Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero por la experiencia de Cristo.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra
vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta
dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de
conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a
Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.
¿Qué consecuencias tiene esta conversión en
nosotros? En una catequesis el Papa hablaba de tres dimensiones que
tiene que tener la conversión: la conversión a la
verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.
¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente
que a la primera verdad a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí
mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy en
este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es también
una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de Cristo.
Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una
doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de
Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos
convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: “el concepto cristiano”, “la doctrina cristiana”, “el programa
cristiano”, “la ideología cristiana”, como si eso fuese realmente lo más
importante, y como si todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más
profundo, que es la experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer
de Cristo.
Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer
hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué
experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna,
y qué tremendo sería que me supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia
de Jesucristo. Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es
como si dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la
persona con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que
se puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente
como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que
nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de
una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa
persona.
¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo?
¿Es alguien vivo que me exige, o es simplemente una serie de preguntas de
catecismo? La importancia que tiene para el hombre y la mujer la persona
de Cristo no tiene límites. Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se
da cuenta, de que constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que
antes nadie había pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la
experiencia cotidiana con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era
lo que más llenaba mi vida.
Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi
existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos:
¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O
Cristo está simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto
sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo
todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a
Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada minuto.
Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice
el Papa, “Toda la vida debe estar dedicada al
perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la
exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica
religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor
más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio
abierto y valiente del propio credo.” ¡Qué interesante descripción del Santo
Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni
a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende
hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana
de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la
lucha contra la pereza y vanidad?
El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: “El
santo no es ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el
tímido”. Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que
ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres
santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre completo, la mujer
completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo, abierto y valiente.
Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para
ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser
abierto y valiente delante de Dios.
Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo
real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona
veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso
es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo
el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser
santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos
con los sueños, y como los sueños..., sueños son.
¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida
cristiana es una vida convencida, y por lo mismo procuro formarme para
convencerme en mi formación cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal?
¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es una formación ciega, no formada,
no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos de los problemas que tenemos son
por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo, abierto y valiente en el
testimonio?
Hay una tercera dimensión de esta conversión: la
dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera
conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos
conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los acontecimientos
dolorosos que está sufriendo la humanidad: “Reconciliarse
con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición
necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el
entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia,
en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios”.
La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el
hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál
es la primera injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y Eva qué pecado nace? El
segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del pecado del hombre contra
Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No existe ningún pecado del
hombre contra el hombre que no provenga del pecado primero del hombre contra
Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro que no nazca de un corazón
del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo
primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si
queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad, lo primero que
tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos
son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al
Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente
han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y
anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es
excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las propias
obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi vida no sé
hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.
Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En
definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo
con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para
tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una
persona que se llame a sí misma cristiana y que no esté auténticamente
comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no es cristiana.
Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa
experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo
en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide,
porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes,
tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos
auténticos, porque no estarán siendo cristianos.
P. Cipriano Sánchez LC
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