Llevar el amor de Jesucristo en el corazón y no entrar en conflicto con la cultura de otro país.
Por: Pbro. Eduardo Hayen Cuarón | Fuente: Desde la
Fe
Cada vez se reducen más los ambientes y espacios que no padecen la influencia
de la ideología de género. Estados Unidos vive en una permanente obsesión por
exportarla al mundo. Esta semana la selección nacional norteamericana que
jugará en Qatar ha cambiado las rayas rojas de su uniforme deportivo, color de
la bandera de su país– por rayas con los colores del arco iris que representan
al colectivo LGBTQ, en apoyo a la diversidad
sexual. Con esos colores han ambientado su sala de prensa en Qatar y la playera
deportiva que portarán, no en los juegos oficiales, sino en sus prácticas de
entrenamiento.
Los cristianos de Estados Unidos
que quieren vivir seriamente su fe y no se identifican con la cultura “woke” –término que identifica a la izquierda
progresista en ese país, que lucha contra el racismo y la discriminación por
orientación sexual–, tienen razones para sentirse ofendidos. La Copa Mundial de
Fútbol es un torneo deportivo y no una plataforma para promover ideologías,
mucho menos el homosexualismo político que tiene dividido al país y que la
mayoría de los norteamericanos rechaza. Los símbolos nacionales, tales como son
los colores de la bandera, fomentan la identidad de los pueblos; cambiar estos
signos por los de una minoría es un acto de irrespeto que divide y confunde.
El Mundial de Futbol de Qatar
puede ser una gran ocasión para promover el entendimiento y el respeto entre
culturas, pero también puede ser utilizado para crear choques culturales. Como
cristianos que visitan un país musulmán hemos de ser respetuosos de sus
costumbres y leyes. Recuerdo que cuando visité la mezquita de la Roca en
Jerusalén tuve que descalzarme y cuando me acerqué al Muro de los Lamentos tuve
que ponerme el kipá sobre la cabeza. Si para mí hubiera sido chocante o
molesto, simplemente me hubiera quedado fuera.
Las leyes del islam prohiben el
consumo de alcohol y los actos homosexuales, así como el portar por las calles
la bandera LGBT. Incluso éstos actos se castigan
con cárcel. Sin embargo algunos influencers europeos en redes sociales están
bastante molestos con estas leyes a las que deberán someterse los aficionados y
turistas en Qatar, y por eso están protestando, incluso exhortan a hacer
ciertos actos de desobediencia. Si tanto les molesta a los occidentales
libertinos respetar las costumbres de un país que no es el de ellos, ¿por qué mejor no se quedan en sus casas y siguen los
juegos por la televisión?
Como católicos no podemos visitar
otros países para ser portadores arrogantes de conductas pecaminosas que
deberían avergonzarnos. El católico que ha conocido realmente Cristo sabe que
el Señor, con su sacrificio y resurrección, nos ha liberado de la esclavitud
del pecado y de la muerte. No podemos exportar el pecado.
Hemos sido liberados por el amor,
y el amor se ha convertido en la ley suprema y nueva de nuestra vida cristiana.
Un católico que visite Qatar o cualquier país de cultura no cristiana, ha de
llevar el amor de Jesucristo en el corazón, y no debe entrar en conflicto con
la cultura, sino más bien –enseña el papa Francisco– introducir en esa cultura
una libertad nueva, una novedad liberadora, la del Evangelio.
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