona.
Por otra parte, se tiene una
paupérrima idea sobre la naturaleza de la libertad, a la que se la define como
la capacidad humana para hacer “lo que se quiere” y
no “lo que se debe”. De este modo la
libertad es interpretada de forma omnipermisiva sin límites, dando pie a que
cada cual haga lo que le venga en gana, siempre y cuando no interfiera en las
libertades de los demás y discurran paralelamente a las mismas. Tal es la
consecuencia a la que hemos llegado, después de habernos olvidado del “deber ser”, para quedarnos simplemente con el
mero “hecho factual”, que es lo que en
definitiva parece importar al hombre de hoy. Hemos llegado de este modo a
familiarizarnos con un tipo de libertad “light”, sin
compromisos y responsabilidades, una especie de “patente
de corso”, que apenas nos exige nada y nos da derecho a
todo. Paradójicamente hemos conquistado espacios importantes en cuanto a
la libertad exterior se refiere, erradicando de este modo sangrantes
esclavitudes del pasado, esto es evidente, pero el problema está en que no
hemos hecho lo mismo con la libertad interior, esa que debiera estar regulada
por la conciencia moral, para así poder dominar los instintos y llegar a ser
dueños de nosotros mismos, condición sin la cual difícilmente podremos ser personas
libres. Sucede que al haber abdicado del orden moral, se piensa que todo
ordenamiento ético supone un freno a la libertad y que por lo tanto, solo
cuando se ha perdido el miedo al pecado se puede estar preparado para ser
verdaderamente libre, pudiendo meterme en barrizales como el sexo, la droga o
el alcohol, de los que ya nunca podré salir, si no es con la ayuda de los
demás, lo cual no deja de ser una grave equivocación, pues siempre que decido
hacer el mal consciente y voluntariamente, estoy contraviniendo el orden por el
que debe discurrir todo comportamiento responsablemente libre.
Desgraciadamente, lo que podemos decir es que hemos cambiado unas esclavitudes
por otras, antes provenían de fuera y ahora provienen de dentro. Es casi seguro
que, quienes comienzan haciendo solo lo que les apetece, acaben siendo lo que
nunca hubieran querido llegar a ser.
El drama de nuestro tiempo es que
se ha prostituido el concepto de lo que es la verdadera libertad, que quiérase
o no es una realidad moral, que se sitúa en el término medio pudiéndose hacer
mal uso de ella, tanto por defecto como por exceso y cuando esto último sucede
no debiéramos hablar de libertad sino de libertinaje, por eso, tener hoy
presentes la responsabilidad y el compromiso es más necesario que nunca, si es
que queremos que la libertad vuelva a ser la expresión de la auténtica
dignidad de la persona. Y cuando decimos ejercer la libertad de forma
responsable no estamos diciendo solamente cargar las consecuencias que se
pueden derivar de nuestras de nuestras decisiones, incluye informarnos
debidamente antes de realizar el acto de su naturaleza específica y de todas
aquellas connotaciones y circunstancias a las que va asociado.
Nunca debiéramos haber olvidado
que la libertad es un don gratuito que entra dentro de los planes divinos y en
referencia a los mismos es como ha de ser interpretada. En la medida en que
hemos ido quedándonos huérfanos de Dios, nos hemos ido quedando huérfanos
también del sentido orientador que debe presidir el ejercicio de un
comportamiento libre, encaminado a ser “uno mismo”,
es decir a lograr la autenticidad personal. Ausente Dios de nuestro
horizonte humano, corremos el riesgo de tergiversar el verdadero sentido de la
libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario