Hoy, en esta Iglesia
nuestra de mis pecados, estamos obsesionados
con lo que dice la gente de fuera y con lo que quiere la gente de dentro.
Esto es lo que se quiere presentar como fomentar la capacidad de escucha. Me
parece bien, aunque me van a permitir un par de precisiones.
Lo primero que hay que escuchar es la voz de Dios. Es la voz de Dios la que nos
tiene que enseñar dónde estamos y a dónde tenemos que ir. Hartito estoy de que
me hablen de encuestas, paradigmas socioculturales, medios de comunicación,
institutos de opinión, foros, encuentros y asambleas para escuchar lo que la
gente piensa y quiere.
Lo que la gente piensa y quiere es la dispensa de los mandamientos, de manera especial sexto,
séptimo y octavo de la ley de Dios y primero de la Iglesia, y mal andamos por
ahí, tan mal como si nos empeñamos en rebajar exigencias a base de “superar el moralismo”, que está bien en teoría,
pero algo habrá que concretar. Es decir, como hoy el mundo no comprende el
sexto mandamiento, pues vamos a matizar para que todos queden contentos (que
con algo de eso nos andan amenazando desde sectores de la Iglesia en Alemania).
Y como todo quisqui miente y trinca, nosotros a hablar del mar y los
inmigrantes, que eso mola, y de la ecología, que es eso que reivindican los
estudiantes el viernes por la mañana, y así el puente es más largo, y se cargan
por la noche en sus tan poco ecológicos botellones.
Hay que preguntar, lo primerito de todo, a Dios. Preguntarse con la
Palabra en la mano por nuestro mundo y cuál el plan de Dios para este momento,
y exponerlo y predicarlo con contundencia. Guste o no guste. Total, bienaventurados vosotros cuando os persigan.
Por tanto, la primera escucha, la de la palabra comprendida, explicada y
concretada en el catecismo, para presentarla ante el mundo en toda su
radicalidad.
Y hay que preguntar a la gente, pero a la gente de
verdad,
no a los que se creen los iluminados portavoces de una realidad que solo ellos
comparten.
Llamo gente de verdad a los que van a misa los domingos, se confiesan de
vez en cuando, echan su donativo en la colecta y hasta se creen lo que dice el
catecismo. Gente de
verdad son todos aquellos que pertenecen a la enorme masa de los parroquianos
no vinculados a grupos. De los que asisten a misa un domingo, ¿cuántos tenemos de alguna manera vinculados a algún
grupo de la parroquia? ¿Un diez por ciento? Pues entonces hay que
preguntar al restante noventa. No sería la primera vez que después de una
celebración de la eucaristía perfectamente preparada por el grupo de liturgia y
el consejo pastoral, la gente saliera de misa echando las muelas y
preguntándose que a cuento de que venía tanta monición, tanto símbolo y tanta
historia, que están hartos de no tener una misa normal.
Mucho he aprendido de esta gente, de la gente corrientita, que sufre en silencio y
ofrece por las misiones (porque siguen creyendo en ellas) tantas ocurrencias de
los listos de su parroquia, tan listos y preparados, que asisten al consejo, a
la coordinadora de consejos, a la permanente de la coordinación y además acuden
a un grupo de reflexión bíblico – psicodélico. Y no como esa gente de rezo del
rosario, misa de domingo, limosna y vigilia el viernes, anclados en lo de
siempre. Benditos sean y cuánto tienen que enseñar.
Preguntar a Dios y a la Iglesia primero a ver por dónde van las cosas y por dónde tendrían que ir. Y luego a la gente sencilla, que es la
que sabe, la que tiene el mejor don de discernimiento y es capaz de ver las
cosas como son. A lo mejor nos pegamos un susto.
Jorge González Guadalix
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