La
dimensión espiritual de la mujer es fundamental para el mundo. Somos bolsas,
vestidos, maquillaje, pero también mucho más. Algo debe sostener nuestras vidas
de manera más profunda.
Hay tanto
que escribir sobre las cosas que a las mujeres nos gustan. En lo personal me
gusta mucho salir de compras. Puedo pasarme horas de horas comprando los
zapatos de última moda, los trajes de dos piezas y las carteras Lauren o Coach.
También mi resistencia se viene abajo cuando entro al departamento de joyería.
Las perlas ¡ay, como me gustan las perlas! Tengo
que controlarme muchísimo para no comprarme la tienda entera…
Hace
algunos días fuimos a caminar a un lugar divino, un lugar del que se dice,
mucha gente acude para hacer meditación u oración. Mis amigas y yo hablábamos
de la liposucción. De los mejores cirujanos que hay en cada país para disminuir
el estómago, los brazos, y todas esas partes delatoras de nuestro cuerpo. Otra
decía que ya había ido al primer chequeo para hacerse los ojos. Pues la mejor
edad para empezar a operarse es al llegar a los cuarenta. -¡No puede ser que ya vaya a cumplir cuarenta años!- expresaba
una de ellas con espanto. Pero hermana, -decía otra- hoy no hay que preocuparse
por envejecer con tanta crema y cirugía que puedes hacerte…. yo ya le dije a mi
marido que vaya reservando los fondos para la primera que me voy hacer yo…
Entre
esos miedos también están los kilos de más. -Realmente yo no he nacido para
hacer dietas- mencionaba Julia. Eso de los sacrificios con las comidas no es
para mí. Es mucho más práctico y fácil pagar una masajista…. ¿Por qué no hacer ejercicios? -decía yo- ¡No! saltaba Dalia, -¡imagínate
tanto sacrificio! Además, es un esclavizarse a hacerlo diariamente y yo
para esas disciplinas no sirvo.
Y así, se
nos fueron las horas. Hablando de los miedos y la vanidad femenina. Mujeres ¿Y esas somos las que hemos nacido para ser la savia de
la sociedad, el alimento espiritual? Esas que hablamos de vanidades y
superficialidades ¿Somos el fermento del mundo?
¿Esas somos la sal de la tierra?
Las
mujeres seguimos los pasos de la moda. Pero hoy en día no es fácil ser
católica, porque no es lo que está de moda. Lo que está de moda es practicar la
meditación trascendental, hacer yoga, “curarte con
cristales”, “sanar tu auto-estima” y asistir a innumerables cursos de
superación personal.
Si hoy el
Dalai Lama dice en las noticias “El amor es la
llave de la felicidad” millones dicen “ohhh,
el Dalai Lama, ese hombre tan perseguido, tan bueno, tan iluminado, él dice que
el amor es la llave de la felicidad”. ¡Ah! Pero si el Papa dice “El amor es la llave de la felicidad” parece como
si su mensaje pasara desapercibido.
Hay mucha
sed y hambre de verdad, y las mujeres somos evidentemente seres con una
dirección natural, innata, muy propia de nuestro sexo hacia la espiritualidad.
Nosotras intuimos con más precisión que hay un mundo que va más allá de
nuestros ojos. Y tampoco es raro que seamos las mujeres las que tomemos con
mayor frecuencia (especialmente en este tiempo) los caminos equivocados en
busca de la verdad, por medio de la espiritualidad. Tenemos hambre de
seguridad, de confianza, de valor, y tenemos una gran desesperación por
encontrar eso que llene nuestro vacío.
Además el
mundo donde vivimos está sacudido por diferentes crisis, entre ellas, una de
las más peligrosas es la pérdida del sentido de la vida. Muchas de nuestras
contemporáneas han perdido el verdadero sentido de la vida y lo buscan en
sucedáneos, como el desenfrenado consumismo, la droga, el alcohol o el abuso de
la sexualidad y el erotismo. Buscan la felicidad, pero el resultado es siempre
una profunda tristeza, un vacío del corazón y muchas veces la desesperación. ¿Cómo vivir la propia vida para no perderla? ¿Sobre qué
fundamento edificar el propio proyecto de existencia?
Yo creo
que a veces nos complicamos la vida innecesariamente, y por otro lado no
tenemos la fuerza necesaria para seguir lo que verdaderamente nos hace crecer.
Estamos muy mal acostumbradas a un mundo en el que se quiere todo fácil,
rápido, sin dolor, sin esfuerzo. Y la fe que nos enseñaron nuestros padres, con
la que crecimos puede serlo todo, excepto fácil, rápida o sin esfuerzo.
Ser
católica no está de moda. Tampoco está de moda el decir que debemos cuidar
nuestro corazón y nuestro cuerpo preservando nuestra intimidad en lugar de
lanzarnos con una micro falda y una blusa con escotes que quitan la respiración
para embriagarnos en una discoteca. No es fácil darse cuenta de que los hijos
son un don de Dios y que no debemos obstruir Su Voluntad utilizando
anticonceptivos. No está de moda el sacrificarse por amor a los demás. Vivimos
una época de un feroz individualismo. Todo es yo, yo, yo y al final, ese “yo” se queda solo.
Ser
católica, amiga mía no es fácil. Pero estoy convencida de que en nuestra fe, en
la que nos enseñaron nuestros padres, está la verdad. Nuestros problemas no van
a desaparecer por el hecho de ir a misa, o por confesarnos o por comulgar. Los
problemas seguirán ahí, pero el corazón de nuestra fe está en la resurrección
de Jesucristo, el hijo de Dios que se hizo hombre, al que crucificaron por
nuestra culpa pero que resucitó. Él nos enseñó que todas nuestras penas,
nuestras ansiedades y nuestros dolores tienen un significado, más que un “por qué” tienen un “para
qué”. Para los católicos los problemas, el dolor y la enfermedad son una
oportunidad de seguir a Jesucristo en su cruz. Lo que a veces olvidamos es que
la cruz tiene su significado de sacrificio pero siempre ante la perspectiva de
la Resurrección. Ser católico no es fácil. Comulgar, confesarse o ir a misa no
desaparecerán nuestros problemas, pero nos darán la fortaleza interior para
poder afrontar esos problemas con una actitud diferente. No son los problemas
los que desaparecen, es la Gracia de Dios la que los hace distintos.
Estos
sacramentos tienen un valor incalculable en nuestras vidas. Confesarse con
frecuencia nos fortalece para luchar contra nuestra debilidad, ir a misa cada
domingo es participar de la vida de la Iglesia, de nuestra comunidad (de
nuestra común unidad), comulgar es nada menos que comer el pan vivo, estar en
la unión más íntima con Jesús mismo. No, estos sacramentos no desaparecen los
problemas. Los sacramentos nos dan la fuerza de Dios para que aún en nuestra
imposibilidad seamos capaces de lograr grandes cosas, a pesar de las
dificultades.
Jesucristo
no necesita estar de moda. Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Jesús se nos
presenta como la respuesta de Dios a nuestra búsqueda, a nuestras angustias. Él
dice: “Yo soy el pan de la vida, capaz de saciar
toda hambre; Yo soy la luz del mundo, capaz de orientar el camino de todo
hombre; Yo soy la resurrección y la vida, capaz de abrir la esperanza del
hombre a la eternidad.”(2)
Ciertamente
no es fácil seguir a Cristo, en estos días en que la palabra “oración” ha sido substituida por la expresión “meditación trascendental”. Hoy tenemos el mayor
peligro de alejarnos de la verdad y convertirnos en mujeres arrancadas por lo
superficial, lo egoísta, lo vanidoso, lo falaz, lo falso. Pero las mujeres, a
la luz de nuestra fe católica, podemos dar paso a la verdadera naturaleza
femenina que es robusta, profunda, inspiradora y sólida. Una naturaleza que es “madre”. ¿No es acaso la Santísima Virgen la más santa?
Más que ella, solo Dios. Y era mujer, como tú y como yo.
Amiga
mía, no busques la verdad en los libros de
astrología, ni en que te lean las cartas,
tampoco la busques en la “meditación
trascendental”, olvídate de tu aromaterapia, tu “cuarzo
de la buena suerte” puedes ir tirándolo a la basura. Este es un tiempo
de decisión. Esta es la ocasión para aceptar a Cristo. No como una fanática que
se la pase el día entero en la Iglesia, sino como una mujer que verdaderamente
necesita acercarse a Jesucristo para aceptar su amistad y su amor, aceptar la
verdad de su palabra y creer en sus promesas; reconocer que su enseñanza nos
conducirá a la felicidad y finalmente a la vida eterna.(1)
Vamos
reconociéndolo, las mujeres de hoy no queremos comprometernos, todo lo queremos
fácil. Estamos en la época de la “fast food” y
la vida sin sacrificio. Pero también estamos en la época del vacío, del hastío, de la depresión, del abuso sexual, de
la violencia, del alcoholismo, de la desunión familiar, de la ansiedad, de la
drogadicción, de las relaciones superficiales, de la manipulación. Ese
es el precio de nuestra vida “light”, y lo
estamos pagando ya mismo.
Pero,
ante todo, este es un tiempo de decisión. La decisión de atreverse a no tener
miedo a seguir rescatando esos valores de mujer y conocer de verdad lo que
puede hacer en nuestro corazón, la comunicación diaria con Jesucristo. La mujer
que desarrolla su interioridad y tiene esa comunión amorosa con su creador está
mejor preparada para salir al encuentro del amor siendo hija, hermana, amiga,
religiosa, esposa, madre, profesional, servidora.
Somos
seres de encuentro y como mujeres somos las que debemos tomar la iniciativa.
Pero esa iniciativa nunca podrá tomarse o verse con la enorme y trascendental
importancia que tiene mientras sigamos siendo superficiales, materialista y
egoístas. Estos son los obstáculos que debemos de vencer para poder poner la
esencia de lo verdaderamente femenino en el mundo y de esta forma
cristianizarlo con profundidad y no a medias. Por eso se requiere mujeres que
estén dispuestas a vivir el compromiso.
Ser una
católica de pies a cabeza, implica dificultad y sacrificio. ¿Acaso no te sacrificas en tus gustos o decisiones por lo
que le gusta a tu pareja? Ese sacrificio significa un cambio, un
convertir el “yo” en “tu”.
Cuando
hay vida interior hay un cambio en la conducta. Se crece humanamente y se
vuelve frondosa la vocación específica de mujer. ¡Hay
que acercarse a Jesucristo con la oración! Porque con la práctica diaria
de la oración se trabaja directamente sobre el corazón, y se van cayendo las
costras del egoísmo y la malicia y pasa a plantarse firmemente la madurez y
serenidad de la generosidad y el significado de ser un lazo, un eslabón, un
clavo en la cruz. Sujetar, acompañar, solidarizarse con Cristo que pasa, estar
atenta. Labor de mujer, misión femenina.
Cuando
hay vida interior dispuesta a la revelación de las propias miserias, se puede
ver lo que hace el materialismo y la excesiva preocupación por los años y el
cuerpo al alma. Se visualiza claramente que todo eso no deja crecer y no
permite despojarse del estar pensando solo en una misma. Por eso la oración es
el trabajo más exquisito, fino y delicado que el Espíritu Santo descubre al
alma de una mujer cuando está entra desnuda con su propia verdad y con la
docilidad de ser transformada. La mujer con esa actitud entonces, sale a la
calle liberada, fuerte y segura para la batalla y puede ser una influencia
poderosísima en todos los ambientes y con las otras mujeres a las que desde esa
dimensión ve como hermanas.
La mujer
con vida interior es un sistema totalmente abierto, es la que descubre lo
inmenso de su propia inteligencia y puede entonces poner el motor de la
voluntad en marcha. Se convierte así en esa Mujer Ejemplar que no es fácil de
hallar (2). En la que se puede confiar y reposar porque desde el lugar que en
la vida le corresponde coloca a Cristo siempre, siempre en la cumbre. De todas
sus actividades humanas (3).
¿Querrá todo esto decir que renunciaré a los placeres del mundo, a la
moda, a las fiestas, a la aspiración profesional? ¿No será esto enajenación,
idealismo? No. No te
pierdas. No es renunciar a la moda, ni a las aspiraciones profesionales. No es
enajenación ni es idealismo. Es el descubrimiento de tu propia inteligencia, de
tu nombre y de tu fuerza. Es encontrar lo denso del valor de lo femenino,
vivirse intensamente gozosa de ser una mujer. Es vivir con valentía un tiempo
de decisión en el que yo te pregunto: Y a ti, ¿qué
te sostiene?
1. Juan Pablo II
2. Proverbios 31,10
3. José María Escriva de Balaguer.
Sheila Morataya-Fleishman
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