Vemos el problema. Sentimos un deseo íntimo de tender la mano. Pensamos cómo hacerlo, pero todas las puertas parecen cerradas.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Vemos el problema. Sentimos un deseo íntimo de tender la mano. Pensamos cómo
hacerlo, pero todas las puertas parecen cerradas.
Si hablo, ¿qué palabras decir? ¿Cómo encontrar la
manera para ser aceptado? ¿En qué modos dar a entender que busco el bien del
otro? ¿Cómo superar prevenciones, miedos, suspicacias?
Si callo, ¿no seré interpretado como un
cobarde? ¿No pensarán que soy indiferente al sufrimiento ajeno? ¿No dirán que
prefiero evitar problemas para encerrarme en mi mundo de egoísmos?
Si escribo, ¿qué ocurrirá con las líneas que
prepare? ¿A quién llegarán? ¿Seré capaz de expresar con tacto, con claridad,
una idea que, espero, sirva para ayudar al otro?
Además, hay ocasiones en las que ni yo mismo veo caminos abiertos para salir
del túnel. Los problemas están allí. Hacen sufrir a un familiar, a un amigo, a
un compañero de trabajo. Pero, ¿hay solución? Me
duele no ver la manera concreta con la que acompañar a quien sufre, tal vez muy
cerca de mi vida.
A pesar de todo, queda siempre abierta la posibilidad de rezar. Es entonces
cuando alzamos el corazón hacia el cielo, cuando suplicamos al Padre de la
misericordia, ayuda, luz, fuerza, consuelo para quien lo necesita, para quien
queremos sea auxiliado.
Quiero, Señor, tender la mano. No sé cómo. Suple, pues,
mis límites, y no dejes sucumbir a mi hermano en la tristeza, en la amargura,
en el odio, en el pecado. Dame fuerzas para saber estar a su lado, para
encontrar modos concreto de acompañarle en su pena, para acercarlo a Ti, Padre
bueno. Permíteme, más allá de mis límites, ser un buen samaritano. Enséñame a
compartir ese Amor tan grande que has puesto en mi vida. Un Amor que deseas
ofrecer también a cada uno de mis hermanos más pequeños...
P. Fernando Pascual LC
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