La Palabra de Dios es fiel, cumple su encargo, no vuelve vacía.
Por: Don Ángel Moreno de Buenafuente | Fuente: La
oración
EVANGELIO
“Yo soy
la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto
en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí,
y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid,
vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo
tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al
fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que
deis fruto abundante; así seréis discípulos míos” (Jn 15, 1-8).
PERMANECER
El texto
evangélico reitera por siete veces el verbo “permanecer”,
lo que reclama la atención del lector y le hace preguntarse por qué
tanta insistencia. De ello depende tener o no vida
teologal, relación con Jesús,
pertenencia a su Persona, certeza de actuar en su nombre, estabilidad creyente
y cimentación segura de la propia existencia.
Si el Evangelio exige una opción tan radical de permanecer en el Señor, no es una exigencia injusta, pues quien ha prometido por su cuenta permanecer fiel es el mismo Dios: “Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tm 2, 13).
La Palabra de Dios es
fiel, cumple su encargo, no vuelve vacía: “La
palabra del Señor permanece para siempre” (1Pe 1, 25). Jesús compara
edificar la propia existencia permaneciendo fieles a la Palabra con quien
edifica su casa sobre roca, cimiento inconmovible, a pesar de todas las
tormentas. Mientras que aquellos que construyen sobre sí mismos se arriesgan a
que todo se desmorone, se hunda y se deprima.
El apóstol san
Juan nos ayuda a un discernimiento interior sobre si se permanece o
no en Jesús: “Quien dice que permanece en Él debe caminar
como Él caminó” (1Jn
2, 6). “Quien ama a su hermano permanece en la luz
y no tropieza” (1Jn 2, 10).
Si se quiere tener el sello de
garantía, de autenticidad y el más objetivo, el apóstol san Pablo recomienda: Tú, en cambio, permanece en lo que aprendiste y creíste,
consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas
Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a
la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús (2Tm
3, 14-15).
Los que
dan fe a la Palabra tienen el consuelo de saber que a pesar de la propia
fragilidad, gracias a la fidelidad divina, siempre
es posible comenzar de nuevo y no
derrumbarse por una pérdida de autoestima, fundada únicamente en el éxito en
los combates. Jesús nos promete acompañarnos e incluso
hacerlo enviándonos un Defensor.
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