La bondad perfecciona a la persona porque sabe dar y
darse sin temor a verse defraudado, transmitiendo aliento y entusiasmo a
quienes lo rodean.
En
ocasiones el concepto de bondad es confundido con el de debilidad. A nadie le
gusta ser “el buenito” de la oficina, de
quien todo el mundo se aprovecha. Bondad es exactamente lo contrario, es la
fortaleza que tiene quien sabe controlar su carácter, sus pasiones y sus
arranques para convertirlos en mansedumbre.
La bondad
es una inclinación natural a hacer el bien, con una profunda comprensión de las
personas y sus necesidades, siempre paciente y con ánimo equilibrado. Este
valor, por consiguiente, desarrolla en cada persona la disposición para agradar
y complacer en justa medida a todas las personas y en todo momento.
¿En qué momentos nos alejamos de una actitud bondadosa? Es muy sencillo apreciarlo en las actitudes
agresivas que se adoptan con los malos modales y la manera de hablar, a veces
con palabras altisonantes, con la razón de nuestra parte o sin ella; la indiferencia
que manifestamos ante las preocupaciones o inquietudes que tienen los demás,
juzgándolas de poca importancia o como producto de la falta de entendimiento y
habilidad para resolver problemas. ¡Qué equivocados
estamos al considerarnos superiores! Al hacerlo, nos convertimos en
seres realmente incapaces de escuchar con interés y tratar con amabilidad a
todos los que acuden a nosotros buscando un consejo o una solución.
Equivocadamente,
nuestro ego puede regocijarse cuando alguien comete un error a pesar de las
advertencias, casi saboreando aquellas palabras de: “no
quiero decir te lo dije, pero… te lo dije”, y nos empeñamos en poner “el dedo en la llaga”, insistiendo en demostrar lo
sabios que son nuestros consejos; seguramente todo esto sale sobrando, pues la
persona ya tiene suficiente con haber reconocido su error y quizá en ese
momento está afrontando las consecuencias.
La bondad
no se detiene a buscar las causas, sino a comprender las circunstancias que han
puesto a la persona en la situación actual, sin esperar explicaciones ni
justificación y en procurar el encontrar los medios para que no ocurra
nuevamente. La bondad tiene tendencia a ver lo bueno de los demás, no por
haberlo comprobado, sino porque evita enjuiciar las actitudes de los demás bajo
su punto de vista, además de ser capaz de “sentir” de
alguna manera lo que otros sienten, haciéndose solidario al ofrecer soluciones.
Una
persona con el ánimo de “exaltar” su bondad,
puede subrayar constantemente “lo bueno que ha
sido”, “todo lo que ha hecho por su familia”, “cuánto se ha preocupado por los
demás” y eso por supuesto no es bondad. La bondad es generosa y no
espera nada a cambio. No necesitamos hacer propaganda de nuestra bondad, porque
entonces pierde su valor y su esencia. El hacernos pasar por incomprendidos a
costa de mostrar lo malos e injustos que son los demás, denota un gran egoísmo.
La bondad no tiene medida, es desinteresada, por lo que jamás espera
retribución. Podemos añadir que nuestro actuar debe ir acompañado de un verdadero
deseo de servir, evitando hacer las cosas para quedar bien… para que se hable
bien de nosotros.
El ser
bondadoso tampoco equivale a ser blando, condescendiente con la injusticia, o
indiferente ante lo que está bien o está mal en las actitudes y palabras de
quienes nos rodean, por el contrario, sigue siendo enérgico y exigente, sin
dejar de ser comprensivo y amable. Del mismo modo, jamás responde con insultos
y desprecio ante quienes así lo tratan, por el dominio que tiene sobre su
persona, procura comportarse educadamente a pesar del ambiente adverso.
La bondad, como hemos
visto, va más allá que un simple ofrecimiento de cosas materiales en
condiciones precarias, para fomentar este valor en nuestra vida podemos
considerar que debemos:
– Sonreír siempre
– Evitar ser pesimistas: ver lo bueno y positivo de las personas y
circunstancias
– Tratar a los demás como quisiéramos que nos trataran: con amabilidad,
educación y respeto.
– Corresponder a la confianza y buena fe que se deposita en nosotros.
– Ante la necesidad de llamar fuertemente la atención (a los hijos, un
subalterno, etc.), hacer a un lado el disgusto, la molestia y el deseo de hacer
sentir mal al interesado: buscar con nuestra actitud su mejora y aprendizaje.
– Visitar a nuestros amigos: especialmente a los que están enfermos, los
que sufren un fracaso económico o aquellos que se ven afectados en sus
relaciones familiares.
– Procurar dar ayuda a los menesterosos, sea con trabajo o
económicamente.
– Servir desinteresadamente.
El valor
de la bondad perfecciona a la persona que lo posee porque sus palabras están
cargadas de aliento y entusiasmo, facilitando la comunicación amable y
sencilla; sabe dar y darse sin temor a verse defraudado; y sobre todo, tiene la
capacidad de comprender y ayudar a los demás olvidándose de sí mismo.
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