En la vida de hoy sigue existiendo un gran malestar por los hijos que malgastan su dinero y el de toda la familia con las demandas de la droga y de todas las corruptelas a la que ella conduce.
Por: P. Felipe Santos
Hola Jesús
Este día me he sumido en la parábola del hijo pródigo. Es un fiel reflejo de
nuestra sociedad actual y de tu misericordia y bondad con los jóvenes actuales
y de siempre.
He notado que en esta narración hay dos hijos y un padre. ¡Lástima que faltara la madre! Daría más calor y
sentido a todo el relato evangélico, lleno de confrontaciones.
a) Por una parte está la experiencia del hijo
menor. Pide su herencia para irse a otros lugares lejanos a malgastar sus
bienes. Tan mal lo pasó que tu Evangelio dice: “Se
ajustó con uno de los habitantes de aquel país”. Vivía feliz en su casa
y, ahora, no le queda otra solución que ajustarse a lo que le dé el dueño
extranjero. Todos hemos experimentado las condiciones de este joven: la adaptación a la leyes de un mundo que nos tiraniza y
en el que no reina el mandato de Dios.
Este hijo “tiene que guardar cerdos”. En la
religión judía era algo degradante e inaceptable. ¿No
es parecida hoy la situación de algunos jóvenes entregados al SIDA y a otras
enfermedades provenientes del vicio?
Pero este joven decide volver a la casa paterna. Vuelve, en primer lugar,
porque tenía mucha hambre. “No tiene dónde caerse
muerto” Los jornaleros de mi padre tienen comida y yo no tengo nada más
que bellotas, alimento de cerdos, mal vistos en Israel.
Hay, sin embargo, una segunda motivación mucho más religiosa: “He pecado contra el cielo y contra ti”. Dice
cielo en lugar de Dios. Toma conciencia de que está mal porque ha querido
romper el plan de Dios sobre su existencia. Pensando que te piensa, dice: “Me levantaré e iré a la casa de mi padre”. Ha
vuelto pero, en el fondo, se considera un jornalero. No ha entendido todavía
que la misericordia del Padre está por encima de todo pecado y traición.
b) El hijo mayor tenía todas las preferencias según
la ley de Israel. Le da rabia de que su hermano menor entre en casa de nuevo
tras haberse gastado el dinero con prostitutas. No entiende que su hermano ha
cambiado de estilo de vida. El mayor era la personificación de la rutina y del
apego a tradiciones que, muchas veces, cierran las puertas a Dios. Se enfadó y
le tomó inquina al hermano menor. La acogida y el banquete que le prodigó el
padre le corroía las entrañas. Había estado siempre a su lado, cierto, pero
jamás había comprendido lo que son entrañas de padre.
Era un soltero comodón y mediocre.. ¡Qué tontada
más grande: estamos los creyentes en la casa del Padre y, sin embargo, nos
entregamos a conseguir otros premios: el poder, el tener, el aparentar, el
cumplimiento frío y seco de nuestros deberes pero sin el menor atisbo de
ternura! Será la ternura del padre la que engendre de nuevo la
reconciliación en casa y los dos hermanos celebren la fiesta.
Ese hermano mayor es el prototipo del cristiano que se atiene a lo mandado pero
al que le falta experimentar los dones de Dios.
En la vida de hoy sigue existiendo un gran malestar por los hijos que malgastan
su dinero y el de toda la familia con las demandas de la droga y de todas las
corruptelas a la que ella conduce. No conocerás a ninguna madre que, a pesar de
las tropelías que haya cometido su hijo o hija, no anhele su vuelta a casa. El
corazón no busca razones para perdonar. Simplemente perdona porque de él nace
la fuente perenne del amor.
Aquí es el padre quien manda celebrar una fiesta en contra de los deseos del
hijo mayor, el “santurrón y cumplidor de turno”.
“Celebra una fiesta y lo besa cariñosamente”... No hay leyes en el
corazón del padre. Tan es así que ni siquiera le pide razones de su
comportamiento y de su conducta fuera de casa. Simplemente le acoge con un
inmenso amor de padre.
Con amistad sincera, Felipe, 21 años
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