El ser humano permanece siempre abierto al crecimiento interior, al perfeccionamiento como persona.
Por: P. Alejandro Ortega | Fuente:
www.la-oracion.com
"¡Cuida tus alas!", decía San Agustín
a los jóvenes. En obvia alusión a sus deseos de volar alto, de volar lejos, de
volar con prisa. Hoy Jesús parece decirnos: "¡Cuida
tu corazón!". Porque el corazón, en sentido bíblico, constituye las
alas del espíritu.
Ahí, en tu corazón, decides si levantas el vuelo o te quedas en tierra; si
vuelas con rumbo o vas a la deriva del viento; si vuelas alto o bajo; si vuelas
lejos o te quedas revolando sobre restos putrefactos. Por eso, más allá de la
polémica de Jesús con los fariseos y su tradicional hipocresía, me parece que
el evangelio de hoy nos grita a todos ¡cuida tu
corazón!
¿QUÉ ES EL CORAZÓN?
El pensamiento griego –particularmente
Aristóteles– separa como esferas distintas de la persona, aunque íntimamente
relacionadas, sensibilidad, emotividad, afectividad, inteligencia y voluntad.
El pensamiento hebreo, en cambio, mucho más
sintético y vivencial, concentra todas estas dimensiones en el corazón de la
persona.
Así, para la Biblia, el corazón es la sede no sólo de los sentimientos y
afectos, de los sueños y proyectos, sino también de las grandes decisiones
morales. Todo "se cocina" ahí
dentro.
CORAZÓN Y MORALIDAD
En el Evangelio de hoy, Jesús insiste, particularmente, en el corazón como
centro de la moralidad del ser humano. Ahí donde decidimos nuestra calidad,
estatura y valor como personas. Porque la esencia de la persona humana, a
diferencia de la de los animales y las cosas, es una esencia abierta.
El ser humano permanece siempre abierto al crecimiento interior, al
perfeccionamiento como persona. Más aún, dicho crecimiento es una ley interior,
un mandato inscrito en su propia esencia. Por eso en nuestro corazón resuena
siempre una voz que nos dice: "¡Sé más!".
So pena de ser menos.
El ser humano no puede seguir siendo el mismo con el paso del tiempo: o crece y mejora, o empeora; o se humaniza más o se
deshumaniza. Lo explicaba el filósofo español José Ortega y Gasset: «Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede
"desligarse", el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse».
La dignidad moral del ser humano radica, en definitiva, en esa
posibilidad de ser más o ser menos persona.
Y para Jesús, el ser más o ser menos persona se juega en el corazón. «No es lo de fuera lo que mancha al hombre; es lo que
sale del hombre lo que mancha al hombre». Ahí, en el sagrario íntimo de
tu corazón, es donde tú decides quién realmente quieres ser.
LA MALDAD DEL CORAZÓN
El corazón humano puede llegar a ser muy bueno. El pecado original introdujo la
malicia en el corazón humano. Sin por ello eliminar la aspiración congénita del
corazón a la verdad, a la bondad, a la belleza. Por eso, en el corazón humano
tantas veces se dan cita lo mejor y lo peor de cada persona. Tristemente, con
frecuencia ha prevalecido la maldad.
El profeta Jeremías dejó constancia de esta realidad: «El
corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?» (Jer.
17, 9). Y Jesús, en el Evangelio de hoy, apunta en la misma dirección: «Porque de dentro, del corazón, salen las intenciones
malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades,
fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre»
CORAZÓN Y LIBERTAD
Como vimos, en realidad cada uno decide qué cocina en su corazón: Si intenciones buenas, nobles, generosas, altruistas,
bondadosas. O intenciones malas, mezquinas, egoístas, amargas. Y, en
particular, tú decides, en cada momento, qué haces con lo que te llega de fuera
o con lo que te brota de dentro.
De fuera pueden venir tentaciones, ofensas, agresiones, olvidos. De dentro
pueden venir malas inclinaciones, pasiones desordenadas, emociones
descontroladas. Tú decides qué haces con todo ello. Puedes sentir la fuerza de
las tentaciones o de las malas inclinaciones, pero tu corazón tiene siempre la
suprema libertad de consentir o no.
Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra austriaco, célebre por su experiencia en
los campos de concentración nazis, solía fortalecer su corazón durante el
cautiverio con lo que él llamaba ejercicios de suprema libertad. El régimen
nazi, para debilitar, desmoralizar y hasta "animalizar"
a los presos, les proporcionaba una ración claramente insuficiente de
pan al día. Frankl tomaba su minúsculo trozo, lo partía a la mitad, y se comía
la cantidad que él decidía tomar. El resto lo compartía. Así mantenía su
libertad intacta, por muy "preso" que
estuviera. Así seguía siendo "dueño de sí
mismo".
La decisión de ser más o ser menos
persona no depende de las circunstancias; está en tu corazón.
Y TÚ, ¿CUIDAS TU CORAZÓN?
Tu corazón es un jardín. De él brotan tus pensamientos, deseos y acciones. Si
de tu corazón brotan buenos pensamientos, deseos nobles, acciones honestas,
volarás y serás más y más persona.
Si de tu corazón brotan malos pensamientos, deseos perversos, acciones viles,
no volarás, y serás menos persona. ¡Cuida tu
corazón! Claro está, cuidar el corazón supone trabajar el corazón.
El corazón se cultiva igual que un jardín: hay que
escoger bien lo que se siembra, arrancar abrojos, eliminar plagas, regar
frecuentemente y podar cuando hace falta. Los corazones buenos no se
improvisan.
MARÍA
María, como buena Madre, conoce como nadie el corazón humano. Pon el tuyo en
sus manos. Dile que quieres cuidarlo. Pídele que te ayude a sembrar y cultivar
en él sólo buenos pensamientos, buenos deseos y buenas acciones.
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