Ayer se cumplió un año de guerra en Ucrania. El heroísmo de los ucranianos en la defensa de su país ha sido tan inesperado como inimaginable. Las páginas de gloria que han escrito esos soldados merecen todo nuestro honor. Los hechos heroicos que la población civil ha realizado solo Dios los conoce. Desde el sacrificio de un técnico especialista en centrales de distribución eléctrica que noche tras noche se haya esforzado para devolver la energía a las casas, hasta un equipo de fontaneros que sin parar mientes en horario alguno lucharon con sus herramientas para que el agua siguiera fluyendo en parte de una ciudad.
Ucrania
está siendo defendida por todos. Todo lo contrario de los atacantes, cuyos
reclutas forzosos son los primeros que no quieren estar ahí.
El
presidente Zelensky es recibido con todos los honores en todos los parlamentos
de las democracias. Putin quería con su acción que Rusia fuera respetada,
logrando todo lo contrario. Uno goza de todos los honores, el dictador
moscovita se ha convertido en un paria apestado.
Pero una
cosa quiero decir, a pesar de todo el heroísmo de los ucranianos, un heroísmo
grandioso, increíble, si Dios no los hubiera ayudado, hubieran sido arrollados
por una fuerza tan desproporcionadamente superior, ante la cual ningún heroísmo
habría sido suficiente. Las guerras, a veces, no se ganan solo con heroísmo. Ha
sido Dios el que ha dicho: “No vais a invadir ese
país que no os ha hecho nada”.
Sí,
aquella gigantesca ola de reclutas y material ruso fue detenida, pero que
conste que los ucranianos no tenían nada que hacer ante un despliegue tan
colosal de efectivos militares. Ha sido una intervención de Dios, una
intervención a plena luz del día, ante los ojos del mundo. Una intervención a
favor de la víctima. Solo después de varias semanas, los demás países,
atónitos, sin poder creerlo, comenzaron a ayudar al atacado de forma efectiva y
no simbólica. Durante unas tres semanas, los ucranianos estuvieron totalmente
solos.
¿Hasta
qué punto Putin es miserable? Basta ver, como yo lo he hecho
mientras almorzaba, la clínica de Zaragoza donde han llegado unos cuantos
ucranianos mutilados para darse cuenta un poco, poquísimo, del peso,
profundidad y dimensiones de las decisiones de ese déspota egocéntrico.
Todos los
testigos estamos atónitos ante semejante sima de maldad. Pero el reloj
corriendo, su tic tac sigue pulsando: la hora está
fijada. La guerra en esa tierra que él ha hecho desdichada tiene su
final fijado. El día y la hora, Dios la conoce. El reloj también sigue
corriendo para Putin. Corriendo, como si se acelerase. Al final, todo se
acelera, todo parece que ha ocurrido muy rápido. Gadafi, Saddam Hussein,
Milosevic... Radovan Karadžić sigue cumpliendo su cadena perpetua en una
prisión del Reino Unido.
Si Putin
pudiera ver el futuro, si tuviera un profeta que le dijera: ¡Así dice el Señor…!
Putin,
Putin, ¿dónde estará tu alma dentro de dos años? No,
no creo que sigas caminando en la tierra de los vivos.
P. FORTEA
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