Padre
Nelson Medina: con motivo de la condena del Vaticano al excardenal Theodore
McCarrick me he sentido un poco desconcertada y no termino de aclararme. Por
momentos pienso: ¿qué sentido tienen condenar a un anciano de 88 años? Y casi
me parece que es más una especie de “ajuste de cuentas” o de crueldad con un
anciano, o como ganas de aparentar que en la Iglesia sí se está haciendo algo
frente a tantos escándalos en tantos países. ¿No hay algo de fariseismo en esa
especie de show que se ha montado por todas partes y en todos los medios? Yo no
le quito importancia a sus crímenes sino que simplemente pregunto. Tal vez
usted me pueda ayudar a entender. – C.G.
* * *
Yo encuentro explicable que
muchos laicos–y entre ellos, Ud.–tengan una actitud de profunda desconfianza
ante las medidas que toman las autoridades de la Iglesia, estando a la vista
tantos errores y escándalos. Invito,
sin embargo, a tener también una actitud crítica frente a la propia mirada,
no sea que terminemos creyendo que juzgamos de lo de fuera cuando solo estamos
viendo la acumulación de nuestros propios prejuicios y dolores.
Un modo interesante de
discernir algunas situaciones morales difíciles es hacerse la pregunta por el caso opuesto. Este tipo de ejercicio
funciona así: cuando Ud. esté frente a un caso complejo en el que es posible
tomar uno de dos caminos, pregúntese: Manteniendo todas las circunstancias
iguales, ¿es preferible tomar la opción primera o
la segunda?
Voy a dar un ejemplo que no
tiene que ver directamente con la situación que sirve de tema a su pregunta.
Pensemos en una familia. Quedó una herencia considerable cuando murieron los
papás y el hermano mayor fue depositario de la confianza de todos los menores
para hacer todas las diligencias legales. Resulta que ese hermano mayor abusó de esa confianza y,
simplificando las cosas, logró manipular las cosas para quedarse con más del
doble de lo que legalmente le hubiera correspondido. Un tiempo después, estando
enfermo de mucha gravedad, en su lecho de muerte confiesa su fechoría, con la
gravedad de que sus irresponsabilidades financieras habían malgastado lo que
tenía y lo que usurpó a sus hermanos, de modo que en la práctica no hubo
restitución alguna. Pregunta: ¿sirve de algo esa
confesión de su pésimo proceder?
En términos puramente
económicos, no parece que una confesión así sirva de algo pero apliquemos el
criterio mencionado: ¿qué es mejor, que se vaya a
la tumba sin decir nada de lo que se robó, o que lo confiese a sus hermanos
como de hecho lo hizo? Pocas
personas dirán que da lo mismo una cosa que otra, y menos aún dirán que
era mejor que no hubiera dicho nada. Su acto humilde, y presumiblemente
sincero, no arregla muchas cosas pero parece que quedarse callado sería
moralmente peor.
Si aplicamos ese criterio a
McCarrick llegamos a una pregunta como esta: Supongamos que este corrupto ex-cardenal muere dentro de dos años.
Situémonos en dos posibles escenarios. En el escenario UNO, nadie lo expulsó del sacerdocio, y murió sin
ninguna pena canónica con respecto al Orden Sagrado. En el escenario DOS, que es el que se ha dado, una sentencia de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, ratificada como inapelable por el Papa
Francisco, lo declara, en términos sencillos, expulsado de las obligaciones y
derechos propios del sacerdocio. Pregunta: En 20, 30 o 50 años, ¿va a dar lo mismo una cosa que la otra? En 20, 30
o 100 años, ¿dará lo mismo que se diga: “Theodore
McCarrick cometió tales crímenes y murió sin ser nunca castigado” o que
se diga: “A pesar de numerosos errores y
complicidades que Theodore McCarrick supo utilizar con astucia para su
beneficio, finalmente se realizó un proceso canónico completo en contra suya,
que condujo a su expulsión del orden clerical"?
Por supuesto hay muchísimas cosas que sucedieron en la
historia de McCarrick y que jamás debieron suceder. De seguro, hay
muchas complicidades agazapadas que deberían ser castigadas con seriedad
comparable. Pero si la pregunta es: ¿se debió o no
se debió pronunciar esta sentencia particular?, yo pienso que la
respuesta es clara.
Uno puede dedicarse a renegar
y desconfiar, y decir que es demasiado poco y demasiado tarde; o puede hacer el
juego de las conjeturas sobre las intenciones, pero nada de eso cambia que un poco de bien puede ser el comienzo de más
bien; mientras que otro poco de maldad, en este caso de impunidad, en
nada ayuda al bien de la Iglesia.
ADDENDUM SOBRE UNA POSIBLE EXCOMUNIÓN
En cuanto a la excomunión,
recordemos que esta tiene dos formas en la Iglesia Católica: “latae sententiae” y “ferendae sententiae” La primera, a veces
llamada “automática,” no requiere
intervención explícita ni pública de la autoridad eclesiástica y, para todos
los efectos prácticos, obra en la conciencia de la persona. Por el tipo de
hechos gravísimos en que parece comprobado que estuvo envuelto el ex-cardenal
cabe suponer que él haya estado bajo este tipo de excomunión pero, por el mismo
argumento, también es posible que haya recibido la absolución de la misma
excomunión–cosa que tampoco tendría que ser pública en modo alguno. Así que
para los efectos de esta conversación, la “latae
sententiae” no entra.
En cuanto a una excomunión “ferendae sententiae,” que es una sentencia
pública emanada de la autoridad competente, hay dos problemas. Primero, para
que la pena sea aplicada debe haber resistencia o contumacia (canon 1347). En
el caso presente, la actitud de aceptación de McCarrick difícilmente puede
contar como rebeldía. Uno puede sentir indignación hacia él y lo que hizo pero
hablar de contumacia frente a las acciones que se han tomado, incluyendo ya la
pena canónica de la expulsión del Colegio Cardenalicio, no es algo que
corresponda a los hechos.
Suponiendo que de alguna
manera se construyera el argumento de que en el presente hay contumacia, el
segundo problema con la pena ferendae sententiae es
que por su propia naturaleza una pena así no puede ser perpetua (véanse los
cánones 1336 y 1342 § 2.). Esto implica que la misma excomunión podría ser
levantada ante las señales externas de obediencia y aceptación. Tal
levantamiento de la excomunión debería suceder en un tiempo previsiblemente
corto, dada la edad de McCarrick, y ello nos pondría en la situación casi
ridícula de producir una condena y meses después reivindicar a la misma
persona.
Por todo ello es evidente que
las excomuniones, en cuanto penas canónicas, de ninguna manera eran
instrumentos correctivos apropiados en el caso que estudiamos.
Fray Nelson Medina
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