TODO LO QUE DEBES SABER DE LA IMPORTANTE SOLEMNIDAD MARIANA CON LA QUE SE CIERRA MAYO
El 31 de mayo la Iglesia recuerda con gran
solemnidad el momento en el que la Virgen visitó a su prima Isabel
El 31 de mayo la Iglesia celebra una de las grandes y más
antiguas solemnidades marianas, la Visitación de María a su prima
Isabel, con la que además se pone un gran broche de oro a mayo, el
mes de la Virgen.
La fiesta aunque ya se celebraba
desde los inicios del cristianismo, en Occidente fue introducida en el
calendario romano en el siglo XIV, y cambió a su fecha actual, el 31
de mayo, tras la reforma del calendario después del Vaticano II.
La visitación deja una de las
escenas más bellas de las Escrituras, el encuentro entre María e Isabel, pero
también entre Jesús y Juan el Bautista, ambos todavía en el seno de sus madres.
Además, aquí María pronuncia el Magnificat, una de las oraciones más importantes en la
Iglesia y que se reza universalmente a diario en las Vísperas.
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¿QUÉ
ES LA VISITACIÓN?
El primer capítulo del Evangelio
de San Lucas recoge cómo el ángel anuncia
a la Virgen María, en primer lugar, que iba a concebir a Jesús, y en segundo,
que su prima Isabel estaba ya embarazada de seis meses, algo impensable para el
matrimonio debido a su avanzada edad y a que era estéril.
Tras el anuncio, la Virgen María
decidió inmediatamente partir a casa de su prima Isabel, que vivía en Judea,
nada cerca de la región de Galilea. En este encuentro se unen las dos “anunciaciones", la
de María y la de Isabel, momento en el cual su hijo, Juan el Bautista, saltó de
alegría en su vientre.
La visitación deja una de las
escenas más bellas de los Evangelios. Jesús, el Mesías, aún
no había nacido, pero estaba ya presente en el vientre de su madre, y se
encuentra con Juan, el precursor, el profeta también presente en
el vientre de su madre Isabel, y que le preparará el camino, dando para ello su
propia vida.
Isabel al encontrarse con su
prima le dijo: “Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno”. Y añadió más adelante: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que
le fueron dichas de parte del Señor!”.
Tras estas palabras, María pronunció el que es uno de los cantos y
oraciones más bellas que tiene la Iglesia, el Magnificat. Se trata
de una alabanza dirigida a Dios por su elección, un reconocimiento de la
providencia divina y el cumplimiento de las promesas hechas en el pasado. Por
último, el evangelista asegura que la Virgen permaneció con Isabel tres meses
antes de regresar a Nazaret.
¿QUÉ
RECORRIDO REALIZÓ LA VIRGEN PARA VISITAR A SU PRIMA ISABEL?
Isabel y su esposo Zacarías,
padres de Juan el Bautista, vivían en Judea. Tras la Anunciación, el
evangelista San Lucas afirma que “María se fue de
prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea”, que según la Tradición se situaría en Ein Karem, muy
cerca de Jerusalén, y hoy parte ya de la ciudad.
No debió ser un viaje físicamente
sencillo para María, que acudió a visitar a su pariente ya embarazada. En aquel
momento, los judíos evitaban atravesar Samaria,
pese a ser la ruta más directa para ir desde Nazaret a Jerusalén, pues los
judíos no se trataban con los samaritanos. De este modo, lo más probable es que
cruzara el Valle del Jordán y fuera subiendo hasta Jerusalén pasando cerca del
Mar Muerto, salvando un importante desnivel en un viaje que superaría los 150
kilómetros.
¿QUIÉN
ES ISABEL, LA PARIENTE DE LA VIRGEN?
Isabel, a quien María fue a
visitar tras la Anunciación, era según el Evangelio de Lucas descendiente de
Aarón. Estaba casada con Zacarias, sacerdote del templo de
Jerusalén, y ambos fueron padres de Juan el Bautista. Los dos son definidos en el
Evangelio como “justos ante Dios”. Su nombre
significa, “consagrada a Dios”, y lo que se
sabe de ella en las Escrituras es que era de edad avanzada y que no podía tener
hijos.
Quedó encinta antes que la
Virgen, y dio a luz al que abrió camino a Jesús. En la Anunciación, el Arcángel Gabriel hablando con María la
citó como “tu pariente”. Según la Tradición vivía junto
a Jerusalén, en Ein Karem, lugar al que viajaría la Virgen María para visitar a
su “pariente”.
¿DESDE
CUÁNDO SE CELEBRA LA FIESTA DE LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN?
La festividad de la Visitación de
la Virgen tiene una importante tradición histórica en la Iglesia, que conmemora
este momento que cita el Evangelio desde hace casi un milenio. Fue introducida en Occidente en 1263 por San Buenaventura, superior de la Orden
Franciscana, aunque inicialmente lo hizo para la orden fundada por San
Francisco de Asís.
Fue ya el Papa Urbano VI
quien en 1389 instituyó esta fiesta para toda la Iglesia introduciéndola en el calendario romano para
el 2
de julio. De
hecho, en muchos pueblos en los que es la patrona todavía se celebra en este
día de julio. También el Papa Bonifacio IX extendió esta devoción por todo el
orbe, que ya se celebraba en Oriente.
Fue a partir del Concilio
Vaticano II y la reforma del calendario cuando la Visitación fue traslada al 31
de mayo, su fecha presente. De este modo, el momento que conmemora la visita de
María a Isabel se celebra entre la Anunciación
(25 de marzo) y el nacimiento de Juan el Bautista (24 de junio), lo que
cuadraría de manera más lógica con el relato del Evangelio.
Mientras tanto, en el siglo
XVII San Francisco de Sales consideraba que la Visitación
no se celebraba con la solemnidad de las otras fiestas de la Virgen, y fundó en 1610, junto a
Santa Juana Francisca de Chantal, una nueva familia religiosa a la que bautizó
con el nombre de “Visitación de Santa María”, porque
“era un misterio oculto y..., encontraba en él mil
peculiaridades que le daban una luz especial sobre el espíritu que deseaba
establecer en su instituto”. En él quería que se celebrara la fiesta con
todo esplendor en la liturgia y que cada visitandina se convirtiera en un “Magníficat” viviente.
¿QUÉ
ES EL MAGNIFICAT?
Una de las partes más importantes
del relato evangélico de la visitación es el Magnificat, el himno que recoge San Lucas y que pronunció la
Virgen María dirigiéndose a Dios mientras estaba frente a su prima Isabel.
Magnificat, palabra en latín que
significa “engrandece”, es el nombre de este
cántico debido a que es la primera palabra de esta oración mariana: “Magnificat anima mea Dominum"
(Engrandece mi alma al Señor). Es
una de las más importantes oraciones de la Virgen, y de las más importantes
para la Iglesia. De hecho, se reza todos los días en la oración de las
Vísperas.
En el breviario, mientras que los
cánticos que son tomados del Antiguo Testamento están junto a los salmos y se
distribuyen de tal manera que se cantan una única vez a la semana, el Magnificat comparte junto con los otros dos cánticos
evangélicos, el Benedictus y el Nunc Dimittis, el privilegio
de ser recitado diariamente y en un lugar prominente. Esta oración se reza en
vísperas, mientras que el Benedictus se lee en laudes y el Nunc Dimittis, en
completas.
ESTA ES LA ORACIÓN DEL
MAGNIFICAT QUE SE RECOGE DEL EVANGELIO DE SAN LUCAS:
Proclama mi alma la grandeza del
Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la
humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas
las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es
Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su
brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos
despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo,
acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en
favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo como era en principio ahora y siempre por los siglos de los
siglos.
Amen.
¿CÓMO
RECOGE LA BIBLIA LA VISITACIÓN DE MARÍA A SU PRIMA ISABEL?
El de San Lucas es el único de
los Evangelios que recoge el pasaje de la Visitación, en el que además se
recoge una de las oraciones más bellas y utilizadas en la Iglesia. Esto dice la
Escritura (Lucas 1, 39-56):
“Por aquellos días,
María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea. Entró en casa
de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño
saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes
voces: ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero
¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque
en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que
has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Entonces María
dijo: ‘Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi
Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán
dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el
Poderoso. Su nombre es santo, y su misericordia es eterna con aquellos que le
honran. Actuó con la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.
Derribó de sus tronos a los poderosos y engrandeció a los humildes. Colmó de
bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada. Tomó de la mano a
Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a
nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre’.
María estuvo con Isabel unos tres meses; después regresó a su casa”.
¿POR
QUÉ LA VISITACIÓN ES TAN IMPORTANTE?
En 1996, durante una audiencia
general, el Papa San Juan Pablo II profundizaba en la visitación, mostrando la
importancia que hay tras esta fiesta.
“La dirección del
viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea
a Judea, como el camino misionero de Jesús. En efecto, con su visita a
Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde
el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se
transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar
la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los
tiempos”, explicaba el Papa.
De este modo, añadía que “el encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento
salvífico, que supera el sentimiento
espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad
parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su
fe pronta y disponible: ‘Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel’. San
Lucas refiere que ‘cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño
en su seno’ (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un
salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre,
transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia
como signo de la presencia del Mesías”.
Continuaba así: “En virtud de una iluminación superior, comprende la
grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el
Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de
su seno, Jesús, el Mesías.
Y San Juan Pablo II concluía de
esta manera su catequesis: “Isabel, con su
exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la
presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente. En
la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama
el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de
mediadora: ‘Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo
el niño en mi seno’. La intervención de María produce, junto con el don del
Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación
que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en
toda la obra de la salvación divina”.
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