El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del
Padre Nicolás Schwizer
Jesús le respondió: "Si alguno me ama,
guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en
él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es
mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre
vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi
nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo
la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro
corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a
vosotros. "Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque
el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para
que cuando suceda creáis.
REFLEXIÓN
1. El hombre pascual, el hombre nuevo, que hemos de llegar a ser es un
hombre muy unido y vinculado con Cristo, nuestro Señor resucitado. Tiene una fe
auténtica y fuerte en Él, un amor profundo a Él. Y este amor, esta unión con
Cristo debe manifestarse en la vida de cada uno. Es lo que nos recuerda el
Evangelio de hoy: “El que me ama guardará mi
palabra. Y el que no me ama no guardará mi palabra”.
2. Si buscamos a Jesucristo en nuestra vida, Él
se nos hace presente, principalmente, bajo tres formas, solía explicarnos el
Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt:
? Primero, Él es el Dios de la historia y de la vida: está
presente y actuando en la historia de la humanidad, de los pueblos y de cada
individuo. Y está presente en todas las cosas y en todos los acontecimientos
de la vida concreta. Además, Él es el Dios de los altares: está presente en cada
tabernáculo, está actuando en los sacramentos. Y, por último, Él es el Dios de
los corazones humanos: está presente en nuestras almas y en las almas de los
cristianos.
3. Esta presencia de Dios en nuestros corazones
la promete Jesús en el Evangelio de hoy: “El que me
ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada
en él.”
De modo que mi alma es un templo de Dios. Cristo mismo quiere ser el Rey, el
Señor de mi corazón. Por eso, tengo que echar afuera cualquier otro dueño,
p.ej. el egoísmo, el dinero, el poder, el placer... Porque Cristo quiere tomar
en sus manos, definitivamente, el destino de mi vida. Es como si mi vida fuese
parte de la suya. Tal como Cristo piensa y siente, tal como vive, sufre y se
alegra, así he de vivir yo que soy templo vivo de Él.
Es el camino de asemejarme cada día un poco más a Él, de dejarme transformar en
Él. Así podré alcanzar, algún día, la plenitud del hombre divinizado, tal como
San Pablo cuando decía: “No soy yo quien vivo, sino
es Cristo quien vive en mi” (Gal 2 20) Será la victoria de lo divino
sobre mi naturaleza humana.
Los Padres de la Iglesia decían que cada cristiano debe ser otro Cristo, es
decir, Cristo continuado. Por nuestra vida debemos manifestar, cómo Él habría
vivido en nuestro tiempo. Por nuestra vida debemos prolongar y continuar la
vida de Jesús.
Él no vivió más que una sola vida humana, una vida breve de 33 años. Después de
su Ascensión, Él ya no tiene otra aparición posible que la nuestra. El único
rostro que Él puede mostrar a nuestros contemporáneos, es el nuestro, el de los
cristianos auténticos. El mundo actual no se convertirá nunca a Dios, si no
encuentra en nosotros, en nuestra vida cristiana, un signo y testimonio de la
presencia del Señor.
Algo semejante podemos decir en relación a la Virgen María. Todos nosotros y
especialmente cada mujer ha de encarnar y hacer presente a la Sma. Virgen en el
mundo de hoy. Como decía el Padre Kentenich: Cada mujer debe ser una pequeña
María, debe ser su instrumento y reflejo, para que también nuestro tiempo pueda
conocer y encontrarse de nuevo con Ella.
4. La promesa de Cristo en el Evangelio de hoy
trae además otra consecuencia importante para mi vida cristiana. Porque Él vive
no solo en mi propio corazón, sino también cada cristiano es un templo vivo de
Él. De modo que debo ver a Jesús en cada hermano. Debo tratarlo como al señor
mismo: con amor, cariño y, sobre todo, con mucho respeto.
El amor encierra en sí, siempre un doble elemento: un donarse y un reservarse,
un amarse y un respetarse. Hoy en día el respeto es más necesario aún que el
amor. El respeto es el eje del mundo.
A nosotros nos parece que nos rodean sólo hombres, hombres llenos de defectos y
limitaciones. Y en verdad es Cristo mismo quien está en cada uno de ellos,
aunque no lo reconozcamos.
¿Qué mujer cree que va a encontrar a Dios en su
marido? No es posible; lo conoce demasiado bien, sabe lo que vale y la
que no vale. ¿Y qué marido reconoce a Dios en su
esposa? ¿Y qué padre, en sus hijos? ¿Y qué
hijo, en sus padres?
Sin embargo, el juicio final se basará en nuestra conducta para con los
hermanos - de modo que Jesús se identificará completamente con ellos. Como
indica el Evangelio de San Mateo, Él va a decir a los elegidos:
“En verdad os digo que cuando lo hicisteis con uno
de estos mis hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y a los condenados va a
decir: “En verdad os digo que cuando no lo
hicisteis con uno de estos mis hermanos, tampoco conmigo lo hicisteis” (25,40).
5. La morada más preciosa y perfecta de Dios es
la Sma. Virgen María. Ella nos revela el mismo rostro de su Hijo Jesús. Junto
con Él es el prototipo del hombre pascual que todos hemos de llegar a ser.
Queridos hermanos, pidámosle por eso a María, que nos eduque para que seamos
más y más semejantes a Ella: verdaderos templos de
Dios, testigos y portadores de Cristo para nuestro tiempo.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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