Jesucristo, el Salvador, del Monasterio serbio de Kilandari en el Monte Athos, Siglo XI
IIPor: P. Agustín Spezza, IVE | Fuente: iconos.verboencarnado.net
Vamos a hacer una meditación contemplativa ante el icono de Nuestro Señor Jesucristo el Salvador. Propiamente
hablando, vamos a “contemplar”, puesto
que la contemplación forma parte de la oración y vamos a tratar de elevarnos
mediante de esta bellísima imagen a la unión con Dios Hijo.
La imagen
es una mediación que nos acerca, que representa a Jesucristo el Verbo
Encarnado. En efecto, la imagen es sólo un medio; como cuando leemos un libro a
través de las palabras escritas, especialmente cuando leemos la Biblia a través
de la mediación de las letras escritas en un papel y nos hacen elevar a Dios,
así vamos a leer la imagen a través de los símbolos en ella escritos para
remontarnos a las verdades de fe que en ella se representan. Decía San Juan
Damasceno: “lo que es un libro para los que
saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo
que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las
imágenes son el catecismo de los que no leen”. Esto prueba que la
imagen, -además de la palabra- es otra de las mediaciones que la Iglesia ha
escogido desde el principio para que podamos elevarnos a Dios. Dice el
Catecismo: “la iconografía cristiana
transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura
transmite mediante la palabra” (CIC
1160).
Dice San
Juan Pablo Magno: “Como la lectura de los libros
materiales permiten que comprendamos la palabra viva del Señor, así el mostrar
las imágenes pintadas permite a aquellos que las contemplan acercarse con su
mirada a los misterios de la salvación. Lo que por una parte se expresa con la
tinta y el papel, por otra se presenta con los diversos colores y otros
materiales (San Teodoro Estudita)” (Carta Duodecimum saeculum n.
10, Cfr. “Escritos Pontificios, blog).
Para
facilitar su lectura, daremos como una guía para poder leer los iconos. Nos
podemos servir de una estampa bendecida del icono y ponernos frente al
Santísimo Sacramento, o también en nuestra casa. La estampa es el medio que nos
recuerda y nos transporta al que contemplamos (anamnesis).
¿Cómo vamos a hacer esta Contemplación? En primer
lugar, hagamos bien hecha la Señal de la Cruz, nos
pongamos en calma, y podríamos agregar: “perdamos
el tiempo” para entrar en la Eternidad. Nos pongamos en la presencia del
Dios que se hizo visible en la Persona divina de Jesucristo y que es
representado a través del icono. El icono de Cristo es manifestación de su
misma presencia, y nos permite llegar a un encuentro místico con el Señor
pintado en imagen.
Luego pediremos
a la Virgen, la Madre de Dios, que interceda ante el Espíritu Santo, su divino
Esposo, para que nos conceda Luz para ver, cada vez con más profundidad a
través de los símbolos, ese Rostro de Cristo al cual estamos llamados a unirnos
místicamente.
Ante la
Imagen de Cristo no necesitamos decir muchas palabras… No nos olvidemos que en
el cielo todo será Visión…
Si alguna
palabra de la Escritura, o la misma imagen sagrada toca nuestro espíritu de
manera especial, no avancemos más adelante, detengámonos a escuchar y a
contemplar…
Jesús es la imagen del Padre, Dios de Dios y luz de luz… Hagamos
silencio para contemplar su rostro y dejémonos mirar por Él…
A
continuación damos una breve introducción que nos servirá también para leer los
sucesivos iconos.
CÓMO SE ESTRUCTURA EL ROSTRO DE JESUCRISTO.
Teoría de los tres círculos en el dibujo de Rostro del Salvador.
Ante todo
en la figura completa de Cristo Pantocrator, lo
más importante es el Rostro, y del Rostro, la parte más importante son
los ojos…
El rostro
de Jesucristo, el Pantocrator está dado por 3 círculos concéntricos, que
tienen como radio (partiendo del origen de la nariz) 1 nariz, 2 narices, 3
narices, es lo que se llama la teoría de los 3 círculos.
El primer
círculo, el “lik” (‘rostro’
en ruso), que se encuentra al centro, donde están los ojos, representa el alma;
el segundo círculo, que abarca los cabellos y el volumen de la cabeza, (sede de
la sabiduría) representa el cuerpo; ahora bien, el alma y el cuerpo se originan
del punto del centro, (la punta del compás) donde está la raíz de la nariz, que
es el Espíritu. Este origen es posible solo gracias a una relación: si la
relación con el verdadero centro no existe, sino que hay otro centro, no se ve
el “nimbo”, que es el tercer círculo, que el
uso corriente le ha dado el nombre de “aureola”.
Pero
nosotros no decimos aureola sino “nimbo”, porque aureola viene de aureum, que
viene del hombre, del anima, de la santidad (que es la interioridad inmanente
del hombre). El “nimbo”, en cambio, es la nube que viene de
Dios, (como la Nube que guiaba a Israel por el desierto), es la Luz.
El nimbo, por tanto, tiene más un sentido de gracia, de don, y no de capacidades
personales de imitar como un modelo. (Por eso decimos que el icono no es un
arte inmanente, sino que su acento está puesto en la trascendencia).
En
segundo lugar veremos las manos: En todos los
iconos de Cristo la mano nos habla: El índice es el dedo del hombre y el medio
es el dedo de Dios.… (ver imagen derecha), por esto el ángel de la Anunciación tiene
estos dos dedos extendidos para indicar: “Dios
se hace hombre” (abajo
izquierda).
Así en
el Pantocrator los dos
dedos alzados indican las dos naturalezas, mientras que los otros tres dedos
reunidos indican la unidad y la Trinidad de Dios. Cuando tiene el meñique
alzado representa sus iniciales IC XC [Jesous
Cristos], como se escribe a izquierda y derecha del icono. A veces
hace el gesto del orador que azota los dedos cuando tiene algo que decirnos,
para llamar nuestra atención [1].
COMIENZO
DE LA MEDITACIÓN
Vamos a
concentrarnos en el divino Rostro de Jesucristo el Salvador, como si hiciéramos
un “tiro al blanco” a la mirada llena de paz
y de amor del divino Salvador que, como Dios que es, conoce hasta lo más
profundo de nuestra alma.
No nos
olvidemos que la imagen “es recuerdo/memorial, lugar
de encuentro de miradas y presencias; es posibilidad de contemplación, (y
además) es estímulo para la imitación. En la oración ante una imagen de Cristo
o de la Virgen no sólo miramos, sino que nos sentimos mirados por Alguien que
nos ama” [2]. Observemos la penetrante mirada de ese Jesús que “me amó y se entregó por mi” (Cf Ga 2,20), recordemos
que Él murió por mi salvación… Podemos contemplar también la imagen del Santo
Sudario de Torino (abajo).
De este
modo, casi imperceptible, estamos entrando al mundo de los símbolos, a la
atmósfera de los misterios divinos…
Esta es
precisamente la oración ante los iconos: “una forma
de “contemplar lo Invisible” (Hb 11,27)”, a través de lo visible, “como dice la liturgia de Navidad, “para que
contemplando las cosas visiblemente, seamos transportados al amor de lo
invisible” [3].
Leamos el Evangelio de San Juan 14, 1-10
08 Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta».09 Jesús
le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no
me conocen?. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre?.»
No nos
olvidemos que “el icono no es una simple imagen, ni
un elemento decorativo, ni siquiera una ilustración de las Sagradas Escrituras.
El icono es algo más: Es el equivalente al mensaje evangélico”, [4] pero
transcrito en imagen. Como dice el Catecismo: “la iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje
evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra” (CIC
1160). El icono en la Iglesia es uno de los instrumentos para nuestra propia
santificación.
La
palabra “icono” procede del griego eikon, que
significa “imagen” o “retrato”. “Según la teología de las imágenes sagradas, el
icono (imagen) original es Cristo, porque en él se junta el proyecto de Dios
que hizo al hombre a su imagen y semejanza y su condescendencia divina al
asumir con la naturaleza humana nuestra imagen: la creación y la recreación del
hombre” [5].
SUDARIO
DE TORINO, negativo.
Jesucristo
el Salvador del monasterio servio de Kilandari
El icono
del Salvador que se nos dona a la mirada, es del monasterio serbio
de Kilandari, en el Monte Athos. A la derecha vemos el negativo del Santo
Sudario de Nuestro Señor, notemos el gran parecido de ambas imágenes. “El icono del Salvador pertenece a la segunda mitad del
S. XIII, en pleno fervor de la ortodoxia, de la renovación espiritual, de la
invocación del Nombre de Jesús”.
Este
icono tiene como título el de “Salvador”, “Soter”,
en griego, “Spas” en ruso. Si
comparamos la imagen con la palabra o el libro, la pintura tiene una ventaja:
desde el principio, y sin intermediarios, “desde la
primera mirada, desde el primer encuentro, nos ofrece un conocimiento claro y
perfecto de las cosas”, (…) “lo que las
palabras relatan, la pintura lo muestra mediante la representación” [6].
“Este icono nos muestra no sólo un nombre, sino una función. Jesús, que
significa Salvador. Si miramos atentamente su rostro, veremos
como todos sus trazos esenciales nos hablan de su misión. “Salvador” fue el
nombre anunciado a José en sueños (Mt 1,21); a María en Nazaret (Lc 1,31); a
los pastores por medio de los ángeles en la noche de su nacimiento: “Os
ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor” (Lc 2,11) [7].
La
inscripción del Nombre de Jesús, el Salvador, (arriba) se
encuentra en la parte superior del icono, a izquierda y derecha respectivamente
con las iniciales griegas IC, Iesous, (izquierda), XC, Cristós (derecha).
Su rostro
tiene como modelo arquetípico las facciones del rostro de la sábana santa de
Turín (Ver arriba). Dice S. Juan Pablo II a los artistas: “La belleza es en un cierto sentido la expresión
visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de
la belleza” [8], “Kalokagathía” (καλοκαγαθία) , del
griego, kalos kai agathos (καλός καi αγαθός), que significa
literalmente bello y bueno, o bello y virtuoso. El icono del “Salvador” del
monte Athos, es un rostro viril que nos muestra la belleza y la bondad
incomparables de Cristo, una de las más bellas”[9].
San Juan
Damasceno nos transmite los rasgos fundamentales, que los grandes
iconógrafos del pasado -hombres de profunda contemplación-, delinearon
primero en su corazón y en su mente antes de pintarlo en sus tablas: “con las cejas unidas en un arco, con ojos hermosos,
la nariz alargada, los cabellos ondulados, el cuerpo flexible, el aspecto
juvenil, la barba negra, la carne de color trigueño, como era la de su Madre,
los dedos largos”[10].
En su rostro contemplamos también la Majestad del Señor Todopoderoso, (Pantocrator), y la Belleza y Bondad de Cristo Maestro [11].
Contemplemos un poco, dejémonos mirar…
El oro
intenso del fondo es símbolo de Dios. A diferencia de los demás colores, que
necesitan de luz para ser vistos, el oro, en cambio, que es un mineral con luz
propia, es el símbolo de la Luz divina. Este símbolo se muestra de manera
especial en el “nimbo”, ya que en él se
manifiesta la divina Presencia de Aquel que es la “irradiación luminosa de su gloria e impronta de su
substancia”, como dice San Pablo
(cfr. Heb 1,3).
La cruz y
la inscripción que se dibujan sobre el nimbo, como en todos los iconos de
Cristo, indican el título mesiánico y divino de Jesús. La O (omicron), la W (omega) y la N (ni) indican el título
mesiánico y divino de Jesús: “Yo soy el que
soy” (Ex 3,14).
Su
majestuosa cabellera contornea poderosamente su cabeza, sede de la Sabiduría
divina, y a la vez “corona sus sienes y hace
resaltar su semblante. “Semblante bello con la armonía de su frente ancha y
luminosa”. Su nariz fina y alargada, vibra con la potencia del poder
divino. Sus cejas arqueadas hacen resaltar sus ojos penetrantes y bondadosos.
Su fisonomía evoca la apocalíptica figura del gallardo león de la tribu
de Judá que menciona el Apokalipsis: “Él abrirá el libro y sus siete sellos” (Ap 5,5) como lo muestra su mano izquierda
sosteniendo el libro, “tabernáculo de la Palabra
que contiene sus enseñanzas y sus misterios, la revelación del Padre que él ha
venido a traernos, el plan divino de la salvación del mundo por el realizada y
de la que sólo él conoce los secretos”.
Los
ojos de Jesús: Sus
ojos grandes, verdaderas ventanas del alma por donde se puede vislumbrar el
fuego del Espíritu que nos invita al mundo espiritual de los misterios divinos,
a la unión con el Verbo de Dios. Los ojos, se dice, son los “espejos del alma”, por donde podemos conocer un
poco más la fisonomía espiritual de Cristo, son como el límite por donde se
funde y se traspasa de lo transitorio a lo Eterno, de lo visible a lo
Invisible. Más que el ojo humano, debemos descubrir en Jesús una Mirada, la
mirada del mismo Dios que se ha revestido de una carne humana para salvarme;
como la mirada al “joven rico” del Evangelio.
Su mirada es el sinónimo del “amor primero”, porque me amó antes que yo me
convirtiera a Él, me miró, (podríamos agregar) antes que yo lo mirara, “me amó y se entregó por mi” (Ga 2,20).
El
Salvador que estamos contemplando, es un Cristo en plenitud, vigoroso, que ni
siquiera tiene el color de la carne terrenal, sino la tez pálida de Aquel
que ya ha vencido la muerte, lleno de luz, transfigurado. Todo el rostro de
Cristo es luminoso, irradia luz desde adentro, (ningún icono tiene un foco de luz
externa). Él es el único que puede decir: “Yo
soy la Luz del mundo” (Jn,1,5). “Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como
luz, (dice San Juan Pablo Magno). No sólo luz externa, en la historia del
mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de
nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. (…)
“respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en “lux
mundi, la luz del mundo“[12]. “el que
me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn
8,12). “Luz que brilla en las tinieblas” (cf. Jn 1,5). “Todos los misterios se resumen y se reflejan en el
rostro de Cristo, belleza esplendorosa de Dios y belleza humana sin igual”[13].
Como sus
narices vibrantes, también su cuello inflado que desciende de ambas orejas, son
el símbolo del soplo divino, que espira el Espíritu Santo que procede del Padre
y del Hijo.
Los
labios de Jesús, son labios viriles, sin ningún asomo de sensualidad. Así como
los ojos son espejo del alma, los labios manifiestan la fisonomía de una
persona. Sus labios manifiestan la inmensa Bondad y Misericordia del Dios hecho
hombre, verdadero hombre, que no vino “para
condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn
3,17).
En las
orejas de Jesús, no debemos ver tanto unas orejas humanas, sino más
bien oídos abiertos, enfrentados hacia el hombre, atentos para escuchar
las súplicas del que golpea con fe la Puerta del que dijo: “golpead y se os abrirá”. O con el salmista: “Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que
en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración” (Sal 4).
Su barba
rabínica cubre sus mejillas y acentúa aún más su carácter de Maestro y Señor de
la ley, al modo como se representaban a los antiguos filósofos.
El doble
color de la vestimenta –rojo y azul-, simboliza la doble naturaleza divina y
humana en la unidad de la Persona divina. Como bien dice bellamente el P.
Alfredo Sáenz: “El iconógrafo es un teólogo
con el pincel en la mano, disponiendo de colores para proponer la doctrina”[14].
Según
Egon Sendler, El rojo representa la humanidad de Cristo, y el azul su
divinidad. Como decía Dionisio el Areopagita, el rojo es “incandescencia” y “actividad”[15]. En la terminología
hebraica el rojo es la “sangre” (dam), y
la sangre, para el pensamiento hebreo es el equivalente a “vida”, (en este sentido puede significar la vida
[naturaleza] humana de Jesús).
También “la capa (roja) que ponen sobre sus espaldas en la pasión
(Mt 27,28), que significa la vida que el Salvador lleva a los hombres con la
efusión de su sangre. Quizá encontramos aquí –dice Sendler- una clave para la
vestimenta roja del Pantocrátor[16].
El azul
oscuro del manto del Pantocrátor (himátion),
–siguiendo a Sendler-, representa la divinidad (“el misterio de la vida divina”). Sendler,
siguiendo al Aeropagita, dice del azul:
“Dionisio lo llamaba “el misterio de los seres”, “carácter misterioso”.
“Es el color de la trascendencia en relación a todo lo que es terrestre y
sensible: en efecto, entre todos los colores la irradiación del azul es la
menos sensible y la más espiritual”[17], “produce una impresión de profundidad
y de calma, da la ilusión de un mundo irreal, sin pesantez. En la imagen
(siempre) el azul se va para atrás y permanece pasivo”, (se podría decir que es el color más humilde, se usa también para la
Virgen), (…). “En Egipto era el emblema de la
inmortalidad”; (…). El Antiguo Testamento conocía una sola tinta de azul: el
azul jacinto”,…“que recordaba con su color el cielo, la casa de Dios”. (…).
En la iconografía, encontramos el azul oscuro
sobretodo en el manto del Pantocrátor (himátion), como también en los
vestidos de la Virgen (kitón) y de los apóstoles”. (También) “el centro de la aureola de la Transfiguración está
pintado en azul oscuro… (Cfr. Fig. 06). A pesar de la ausencia de fuentes para
el simbolismo de este color, se puede afirmar que en este ambiente cultural
significa el misterio de la vida divina”[18].
Hemos
dicho algo; pero siempre falta algo por decir. Es el misterio de los iconos:
una ventana abierta al misterio. Porque el artista que lo realizó está
conectado con el misterio, con la Tradición de la Iglesia, con la Sagradas
Escrituras. El icono no se hace tan “obvio”, como
un relato histórico, más que un relato histórico, es un retrato de la vida del
cielo, por tanto hay que ver al icono con ojos de fe, como leyendo las Sagradas
Escrituras a través de la imagen. Y dentro de lo que se muestra hay cosas
que no se pueden explicar con palabras…, sino a través de la visión parcial,
que en el cielo será eterna: allí veremos “cara a
cara” al Salvador, porque en el cielo, -como gustan decir los iconógrafos-,
todo será visión…
Aquí lo
vemos como verdadero Pastor de las ovejas, lleno de bondad y belleza. ¡Escuchémoslo…!
Porque nos dice:
“No se
turbe vuestro corazón, ni tengáis temor” (Jn
14,28);
“Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33);
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9).
[1] P. Orlando, Apuntes tomados de su Curso de iconografía, dictado
en la Institución Russia Ecumenica, Roma, Italia, año 1999.
[2] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…
[3] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos. Los misterios de
Cristo en el año litúrgico. Centre de Pastoral Litúrgica,
Barcelona,1993, 22.
[4]L. USPENSKY, Teología del icono, Ed. Sígueme,
Salamanca, 2013, 27.
[5] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…, 171.
[6] P. A. Sáenz, El Icono, esplendor de lo sagrado, Ed.
Gladius 1991, 323.
[7] Cfr. J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…, 172.
[8] Así “lo habían comprendido acertadamente los griegos que, uniendo
los dos conceptos, acuñaron una palabra que comprende a ambos: “Kalokagathia”, es
decir, “belleza-bondad”. Papa Juan Pablo II, Carta del
Santo Padre Juan Pablo II a los Artistas, 9.
[9] Es también muy parecida a la imagen del Cristo del Sinaí, del siglo
VI, que se encuentra en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí, como podemos
observar. Como también semejante al hermosísimo mosaico de Santa Sofía de
Constantinopla, también de la segunda mitad del siglo XIII. “Tiene, pues, la
majestad hierática de un icono griego-bizantino, pero con la dulzura que lo
acerca a los rostros de Cristo de la pintura rusa, sin llegar al patético
rostro del Cristo Salvador de san Andrej Roublëv”.
Cfr. J. CASTELLANO, Oración…, 172.
[10] Cfr. J. CASTELLANO,…172.
[11] Cfr. J. CASTELLANO,…172.
[12] S. Juan Pablo II, Misa de ordenación episcopal de diez
presbíteros, en la Solemnidad de Epifanía, Domingo 06.01.22001.
[13] J.CASTELLANO, Oración…171.
[14] P. A. SÁENZ, El icono,…, 228.
[15] DIONIGI L’AREOPAGITA, De caelesti hierarchia (Sources
chrétiennes, n. 58), Cerf, Parigi 1958, -Citado por EGON SENDLER, L’Icona,
immagine dell’invisibile, S. Paolo, 1983, cfr. Op. Cit.,147.
[16] Cfr. EGON SENDLER, L’Icona…, 147.
[17] EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile,… 146.
[18] EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile,…147.
No hay comentarios:
Publicar un comentario