Solo quien se siente amado, quien descubre que sus pecados
Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente:
Catholic.net
Según una crítica más o menos reciente, la Iglesia católica insistiría mucho en
vivir los mandamientos y ofrecería poca espiritualidad a los bautizados para
cumplirlos.
La crítica es errónea, pero permite reflexionar sobre un aspecto central de la vida cristiana: el encuentro con Cristo.
Porque no somos católicos
simplemente para vivir según ciertas normas, para guardar los mandamientos,
para alcanzar un buen nivel ético.
Somos católicos porque antes
hemos descubierto el Amor tan grande que Dios nos tiene y que se ha manifestado
en la Encarnación del Hijo.
"En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos
amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si
Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a
otros" (1Jn 4,10 11).
Lo primero, siempre, es dejarse
amar. Solo quien se siente amado, quien descubre que sus pecados atraen la
mirada misericordiosa de Dios, puede iniciar un cambio de conversión radical.
Sin ese descubrimiento,
seguramente podremos realizar obras buenas, pero no llegaremos a la plenitud
del amor ni comprenderemos el sentido completo de la existencia humana.
Además, frente a tantas
debilidades, pecados, injusticias, necesitamos descubrir que sin Dios no somos
capaces de empezar una nueva vida, y que ese Dios vino al mundo para
desvelarnos el Camino hacia el amor verdadero.
"En efecto,
cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por
los impíos" (Rm 5,6). Desde ese momento, los débiles
empezamos a tener una fuerza interior maravillosa.
Por eso, un buen católico nutre
su corazón desde la verdadera espiritualidad, desde la acogida de Dios que
viene y mendiga nuestro amor, y que provoca cambios antes insospechados.
Vivir los mandamientos, trabajar
por el bien de la Iglesia y de los hombres, anunciar el Evangelio a los que no
conocen a Cristo, son simples consecuencias de una espiritualidad rica, que
nace de la experiencia del amor.
Es entonces cuando podemos hacer
nuestras las palabras de San Pablo: "y no vivo
yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la
carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por
mí" (Ga 2,20).
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