Sembrando Esperanza I. Creemos que nosotros con nuestras propias fuerzas somos capaces de todo, y vamos dejando de lado ayudas importantes.
Por: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net
Cada día el mundo globalizado te va marcando la pauta de que sólo no avanzas,
que aunque tengas muchas cualidades y seas fuerte como el acero, si caminas
solo todo se te hará más difícil. Esto mismo pasa en el ámbito familiar,
laboral, estudiantil, empresarial. Lamentablemente, los hombres estamos muy
ensimismados en nuestros triunfos personales, en nuestros objetivos y proyectos
de vida, para alcanzar la así llamada calidad de vida.
Creemos que nosotros con nuestras propias fuerzas somos capaces de todo, y
lamentablemente vamos dejando de lado ayudas muy importantes, yo diría,
esenciales. El egoísmo y la autosuficiencia van cobrando tal fuerza, que luego
nos cobra la felicidad, el triunfo o la realización que a la hora de la hora
nunca llegan. Aprendamos la gran lección que hoy la conocida fábula de la
liebre y la tortuga nos enseña... ellas lograron entrar cristianamente al mundo
globalizado, supieron aplicar la solidaridad y la subsidiaridad, es decir, en
donde el más grande ayuda al más pequeño y el más pequeño aporta sus cualidades
al más grande. ¿Recuerdas la fábula?
Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para
demostrarlo, decidieron correr una carrera; eligieron una ruta y comenzaron la
competencia. La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante
algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un
árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha.
Pero pronto se durmió. Todos nos decíamos ¡ay,
liebre presumida e ingenua, la pagaste cara! La tortuga, que andaba con
paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora
indiscutible.
Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.
Pero la historia no termina aquí: la liebre, decepcionada tras haber perdido,
hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había
perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas
cosas por supuestas, nunca la hubiesen vencido. Entonces, desafió a la tortuga
a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su
triunfo fue evidente.
Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.
Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser
derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que
no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba
planteada la carrera, ella siempre perdería; por eso desafió nuevamente a la
liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó
y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río.
Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué
hago ahora?" la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su
paso y terminó en primer lugar.
Moraleja: Quienes
identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para
aprovecharla, llegan primero.
Pero la historia tampoco termina aquí: el tiempo pasó, ¡y
tanto compartieron la liebre y la tortuga que terminaron haciéndose buenas
amigas! Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron
repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera
parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga
atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de
enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como
alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor
satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.
Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes
capacidades personales.
Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar
recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos.
Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras
personas pueden enfrentar mejor. La liebre y la tortuga también aprendieron
otra lección vital: cuando dejamos de competir
contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos
capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos... y
¡obtenemos mejores resultados!
¡Cómo me gustaría que esto sucediera en todas
nuestras familias, en el mismo ámbito empresarial! es decir, que exista
tanta unión, comprensión y colaboración, que el esfuerzo de todos, refleje una
sociedad en donde se respire un crecimiento y una armonía que haga que se
realicen los designios de Dios sobre los hombres.
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