sábado, 9 de febrero de 2019

6 FORMAS DE CULTIVAR LA HUMILDAD


La humildad es la base de la vida espiritual completa. Sin esta virtud, nunca avanzaremos en la santidad.

Por: Sam Guzman | Fuente: The Catholic Gentleman // PildorasDeFe.net
Si ustedes leen CatholicGentleman.net de vez en cuando, sabrán que frecuentemente el autor habla allí acerca de la importancia de la humildad. Los santos aclaran muy bien que la humildad es el fundamento de todo crecimiento espiritual. Si no somos humildes, no somos santos. Es así de sencillo.

Pero por muy sencillo que se diga que debemos ser humildes, no siempre resulta fácil ponerlo en práctica. De manera que, quiero hablar acerca de seis métodos para cultivar la virtud de la humildad.

1.- ORA POR LA GRACIA DE LA HUMILDAD
Se puede decir con seguridad que ninguna virtud se formará en nuestras almas si no es por medio de la oración frecuente. Si realmente deseas ser humilde, ora cada día por esta gracia, pidiéndole a Dios ayuda para sobreponerte a tu amor propio.

“Debemos pedirle humildad diariamente a Dios y con todo nuestro corazón, pedir también la gracia de saber que somos nada, y que nuestro bienestar corporal y espiritual proceden de Él únicamente”. (San Juan María Vianney)

2.- ACEPTA HUMILLACIONES
Tal vez la manera más dolorosa pero más efectiva de aprender a ser humildes sea el aceptar humillaciones y situaciones vergonzosas. El padre Gabriel de Santa María Magdalena explica:
"A muchas almas les gustaría ser humildes, pero muy pocas desean la humillación; muchas le piden a Dios que las haga humildes y oran fervientemente por esto, pero pocas quieren ser humilladas.
Sin embargo es imposible ganar humildad sin humillación; de la misma manera en la que estudiando se adquiere conocimiento, así por medio de la humillación obtenemos humildad.
Mientras solamente deseemos esta virtud de la humildad, pero no estemos dispuestos aceptar los medios para llegar a ella, ni siquiera estaremos en el camino adecuado para adquirirla. Aún si en algunas ocasiones logramos actuar humildemente, esto podría ser el resultado de una humildad superficial y aparente en lugar de una humildad real y profunda.
Humildad es verdad; por lo tanto, digámonos que dado que no poseemos nada de nosotros mismos sino solamente el pecado, es precisamente por eso que recibimos solamente humillación y desprecio.

3.- OBEDECE A SUPERIORES LEGÍTIMOS
Una de las manifestaciones más claras del orgullo es la desobediencia (irónicamente, la desobediencia y la rebelión son reconocidas como virtudes en la sociedad moderna occidental). Satanás cayó por su orgullo, Non serviam: “No serviré”.

Por otro lado, la humildad siempre es manifestada por medio de la obediencia a la autoridad legítima, ya sea tu jefe o el gobierno. San Benedicto dice “el primer grado de humildad es la pronta obediencia”.

4.- DESCONFÍA DE TI MISMO
Los santos nos dicen que cada pecado que cometemos se debe a nuestro orgullo y autosuficiencia. Si desconfiamos de nosotros mismos y depositamos toda nuestra confianza en Dios no pecaremos jamás.

Dom Lorenzo Scpuoli fue más lejos y dice: “La desconfianza de sí es un requisito en el combate espiritual y sin esta virtud no podemos esperar vencer nuestras pasiones más débiles, ni mucho menos ganar la victoria completa”.

5.- RECONOCE TU INSIGNIFICANCIA
Otra manera muy efectiva de cultivar la humildad es meditar en la grandeza de Dios, mientras simultáneamente reconocemos nuestra propia insignificancia en relación a Él. San Juan María Vianney lo pone de esta manera: ¿Quién puede contemplar la inmensidad de Dios sin humillarse a sí mismo hasta hacerse polvo ante el pensamiento de que Dios creó el cielo de la nada, y que con una palabra puede convertir el cielo y la tierra en nada nuevamente?

Un Dios tan grande, y cuyo poder es inagotable; un Dios lleno de perfección; un Dios con una eternidad interminable; su inmensa justicia, su providencia, que reina sobre todo de manera sabia, y que cuida todo con tal esmero, ¡y nosotros somos nada!

6.- PIENSA MEJOR DE OTROS QUE DE TI MISMO
Cuando somos orgullosos, inevitablemente pensamos que somos mejores que los demás. Oramos como el Fariseo, “Señor, te agradezco porque no soy como otros hombres”. Este farisaísmo es increíblemente dañino para nuestras almas, y es detestable para Dios.

Tanto las Escrituras como los santos afirman que el único camino seguro es considerar a todos como mejores que nosotros mismos. San Pablo dice: “No hagan nada por rivalidad o vanagloria. Que cada uno tenga la humildad de creer que los otros son mejores que él mismo.” (Filipenses 2:3)

Thomas de Kempis resume esta enseñanza en el Capítulo 7 de su clásico La Imitación de Cristo:
"No te estimes por mejor que los demás, porque no seas quizás tenido por peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el hombre.
No te ensoberbezcas de tus obras buenas, porque son muy distintos de los juicios de Dios los de los hombres, al cual muchas veces desagrada lo que a ellos contenta.
Si algo bueno hay en ti piensa que son mejores los otros, pues así conservarás la humildad.
No te daña si te pospones a los demás, pero es muy dañino si te antepones a solo uno. Continua paz tiene el humilde; más en el corazón del soberbio hay emulación y saña muchas veces".

CONCLUSIÓN
No hay duda: la humildad es la base de la vida espiritual completa. Sin esta virtud, nunca avanzaremos en la santidad.

Sin embargo, la humildad no es simplemente una idea abstracta que debe ser admirada, es una virtud que debe ser aprendida y practicada en las circunstancias dolorosas de la vida diaria.

Esforcémonos en ser humildes a imagen de Cristo que “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres”.

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