Sábado segunda semana Cuaresma. La conversión del corazón, requiere que estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Confiar en Dios
requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos.
Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que
auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Cada uno de nosotros, cuando busca convertir su corazón a Dios nuestro Señor y busca acercarse a Él, tiene que pasar por una etapa de espera. Esto puede ser para nuestra alma particularmente difícil, porque aunque en teoría estamos de acuerdo en que la santidad es obra de la gracia, en que la santidad es obra del Espíritu Santo sobre nuestra alma, tendríamos que llegar a ver si efectivamente en la práctica, en lo más hondo de nuestro corazón lo tenemos arraigado, si estamos auténticamente listos interiormente para soltarnos en confianza plena para decir: "Yo estoy listo Señor, confío en Ti"
Desde mi
punto de vista, el alma puede a veces perderse en un campo bastante complejo y
enredarse en complicaciones interiores: de
sentimientos y luchas interiores; o de circunstancias fuera de nosotros, que
nos oprimen, que las sentimos particularmente difíciles en determinados
momentos de nuestra vida. Son en estas situaciones en las que cada uno de
nosotros, para convertir auténticamente el corazón a Dios, no tiene que hacer
otra cosa más que confiar.
Qué curioso es que nosotros, a veces, en este camino de conversión del corazón, pensemos que es todo una obra de vivencia personal, de arrepentimiento personal, de virtudes personales.
Estamos en Cuaresma, vamos a
Ejercicios y hacemos penitencia, pero ¿cuál es tu
actitud interior? ¿Es la actitud de quien espera? ¿La actitud de quien
verdaderamente confía en Dios nuestro Señor todos sus cuidados, todo su
crecimiento, todo su desarrollo interior? ¿O nuestra actitud interior es más
bien una actitud de ser yo el dueño de mi crecimiento espiritual?
Mientras yo no sea capaz de
soltarme a Dios nuestro Señor, mi alma va a crecer, se va a desarrollar, pero
siempre hasta un límite, en el cual de nuevo Dios se cruce en mi camino y me
diga: "¡Qué bueno que has llegado aquí!, ahora
tienes que confiar plenamente en mí". Entonces, mi alma puede
sentir miedo y puede echarse para atrás; puede caminar por otra ruta y volver a
llegar por otro camino, y de nuevo va a acabar encontrándose con Dios nuestro
Señor que le dice: "Ahora suéltate a Mí";
una y otra vez, una y otra vez.
Éste es el camino de Dios sobre
todas y cada una de nuestras almas. Y mientras nosotros no seamos capaces de
dar ese brinco, mientras nosotros no sintamos que toda la conversión espiritual
que hemos tenido no es en el fondo sino la preparación para ese soltarnos en
Dios nuestro Señor, no estaremos realmente llegando a nada. El esfuerzo
exterior sólo tiene fruto y éxito cuando el alma se ha soltado totalmente en
Dios nuestro Señor, se ha dejado totalmente en Él. Sin embargo, todos somos
conscientes de lo duro y difícil que es.
¿Qué tan lejos está
nuestra alma en esta conversión del corazón? ¿Está detenida en ese límite que
no nos hemos atrevido a pasar? Aquí está la esencia del
crecimiento del alma, de la vuelta a Dios nuestro Señor. Solamente así Dios
puede llegar al alma: cuando el alma quiere llegar al Señor, cuando el alma se
suelta auténticamente en Él.
Nuestro Señor nos enseña el
camino a seguir. La Eucaristía es el don más absoluto de que Dios existe. De
alguna forma, con su don, el Señor me enseña mi don a Él. La Eucaristía es el
don más profundo de Dios en mi existencia. ¿De qué
otra forma más profunda, más grande, más completa, puede dárseme Dios nuestro
Señor?
Hagamos que la Eucaristía en
nuestras almas dé fruto. Ese fruto de soltarnos a Él, de no permitir que
cavilaciones, pensamientos, sentimientos, ilusiones, fantasías, circunstancias,
estén siendo obstáculos para ponernos totalmente en Dios nuestro Señor. Porque
si nosotros, siendo malos, podemos dar cosas buenas, ¿cómo
el Padre que está en los Cielos, no les va a dar cosas buenas a los que se
sueltan en Él, a los que esperan de Él?
Pidámosle a Jesucristo hacer de
esta conversión del corazón, un soltar, un entregarnos plenamente en nuestro
interior y en nuestras obras a Dios. Sigamos el ejemplo que Cristo nos da en la
Eucaristía y transformemos nuestro corazón en un lugar en el cual Dios nuestro
Señor se encuentra auténticamente como en su casa, se encuentra verdaderamente
amado y se encuentra con el don total de cada uno de nosotros.
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