miércoles, 20 de marzo de 2019

UN SACERDOTE DE A PIE


La «pastoral» –de «organizar líos», de «comunidad horizontal», «de escuchar, y que ellos «disciernan» lo que quieran», etc., etc.,- llevada a cabo por los últimos sacerdotes que se habían hecho cargo de la iglesia había acabado en esa situación, con casi todos los fieles «en fuga».
La iglesia de un suburbio de una gran ciudad europea -prefiero no indicar la ciudad, también porque no es el único caso de situaciones semejantes- está enclavada en una zona que, hoy, acoge a una mayoría considerable de musulmanes.
Durante varios años, sus cinco puertas han permanecida cerradas, excepto una que se abría los domingos para que no más de 50 personas pudieran vivir la Santa Misa. Terminada la celebración, la puerta se volvía a cerrar hasta la semana siguiente. La «pastoral» –de «organizar líos», de «comunidad horizontal», «de escuchar, y que ellos «disciernan» lo que quieran», etc., etc.,- llevada a cabo por los últimos sacerdotes que se habían hecho cargo de la iglesia había acabado en esa situación, con casi todos los fieles «en fuga».
Ante la perspectiva de abandonar el lugar, vender el templo o intentar volver a sembrar la palabra de Dios en ese rincón de la ciudad, el arzobispo se decidió por la última solución, y encargo a un sacerdote ordenado a los 30 años, después de convertirse de una juventud alejada de la iglesia, de Dios.
El sacerdote se presentó en la zona, en la iglesia, desde el primer día de su llegada vestido claramente de sacerdote. No cabía la menor duda. Y además lo decía con toda claridad, alegando que todo el mundo tenía el derecho de ver a un sacerdote fuera del templo.
Los primeros domingos, todo siguió igual. A un par de matrimonios jóvenes fieles asistentes a la Misa dominical con sus hijos pequeños, el sacerdote les pidió ayuda para adecentar el templo, que se encontraba muy abandonado. Poco podían hacer, pero algo se consiguió. Manteles del altar limpios; pavimento menos sucio; ornamentos sacerdotales mejor planchados; etc.
Un ya maduro organista que había abandonado la práctica religiosa, al ver a un cura vestido de cura se animó de nuevo a entrar en el tempo. Le bastó ver que la luz del Sagrario estaba encendida, que en ese momento, cinco personas estaban adorando al Santísimo Sacramento expuesto en el altar, y que el cura estaba arrodillado adorando también, para emocionarse un poco, y dirigirse al órgano. Lo liberó de la tela que lo cubría y del polvo acumulado, y comenzó a teclear las notas del «Adoro te devote». El sacerdote volvió la cabeza, y sonrió.
El sacerdote estaba a disposición de todo el que se le acercase. Después de un par de meses, ya comenzó a confesar a fieles que habían abandonado el sacramento de la Reconciliación desde hacía varios años. El tempo era amplio, y pronto empezó a estar más concurrido. Doscientas y hasta trescientas personas, participaban ya en las dos Misas dominicales, y unas veinte aparecían los demás días de la semana para vivir la Misa, que había vuelto a celebrarse a diario.
Homilías breves, serias, concretas, que hablaban de Dios, de Cristo, de los Sacramentos, de la Eucaristía, del Matrimonio y de las familias; y en las Misas de funeral, de la vida eterna, del cielo y del infierno, etc., del pecado y del arrepentimiento para recibir la misericordia de Dios; comenzaron a llenar el corazón de los fieles: Dios seguía ahí; y el sacerdote trataba de reflejar el amor que Dios les tenía en Cristo Nuestro Señor.
En poco más de año y medio; la iglesia abrió las cinco puertas, y las mantuvo abiertas todos los días, de 8 de la mañana a 8 de la noche. Y el sacerdote siempre estaba allí, unas veces con sotana, otras con clergyman; siempre reconocible. Unas veces rezando en solitario en un rincón del templo; otras veces atendiendo a los fieles en el despacho; a horas fijas, sentado en el confesonario –encontró el mueble arrumbado en un rincón- para atender a los fieles que empezaron a guardar fila.
Las Misas de los domingos, una por la mañana y otra por la tarde, se ven ahora vividas por cerca de mil personas. El libro de bautizos y matrimonios se han vuelto a abrir, después de haber estado cerrados desde años atrás. Y lo que no ha faltado nunca en el tempo han sido velas encendidas ante la imagen de la Virgen del Carmen, que el sacerdote volvió a colocar en su sitio el mismo día de su llegad
¿Se emociona Santa María al ver que los feligreses se arrodillan ante el Sagrario donde les espera su Hijo?
Ernesto Juliá

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